Sueños del Cactus
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Sueños del Cactus - Analía Leticia Torres
Argentina
Las espinas
I
(para escuchar,
Cactus,
de Gustavo Cerati)
Dicen que el aire tiene algo de cielo y de infierno cuando toca la piel cansada de esperar, cargada de nada, postergada de todo, ajena al mundo, ausentemente presente.
Con los ojos clavados en un mar inmenso, sentí fugar mi alma, rasgar el tiempo en los bordes de aquél horizonte taciturno. Tomé mi taza de café caliente y me acerqué aún más al vidrio de la ventana, tanto que lo empañé. Con las mangas de mi pijama limpié el vidrio, bebí un sorbo de café mientras su perfume me envolvía y me hacía pensar que no era tan frío aquél julio.
Otra vez las 6:00 am me esperaba con un lienzo limpio y una mente demasiado cargada.
Cuando tenía cuatro años sólo se trataba de exceso de fantasía, cuando tuve once sólo eran trastornos de sueño producto del accidente de mis padres, de adolescente todo se reducía a mi falta de sociabilidad, de adulta es sólo stress. Tal vez aprendí a mentirle al sistema por hartarme de que el sistema me mienta, dejé contento al psiquiatra, tranquila a mi familia y adquirí un certificado de salud mental que nunca pude usar para mí misma. Convencí a todos... excepto a mí.
Hoy como siempre, volví a despertar con la sensación de nunca haber dormido, hoy volví a tomar los pinceles para contarle al lienzo cómo duele todo lo que los demás no creen de ti. Hoy pinté un sueño más para poder vivir sin soñar... aunque sea para los demás.
Vagabundeé con mis dedos la pintura espesa por un rato, elevé mi vista y marqué, como hiriendo, la primer imagen que incomodaba a mi mente. Luego tomé el pincel y me dejé llevar por el arrebato casi inconsciente de quien tiene un caudal de imágenes luchando por salir antes de que la conciencia termine por asfixiarlas de realidad y desaparezcan. Recordar solía ser un proceso doloroso, muchas imágenes no lograban ver la luz, era como tratar de asir un pez pequeño en el agua, se resbalaban y se perdían en el océano de mis pensamientos.
El equilibrio es algo difícil de lograr cuando siempre hemos estado de un lado y nunca supimos que sólo era un lado. El equilibrio es navegar por el medio del río y que el río navegue en vos.
Mientras seguía pintando, pensaba que el dibujo terminado no me concluía, sólo esperaba a que yo llegara.
Sueño I
En mi sueño no me veía, sólo percibía que un niño me hablaba al oído, casi susurrando; al principio no comprendía lo que decía, escuchaba palabras que conceptualmente me superaban, era como si algo superior (en todo sentido), se estuviera comunicando conmigo. No podía ver el rostro del niño, en un momento comencé a entender lo que me decía y veía imágenes que él ponía en mi mente. Me mostró un lugar, allí vi una especie de ciudad impactante, muy evolucionada tecnológicamente, su estética era única, me era casi incomprensible, me volví a sentir conceptualmente superada, (pero ahora con la imagen). Parecían verse algo así como rascacielos pero de formas afinadas, metálicas, se veía en las puntas como esferas y anillos rodeándolas; casi no se percibía el cielo. Como contrastando con esa imagen se veía cercano a la ciudad un cementerio rodeado por muchos árboles, los colores verdes, espesos marcaban una diferencia considerable con los colores brillantes, metálicos de la ciudad. Se podían ver en ese cementerio varias cruces de piedra pintadas de blanco. Luego el niño me hizo prestar atención a un puente que atravesaba la ciudad y pasaba por encima del cementerio; por él ascendía una persona caminando lentamente, el niño me dijo: ...el camino por donde paso despacio representa los momentos de vida que tendré y los disfrutaré lentamente
...
Luego me señaló el mismo puente, ahora podía ver a esa misma persona pero de la mitad del puente hacia adelante. Esta corría rápidamente descendiendo del mismo; el niño me dijo: ...el camino por donde corro representa los últimos días de mi vida que pasarán rápidamente...
Luego observé, debajo de toda aquella gran imagen (del puente, la ciudad y el cementerio), en el medio un gran ojo. Justo en el momento en que el niño me iba a hablar acerca de esta imagen me desperté.
Miré el dibujo terminado, nunca llegaba a ser como lo había soñado, era como si mi paleta mental tuviera más variantes que la real. Me senté en mi banqueta azul, me quedé mirando el ojo tratando de recordar pero me era imposible.
Pensaba que los sueños tienen mensajes cifrados, que los códigos a veces estaban trabados en nuestro inconsciente, como esporas dispersas, casi invisibles, buscando fertilizar pero que chocan con un vidrio, que cada vez se hace más opaco al despertar, ese vidrio que separa mi interior de mi exterior, ese en que a veces veo una niña saludar con rastros de dulce en su rostro, una niña huir de lobos sin rostro y una niña callar sólo mirando para que mi adulta despierte y diga algo que nunca recuerda.
