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Obertura: Universo19
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Libro electrónico290 páginas3 horas

Obertura: Universo19

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¿Cuál es el 19 o el 18? ¿cuáles son anteriores a los siguientes? No hay ni 17 ni 18 universos, así como tampoco existe nomenclatura alguna para organizarlos.


En el Universo17 del camino de Yehero, oscuridad es lo único que recuerdan los memges cuando despiertan y solamente il posee la facultad de soñar. Las experiencias que tiene mientras duerme son los vestigios de un cosmos que logró ser consciente de sí mismo y que agonizante en la singularidad del espacio-tiempo superó sus propios límites físicos y se materializó en un huésped de otra dimensión. 

Yehero, debe elegir entre una vida ordinaria pero feliz en compañía de Áitapih, su vínculo terrenal, o sacrificar su lapso de existencia y utilizar los conocimientos de ese universo gemelo que ahora habita en su mente, para dirigir a las civilizaciones hacia un nivel evolutivo en el que sean capaces de comprender y luego equilibrar las leyes físicas que de manera inevitable llevarán al universo17 a su destrucción.

IdiomaEspañol
EditorialUniverso19
Fecha de lanzamiento24 sept 2019
ISBN9781393083900
Obertura: Universo19
Autor

Antonio Lamat

Garzón, Huila 1989. Antonio Lamat desde el ámbito legal existe hace relativamente poco, a pesar de que su cuerpo ya ronda las tres décadas de existencia. Ese cuerpo, a los 17 años empezó la carrera de diseño gráfico y para entonces ya llevaba mucho tiempo dibujando. Fue durante la universidad –aunque no gracias a ella–, cuando descubriría un gran amor por las letras y la escritura, sobre todo en muros y calles, en vallas y latas de construcción. Así nació Antonio y con él Universo19, siendo Obertura, su primera novela.

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    Obertura - Antonio Lamat

    Inconcluso diecinueve, le falta uno para veinte,

    supera por nueve al diez.

    Es el octavo primo y un número feliz.

    El uno es el comienzo, el nueve es el final, y la suma de ambos es el perfecto diez: el principio y la nada.

    BARCOS DE PAPEL

    Río Yuma, Colombia, 19 de septiembre de 1999.

    GOTAS GLACIARES CAEN dentro del lago de un páramo, en la solitaria cumbre de la cordillera. Alimentan un tranquilo riachuelo que comienza su recorrido entre frailejones escondidos en la niebla y desciende por el bosque para unirse a ciertos arroyos que desean ser parte de esta historia. Saltando entre las peñas, incontables chispas fluviales encandilan con su resplandor a las miradas que se atreven a retar el reflejo del astro primordial, que altivo como la única isla del océano celestial, irradia su poder desde el incandescente cenit. El caudal de biomasa del macizo montañoso se ha transformado en el río Yuma, el cual atraviesa la selva tropical mientras visita algunos pueblos, acompañado por ceibas, nutrias, mojarras, mangos, loros y el olor de húmedas brisas. Durante la travesía, su torrente es cautivado por una joven mujer, quien intercalando chapuzones y baños de sol, observa pensativa al creador de un posible universo.

    Después de ochenta y cinco pensamientos, ella reúne el valor suficiente para acercarse al muchacho de piel pálida acurrucado en la orilla, junto a un racimo al que le queda el último banano, y le dice:

    —Oye: es la una de la tarde y no veo nubes en el cielo. Me preocupa que un blanquito como tú pase horas en cuclillas, con la espalda descubierta bajo este solazo; al menos aplícate filtro solar, si no quieres recordar con dolor esta tarde tan caliente.

    —Eso no sonó muy natural. ¿Estuviste practicando lo que me dirías mientras me espiabas? ¡Vete, niña! Estoy ocupado. No interrumpas mis pensamientos, son más importantes que cualquier cosa que me puedas decir —musitó apáticamente el joven lampiño. Apenas era posible descifrar sus palabras, estas se alineaban de manera armoniosa con el estruendo del agua y la trova del bosque. Él ni siquiera desvió su mirada de la escena del naufragio de su última historia, que intentaba navegar sobre las arcillosas olas del Yuma.

    —Pues sí, ¡tal vez lo practiqué! Tal vez también imaginé tus respuestas. Tal vez yo ya me voy y te dejo solo con tu sarcasmo...

