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Pasto Mojado
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Libro electrónico178 páginas3 horas

Pasto Mojado

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Información de este libro electrónico

En la memoria del personaje principal estn Josefina, Mara y Victoria; todas ellas esperan de l una respuesta significativa. Antes de que algo suceda, Josefina vuelve a sonrer y abre por primera vez la puerta de su casa. Su cara indica que est feliz y segura de que l la quiere. Sin embargo, un da todo cambia y ella se baja del automvil azotando la puerta del vehculo llena de ira. Fue Josefina, Mara o Victoria quien se comport de esa manera? O acaso fue alguna de ellas quien camin por un corredor lleno de espejos que reflejaron su imagen para que esta se grabara en la mente del personaje principal? Luego, en algn momento, Victoria est sentada junto a la cama del hospital donde l se encuentra. Acaba de salir de un letargo y siente que no tiene muchas fuerzas. Extiende la mano y solo logra acariciarle la mejilla a Victoria. Sin poderlo evitar, los efectos de la anestesia lo llevan de regreso a un sueo profundo.

Al despertar no ve a Victoria, y sin proponrselo su mente piensa ahora en Mara, en Lorena y en su madre. Un instante despus est llevando a Mara al aeropuerto y posteriormente ve, a travs de un cristal, cmo ella desaparece de su vida. En ese momento se da cuenta de que tiene una enfermedad grave y que tal vez no exista un maana para l. Ah, desde la cama del hospital, desea que al morir sus recuerdos descansen en paz y que en el ltimo instante Lorena y su madre se acerquen y pongan en sus manos inertes un pequeo ramo de flores.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 nov 2016
ISBN9781506514598
Pasto Mojado
Autor

Francisco Javier Morales E.

Francisco Javier Morales has also published three more books with Palibrio, which are: Artists in San Miguel and Other Stories, Personal Achievements and Wet Grass.

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    Pasto Mojado - Francisco Javier Morales E.

    Copyright © 2016 por Francisco Javier Morales E.

    Portada: Arq. Rafael Alfaro Hernández, Un viejo amor.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2016908762

    ISBN:   Tapa Dura                978-1-5065-1457-4

                  Tapa Blanda            978-1-5065-1458-1

                  Libro Electrónico   978-1-5065-1459-8

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 04/11/2016

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Índice

    Sueños y recuerdos

    Hospitalización

    Atrapanovias

    Quirófano

    Josefina

    Visitantes

    Espejos

    Pasto mojado

    Sueños y recuerdos

    I

    Pasé por María. Me sentí nervioso. Nos habíamos conocido hacía poco tiempo y esa era la tercera o cuarta vez que salíamos. Toqué el timbre de su casa justo a la hora en que había quedado de pasar por ella. Ella salió a recibirme y vi que estaba contenta. Traía el suéter echado a la espalda. En ese momento ella me gustó mucho. Platicamos y me dijo que iba a estudiar biología, que le interesaba conocer cosas de las células, de los seres vivos, y no sé de qué otras tantas cosas más. Yo le conté de la vez en que en la escuela diseccioné una rana y un conejo en las clases de biología. No me dijo nada, pero por la expresión de su cara adiviné que ella hubiera sufrido más que el pobre animal cloroformado que estaba a punto de morir a manos de unos curiosos estudiantes, entre los cuales yo me encontraba. Ya no le comenté que a la pobre rana le quitamos el corazón y con una pila le dimos toques eléctricos para ver cómo se movían sus extremidades.

    María y yo hablamos de muchas cosas más y luego le pregunté que si cuando ella empezara a estudiar biología quería darme clases particulares de esos temas. Ella sonrió y me miró a la cara. Me dijo que sí sería mi maestra, pero que no me confiara. Puso cara de persona seria y me dijo que me exigiría que estudiara mucho al igual que a cualquier otro alumno. También yo puse cara de gente seria y le prometí que yo sería un buen estudiante. Nos divertimos con nuestras preguntas y respuestas y del mundo hipotético de la relación maestra-alumno que ella y yo creamos en un instante. Luego empezamos a hablar de otras cosas. Ella me estaba atrayendo mucho. Me sentía muy bien en su compañía, y en varias ocasiones pensé, tal vez por su comunicación corporal y sus respuestas, que a ella le pasaba lo mismo conmigo.

    En un momento del día en que salimos extendí mi mano derecha y le acaricié la mejilla. Los dos nos pusimos nerviosos. Ella no me pidió que retirara la mano y nos quedamos viéndonos a los ojos en silencio. Gracias a esa caricia descubrí cómo un momento podía transformarse en una eternidad en donde nuestros sentidos nos abandonan mientras nos sumergimos en algo que algunos llaman felicidad. En mi mano y en mi cuerpo había una mezcla de sensaciones y de sentimientos que María y yo compartíamos sin decir palabra, como dos maniquíes que quieren besarse en silencio y no saben cómo hacerlo.

