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Geoilusión: Un viaje sin final
Geoilusión: Un viaje sin final
Geoilusión: Un viaje sin final
Libro electrónico462 páginas6 horas

Geoilusión: Un viaje sin final

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Información de este libro electrónico

***EL LIBRO QUE DEBES LEER SI TE GUSTA VIAJAR POR EL MUNDO***
Relatos de andanzas por Medio Oriente, Europa, el Sudeste Asiático y Asia Oriental.
370 páginas que te van a nutrir de fascinantes historias contadas por un turista no convencional, hospedado por residentes locales, y recorriendo lugares remotos.

Qué cosas te van a sorprender de este libro:
>Los peligros de un aeropuerto en Rusia.
>Las conversaciones con un sabio sufí en Egipto.
>Cómo dejarlo todo para vivir en Japón.
>Cómo se puede ver al Papa en El Vaticano sin hacer una reserva.
>Las excentricidades que comen en China, en Taiwán... ¡Y en Laos!
>Que el mismísimo Marty Friedman te reconozca en Osaka.
>El café más caro del mundo en Indonesia.
>Los policías en Italia...
>Los borrachos en Polonia...
>Cómo ganar amigos en Dubai con sólo nombrar a Maradona.
>La amabilidad y hospitalidad de la gente en Siria y Serbia.
>Los relatos de un sobreviviente de la bomba atómica en Hiroshima.
>Las confesiones de las mujeres de cuello largo en Tailandia.
... ¡Y muchísimas anécdotas más!

Geoilusión es un viaje de lectura compartible, en el que cada uno de los lectores se sentirá parte apenas comience a acompañar al autor en sus decididos pasos.

IdiomaEspañol
EditorialDario Imaz
Fecha de lanzamiento2 may 2021
ISBN9781005183011
Geoilusión: Un viaje sin final
Autor

Dario Imaz

Nacido en Buenos Aires, Darío Imaz pasó su infancia con una guitarra en la mano y un libro en la otra. Alemán, inglés, francés, y japonés fueron algunos de los idiomas que comenzó a aprender, y atraído por las culturas del mundo, decidió recorrer tierras lejanas convirtiéndose así en un viajero incansable. Cursó la carrera de Estudios Orientales en la Universidad del Salvador (Bs.As.), además de estudiar árabe en la Universidad de Damasco, y japonés en la Universidad de Educación de Nara. Actualmente vive en Osaka, Japón, donde pasa sus días como profesor de español, traductor, maestro de ceremonias, y músico. Su último álbum Sincromelody está disponible en todas las plataformas digitales.

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    Geoilusión - Dario Imaz

    DARÍO IMAZ

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    Ediciones Elemento

    Imaz, Darío

    Geoilusión : un viaje sin final / Darío Imaz.

    - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Elemento, 2021.

    1. Crónica de Viajes. I. Título.

    CDD A863

    © Darío Imaz, 2021.

    © Ediciones Elemento, 2021.

    Ediciones Elemento Del Colegio 356 (6706) Jáuregui

    Tel.: 54 11 2250 4318

    Edición: Adriana Cabrera /adrianapcabrera@gmail.com Diseño: Silvana Marchetti / ilvimarchetti@gmail.com Fotografía de tapa: Darío Imaz / imazdario@gmail.com

    Todos los derechos reservados.

    A Lalo y Su.

    Porque además de traerme a este mundo, me dieron las alas para poder sobrevolar sus mares.

    Table of Contents

    Introducción

    Capítulo I: Descubriendo horizontes

    Al-Ándalus, un buen comienzo

    Un bazar lleno de magia

    Lazos de Amistad

    Maravillas históricas & naturales

    Tierra santa & embrollada

    Encuentros auténticos

    Una filosofía de vida

    Una emoción para siempre

    Buenos Aires un nuevo horizonte

    Capítulo II: Misión posible

    Noches blancas

    En la tierra de los mil lagos

    Síndrome del primer mundo

    A orillas del Øresund

    La familia unida

    Sobre puentes, plazas & decisiones

    Música para mis oídos

    Todos los caminos conducen a un castillo

    La reina del Danubio

    Tradiciones & mitos

    Espíritu eslavo

    Historia & naturaleza reunidas

    La Suiza de los Balcanes

    Tren de consecuencias

    Sin fronteras

    Melancolía não tem fim

    ¡Misión Cumplida!

    Capítulo III: Pensar en grande

    Japón

    Capítulo IV: Viviendo Asia

    Chino básico

    Primera victoria: la antigua Siam

    Café au Laos

    Entre el amor y el odio

    Todo nuevo bajo el sol

    Mezclasia

    ¿Quién te quita lo viajado?