    Ella respira sonoramente y con evidente enojo. Da media vuelta para marcharse, pero inexplicablemente se devuelve. Intenta decir algo, se arrepiente y de nuevo retrocede. Al fin, sin más titubeos, se acerca y lanza toda su ironía en cortas frases.

    —Pensaba que un fabricante de barquitos de papel junto al río sería alguien interesante. No niego que componías una escena hermosa para guardar como un bonito recuerdo, pero tuve que acercarme y destruir la magia: lo único que haces es arrojar basura con tus horribles barcos. ¡Deberías tomar clases de origami! ¡Adiós!

    —¡Espera! ¡No te vayas! Hace poco imaginé que vendrías y tu voz me hace recordar el futuro —dice él con un gesto de arrepentimiento, mientras lentamente se voltea en cuclillas. Su mirada baja se estrella contra las firmes piernas de la intrusa. Con su visión periférica logra apreciar la actitud desafiante de los brazos cruzados, y por varios segundos, sin pronunciar palabra alguna, observa los pies de la chica hasta que decide romper el hielo—. Tienes unos dedos meñiques muy bonitos, sin uñeros y con muy poquita mugre. No están apachurrados, las uñas están completas... Ni siquiera esos raspones en tus rodillas evitan que luzcas tus largas piernas. Sin embargo no quiero ver tu rostro, todavía, porque espero que seas muy fea, ya que insultaste a mis barquitos de papel.

    Ella se mantiene en silencio, de pie y erguida, con las piernas ligeramente abiertas y los brazos cerrados; así lo observa desde su posición elevada, esperando intercambiar una primera mirada. Él entiende su mutismo y prosigue con su monólogo.

    —Fuiste graciosa, pero estuvo mejor tu odiosa respuesta. Ya conozco dos de tus extremos; sin embargo, sería interesante descubrir los intermedios, como tu ombligo, el cual es bastante normal. ¿Qué puedo decir de él? Es un ombligo promedio en un lindo abdomen. De ahora en adelante voy a evitar las descripciones, pues tengo un par de buenas razones. ¡Créeme! Además, sin querer, ya vi tu no tan feo rostro.

    Él se pone de pie y la enfrenta. Un par de pobladas cejas negras se fruncen para proteger sus oscuros ojos de los rayos del sol, los cuales por primera vez reflejarían el verde feroz de la mirada de la misteriosa chica, espacio en donde le era posible verse a sí mismo: un pálido mulato. En esos ojos claros puede diferenciar las peñas que acogen el garrir de los loros y las distantes montañas de la cordillera; el celeste firmamento; una pequeña y solitaria nube; el caudaloso Yuma. También puede divisar un reproche que espera ser atendido, acompañado de una sutil sonrisa desafiante.

    —Eres bastante alta para ser mujer, estamos casi a la misma altura. —Las palabras salen de su boca como si no hubieran sido procesadas en su cerebro. Intenta agregar algo para no sonar como un idiota, pero ella contesta rápida y mordazmente.

    —Y tú eres bastante tonto para ser un hombre. No sé si estemos a la misma altura en eso.

    —Por favor, ¡terminemos ya con este jueguito! Estaba enojado cuando apareciste, lo siento. Te garantizo que si no tuviera que lidiar con mi depresión, estaríamos intercambiando sonrisas tal como lo hacemos en el presente. Pero no está tan mal, ¿no crees? Este es un buen momento para recordar... Es una anécdota que le contaremos a nuestros cuatro hijos, cuando nos pregunten cómo nos conocimos.

    —¡Ni sueñes! Todavía no sé si quiero tener hijos, pero dudo de que tenga cuatro y más aún de que serán contigo. Simplemente me generas curiosidad y me preocupas, de la misma manera en la que me preocupa cualquier otro ser vivo. No pienses que me interesa algo contigo. Te hablé únicamente por compasión, cuando respondas mi pregunta me iré y no me volverás a ver. Solamente quería contarte que todos los días salgo a caminar por la ribera, y esta mañana antes de almorzar te vi exactamente en el mismo lugar en el que te encuentras: solo y moldeando melancólicamente barcos de papel. Dos horas después, aún sigues haciendo lo mismo. Si no quieres irte a la sombra, al menos deberías aplicarte filtro solar. Tengo un poco, si quieres.

    Él agradece el ofrecimiento con su lenguaje corporal. —¿Me lo podrías echar? Si muevo los hombros me arde la piel, y tampoco alcanzo a la mitad de mi espalda. Creo que me excedí con el sol, estoy un poco entumido.

