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Leatrice
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Libro electrónico71 páginas1 hora

Leatrice

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Leatrice, una mujer que supera las limitaciones de edad con la ayuda de una terapeuta de otra dimensión y vive una aventura inusual.  ¿Y si apareciera un terapeuta de otra dimensión y tu vida entera cambiara? Leatrice cumplió los setenta. Está asentada en su rutina, se siente vieja, ya no cree en el amor ni en las grandes novedades, cuando Emet, una terapeuta de otras dimensiones, entra en su vida. Extraños incidentes llevan a Leatrice a vivir una mágica aventura en Recanto do Despertar, donde se enfrenta a situaciones extrañas, desde la reactivación de un viejo amor hasta un sorprendente encuentro con sus antepasados. Emet y Leatrice te quieren demostrar que es posible ser una mujer madura que ama sin miedo.
 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento17 jun 2021
ISBN9798201705473
Leatrice

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    Leatrice - Rutty Steinberg

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    LEATRICE | EL SOL DE INVIERNO TAMBIÉN CALIENTA

    LEATRICE

    EL SOL DE INVIERNO TAMBIÉN CALIENTA

    ––––––––

    ¿Quién escapa del cofre de la memoria?

    Hay valoraciones autobiográficas,

    transformaciones que trae el viento,

    conversaciones con la naturaleza

    miedos, culpas y algo de superación.

    Aliados que con el tiempo,

    en momentos inesperados, porque son mágicos,

    apuntan al sol

    que incluso en invierno

    calienta corazones.

    ––––––––

    Dicen que nada es casualidad. Hay circunstancias que van mucho más allá de las expectativas sobre lo que puede suceder o no. Hay cosas que no podemos explicar con nuestra conciencia limitada. Solo podemos, dados los misterios de la vida, aceptar dejar de lado (al menos por un tiempo) la certeza con fecha de vencimiento. Creo que así es como podemos permitirnos tomar vuelos altos, simplemente absorbiendo las novedades, hasta que se vuelvan naturales. Y luego comienza todo de nuevo. Pero acabamos acostumbrándonos a este vaivén de preguntas y respuestas.

    Soy Leatrice, una mujer madura, experimentada y amigable. A mis setenta años, he aprendido un buen puñado de cosas. Entre ellas, la idea de seguir mi criterio propio, pensar y también callarme un poco. Es interesante saber que permanecer en el mismo lugar durante mucho tiempo nunca fue mi fuerte, porque siempre me encontré luchando contra el aburrimiento. Perdí la cuenta de cómo ésto irritaba a algunas personas que esperaban que echara raíces y cumpliera sus propias expectativas al quedarme callada en mi rincón. Pero el universo tampoco tenía que exagerar, ¿verdad? Estoy bromeando, solo puedo agradecer la oportunidad que tuve. Solía ​​creer que la soledad no me afectaba, pero ni sospechaba la verdad: se trataba del miedo a amar.

    Para superar mis bloqueos tuve que moverme, salir de la gran ciudad, rodearme de verdor, flores, sencillez. Y me transformé por completo, teniendo a la naturaleza como compañera para sentir el sabor de otra aventura, y para alimentar mi espíritu. La edad no fue un impedimento, al contrario, me permitió, planificar un nuevo rincón, afrontar los retos a medida que se presentaban en mi vida, entre ellos el creer en las sorpresas que no dejan que la vida pierda su gracia.

    Mis aliados, metáfora o no, siempre han enriquecido mis novelas privadas con sus interpretaciones al oído. Esta vez también me estaban abriendo camino con sus voces. Como siempre, me tomé en serio los mensajes de resiliencia que se me enviaron de diversas formas. No me quedé paralizada con los ojos entrecerrados. Perdí la cuenta de los extraños episodios que me hicieron transmutar expectativas ilusorias. Al dejar fluir nuevos panoramas, la vida me contó algunos secretos.

    Un hermoso día, soñé que una mujer desconocida, con rasgos ligeramente difusos, me dijo que estaría cerca de mí, lista para ayudarme en la nueva caminata. Traté de hablar, pero la voz se rehusó a salir. Me desperté asustada y seguí pensando en ese sueño, porque siempre creí en los mensajes que llegaban en sueños. Me levanté para preparar mi café aún un poco perturbada, y apoyada en el fregadero, una taza en una mano y una rebanada de pan con mantequilla en la otra, me acordé de esa mujer, como si estuviera allí, a mi lado, sonriendo.

    Luego me senté en el sofá de la sala de estar, con las piernas apoyadas en la mesa de café, como me gustaba comenzar mis días. ¿Nueva caminata? ¿Que significaba eso? Vida pacífica, sí, pero no me faltó nada. Vivía lo que había por vivir a mi edad, conforme a los límites que ahora formaban parte de mi rutina. Yo había amado, había sido amada, me casé, no tuve hijos, me quedé viuda, y ahora me distraía el tiempo que pasaba de una manera agradable y dispuesta.

    Luego, tomé el cuaderno donde acostumbraba plasmar todos los pensamientos que me surgían diariamente, sin ningún juicio, y registré el sueño. Escribir así me calmaba. Comencé mi gimnasia energética, a mi manera, terminé con una meditación, preparé mis florales, leí un poco, y luego ya estaba lista para mis tareas de mujer sola y dueña de mi misma. Solo que ese día fue difícil salir del lugar, la mujer del sueño no se apartó de mi cabeza, interrumpiendo mi tranquilidad ganada a lo largo de los años. Contemplé con alegría las plantitas del porche, los únicos seres vivos que tenía en mi casa, porque pensaba que ya no podía ocuparme de perros, a pesar de amarlos. La vida es así, me resigné a mi circunstancia, a examinar mi memoria muy bien conservada, confirmando lo que dicen algunos viejos sabios sobre tener un momento para todo. Y mi proyecto ahora, de esa joven como una gitana, inquieta y cuestionadora de los viejos tiempos, era leer, cocinar, estar con las chicas del aeróbic acuático, eventualmente hacer algún trabajo voluntario, tratar de pasar el tiempo hasta que llegara al final la curva descendente. ¡Oy! ¿Bajo astral? Un poco, sí, pero yo no inventé el envejecimiento, eso pensé.

    Estaba un poco preocupada por unas noticias que había recibido unos días atrás. El hombre que había alquilado mi casita en Recanto do Despertar, comprada hace muchos años por sugerencia de Alessandra, mi amiga que vivía allí, había fallecido. Recanto do Despertar era un pueblo tranquilo, privilegiado por la naturaleza, donde todos se conocían y vivían en armonía. Nunca había estado ni en la casa ni el lugar. Alessandra se ocupó de lo necesario y le agradecí muchísimo haberme evitado tener que ir hasta allí. Ahora la vivienda estaba desocupada, lo que entorpecía un poco mis ingresos fijos de cada mes, pero, solo con la reducción de algunos gastos, no tendría que preocuparme demasiado.

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