    En la ciudad del León

    Estética & moral

    La isla hermosa

    De lujo

    Lluvia de aventuras

    Sinfonía de construcción

    Capítulo V: Un viaje sin final

    Introducción

    Comencé a escribir mi primer blog cuando decidí hacer el viaje por Medio Oriente hace catorce años. Pero desde muy pequeño leía mucho y sentía que necesitaba expresar y dejar escritos mis sentimientos o experiencias. En aquella época escribía poemas, letras de canciones… y hasta una novela que en realidad nunca terminé.

    Dicen que es mejor morir con recuerdos que con sueños. Bien, con esta publicación se hace realidad otro sueño y me hace feliz poder compartirlo con ustedes.

    Por supuesto, en esta vida nada es posible sin la ayuda de otras personas, directa o indirectamente. Por eso creo que una manera sincera de comenzar esta obra es agradeciendo. A mi familia nuclear, que siempre me apoyó en todo lo que me apasionaba y me dio las herramientas necesarias para lograrlo: el amor y la libertad, que en definitiva son la misma cosa. A mi esposa y mis dos hijos por acompañarme siempre de manera incondicional, incluso en este viaje literario. A los amigos y familiares que me hospedaron en sus hogares, ellos fueron mi familia durante el tiempo que me brindaron refugio y mi gratitud se extiende hasta el día de hoy. A todas las almas que encontré durante mis andanzas, porque ellos fueron sin dudas co-creadores de mis experiencias. A los amigos, aquellos que antes de mis viajes me motivaban, me daban su afecto y compartían mi entusiasmo. A Ariel Torres (autor de El Perro Cristiano, entre otras obras) que, sin saberlo, hizo posible este libro. A Adriana Cabrera (Ediciones Elemento) por su ayuda y dedicación para esta obra.

    ¿Qué no es este libro?

    No es una guía de viajes. Las estadísticas, los precios, la cotización de las monedas locales, etc., están expresados en los valores en el momento del recorrido.

    No es ficción. Así que todas las personas y eventos a los que hago referencia aquí son reales.

    Algunas indicaciones antes de comenzar a leer este texto.

    No haga esto en casa. No renuncie a su trabajo y se vaya a viajar por el mundo, no rompa las reglas sin conocer las consecuencias... A no ser que en su interior sienta -como me pasó a mí- que es una misión posible.

    Por otro lado, las opiniones que emito sobre la gente que habita en un determinado país o ciudad, son justamente eso: opiniones y están basadas en mi vivencia personal de ese momento. No es mi pretensión criticar y mucho menos juzgar. No soy el mismo que lo escribió hace diez años y quizás si mi viaje fuese hoy mi parecer sería diferente.

    En resumen, lo que quiero plantear con estas crónicas de andanzas por el gran pueblo llamado mundo es que la raíz de todo nuestro conocimiento está formada por las experiencias vividas y las personas que nos encontramos en el camino. Esos maestros que tal vez con un gesto, una palabra o una pequeña acción nos dejan una sabiduría perenne.

    Y si al recordarlos en estos relatos aún me siguen obsequiando sus enseñanzas, entonces todo me lleva a pensar que nosotros también estamos siendo maestros de alguien en este mismo momento.

    Capítulo I

    Descubriendo horizontes

    El mundo es un libro, y quienes no viajan leen sólo una página Atribuido a San Agustín.

    Al-Ándalus,  un buen comienzo

    Andalucía

    Salir del cascarón, atravesar los miedos, lanzarse a lo desconocido... en fin, animarse.

    Esta sería la primera de las tres veces en las que renunciaría a mi trabajo para irme de viaje. Para los que saben el esfuerzo que necesita una persona promedio en Argentina para reunir cada peso, cada dólar, para realizar semejante aventura también sabrán entender que la odisea, en realidad, comenzó mucho antes de poner un pie en el avión.

    Entonces… cómo no comenzar el viaje en el antiguo emirato de Córdoba, en Andalucía. O mejor dicho Al-Ándalus, nombre que los musulmanes le dieron a la península ibérica cuando la dominaron entre los años 711 y 1492.

    Durante esos largos siglos, los árabes influenciaron en gran medida a nuestro querido castellano y, de hecho, se dice que más de cuatro mil palabras del léxico español provienen de esta lengua semítica. Como dato anecdótico, mucha literatura y textos de la época estaban escritos con caracteres árabes, por musulmanes que vivían especialmente en las regiones de Castilla y Aragón. Esta escritura del español con alfabetos arábigos se denomina aljamía y es para mí extraordinario pensar que, si la fortuna de los musulmanes en España hubiese sido distinta quizás, y sólo quizás, ahora estaría escribiendo en árabe.

