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La Justa Fatiga
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Libro electrónico110 páginas1 hora

La Justa Fatiga

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La justa fatiga es una novela de familia, de provincia y de denuncia. La narrativa empieza cuando Máximo Atencio Mimbrera regresa a casa y busca su abuela, "Mi Lala". Los siguientes episodios cuentan la historia de la matriarca. Máximo Atencio la buscaba específicamente para conocer su historia.
La abuela es el personaje central de la narrativa, una mujer extraordinaria, reminiscente de una invención de García Márquez, aunque con bien marcadas diferencias. Su historia abarca cuatro etapas de su vida marcadas por cuatro apodos distintos —La Niña Soledad, La Joven Pura, La comadre Coni Fanales y Mi Lala. La vemos como niña, como esposa (de mala gana) de un viejo, como amante y luego esposa legítima de un ferrocarrilero, como mujer independiente y como abuela.
La secuencia de episodios es anti­cronológica y pudiéramos suponer que corresponde a la experiencia de Máximo Atencio al escuchar la narración de "Mi Lala". Por otro lado, la novela no emplea la voz de primera persona sino la de un narrador que se refiere a "Mi Lala." En los primeros episodios, la anti-cronologia desconcierta porque leemos información que no parece relacionarse con lo conocido. Esta aparente falla se vuelve placer, ya que los hilos de Ia narrativa se van conectando poco a poco y el lector descubre las relaciones que se le escapaban.
La justa fatiga pudiera ser mucho más extensa. Los lectores que se interesan especialmente en la huelga de ferrocarrileros probablemente quisieran un tratamiento más detallado de ese hecho, puesto que es de importancia fundamental en la historia del México post-revolucionario. Sandoval la incluye como una parte de la vida de los ferrocarrileros, gente imprescindible en Ia proyección de la ciudad de central de la narración.
Otra posible extensión seria una caracterización mas completa de Máximo Atencio, especialmente respecto a su relación (posiblemente incestuosa) con su hermana. Evidentemente, el autor tomó la decisión de narrar preferentemente la historia de "Mi Lala", por lo tanto, La justa fatiga no es una "épica familiar" sino una historia de su protagonista, una mujer de múltiples facetas.
La abuela es el personaje central de la narrativa, una mujer extraordinaria, reminiscente de una invención de García Márquez, aunque con bien marcadas diferencias. Su historia abarca cuatro etapas de su vida marcadas por cuatro apodos distintos —La Niña Soledad, La Joven Pura, La comadre Coni Fanales y Mi Lala. La vemos como niña, como esposa (de mala gana) de un viejo, como amante y luego esposa legítima de un ferrocarrilero, como mujer independiente y como abuela.
La secuencia de episodios es anti­cronológica y pudiéramos suponer que corresponde a la experiencia de Máximo Atencio al escuchar la narración de "Mi Lala". Por otro lado, la novela no emplea la voz de primera persona sino la de un narrador que se refiere a "Mi Lala." En los primeros episodios, la anti-cronologia desconcierta porque leemos información que no parece relacionarse con lo conocido. Esta aparente falla se vuelve placer, ya que los hilos de Ia narrativa se van conectando poco a poco y el lector descubre las relaciones que se le escapaban.

IdiomaEspañol
EditorialEmooby
Fecha de lanzamiento13 jun 2011
ISBN9789898493446
La Justa Fatiga
Autor

Alejandro Sandoval Ávila

Aguascalientes, México, 1957Realizó estudios de Filología Hispánica en la Universidad Central de Cuba de 1976 a 1980.Publicaciones recientes:Archibaldo (novela para niños), Editorial Norma, México, 2007.Tercera Menor (poesía) Instituto Cultural Aguascalentense-Ediciones Sin Nombre, México, 2007.La noche es un tren (poesía para niños), editorial Anaya, España, 2008.Destierro (novela), Editorial Norma, México, 2010.Como pollos ¿y gatos? (novela para niños) Ediciones SM, México, 2010.Para despedir al abuelo (novela para niños) Ediciones SM, México, 2011.La justa fatiga (novela) edición digital, E-book Madeira, Portugal, 2011.Principales distinciones literarias que le han sido otorgadas:Premio “Poesía Joven de México”, 1974.Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”, 1982.Premio “El Barco de Vapor” (literatura para niños), 1997.En 2009, en febrero, la librería madrileña La Mar de Letras, especializada en literatura infantil y juvenil, declaró a La noche es un tren como el “Libro del Mes”.El Banco del Libro, organismo asentado en Venezuela pero con presencia en todo el mundo de habla hispana, reconoció, en mayo de 2009, al mismo poemario como uno de los cinco mejores libros para niños publicados en español durante 2008.Algunas responsabilidades que ha desempeñado por su actividad de escritor son:Presidente de la Asociación de Escritores de México (AEM) de 1992 a 1997.Miembro del Consejo Directivo de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) de 1992 a 1998.Jurado en diversas ocasiones de varios certámenes literarios, entre los cuales destacan:oPremio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”,oPremio Latinoamericano de Narrativa “Benemérito de América”,oPremio Nacional de Ensayo Literario “José Revueltas”,oPremio Nacional de Literatura Infantil “Juan de la Cabada”,oPremio Nacional de Novela “José Rubén Romero”.