    Más relajada, ella lo toca suavemente. —Estás caliente y rojo como un camarón. Deberías moverte a la sombra de aquel árbol, desde ahí podrás seguir doblando las hojas de tus cuadernos y continuar contaminando el río, pero al menos de una forma más segura para tu piel.

    El huraño muchacho cede ante la sugerencia y recoge unos tomos negros, parcialmente enterrados en la húmeda arenilla.

    —Está bien. ¡Vamos al árbol! Pero solamente porque no quiero que tu delicada y pálida piel sufra la furia del poderoso sol del Huila. Me dices blanquito a mí y tú estás más pálida que una cuajada, y... ¿de qué parte del mundo son esos raros ojitos? —agrega mientras delínea mentalmente el croquis de sus párpados alargados, que le hace descubrir una evidente herencia indígena en la exótica mujer—. Hablas muy buen español como para no ser colombiana, pero detecto un leve acento opita... supongo que vienes mucho por acá.

    Ella asiente y suelta una disonante-aguda risa que intenta disimular.

    —Sí, estoy blanca, ¡pero tampoco exageres, que no parezco para nada un quesito! Hace mucho tiempo que no venía al pueblo. Mi papá es de Islandia y mi mamá de aquí, de la Jagua. Llevo dos años en el norte de Europa, viviendo en sitios en los que nunca sientes un sol como el de Colombia, por eso parezco un quesito. Sin embargo, cuando vivía acá estaba morenita y más bonita. Normalmente soy dorada como un bizcochuelo.

    —¡Me fascina el bizcochuelo con masato! —exclama él al observar cómo sus mejillas esculpen dos hermosos hoyuelos—. Esa sonrisa tuya es muy coqueta, deberías evitarla si no tienes intenciones románticas hacia mí... Entonces, ¿eres islandesa? —comenta y toma una pausa para buscar en su memoria algún referente de aquel lugar, y poder proseguir con la charla—. El otro día vi por televisión a una cantante de allá. Poco conocida, no recuerdo su nombre... tenía rasgos asiáticos. ¿Podrías decirme nombres de artistas de tu tierra, por si de pronto le atinas a la que es?

    —¡Claro que sí! Hay muchos y muy buenos, pero supongo que te refieres a Björk. Ella me encanta, su música y todo lo que hace es increíble. Sin duda es una de mis favoritas.

    —¡Sí! Esa era. No me acuerdo muy bien de la canción, pero sí recuerdo que hacía un huevo frito. Un poco rarita... buscaré más música de ella. Oye, pero si eres de Islandia, significa que pronto te irás, ¿no? Mejor evitemos encariñarnos para no sufrir la despedida. Además, te ves muy joven para mí. Desde que vi tus rodillas raspadas supe que esto no funcionaría.

    La muchacha contesta entre carcajadas: —¡Qué dramático eres! Me mantengo viajando entre Reikiavik y el Huila, aunque la verdad es que estoy estudiando en Alemania y que no soy tan joven como supones. Cumplo veinte dentro de un mes. Tú, ¿cuántos años tienes?

    Muy solemne, él responde: —Cumplí 27 el mes pasado.

    —Pues sí, eres más viejo de lo que pensé, pero no te preocupes que no tengo problema con eso. He salido con hombres mucho más maduros que tú.

    Ambos ríen brevemente hasta que la fluidez de la conversación muere en un abrupto silencio. Se siente la tensión de no saber cómo continuar y recuerdan que solo son un par de desconocidos. Él desliza la mirada por las ondas del cabello largo color miel de la chica, como si bajara por un tobogán con destino a los hombros descubiertos. Un imaginario y minúsculo ser camina por las clavículas y descansa en la concavidad que da comienzo al cuello. Escala hasta los bordes de su estilizado mentón y se atreve a explorar sus carnosos labios acorazonados hasta desaparecer en el arco de cupido de su boca. De manera general observa su rostro mientras descubre las tenues pecas que decoran su nariz, se esparcen por el rostro y terminan por disolverse en los destacados pómulos indios. Él intenta comunicarse mediante gestos, en un lenguaje no verbal, pero ella interrumpe el juego.

    —¿Me vas a contar qué haces acá, arrancando hojas de papel y lanzándolas en forma de lindos barquitos al Yuma? Supongo que esa debe ser tu manera de lidiar con la depresión.