    Es nada más que una fantasía, pero de la imaginación también nace la creación. Y lo sé porque con mi querido amigo de la escuela secundaria, Leo, siempre imaginábamos y nos ilusionábamos con cómo sería vivir en el exterior.

    Hoy, él vive muy feliz en Andalucía con su familia. Pero para lograrlo tuvo que lanzarse a lo desconocido, atravesar los miedos, sacar fuerzas y animarse.

    El día de Nochebuena fuimos de tapas con mi gran amigo, nos acompañaba también Eva y algunos de sus amigos. Comenzamos a eso de las tres de la tarde, en un bar tomando vino dulce, luego fuimos de un bar a otro, picando langostinos, carne picante, callos, jamón serrano, quesos, y todo tipo de mariscos. Obviamente todo esto siempre acompañando al artista principal: el vino. Se toma mucho, no sé si por las fiestas, pero aquí se toma mucho.

    Pasamos Nochebuena y Navidad en Estepona, donde también vive la familia argentina de Leo, y la verdad es que sentí como si nunca hubiese salido de casa. La comida era tan buena que creo haber engordado un kilo, y todavía no había llegado a la semana de viaje.

    El día 25 por la tarde fuimos a pasear por las playas de Estepona y por Puerto Banús en Marbella. Los yates, las tiendas de Armani, Versace, Louis Vuitton, los lujosos restaurantes, todo es ostentoso y hace de esta ciudad un lugar exclusivo con precios exclusivos, por supuesto. Al siguiente día, me tomé bien temprano el autobús desde Málaga hasta Granada, mi objetivo principal era conocer una de las joyas de Al-Ándalus: La Alhambra (Al-Hamrah, que significa La colorada, en árabe).

    Es hermoso cuando un lugar te regala mucho más de lo que esperás. Bien... eso es lo que me pasó aquí. La ciudad de Granada me sorprendió gratamente, por su dinámica, su movimiento, y su encanto. Después de bajarme en la catedral, caminé la cuesta que me llevó a La Alhambra. A medida que iba llegando mi corazón palpitaba cada vez más fuerte... y no, no hablo sobre la emoción que me invadía de conocer algo con tanta historia... sino que los más de mil doscientos metros de caminata empinada me habían cansado muchísimo. Había comido demasiado esa Navidad.

    Ya instalado en la parte superior, me enteré que en esa fecha, y por única vez, habían abierto dos exposiciones. Una sobre Cristóbal Colón, en el Museo de Bellas Artes de Granada dentro de la Alhambra, que narra la historia del explorador recorriendo su vida familiar, bagaje cultural, sus viajes, etc, todo con manuscritos y cartas originales de puño y letra. La otra sorpresa la tuve al enterarme de que una exposición de gran envergadura, como la de los jarrones que utilizaban en la época de los califas en Al-Ándalus, tenía lugar desde esa Navidad, hasta marzo del siguiente año.

    Cuando ingresé a los palacios Nazaríes flipé, como dicen aquí. La verdad es que, desde la arquitectura, los sonidos, hasta el aroma de La Alhambra es encantador. Cada segundo que pasaba quería retenerlo en mi mente, pero lo máximo que pude hacer fue tomar muchas fotos. Había una numerosa familia de árabes, aunque no podía discernir de qué país eran nativos. Luego de saludarlos me puse a conversar con ellos. El hombre me preguntó si por el acento era del Líbano, lo cual me puso muy contento. Tanto tiempo de estudio de idioma árabe en la Asociación Drusa con mi profesor Mohsen habían valido la pena. Lo cierto es que la familia era de Arabia Saudita y el hombre, al verme solo, se ofreció a sacarme fotos.

    Otra cosa que me fascinó fueron los jardines, que transmiten mucha paz. Oír el sonido del agua que cae en las fuentes genera una serenidad tan grande, que no paro de imaginarme como serían esos días donde se alojaban el emir y la corte del reino Nazarí.

    Tenía pensado ir a Sevilla, pero como toma tres horas y media desde aquí, decidí recorrer un poco más esta ciudad por la costa, y ver otros encantos de Benalmádena y sus alrededores. ¡Que lindo tener esa libertad de decir: Hoy voy para acá, o mejor para allá!.

    No me arrepiento de haber elegido recorrer Málaga y conocer un poco más de sus alrededores, pues pasé un día hermoso. Eva me hizo de guía y fuimos a pasear por Benalmádena, Fuengirona y Málaga. En Fuengirona nos encontramos con una estupa budista, para mi sorpresa, ¡y para la de Eva!, que vivió más de treinta años aquí pensando que era una mezquita.

