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Las andanzas de Llermo Renco: Y otros cuentos
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Las andanzas de Llermo Renco: Y otros cuentos
Libro electrónico131 páginas2 horas

Las andanzas de Llermo Renco: Y otros cuentos

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Guillermo René Calderón Obregón (1923 – 2022). Llermo Renco, nació en San Antonio de Chile, el 25 de marzo de 1923. Desde su nacimiento, siempre fue dueño de un gran espíritu inquieto por saber y explorar lo humano y lo divino. Sus padres Ramón Calderón Silva y Blanca Obregón Vilches lo rodearon de infinitos cuidados. Era muy niño cuando un accidente rompió la vida de su querido padre, que siempre estuvo, espiritualmente presente. En la primera parte de su vida, estuvo en cada hijo que nacía de su matrimonio con Elba del Carmen Ortega Celis. Amelia, Guillermo, Benjamín, Wilfredo y Elbita son parte de esa historia. En la segunda parte de su vida, se suman Dora y Marcelo, quienes serán los encargados de acompañarlo hasta el último de sus días, que terminan el 28 de junio del año 2022.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2023
ISBN9789564062365
Las andanzas de Llermo Renco: Y otros cuentos

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    Las andanzas de Llermo Renco - Francisco Cortés

    LAS ANDANZAS DE LLERMO RENCO

    Y otros cuentos

    © 2022, Francisco Cortés González

    Registro de Propiedad Intelectual: 2022-A-8355

    ISBN: 978-956-406-149-8

    eISBN: 978-956-406-149-8

    Primera edición: Octubre 2022

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, tampoco registrada o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mediante mecanismo fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo escrito por el autor.

    Imprenta: Donnebaum

    Impreso en Chile/Printed in Chile

    Pareciera que divagara, pareciera algo distraído,

    pero sus cuentos e intervenciones dicen lo contrario.

    Su cabello siempre revuelto te hace adivinar su edad,

    pero si tan sólo lo escuchas pareciera que tiene otra edad.

    No siempre lo vemos,

    pero cuando aparece es como si siempre hubiese estado.

    Wilfredo Calderón Ortega

    Índice

    Para comenzar…

    Las Andanzas de Llermo Renco

    Atardecer (Amelia Calderón Ortega)

    La extraña lluvia de mi niñez (Llermo Renco)

    La Paradisiaca Reina Floresta (Llermo Renco)

    La Fiesta de la Primavera (Llermo Renco)

    Pedro Diablo (Llermo Renco)

    Intermitencias (Amelia Calderón Ortega)

    Otros Cuentos…

    Oblivion (Amelia Calderón Ortega)

    De balleneros y arpones (Wilfredo Calderón Ortega)

    La Esquina de Miguel (Daniel Cofré Arenas)

    Temporalidad Amorosa (Francisco Cortés González)

    Un joven guerrero (Marco Santana Folsch)

    Qué bello es vivir (Wilfredo Calderón Ortega)

    El chorro de agua (Francisco Cortés González)

    Un bosque con muchos árboles (Miguel García Monge)

    El Puerto(Wilfredo Calderón Ortega)

    Lo que pudimos ver (Francisco Cortés González)

    Para comenzar…

    Guillermo René Calderón Obregón (1923 - 2022). Llermo Renco, nació en San Antonio de Chile, el 25 de marzo de 1923. Desde su nacimiento, siempre fue dueño de un gran espíritu inquieto por saber y explorar lo humano y lo divino. Sus padres Ramón Calderón Silva y Blanca Obregón Vilches lo rodearon de infinitos cuidados. Era muy niño cuando un accidente rompió la vida de su querido padre, que siempre estuvo, espiritualmente presente. En la primera parte de su vida, estuvo en cada hijo que nacía de su matrimonio con Elba del Carmen Ortega Celis. Amelia, Guillermo, Benjamín, Wilfredo y Elbita son parte de esa historia. En la segunda parte de su vida, se suman Dora y Marcelo, quienes serán los encargados de acompañarlo hasta el último de sus días, que terminan el ٢٨ de junio del año ٢٠٢٢.