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    La Justa Fatiga - Alejandro Sandoval Ávila

    JORNADA ÚNICA:

    I

    Máximo Atencio llegó como regresan los ausentes a quienes se ha extrañado durante mucho tiempo. Por lo menos, esa fue la primera sensación que él retendría. Llegó con la impresión de no haber dormido en varias noches y con la seguridad de que el sueño terminaría por encerrarlo en algún sitio. En el ambiente acababa de despabilarse el tenue calor de la mañana recién iniciada.

    Apenas dio los buenos días a quien le abrió la puerta. Entre la somnolencia de incontables noches sin completo dormir y el nerviosismo por pisar esa casa nuevamente, creyó que era su madre, rejuvenecida, la mujer que lanzara una exclamación al verlo entrar en la casa como un fantasma dispuesto a trastocarlo todo, como una ternura retomada después de haber sido condenada por el tiempo.

    Se dirigió, un poco tambaleante, hacia donde, años atrás, dejara su habitación. El simple deseo de reposar como desde la adolescencia no lo hiciese, pudo más que las escuetas ganas de abrazar a quien aún habitara en esa casa. Mientras caminaba hacia la que fue su habitación, alcanzó a comprender que en el pasillo faltaba la humedad matinal que la madre, con un balde de agua y una sartén, en alguna época se había encargado de conservar todos los días. Faltaba la exuberancia que apenas permitía el paso de las personas. Faltaba el caliche reluciente de las paredes y sobraba la palidez de un lapso a punto de consumarse. Se le hizo presente un calor atenuado, reseco, sobre todo cuando en el cuarto no encontró la cama cubierta con la colcha que siempre ligara a los recuerdos de casa y familia. Tampoco estaban los afiches que él se esforzara por pegar con cierto decoro, ni los libros amontonados en los rincones, ni sus dos o tres objetos colgados en las paredes. En el instante de tirarse a dormir advirtió el olor que las sábanas y el colchón despedían: se le despertaron sensaciones no conocidas en las noches de otras camas.

    Atencio llegó y se tiró a dormir con verdadero cansancio. Y sin embargo, el color de las hazañas desvaídas comenzó a posesionarse de él.

    Para evadirse buscó otra cosa.

    Entonces recordaste a la abuela.

    Te dedicaste a buscarla: anduviste por la casa, sin tomar plena conciencia de que el orden que añorabas ya no podía existir. Aun así, encontraste a Mi Lala refundida en el Cuarto de Siempre. Anduviste tanto, tocando cortinas, macetas húmedas por el agua que tu madre les había puesto al rayar el sol, husmeando los olores nocturnos que comenzaban a despejarse, espiando a tu hermana que ya se vestía como mujer, oyendo los cenzontles encaramados en su trino. Anduviste, en fin, casi como en tu hogar de años atrás, sólo faltó el brillo, posesión exclusiva de aquello que nunca fue condenado al olvido y amnistiado sólo para ventura de quien se hubiese negado a desarrollar la posibilidad de otros recuerdos, de otras nostalgias, de triunfos que ahora serían denegados.

    No era necesario entrar para saber que Mi Lala estaba justo en ese cuarto. El eco de barajar infinitas veces, partir y echar las cartas no cesaba su vigilancia. Tampoco el olor a botella de tequila recién destapada, o en todo caso los residuos de la bebida evaporándose en un rincón, condensándose en el siguiente, como tenaz ciclo para sostener las imágenes amenazadas por el continuo llegar, en cada avance, de cosas, cambios y hasta nombres, permaneciendo —a pesar de su entrada— ajenos por completo a ese cuartito. La casa toda lo resentía y el vínculo con el cuarto de Mi Lala se estableció apenas traspusiste el umbral. Sin embargo, el vínculo fue más rico que una simple irrupción, por mucho que Mi Lala estuviese preparada para ésta. El cuarto era mínimo, como mínimo también el devenir que hubiera logrado colocarse allí. Sólo la mujer estaba más erguida, sentada con la apostura del que anuncia su fatiga por lo mucho caminado.

    Máximo Atencio buscaba a la abuela.