    La vista desde las montañas fue fabulosa... y luego nos encaminamos hacia Benalmádena. El día estaba un poco nublado, pero así y todo el paisaje ayudó muchísimo para que mi último día en Andalucía sea maravilloso. En Puerto Marina (el centro de Benalmádena) nos encontramos con una cantidad enorme de yates y con muchísimos restaurantes que hacen a la buena vida de los turistas (en su mayoría europeos) y de los que viven allí. Hasta pudimos ver la casa de Antonio Banderas en una de las islas de Puerto Marina. Ya en el centro de Málaga pasamos por la catedral y nos quedamos caminando por el centro de la ciudad.

    Por último, con Leo, visitamos el Museo Picasso y la casa donde nació el artista español. No soy un experto en pinturas ni mucho menos, pero fue una linda experiencia haber visto los famosos cuadros de Pablo Picasso cara a cara.

    Desde Málaga viajé hasta Madrid en autobús, y luego de una fugaz recorrida por la capital española me dirigí hacia el aeropuerto. Perdón Madrid, pensaba, pero la antigua Constantinopla me está esperando.

    Ahora sí, a abrocharse los cinturones.

    Un bazar lleno de magia

    Estambul

    Desde que vi la ciudad de Estambul, toda iluminada a través de la ventanilla del avión de Turkish Airlines quedé asombrado de su belleza, y esa admiración no ha cambiado hasta ahora.

    Cuando salí del aeropuerto tomé un autobús que me llevó a Taksim, uno de los principales centros de Estambul, donde mi amiga Derya me esperó para hospedarme en su casa. En el trayecto del aeropuerto al centro pude deleitarme con la preciosa vista desde el puente Galata, con las luces de la ciudad y una increíble fuente luminosa que surge desde el medio del estrecho del Bósforo.

    Visitamos la zona de Beşiktaş, donde se encuentra el estadio de ese equipo de fútbol (los turcos son muy fanáticos) y el palacio Dolmabahçe. Éste fue construido a mediados del siglo XIX y se utilizaba, básicamente, para recibir a los embajadores o como residencia para los invitados del Estado.

    En Dolmabahçe había desde sillas de cristal, hasta vasijas y muebles de oro puro. Aunque lo mejor del palacio fue el billete de entrada(!?). El costo para los extranjeros era de veinticuatro liras... pero Derya, mostrando su carnet de estudiante turca, hizo que pagáramos solamente seis liras los dos. La única condición para mí fue poner un poco de cara de turco, y eso aparentemente no me costó demasiado. Dentro de Dolmabahçe también está el museo de los relojes del palacio, donde se exponen todas las piezas que les regalaban a los sultanes desde todo el mundo y además algunos hechos especialmente para ellos con números turcos antiguos. Como si fuera poco, la vista que daba al Bósforo desde el palacio ¡era sensacional!

    Después del palacio, fuimos a la mezquita Dolmabahçe. Técnicamente es la primera mezquita que visito y la verdad es que se siente mucha paz ahí adentro. El techo bien alto y con una acústica fenomenal, las ventanas parecían aislar el sonido, pero dejaban pasar la luz y el aire.

    Una figura importante, que sí no se puede dejar pasar por alto aquí en Turquía es Atatürk, el creador de la República de Turquía. Para muchos aquí es como un prócer, un símbolo y un ejemplo nacional. El servicio militar es obligatorio en este país, y eso creo que contesta a mi antigua pregunta de por qué Turquía tiene una fuerza militar tan importante. Aunque la vida aquí es relativamente tranquila, también se ven por las calles cartoneros y gente pidiendo limosna. Claro, esta es una ciudad enorme de más de quince millones de habitantes -la más poblada de Europa-. Por eso no está exenta de los robos o los peligros a los que está expuesta una metrópoli de semejante magnitud.

    La verdad es que me gusta mucho poder vivir y respirar la auténtica Estambul, esa es la ventaja de estar con Derya, Duygu (su hermana) y Meral (su tía), quienes además de ser personas de un gran corazón saben mucho de su ciudad natal.

    Ortaköy es un lugar precioso donde se pueden ver pasar los ferries y disfrutar de una hermosa vista tomando café turco (¡cosa que hicimos!). Cuando salimos del café escuchamos desde los minaretes de la mezquita de Ortaköy el típico sonido de la adhan, la llamada a la oración para convocar a los fieles del islam.

    Por la noche fuimos a Taksim y disfrutamos del paseo caminando por la peatonal, aunque muchos taxistas no respetan ese término.