Ya era hora de volver al mundo así que dejé mis sueños pintados en el lienzo y comencé con mi vida cotidiana como si arrastrara en mi cuerpo el temblor de otra mujer, calmando el alma con rutina, olvidando respirar de a ratos, olvidando vivirme para que el sueño no me devore por completo. En ese mundo mudo algunas voces me hacían sentir en tierra segura, una de ellas era la de mi tía, una segunda madre en mi vida de pérdidas tempranas.
Norma acaba de llegar a su casa con la satisfacción de una quinceañera en su rostro, dejó las llaves en la cocina, se sentó y apoyó sus codos sobre la mesa mientras frotaba sus manos con ansiedad con la mirada perdida y encendida. De repente su rostro cambió, una sombra de preocupación se instaló como un velo entre su media sonrisa y sus ojos que parecían haber callado el jolgorio de su alma por un instante. En sus pensamientos una preocupación le sacudía el corazón, ¿qué pasaría con Laura?, esa pregunta la esclavizaba, la llenaba de culpa, necesitaba resolverla antes de que el tiempo se termine. Norma había asumido la responsabilidad del cuidado de Laura cuando su hermana falleció en aquél accidente que modificó completamente su vida. Se convirtió en una madre de un día para otro, tuvo que reformular su estructura familiar, sus hijos debían aprender a convivir con su prima, su marido con su sobrina como si fueran una familia, la convivencia tuvo que trabajarse a base de mucho esfuerzo. Muchas veces tuvo que mantener un equilibrio difícil entre las necesidades y reclamos de sus hijos frente a la siempre silenciosa y solitaria Laura. ¿Cómo debía actuar? nadie la había preparado para ello, para que cada acción no parezca desproporcionada o injusta, para que su marido no se sienta incómodo o dejado de lado, para que Laura sienta el calor de una familia y en el medio... ella, la mujer que quedaba relegada. Norma cedió tanto que en algún momento no muy claro se esfumó como mujer. Su divorcio fue la
crónica de una muerte anunciada
, sus hijos aprendieron a convivir con Laura, crecieron rápido, cada uno en su vida, de repente se encontró sola, grande, el único rastro de fe que aún tenía se lo devolvía Laura, por eso era tan difícil tomar una decisión.
De repente sonó el timbre, Norma se sobresaltó, salió de sus pensamientos y al abrir la puerta su rostro se volvió a iluminar.
—¡Hola hermosa!—dijo Raúl y le dio un beso
—¡Hola!, pasá, no te esperaba, no me dijiste que venías—dijo Norma mientras iba a la cocina por una pava para preparar mate.
—Sí es que no hice a tiempo de avisarte, estuve con mucho trabajo, papeles, esto de cerrar la concesionaria y trasladarla me va llevar tiempo.
—Sí ya sé pero sabías que es así.
—Sí así es pero bueno, ¿cómo te fue hoy? ¿la viste a Laura?—dijo mientras armaba el mate
—No, todavía no, estoy viendo cómo decírselo, no sé, siento que va a ser un cambio bueno pero también siento que la dejo sola, no sé—se apoyó con los brazos cruzados sobre la mesada
—A ver amor, Laura necesita seguir adelante con su vida, sé que son como madre – hija pero inclusive yo con mis hijos también tengo una distancia saludable, ellos tienen que hacer su vida y yo seguir la mía. Laura te quiere y ella te va a apoyar, lo sabés—dijo acariciando sus brazos.
—Ya sé negro, ya sé, es que me cuesta más a mí que a ella, a veces siento culpa, siento que si me alejo, otra vez la están abandonando ¿me entendés?
—Sí entiendo pero no comparto tu postura, vos no la abandonás, nunca va a ser así, sólo seguís con tu vida, nada más y no hay culpa de nadie acá, ¿entendés lo que te digo?—dijo mientras le acomodaba los cabellos con un dedo
—Sí, ya sé, me cuesta nada más—dijo y se abrazó con Raúl
—Vos decidís cómo y de qué forma decírselo, yo te apoyo ya lo sabés—Norma suspiró
—Sí lo sé, prefiero decirlo de a poco, irnos primero y al retorno darle la noticia definitiva, me voy a sentir mejor así, no
creo poder manejarlo de otra forma—Raúl la tomó de las manos
—Me parece bien amor —se quedaron abrazados
Pasó otro día más y sólo pensaba en llegar a casa. Luego de bañarme me senté en el sofá, junto a mis cactus y me quedé colgada de mis pensamientos, mientras tomaba un mate.
Mi existencia no había variado demasiado con relación a mi forma de ser en la infancia. Un tanto solitaria, amante de la música, del rincón de la casa con sol, de las plantas y el buen mate. Solía mostrar al mundo un rostro seguro, serio e impenetrable, así como un cactus. El cactus es una planta noble de apariencia muchas veces tosca (para quien sólo ve y no sabe mirar). Sus espinas actúan como defensa y muchas veces ello provoca que no encabece la lista de las plantas más demandadas. Carece del perfume del jazmín, de los colores de los tulipanes, de la fama de la rosa o la exuberancia de la orquídea. Pero un cactus tiene un interior tierno, opuesto a la apariencia de sus espinas. Sus flores tienen los pétalos más suaves, semejante a la delicadeza de las alas de un colibrí; abren con el sol y en algunos casos sólo abren una vez al año, como un suceso único y majestuoso. Sobreviven acumulando la humedad y pueden devolverle la vida a un sediento en medio del desierto. Un cactus es un misterio. Pero el mundo actual tiene demasiada prisa para esas cosas. El mundo actual tiene demasiada prisa para mí.