    Después de un respiro profundo, debajo de la sombra del árbol de caucho a la orilla del río, él decide caminar un poco para meter sus pies en el agua y sentarse sobre una piedra redondeada por la corriente. Aunque únicamente los separan unos pocos metros, ahora deben hablar fuerte para escucharse debido al choque del agua contra las rocas.

    —Me he resignado a ser un humano corriente, incapaz de controlar el cosmos, apenas tengo dominio sobre mi cuerpo. Esos barcos llevan lo que me hacía diferente. En sus hojas se relatan algunas historias que sucedieron en un universo anterior a este. Se podría decir que somos una evolución del Universo 17, una evolución defectuosa, a mi parecer, pero eso es algo que en este mundo a nadie le interesa. Creo que mejor intentaré escribir canciones pegajosas, con letras repetitivas y mensajes insustanciales como ponte ricoso, o alguna otra pendejada por el estilo como la gente de ahora.

    —¡Qué idea más tonta! Yo también soy parte de la gente de ahora y me interesa más saber lo que ocurre en otro universo que ponerme ricosa, como dices.

    Satíricamente él contesta: —Hablas así porque tal vez eres virgen.

    —¿Qué? ¿Eso qué tiene que ver? Te cuesta mantenerte serio, ¿verdad? Si soy virgen eso no es asunto tuyo; además, es posible que tenga más experiencia que tú, ¿no crees? Por lo visto, la edad no necesariamente garantiza madurez.

    Ahora molesta, agrega secamente: —Oye, ¡escúchame! No tienes que fingir lo que no eres. No intentes banalizar lo importante. Entra en el río, refréscate, enfría tu cabeza, controla tus hormonas pubertas, piensa un poco y después hablamos. El agua te hará bien, porque el agua cambia todo lo que toca.

    Mientras ella pronunciaba la última frase, un impulso primitivo en el joven había sido estímulo suficiente para que abandonara su letargo, avanzara tres pasos hacia el barranco y diera un largo salto hasta enfrentarse a la corriente, que lo arrastró y sumergió en las profundidades.

    Era la primera vez que cometía tal imprudencia. Primero sintió pánico, pues sabía que muchas personas se habían ahogado cerca de las peñas, impredecibles remolinos succionan a los incautos, que aparecen días después en el balseadero, azules y con la barriga inflada. Sin embargo, prontamente disfrutó de la corriente y se dejó llevar. Sintió tranquilidad cuando salió a la superficie, cien metros después, nadó vigorosamente hasta la orilla, corrió por playa repleta de coloridas piedrecillas y se encontró de nuevo con la chica misteriosa, que lo esperaba optimista, contagiada de su euforia. Sonriente se instaló, esta vez de pie, de nuevo en la piedra.

    —Dime, ¿qué quieres saber? —pregunta ya más relajado mientras sacude su rizado y oscuro cabello mojado, el cual llega hasta sus hombros.

    Ella, con elegante solidez, se sienta sobre la piedra contigua, y observando la espuma de las aguas que se estrellan enérgicamente contra los riscos, pregunta: —¿De qué huyes, de qué te liberas, de qué te lamentas? Me parece que estás deshaciéndote de algo que escribiste y que te arrepientes. Como una forma poética de transformar algo que amas pero que te hace daño. Solamente quiero saber una cosa. ¿Por qué?

    —No puedo responder a todas esas preguntas tan precipitadamente. En pocas palabras, me deshago de ideas peligrosas que están escritas en este libro.

    —Pero antes de que botes todo al río, yo podría intentar leerlo. A lo mejor me gusta y, en ese caso, no quisiera ser testigo de semejante crimen. Desacelera un poco. Mira, si es muy malo, te acompaño mañana y hacemos barquitos juntos y los lanzamos todos al agua, ¿te parece?

    —No es que sea bueno o malo. Es solamente una traducción mediocre hecha por mí. Además, no podrías leerlo, pues está escrito en un idioma que únicamente yo puedo descifrar: el Sepnialo de los memges, habitantes de un universo diferente a este.

    —¿Qué carajos es eso? ¿Memchs? Bueno, podrías leerme un poco, ¡ya me despertaste la curiosidad! Te veo como un loquito del bosque, por lo que alguna cosa interesante debes tener. Puedes entretenerme mientras planeas cómo asesinarme en la orilla, porque ese es tu verdadero plan, ¿verdad?