    Algunas de las delicias que he probado aquí hasta el momento: kuru fasulye (sopa de frijoles blancos), bulgur pilavı (parecido al cous cous), pancar (ensalada de betarraga con yogurt), tahin pekmez (literalmente tahini y melaza, un postre exquisito), zeytinyağlı pırasa (estofado de puerros), pide döner (conocido también como shawarma), iskender kebap (una variante del döner kebab preparado con tiras finas de carne con salsa de tomate, una bomba pero riquísimo), kestane (castañas calientes), simit (pan con semillas), türk lokumu (delicias turcas dulces), rakı (anís), kereviz (verduras varias), leblebi (sopa de espinaca con garbanzos), y ayva tatlısı (postre tradicional hecho a base de membrillos y azúcar), entre otras.

    Las imágenes que veía en videos o fotos de viajeros que me alucinaban y me dejaban unos largos minutos mirándolas, se me hicieron realidad en el día de ayer. Fue una sensación hermosa poder contemplar con mis propios ojos Hagia Sophia, la mezquita de Sultanahmet, el gran bazar, la Yerebatan Sarnıcı (La Cisterna Basílica), la mezquita Nueva (Yeni Camii) y el hipódromo.

    En la mezquita Nueva volví a sentir esa tranquilidad que me había dado el día anterior la mezquita Dolmabahçe, sin embargo, la cantidad de gente que la visitaba (casi todos turistas) le quitaba un poco el color y la impresión de ser un templo. En Estambul, las mujeres pueden ingresar a las mezquitas sin el velo que cubre sus cabezas (conocido como hiyab). Sin embargo, me comentaban Derya y su hermana que el nuevo gobierno turco (muy poco aceptado, según ellas) quería imponer una república islámica, como Irán, pero aquí la gente ya se ha acostumbrado a vivir como los europeos y a convivir pacíficamente con las culturas de oriente.

    La Cisterna de Yerebatan está situada frente al museo de Santa Sofía y era el lugar en donde se guardaba el agua dulce ante el peligro de que los enemigos rompiesen el acueducto que abastecía a la ciudad. Construida en el año 532, durante el Imperio Bizantino, es la más importante de las sesenta que hay en Estambul.

    Visitamos el hipódromo, que está ubicado en la actual plaza de Sultan Ahmet, en el corazón turístico de Estambul. En el hipódromo se encuentra el Obelisco Egipcio, que es el monumento más antiguo de la ciudad, lo cual es mucho decir. Tiene unos 3500 años y fue construido por el faraón Tutmoises III para conmemorar su victoria sobre Mesopotamia.

    El museo de Santa Sofía (Hagia Sophia o Sabiduría Sagrada), era originalmente una iglesia construida por el emperador bizantino Constantino en el 360 y, luego de quemarse, se volvió a construir otra en el 406 bajo el mando de Teodosio. En 1453 Fatıh Sultan Mehmet convirtió Santa Sofía en una mezquita, y como está prohibido para los musulmanes orar en lugares donde hay imágenes religiosas, los mosaicos fueron recubiertos. Después de la proclamación de la República de Turquía, por orden de Atatürk, se cerró para restaurarla y se abrió nuevamente en 1935 como museo.

    Realmente me pareció increíble poder apreciar esos mosaicos con el rostro de Cristo, María o Juan el Bautista y a su lado unos paneles que imploran Allah u Akbar (Dios es el más grande).

    Entre los años 1609 y 1616 se construyó en Estambul una de las mezquitas más grandes y más importantes para el islam La Sultanahmet Camii o Mezquita Azul. Esta tiene la particularidad de tener seis minaretes, a diferencia de la mayoría que posee cuatro y es la segunda mezquita con más minaretes, después de la de La Meca. La mezquita de Sultanahmet me pareció la más magistral de las que visité hasta ahora.

    Después de haber conocido estos dos increíbles monumentos, nos dirigimos a un lugar mágico, quizás el sitio turístico más conocido de Turquía: el Gran Bazar (en turco, kapalıçarşı). El Gran Bazar tiene más de treinta y cinco hectáreas y poco más de cuatro mil tiendas. Además, creado en 1455, es uno de los más grandes y antiguos mercados cubiertos del mundo.

    El color y el sonido del Gran Bazar me parecieron fabulosos, creo que la gente que trabaja allí se divierte muchísimo. El regateo es algo constante, los precios no son fijos, por lo que cada uno debe pelear por el artículo que quiere comprar. Claro está, para los turistas todo es más caro... aunque ese no fue mi caso porque yo estaba con dos amigas turcas y su tía, y gracias a esta última pude conseguir dos bufandas a menor precio que el de una. Fue muy entretenido ver a una profesional en acción. Las especias son algo para destacar, el aroma combinado con los gritos de los vendedores: ¡Buyurun, buyurun! es realmente un espectáculo en sí mismo.

    Anatolia 

    Yeni yıl! (Feliz año nuevo)

    El último día del año lo terminé entre Europa y Asia… y ¡no podría haber sido mejor!