    Le tuve miedo... Más que miedo era como un respeto medio místico... Se me figuraba una versión bondadosa de La Llorona, a esa imagen que usaban para aterrarnos. Siempre pensé que esa cara vestida de negro, esa ropa arrugada, ese rebozo entrecano, esa bondad desplegada al cruzar cada habitación, eran incapaces del menor mal. Mi Lala me llamaba Hijo como nunca lo hizo ni lo ha vuelto a hacer nadie... Los cuentos que contaba, en cierta medida, me parecían una metáfora de ella misma. Nos transmitía parte de su vida cuando hablaba cada noche, antes de dormir... Cosa curiosa, nos hablaba todas las noches y durante el día sólo nos miraba con sus ojos llenos de historias innombradas o innombrables, como si nosotros fuéramos los únicos capaces de tomar en serio aquellas cosas alucinantes. Me imagino que ahora será diferente, que ahora ya no podrá contarme esos cuentos como parábolas de su vida... No sé si todavía lo haga con mi hermana... Alguna vez nos contó lo de la Venada de Oro: Mi Lala es una Venada de Oro. Los peñascos aledaños a Tepetongo fueron testigos, se transformaron en catedral nada más para eso. ¿En cuál de las noches propicias el embrujo para transformar peñascos en arquitectura barroca sorprendió a un viajante trasnochado? El viajante se acercó a aquella deslumbrancia sonora y la descubrió: allí estaba ella maravillante, sola, viva, en medio de una concurrencia de muertos que nada más alzaron la cara para escupir terror a los pies del viajero que levantaba en brazos a Mi Lala. Por fin, quien hubo de gozar el esplendor de la Venada de Oro fue otro. Puedo adivinar que en la noche de la Santa Cruz, la noche de los constructores, fue cuando ella se atrevió a erigirse, como se erigieran, cada una de esas noches, entre los conjuros de las comadres, las piedras cortadas a tajo en una catedral llena de luces y cánticos. Así Mi Lala, fue una construcción que supo llenarse de dichas y resplandores. Eso adivino a través de las historias escuchadas en las noches de la infancia, historias que no he dejado de repetirme, como sortilegio contra un regreso fallido, siempre que sentía alejarme de las gentes que aquí dejara... Recordaba a la abuela que nunca vi comer, ni dormir, ni entrar al baño. La abuela que no podía dejar de beber tequila al amanecer. Su mirada era casi aguardentosa... Establecí la cercana similitud en mis primeras borracheras, cuando conocí las miradas alcoholizadas. Y sin embargo ella miraba como ninguno. Sus ojos no solamente tenían alcohol, aunque su presencia no era negada. Había en ellos horas de espera, días de viaje, cosas no vistas por otros, humo y rabia o amargura o historias deslavadas o aventuras que se niegan al olvido. Me fascinaba recibir a Mi Lala por las noches, para que nos hablara a Catalina y a mí. Pero si durante el día me topaba con ella por la casa, se me quitaban hasta las fuerzas. Sólo acertaba a pegarme a la pared. Ella se daba cuenta y nunca hizo nada por contrarrestar eso, como que creía que así deberían ser las cosas. Me hubiera gustado que me abrazara, que me besara, que fuera una abuela como son las abuelas. Se paseaba por los corredores de vez en cuando y nada más salía a la calle para llevarme a algún sitio, a la escuela casi siempre. Veía la calle desde la ventana y nunca pude sorprender ninguna expresión diferente a la de costumbre en sus ojos. Ahora que lo pienso: no creo que no saliera por miedo: más bien era como un hartazgo de mundo... Luego me olvidé de Mi Lala, me olvidé de su magia que tanto bien me hizo en mis primeros años, hice causa común con esa real injusticia producida por la despreocupación y por las ansias de querer cambiarlo todo. Así fue, hasta la noche anterior a mi partida: soñé con ella, soñé con cada una de sus historias, hasta con las que aún no ha contado, soñé con la magnitud de los viajes y por la mañana me sobrecogió la comprensión de esa magnitud.

    Atencio se acomodó en la silla que estaba frente a la abuela.

    Ella se encontraba detrás de una mesita y no dejaba de mirarlo. El encierro era la constante. Los ojos aún conservaban su esencia, pero tenían un brillo nuevo, casi cómplice. Máximo se sobrecogía al volverse a enfrentar con esa magia de siglos, acumulada por generaciones, cuya última representante familiar se encontraba frente a él. Lo sobrecogía esa actitud profunda que estaba impedido de compartir en el mismo sentido y, por ello, se obligaba a comprender.

    Con un cansado movimiento Mi Lala sacó de entre sus ropas un juego de cartas españolas. Barajó con calma, casi acariciando los naipes que de tan usados se negaban a acomodarse como ella quería. Se los

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