    —Se pronuncia más o menos así como lo dijiste, pero se escribe con g, como si fuera en inglés. Oye, ¿se te olvida que fuiste tú quien me abordó? Pero a lo mejor tengas razón. Tal vez únicamente sea un violador, o el post-Mohán. ¿No has oído hablar de la leyenda? En serio: no me gustaría leerte solo un poco, me desagrada pensar que te lleves una idea parcial de esta obra. Tendrías que estar dispuesta a escucharme por muchas horas.

    La chica, sonriendo al imaginar al joven transformándose en el peludo monstruo del Yuma, atacante de las incautas que se atreven a caminar solas por su ribera, responde:

    —Okey, post-Mohán, ¡viólame la mente! Si lo que sucedió en ese universo fue muy aburrido, al menos disfrutaré el hermoso paisaje en el cual nos encontramos.

    —¿En serio? ¿Te quedarás ahí recostada escuchándome hasta el anochecer? —replica él, visiblemente entusiasmado, y engulle de tres mordiscos el último banano del racimo.

    —¿Por qué no? Estoy de vacaciones y tienes una voz agradable, sumada a tu exclusivo acento huilense. ¡Apuesto a que va a ser una narración entretenida! Tal vez me ponga de pie y dé una vuelta, no creas que me voy a quedar por horas clavada en la arenilla como una piedra, pero te seguiré escuchando. Mira, hagamos un trato. Yo me quedo callada y tú lees ese libro hasta que sientas que ha sido suficiente, y cuando consideres que ya no tengo una idea parcial de lo escrito en esas hojas, vamos a mi casa en el pueblo y te invito a tomar algo. Prometo que no diré nada hasta que tú decidas parar. ¿De acuerdo?

    Todavía de pie sobre la roca, donde recibe la luz del picante sol que evapora lentamente las gotas de su torso descubierto, saca una moña del bolsillo de la pantaloneta negra y recoge su pelo para que los rizos mojados no le estorben en la cara. Aprovecha para exagerar la pose de su cuerpo y mostrar disimuladamente la musculatura de sus brazos morenos, los cuales contrastan con la palidez del resto de su piel.

    —Si logras escucharme tanto tiempo, hasta podría enamorarme de ti. Me conformo con tenerte hasta el atardecer.

    —¡Empieza ya, presumido! Deja de coquetearme y exhibirte, porque no ganas nada siendo así conmigo. Por favor, desdobla ese barquito que ibas a lanzar al río y léelo. Quiero que empieces por la inocente hoja que acabo de salvar.

    —Este papelito es de los capítulos finales del libro, me deshice casi por completo de la última parte. Mejor te leo el principio —replica él, como hablando consigo mismo.

    —Pues si me resulta interesante, tendrás que recordar el final y volver a escribirlo. Léeme lo que está en ese barquito, y luego vuelves al comienzo. Me gusta la idea de escuchar una parte aleatoria fuera de contexto.

    —Está bien, pero te advierto que no vas a entender nada.

    —¡Ya! No hablaré más, únicamente te escucharé.

    De nuevo él se acomoda sobre la roca y, con cuidado, desdobla la hoja mojada para no romperla. Ella se sienta enfrente, sobre una piedra más pequeña, y lo escucha decir con un tono más grave las siguientes palabras:

    Una parte de su ser había quedado impregnada en aquellos dos hijos de las plantas, y transmitía su esencia a través de la semilla que florecía en generaciones posteriores. El fruto de los Khipus obtuvo el conocimiento de doce mil millones de años, un poder suficiente para influir en Yehero.

    La fusión generó un universo consciente que controla, mediante las leyes físicas, todas las partículas elementales que conforman el Universo 17: probabilidades paralelas absolutas como opciones reales, no meramente virtuales.

    El tiempo pierde sentido, no hay presente, pasado, ni futuro; solo un estado que comprende la totalidad de lo existente. Pero en esta, como en las infinitas posibilidades en las que todo sucede con vastas y sutiles variaciones, la entidad llamada Yehero (o el mismo Universo) no se entregará a la perpetua armonía de la ilusión del tiempo y el espacio.

    ÉL LA OBSERVA, SABE que ella no ha comprendido el significado de esos párrafos, pero la expectante mirada esmeralda le da a entender que cumplirá su promesa, que lo escuchará el tiempo que sea necesario.

    —Ahora sí te voy a leer el principio —afirma mientras se desliza cuidadosamente fuera de la roca, recoge un ejemplar de los libros con carátula negra y se sienta junto a ella en la arenilla.

    —Capítulo uno: Yehero y Áitapih.

    YEHERO Y ÁITAPIH

    Universo17,

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