    Visitamos el palacio Topkapı, uno de los lugares más importantes de toda Turquía, tanto por su historia como por sus reliquias. Y justamente eso fue lo que más me deslumbró. La seguridad dentro del palacio era muy estricta, en los demás lugares no se permitía sacar fotos con flash, pero aquí directamente ni estaban permitidas las fotografías.

    El palacio tiene unas vistas hermosas al estrecho de Estambul y de las mezquitas, y uno hasta puede sentir la majestuosidad con la que vivían los otomanos en esa época. Los anillos de oro, las dagas, espadas y los utensilios que pude ver en las vidrieras dentro del palacio fueron sensacionales. Aunque el punto álgido para mí fue ver las reliquias de Juan el Bautista y el Profeta Mahoma.

    En el sector donde estaban las huellas de Muhammad y uno de sus dientes, cabellos, etc., había muchísima seguridad por lo que nadie se atrevería a tomar fotos, y también por respeto, claro.

    No obstante, en la parte donde estaba la mano de Juan el Bautista no pude resistir la tentación y casi, por medio de un estado de fascinación hipnótica, mi dedo presionó el botón que me haría ganar una foto, y junto a ella una montaña de términos indescifrables en turco, árabe, kurdo y/o afgano (!?) de parte de los guardias del lugar. Probablemente esta haya sido la única vez en la que me alegré de no entender un idioma extranjero.

    En el área donde estaban las reliquias del Profeta del Islam había una persona recitando el Corán por los altoparlantes ¡se me puso la piel de gallina! Luego me comentaron que en ese recinto se recita el Corán las veinticuatro horas del día. Sumado a esto, una familia árabe a mi lado rodeaba las reliquias del Profeta y cada uno rezaba en voz baja. Aunque uno no sea practicante del islamismo, no puede dejar de emocionarse frente a estas cosas. En ese momento se me cruzaron por la cabeza todos mis amigos musulmanes… ¡cuánto hubiera deseado que ellos estén en ese lugar conmigo!

    Por la noche nos esperaba el Año Nuevo y, en la zona de Taksim, el gobierno turco había preparado un escenario donde Djs y bandas de Pop tocaron para miles de personas. Estuvimos solamente un rato porque la verdad es que había muchas personas con algunas copas de más y el ambiente se estaba poniendo un poco denso. Por eso decidimos terminar el año en una discoteca.

    Al día siguiente me enteré por la TV que una persona había muerto de un balazo en el mismo lugar donde habíamos estado, evidentemente fue una buena decisión ir a la disco, y terminar el año con una versión remixada del tema de Europe The Final Countdown.

    El primer día del año tomamos con Derya un ferry que recorrió el Bósforo, llegó a Anatolia (en el continente asiático) y luego volvió a la Estambul Europea. El paisaje fue conmovedor y yo me la pasé diciéndole a Derya: ¡Que suerte tenés de vivir acá!.

    La bandera turca se ve en todos lados, hay como un nacionalismo profundo en todo el país... un amigo de Derya me dijo un día que cualquiera daría su vida por Turquía. Y yo reflexionaba, ¿cuántos darían la vida por su país?

    Terminé mi último día paseando por un centro comercial, el más grande de Europa y el segundo más grande del mundo. Sí, sí... Estambul lo tiene todo, es una perfecta combinación del pasado y el presente, un puente que une Oriente y Occidente. Y con sus brazos abiertos me recibió de tal forma que, mientras la contemplaba por última vez desde la ventanilla del autobús y veía a una cabizbaja Derya mirarme por última vez con sus ojos negros, no pude resistir que una lágrima se escapara de mis ojos.

    Antioquía

    Arribar al aeropuerto de Adana fue toda una experiencia. No se imaginan lo que fue la estación de autobuses de esa ciudad. Todos gritando (¡en turco, claro!), corriendo, alterados, y yo con mi turco de supervivencia preguntando como ir hasta Antakya (Antioquía). Se me acercó un chico de 12 o 13 años y me llevó hasta la ventanilla donde vendían los boletos, compré el pasaje y el chico con su enorme amabilidad me indicó el camino de la terminal y luego ¡se fue corriendo!

    Lo busqué para darle una propina, hasta que lo vi y le di unas liras... me miró con una felicidad auténtica y me saludó con su mano, apoyándola en la cabeza e inclinándose (como hacen por costumbre en esta región).

    Cuando llegué a Antioquía a la medianoche, me estaba esperando Ilker (un amigo de Derya) y su padre. Desde el momento en que llegué, tanto Ilker como su familia, me atendieron como si fuera un familiar suyo. No tengo palabras de agradecimiento para esta gente que además de hospedarme me mostró la ciudad y me enseñó cosas históricas y tradiciones locales.

