Año/Cero

KUMARI LA NIÑA DIOSA DE NEPAL

Los nepalíes te aseguran que es cuestión de pura suerte. No hay ninguna garantía, ninguna certeza. A veces se asoma a la ventana de su palacio en la plaza Dunbar y a veces no. Y cuando lo hace, su presencia es fugaz, espectral, casi como la visión de un fantasma. Se dedica a mirar solemnemente desde las alturas mientras todos los presentes en el patio enmudecen, guardando un reverencial silencio. Se trata de la Kumari, la niña virgen, «la diosa viviente» de Katmandú. La encarnación terrenal de una deidad ancestral llamada Taleju, depositaria del equilibrio político y religioso de la nación.

El rostro de la Kumari está tan barrocamente maquillado que resulta imposible distinguir con exactitud su edad. Luce una mirada penetrante porque sombrearon de negro sus ojos y prolongaron el rabillo con el mismo tono hasta las sienes. Tiene los labios exageradamente cubiertos de rojo, una tupida melena azabache recogida en un vistoso moño, varias pulseras rodeando cada muñeca, collares dorados colgando del cuello, un vistoso vestido rojo y sus infantiles uñas esmaltadas en ese mismo tono resplandeciente, el color de lo sagrado en Nepal.

Terminada la improvisada ceremonia, la ventana queda vacía y el bullicio vuelve a reinar sobre el patio palaciego. Nadie parece tener muy claro cómo reaccionar ni asimilar lo que han visto. En mi caso, fui muy afortunado. Contemplé a la Kumari en dos ocasiones el mismo día. La primera vez, rodeado de un nutrido grupo de escolares perfectamente uniformados que iba de visita con su colegio. La segunda vez, mucho más inesperada y casi en soledad, cuando estaba tomando una Coca- Cola que me vendieron dentro del recinto, porque en Oriente no siempre lo sagrado y lo profano mantienen la debida separación.

Ver a la Kumari de Katmandú asomada a su ventana es un privilegio y lo máximo que puede aspirar a conseguir un extranjero. En cambio, si eres hindú, la niña diosa te puede recibir en audiencia privada y allí uno no debe perder detalle de su gestualidad. Asistirá a un críptico lenguaje corporal del que el visitante puede salir muy bien o muy mal parado. Si la Kumari rompe a llorar o

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