La leyenda de Yemaya y el viaje en Neptuno
Por TOT y Marisol Ulloa
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Yemaya está decidida a enfrentarse a las aventuras de las que su padre tanto le ha hablado. No le interesa el peligro, las expectativas de su familia y las prohibiciones que siempre le han implantado. Está preparada para subirse a Neptuno, navegar y vivir la experiencia de un pirata, sin importar las consecuencias y los secretos que tenga que resguardar.
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La leyenda de Yemaya y el viaje en Neptuno - TOT
El viento sopla con tranquilidad y logra que mi pelo revoloté por mi rostro. Escucho el mar golpear con la madera y cómo logra que el barco se balancee lentamente. Muevo el timón con tranquilidad dirigiendo a mi querido Neptuno y a mi tripulación hacía la tierra que se ve cada vez a menor distancia. Triunfante, por una nueva aventura y dispuesta a pisar el puerto e inmediatamente ir a tomar una cerveza, que me recuerde por que siempre es bueno volver a casa. Conforme avanzamos, me doy la libertad de cerrar los ojos y sentir esa conexión que tengo con el mar, es como si le diera las gracias por portarse bien con nosotros una vez más y de paso se las doy a Neptuno, por ser el mejor barco y por regalarme una aventura más a su lado.
Al abrir los ojos, me doy cuenta que esa brisa que sentía, no era nada más que la ventana que había dejado abierta toda la noche y que a pesar de mis ganas, no estaba en un barco, estaba en la cama y lo más cercano a estar al océano, iba a ser por la cantidad de sudor que estaba produciendo mi cuerpo.
Me levanto resignada, vuelve a mi ese vacío en el estómago constante que me persigue día a día, recordándome lo triste que es mi realidad. Me enjuago el rostro con el agua que dejó mi madre en un plato, noto que en la puerta dejó colgando un horrible vestido, mismo por el cual hace pocos días habíamos tenido una fuerte discusión.
–Mañana te tienes que ver hermosa Yemaya, pues iremos a despedir a tu padre al puerto –Me había dicho el día anterior.
–No planeo ir a el puerto. No puedo creer la manera en la que se ha comportado conmigo. –Dije molesta –Ya estoy en edad de acompañarlo en una de sus aventuras y continua dándome largas. No soy tonta mamá, se a que se debe, se que él, como todos los demás, creen que una mujer no puede ser pirata.
–Sabes muy bien que la vida tiene otros planes para ti y así es como debe de ser. No le des más problemas a tu padre y se una buena chica. –Respondió molesta y dejándome el vestido en las manos.
No podía creer que mi madre no entendiera mi dolor y mi enojo, ella había pasado toda su vida cumpliendo con un destino impuesto ¿O es que ella no tuvo siquiera oportunidad de soñar?
Claro que mi padre no me dejaba viajar con él y su tripulación porque a sus ojos, como mujer tenía otras responsabilidades, como embarazarme y ser el resto de mi vida como mi madre ¿Pero qué pasaba si yo quería otra cosa? Yo no quería cocinar y servir toda mi existencia, yo quería subirme al barco, izar las velas, blandir la una espada, vivir una aventura ¿Por qué los hombres tenían el derecho a decidir ante sus vidas, pero las nuestras ya están impuestas? Es como si el hombre que se dedica a escribir el destino de cada mujer, lo único que hiciera, fuera copiar el mismo texto una y otra vez.
¿Cómo es que con el pasar de los años mi padre se había convertido en uno más? ¿Cómo pasó de ser mi mejor amigo, mi modelo a seguir, a mi mayor barrera para cumplir mis sueños? Recuerdo cuando era más pequeña, mientras el resto de las niñas corrían con sus vestidos y jugaban a las muñecas, yo usaba pantalones, botas y abrigos que le robaba a mi padre y jugaba a ser la reina del mar. Peleaba con mi espada de madera y amenazaba a cualquiera que osara desafiarme, con hacerlo caminar por el tablón.
Pensaba que la verdadera razón por la que mi padre llegaba siempre a contarme sus aventuras era por que el día de mañana podría contarlas yo misma, que mi padre se daría cuenta de lo buena pirata que podría ser y entonces me dejaría viajar con él por el mar. Pero no, ahora creo que me contaba todas esas cosas para que pudiera fantasear con todo eso que jamás iba a conocer.
Ese pensamiento se queda resonando en mi cabeza y mientras lo hace, observo el vestido que estoy obligada a usar. Como todo lo que me rodea, es tan ajeno a mi. Se que si lo uso, que si voy al puerto y me despido de mi padre con enorme sonrisa como la pequeña que solía ser, era dar el mensaje de estar de acuerdo con la situación y por primera vez en mi vida, no estaba dispuesta a ser la nena de papá. ¿Por qué habría de tener consideración por no darle problemas a mi padre, cuando él no la había tenido conmigo? A él no le importaban mis sueños, mis decisiones, mis sentimientos, pues a mi tampoco.
Y de nuevo, esa idea descabellada con la que tantas veces había fantaseado se hizo presente con una campanita. Sabía que si escuchaba mi instinto, no sólo arriesgaba mi integridad física,