    Su afán investigador lo llevó siempre a áreas del servicio público donde consideró siempre su trabajo como un canal de entrega a los demás. A lo largo de su historia, destacó en cargos municipales de su querido puerto de San Antonio. Su trayectoria fue reconocida como un aporte al buen crecimiento de la ciudad y al bienestar de sus habitantes, quienes lo eligieron muchas veces como representante de sus anhelos ciudadanos, en el gobierno municipal.

    Amante de la buena literatura, la música clásica y la opera donde las letras no son la excepción. Su incursión en las letras nace desde sus innumerables experiencias personales con sus seres queridos y su entorno social, entregando ese entusiasmo creativo para transmitir melancolías o alegrías, a través de una conversación o una sobremesa familiar. Ahora las recoge y las lleva a parte importante de este libro, donde se rescatan sus andanzas, con olor a mar, a brisa, a campo y atardeceres envueltos en sus óperas y tangos inmortales, que le dan vida a estas historias.

    Las Andanzas de Llermo Renco

    Atardecer

    (Amelia Calderón Ortega)

    La noche del olvido

    Se acerca sigilosamente

    Y con mis pies sumergidos

    En el horizonte.

    Veo mi sombra

    A la orilla de lo profundo…

    Y hundo mis pasos

    Sin huellas,

    En los matices

    De un atardecer que se despide

    Tranquilamente triste…

    ¿Lloro? ¿Pienso

    ?

    ¿

    Estoy?

    Las horas quietas

    Acarician las desilusiones

    Sanando mis heridas

    Dejando ir por un instante

    Esta ausencia de segundos,

    Plena de melancolía

    Desbordante,

    …y de penumbras calladas,

    Que se acercan sobre las transparencias

    De un día más

    Que quiso ser inolvidable.

    Como el adagio de Albinoni.

    Te dejo ir sin ataduras

    Oh presente fugaz…

    Y te escondo

    Entre las rocas

    Oscuras

    Para que no recojas

    Mis dudas

    Ni tampoco mis desesperanzas,

    Nunca jamás…

    La extraña lluvia de mi niñez

    (Llermo Renco)

    Al recordarlo el pasado nunca es el mismo… cuando desperté aquella mañana, observé por la ventana de mi habitación, que se había levantado una espesa bruma, la que representaba el primer anuncio de un invierno que se nos acercaba aceleradamente, era como siempre admirable mi reloj biológico, porque nunca fallaba, siempre a la misma hora. Ágilmente me incorporé, dispuesto a cumplir mi rutina diaria, cuando un fuerte y frío estremecimiento recorrió todo mi cuerpo una y otra vez. Naturalmente la preocupación me paralizó; velozmente acudieron a mi mente dramáticos presagios, sobre todo porque los relacioné con mis gastados años de edad. Muy tenso esperé unos instantes, pero no se produjeron nuevamente las mismas alteraciones. Trémulo aun, giré y me encontré frente al espejo, nunca fue mi costumbre detenerme frente a él, miré con atención la figura que me mostraba, en este rostro había una enorme diferencia, con el que recordaba de hace algunos años.

    El tiempo que transcurre sin que nadie pueda detenerlo era implacable, y ahora me estaba imponiendo la obligación de aceptarlo. Olvidar como fui ayer. Para mí fue un duro golpe a la realidad, lo que me hizo filosofar seriamente, todo nuestro tiempo, de acuerdo a la realidad del momento, existe, y sin sospechar lo que ocurrirá más adelante, sobre todo si consideramos que nuestra figura, es solo cuerpo físico, sin reparar que también somos espíritus.