Es extraño cómo uno suple lo que no encuentra fuera acomodándose en su interior, inclusive en aspectos que pueden considerarse superfluos, o por lo menos no tan importantes, como la decoración de la casa.
Mi casa expresaba todo aquello con lo que me identificaba. Predominaba la madera, (en el piso y el techo). El aroma a menta o incienso del hornillo invitaba a quedarse. Me gustaba la cerámica, los faneles y los carillones de madera. La ventana era grande y podía iluminar el living y la cocina. Una escalera llevaba a mi dormitorio que era lo suficientemente amplio como para ubicar mi atril y las pinturas, también allí había una ventana donde podía ver el mar. Mi casa era sólo una casa con su estética particular pero si uno la percibía con todos los sentidos descubría algo más, algo más cercano a un hogar. Era cálida, luminosa, aromática, secreta... mía.
Me di cuenta que algo había comprendido del sueño. Volví a la habitación y miré el dibujo. Podía ver cómo el mundo había invertido el mensaje. Hoy se corre para vivir, cuando en realidad sólo se corre al morir, por lo tanto, corremos para morir. Pero el morir sin el vivir es un sinsentido, somos un sinsentido que se ha olvidado de caminar. Como un sauce cuando acaricia el agua que corre del río, deja que el río también lo acaricie, así la vida se desenvuelve en la muerte y la muerte se desenvuelve en la vida. Pero nuestra linealidad de pensamiento nos obliga al punto y aparte, tal vez a una coma de descanso para retomar luego el mismo ritmo; un punto y coma nos permite creer que concluimos y nos da la seguridad de que podemos reiniciar pero todo el artificio con el que vivimos es la deshonestidad con la que morimos. La honestidad de no ser una línea ni un punto, de acometer contra la lógica al poder soñar y al soñar encontrar la humanidad arrebatada por las estructuras asfixiantes de un Hombre
que sólo es una máscara. La cobardía de la máscara que se asume como contenido delata la valentía dormida de lo aún no asumido. Al mirar el cuadro pude verme a mí misma bordeando mi existencia, pude sentarme y prestarme atención sin ejecutar mi arsenal de prejuicios que no son míos pero los hago míos cada vez que la sociedad me interroga con su catálogo de personas donde nunca me han encontrado, (o tal vez le creyeron a mi máscara).
Javier había encontrado en una de las cajas del depósito una, bastante vieja, fotografías que eran de su madre. No pudo evitar dejar de embalar algunas cosas que se llevaría para el negocio de la casa de su tía para sentarse en el piso a ver las fotos. Tomó unas y fue pasándolas de a poco, recordó con cada imagen los retazos de una vida que ahora le parecía tan extraña, los días de pesca, los paseos con sus primos, el barrilete que le hizo su abuelo, un sinfín de historias venían a su mente entre una mueca y una sonrisa. Criado con grandes expectativas, ser alguien en la vida, padres protectores, a veces demasiado, le enseñaron el valor del esfuerzo, del trabajo, el sacrificio, le dieron una estructura, un orden, todo eso le sirvió y no se quejaba, pero ¿era feliz? Tenía una mujer, con problemas con la bebida, ella era parte de esas expectativas, se habían casado jóvenes, tenían trabajo, profesión, seguridad, pero ¿eran felices? (dejó las fotos en la caja, se quedó mirando fijo la pared) Algo empezó a romperse entre la rutina y esa inquietante pregunta que le hacía todos los días frente al espejo a ese desconocido que lo miraba fijo, ¿esto es? ¿así debe ser?
Pensaba si era libre, si éramos tan libres como pensamos, ¿cuánto hay de libertad en lo que hicieron de nosotros?, ¿cuánto margen hay para modificar estructuras tan pesadas?, parecía colocarse la soga y sacársela una y otra vez sin poder sostener su colapso interior. No podía recordar la última vez que respiró, respirar de verdad, aire, no presiones, no expectativas de otros, ¡aire, aire, aire!, eso que ya no sabe a qué se siente pero que su alma de niño añoraba.
II
La nocturnidad tenía una vida aparte para mí. Era como si mis silencios comenzaran a hablar. Me inspiraba desde un lugar tan mío que se me hacía ajeno, inescrutable, impenetrable. Solía escuchar música, leer o mirar algún programa en la televisión antes de acostarme. No me acostaba temprano, era un poco insomne.
Mi personalidad expresaba una ambigüedad entre mi afuera y adentro. Podía verme camuflarme en las calles con mi rostro inexpresivo que permitía acceder a las personas desde lugares no comunes. Me había convertido en una gran observadora, a la cuál era difícil observar. Podía leer las penas, los sueños y las ausencias de los otros en sus rostros, en sus gestos, en sus ojos. Solía ser mi imagen de persona segura y