    Lo primero que visitamos fue la iglesia de San Pedro. ¡La primera iglesia de la historia!, y no sólo eso, en Antioquía es donde los cristianos fueron llamados por primera vez cristianos. La iglesia es sencilla, aunque contaba con un sistema que traía agua de las montañas para bautizar.

    El sólo hecho de pisar la tierra que el apóstol San Pablo pisó y donde predicó, era para mí suficiente... pero había más de lo que imaginaba en la capital de la provincia de Hatay.

    La iglesia de San Pedro se encuentra en unas cuevas en medio de las montañas. Unos locales nos comentaron que, debido a que tenían que escaparse al ser perseguidos, los primeros cristianos de la historia se escondían allí. Unos metros más arriba, casi escalando las montañas, llegamos a un lugar donde había un monumento a la Virgen María, un poco destruido por el viento y las lluvias de la zona.

    Visitamos el museo de los mosaicos, el segundo más importante del mundo, donde me asombró la calidad y el buen estado que mantenían, a pesar de tener más de mil quinientos años. Luego de ver los mosaicos y algunas joyas y utensilios de los hititas, dimos un paseo bordeando el río Orontes y comimos un kebab de pollo excelente, típico de Antioquía.

    La tradición del jarrón con agua

    Ilker debía volver a Estambul y yo ya tenía el pasaje de autobús hacia Damasco. Cuando salimos de la casa, comenzamos a poner las cosas en el auto de su padre, y en ese momento nos vinieron a saludar su tía y su abuelo.

    Luego de las bendiciones que usualmente se suelen decir aquí antes de los viajes, subimos al auto. Yo había visto que la tía de Ilker tenía un jarrón con agua en su mano, pero lo que no sabía era que lo iba a tirar detrás nuestro cuando el auto arrancara. A los pocos minutos del recorrido, Ilker me explicó que es una tradición cuando una persona viaja muchos kilómetros tirarle agua a sus espaldas y decirle: Vayan como el agua y regresen como el agua...

    Lazos de Amistad

    Damasco

    El viaje desde Antioquía a Damasco fue entretenido, especialmente cuando llegamos a la frontera turco-siria. La zona está absolutamente militarizada, y tuvimos que descender del autobús varias veces para presentar los pasaportes. La mayoría de los tripulantes eran turcos o sirios... excepto yo. No tuve inconvenientes, pero los oficiales se sorprendían de mi nacionalidad. ¿Qué hace un argentino en la frontera entre Turquía y Siria? seguro pensaban.

    Lo cierto es que esta vez no me animé a tomar una foto para que puedan ver el lugar. ¡Las caripelas! (2 x 1000) de los militares turcos no eran de sonrisas ¡ni mucho menos!

    Luego de cruzar la frontera, la primera parada la hicimos en Homs. Ahí Nadya, una chica kurda, me ayudó a cambiar liras sirias. Ella hablaba solamente, turco, kurdo y árabe... por lo que tuve que comenzar a esforzarme y practicar el idioma árabe, después de todo ese era uno de los objetivos principales de esta aventura. Desde Homs hasta Damasco el viaje se hizo placentero, contemplando el árido suelo sirio. Un vez en Damasco, Nadya junto a sus primos que viven en la capital siria, me ayudaron a conseguir un teléfono para comunicarme con una conocida que iba a estudiar aquí y me conseguiría un alojamiento.

    Estuvimos como una hora hasta que finalmente me comuniqué. Tanto Nadya como sus primos fueron extremadamente amables conmigo. ¡Espero verlos en estos días!

    Finalmente, me contacté con Matilda, una sueca que estudia árabe aquí y me consiguió un lugar para estudiantes en el barrio cristiano, dentro de lo que es la ciudad antigua de Damasco.

    Por la mañana fui a la mezquita Omeya, el único lugar abierto teniendo en cuenta que los viernes aquí es feriado (como el Shabat judío).

    La mezquita es la tercera en importancia luego de la Meca y la de Medina en Arabia Saudita y realmente fue emocionante escuchar al almuecín convocar a los fieles desde los parlantes del minarete de Jesús (llamado así porque dicen que Jesús, en el día del juicio final, vendrá a orar desde este alminar).

    Yo no sabía que los turistas pagaban una entrada a la mezquita, así que entré por la entrada local... ahora bien, no sé si fue por la barba que me dejé crecer o porque tengo cara de sirio, pero pasé como uno más.