    Pienso que quizás también influyó en este deterioro, lo que nos ocurrió en el mes de enero pasado, cuando la madre de mis hijos, Elba Ortega, abandonó nuestro hogar, para ir velozmente y gozosa a refugiarse en la seguridad de la vida eterna, que le ofreció nuestro Señor Jesucristo. Con estas reflexiones seriamente me di cuenta, que también se acercaba en forma ineludible el terminó de la jornada para la cual fui llamado a este mundo. Ahora me doy cuenta que para los ancianos el tiempo transcurre más lento, por el ejercicio que significa mover su estructura con un significado paso a paso. También entiendo a la madre que les dio vida a mis hijos, entregó sus mejores energías, en enseñarles que la vida es más llevadera viviéndola cristianamente, porque hay madres que viven implorándoles a sus hijos que desechen los caminos fáciles, los que fatalmente los conducen a la perdición. Es lamentable comprobar que muchos hijos arrancan aceleradamente de sus viejos padres, porque ven en ellos un estorbo para sus vidas. En general empezaba a ver el mundo como una inmensa laguna enmarcada por inmoralidades humanas.

    Mi vida infantil fue demasiado fácil, rodeado de cariño, nací con ese privilegio, pero inconscientemente expuesto a las vicisitudes de la vida. Gracias a Dios, los peligros pasaron cerca, pero sin rosarme siquiera, a mis hijos les relaté todos los detalles de lo que viví siendo niño, sin embargo debo repetir uno de esos pasajes en el desarrollo de mi vida espiritual.

    Fue poco después de medio día de una tarde otoñal, que se oscureció totalmente el cielo, lo que obligó a la gente a encender las luces y los faroles de las calles. La sorpresa no me permitía comprender nada, me di cuenta que caía una llovizna, pero no de agua, sino de cenizas, todo lo que se veía alrededor estaba blanco, cubierto por una gruesa capa de cenizas, todos los adultos con sus caras muy serias enmudecían sin comprender lo que ocurría; a mí me invadió un raro sentido de temor, no sabía si era de desesperación o de agrado, ingresé rápidamente a mi casa y tras una puerta me arrodillé para implorar, pero no sabía a quién, mi ansioso pensamiento estaba dirigido a alguien. Mi padre al darse cuenta de mi ausencia me buscó y me ubicó en el lugar de silenciosa meditación, me levantó bruscamente con rabia seguramente, me propinó una nalgada que me duele hasta hoy.

    Yo no comprendí el porqué de esa actitud, solo recuerdo que vocifero contra las mujeres, porque me enseñaban "puras leseras". Con el tiempo supe que mis padres eran ateos, no toleraban ningún tipo de contacto con sistema religioso alguno; yo no tenía idea quien era Dios, quien era Jesucristo, quienes eran los curas y quienes eran los canutos. Esa lección me impuso la obligación de investigar, aunque fuera lentamente, quienes eran esos personajes. Mientras tanto, seguía recibiendo los cariños. Lo que no me cuadraba era el hecho de seguir recibiendo cariños y golpes a la vez. Qué difícil era el mundo para entenderlo, íntimamente sabía que no sé quién me estaba protegiendo; hoy lo entiendo por lo que le doy infinitas gracias a Dios.

    La visión casual que me entregó el espejo, me colocó bruscamente ante dos realidades, la vieja de hoy y la tierna de ayer. Había que obtener una conclusión de todo esto, porque algo de fondo faltaba por considerar, no sé si estaba ahora a mi lado o estaba aún escondido en algún rincón del pasado; entonces debo empezar por escudriñar lo que ocurrió antes. Para saber que hice bien y que hice mal o todo lo que dejé de hacer. Ese recuento debía empezar desde mi primera infancia, por eso es que, obligadamente, tengo que volver a visitar la tierra donde nací. Una vez tomada esta decisión, salí apresuradamente en busca del bus que me conduciría a ella. Inicié el viaje acomodándome como mejor pude, mi cabeza era un torbellino de preocupaciones, reconocía que los primeros años de alegre bonanza de mi vida infantil, tuvieron un desenlace que me produjeron grandes penas, las que se alargaron durante varios sacrificados años; mi férrea voluntad de progreso me permitió al fin conseguir una mediana tranquilidad.

    La tarde del primero de octubre de mi primer año de trabajo estable, me vi con la necesidad

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