    Dentro de la mezquita está la tumba de Juan el Bautista, muy admirada y contemplada tanto por musulmanes como por cristianos. En un momento, me senté junto a los musulmanes que estaban rezando frente a las palabras de un sheij, o sacerdote del islam, me quedé como cuarenta minutos mientras escuchaba el canto del Corán y las alabanzas a Dios, fue un tiempo de profunda serenidad. Después de visitar la mezquita, fui a la casa de San Ananías, famoso por haber sido quien bautizó a San Pablo, y también me quedé un rato disfrutando la paz y la belleza de la pequeña iglesia que hay en la antigua casa del santo cristiano.

    Maalula

    Maalula es un pequeño pueblo a unos sesenta kilómetros al norte de Damasco. Cuando me acerqué a la estación de autobuses y mini-buses preguntando cómo llegar a Maalula... todos parecían estar desconcertados: No hay nada en Maalula, ¿para qué quieres ir a Maalula?. Sin embargo, para mí, haber estado en ese pequeño pueblo fue una de las experiencias más auténticas de este viaje. El micro color violeta que me llevó hasta Maalula estaba hecho pedazos.

    Parecía el colectivo de la línea 293 que va de Avellaneda a Solano, pero después de haber sufrido un incendio.

    Como si fuese poco, el pueblo se encuentra ubicado en medio de las montañas, y se podía llegar ahí solamente a través de una ruta escarpada no apta para desarrollar altas velocidades.

    Lo primero que visité fue el convento de Santa Tecla. Recorrí un poco el lugar y luego fui a la iglesia ubicada dentro del convento. Esa iglesia me transmitió una paz muy profunda, no sé si por el aroma a incienso o por el brillo que las velas le daban al recinto, lo cierto es que me sentí con una serenidad inigualable allí dentro. De hecho, me quedé sentado en soledad en uno de los asientos más de media hora contemplando la belleza de los cuadros del templo. Dentro del convento estaba también la tumba de Santa Tecla pero, aunque un chico lituano de muy buena voluntad quiso ayudarme, no pude visitarla porque estaba cerrada.

    Saliendo del convento me dirigí hacia el monasterio de San Sergio (en árabe, Mar Sarkis). El camino fue largo: tuve que bajar desde la altura de Santa Tecla hasta el centro del pueblo, luego subir por el camino montañoso hasta llegar al monasterio que está ubicado, literalmente, en el medio de unas rocas. La construcción es muy sencilla, sin embargo tiene unos íconos religiosos que están entre los más antiguos del mundo. No sólo eso, el altar que tiene la capilla es pagano y se utilizó en las primeras épocas de la historia del cristianismo, lo que demuestra la antigüedad de este templo.

    Lo más hermoso que me pasó en Maalula fue justamente dentro de la capilla del monasterio San Sergio. La chica que nos enseñó el monasterio y nos contó su historia, a modo de guía turística, nos hizo un regalo especial: nos recitó el Padre Nuestro, en arameo.

    Maalula es una de las tres únicas ciudades del mundo en las que aún se habla arameo (el idioma que hablaba Jesús) y es la única de las tres que es cristiana y lucha por mantener viva esta lengua semítica. Nisreen cerró los ojos, se hizo la señal de la cruz y comenzó a orar... Abbun debashmaia...

    Dentro de la capilla estaba prohibido tomar fotos y filmar. Sin embargo, al terminar el tour tuvimos una larga charla con Nisreen sobre la historia del monasterio, los idiomas, mis estudios orientales en la universidad, la vida en Siria, etc... y como favor especial le pedí si podía recitar el Padre Nuestro mientras yo la filmaba... aceptó. Mi agradecimiento dura hasta el día de hoy.

    Palmira

    Ayer me levanté a las 5:30 de la mañana para ir a Palmira (o Tadmur, en árabe nombre original del oasis que significa ciudad de los árboles de dátil). No me sentía bien del estómago, pero junté fuerzas y me fui hasta la estación de autobuses. Allí me tomé el micro que en cuatro horas arribó a la ciudad de Tadmur.

    Apenas bajé del transporte, sentí el acoso de los taxistas y de las personas que trabajan haciendo tours con unas furgonetas, que intentaban que tomara el servicio con ellos. Tuve que poner en práctica el idioma árabe y regatear todo lo posible para poder obtener un precio razonable, no fue fácil. El servicio incluyó llevarme a todos los sitios turísticos, esperarme y luego llevarme a la estación para volver a Damasco.  La ciudad de Palmira fue creada alrededor del año 270 por la reina Zenobia durante el reinado nabateo y es una de las visitas turísticas más concurridas de Siria.

    Lo primero que vi fue un castillo que se encuentra al subir una montaña: la vista fue espectacular. Se podían ver las antiguas ruinas y de fondo la actual y modesta ciudad de Tadmur. Después fuimos

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