    II

    Creo que ya estoy envejeciendo, aunque sé que esto no es del todo cierto. Lo que puedo afirmar es que estoy dejando de ser el de antes. Ahora, si me despierto a media noche, me cuesta trabajo volverme a dormir. Hace algunos años ya me había pasado algo similar y sin darme cuenta lo superé. Luego, por mucho tiempo, todos los aspectos de mi vida fueron normales, o al menos así lo parecían. Sin embargo, desde hace unas semanas, las cosas cambiaron. Un poco de estrés, de nerviosismo, de preocupación o cualquier otra cosa que me genere cierta inquietud hace que pierda el sueño. Generalmente si me despierto en la madrugada, trato de quedarme tranquilo en la cama. No tiene caso que me levante y empiece a caminar por la casa. Eso hace que entre en plena vigilia. Mejor prefiero tratar de relajarme y de esperar resignado a que llegue la luz del día o, si tengo suerte, que el sueño regrese. Es curioso, pero en varias ocasiones en que me encuentro en esa situación tengo la impresión de que estoy totalmente despierto. Cuando abro los ojos me doy cuenta de que el tiempo pasó rápidamente sin que lo hubiera percibido. Esto hace que no pueda asegurar que todo fue un sueño o una ensoñación que distorsionó mis recuerdos o, lo que es peor, mi sentido del tiempo.

    A veces cierro los ojos. Si el sueño no viene, entonces en su lugar aparecen los recuerdos. Vendrá el primero, y este traerá al segundo y así se formará una cadena de antiguas vivencias que durarán, si tengo mala suerte, posiblemente hasta que amanezca y tenga que levantarme para ir a la oficina. Podría decir que a veces pienso que en esos momentos tengo una mezcla de sueños y recuerdos que en muchas ocasiones no distingo cuál es uno y cuál el otro. Lo cierto es que, no sé por qué razón, pero en algún momento de este ritual nocturno María empezó a aparecerse en mi pensamiento. Primero lo hizo de manera esporádica y luego con mayor frecuencia. Ahora siento que ella aparecerá en mis sueños y en mis recuerdos sin que yo pueda distinguir cuándo transita de uno al otro. Es decir, sin que me dé cuenta ella pasará del sueño al recuerdo. Iré a la oficina, trabajaré todo el día, sacaré los pendientes y cuando llegue a casa ella estará esperándome no en la sala de mi casa, sino en el vestíbulo de mi inconsciente. Vendrá solo hasta que considere que me empiezo a relajar y que las actividades y preocupaciones del día quedaron atrás. Una vez que yo baje la guardia, que me diga que el día de trabajo fue normal y que empiece a descansar, a relajarme, entonces comenzaré a ver sus ojos grandes en la lejanía. Posteriormente, poco a poco, su rostro cobrará forma. Al final sentiré que ella está junto a mí.

    Si comentara esto con alguien más, esa persona me diría en tono de burla que lo que hago no es más que soñar con los ojos abiertos, como los cientos o miles de personas que todos los días se evaden de su vida para conectarse con un mundo imaginario o para tratar de reencontrar la felicidad en un pasado que ya no existe. Dudo que yo haga eso, y solo me preocupa que ese sueño o ese recuerdo vuelva a presentarse con la misma fuerza con que lo viví. Inconscientemente quiero que ese sueño me diga algo que tal vez no entendí o qué parte de mi relación con María no fue clara para mí. Esto, con el paso del tiempo, me ha ido generando duda y confusión, por no decir miedo o cierto tipo de cobardía. Tal vez todo lo pueda resumir a un problema de una interpretación errónea de nuestra realidad que ahora, muchos años después, posiblemente ya no tenga importancia para nadie. En este caso María solo es el fantasma que una parte de mí ha creado y que nadie más que yo tendrá que liberar o alejar para que abandone mi mente. La otra parte de mi persona me indica que no se trata de un fantasma, sino de algo más real como es el deseo reprimido que tengo de volver a verla. Tal vez esas dos explicaciones sean ciertas, aunque no sé cuál de las dos sea la más importante o la que está más cercana a la verdad.

    Todas estas fantasías y el deseo de volver a ver a María hacen que recuerde un momento en particular que viví con ella. Ese recuerdo, junto con la ensoñación, o lo que sea, es lo que me permite volverla a ver y revivir parte de nuestra relación. Tal vez parezca una tontería, pero nunca olvidaré el primer beso que nos dimos. En el recuerdo, o eso que se lleva mi conciencia al pasado, estoy junto a María. Ella y yo estamos caminando una tarde en el Parque Hundido como lo hicimos varias veces por alguna de sus veredas. María y yo vamos tomados de la mano. A lo lejos vemos varias parejas sentadas en las bancas. Eso, por alguna razón que no comprendo, me da valor y, en algún momento, acerco a María hacia mí. Los dos caminamos unos pasos rozándonos las piernas. Nos reímos un poco a manera de broma y otro poco con nerviosismo. El roce de nuestros muslos pone en alerta nuestra libido. Luego me detengo y le paso mi brazo derecho por su cintura y, de alguna manera que no recuerdo cómo lo hice con exactitud, hago que ella gire hacia mí. Siento que está sorprendida. Con mi otra mano tomo su mano derecha y los dos, como si estuviéramos sincronizados, extendemos hacia abajo nuestros brazos al mismo tiempo. Ella me ve con asombro y ansiedad porque mi rostro ya está junto al de ella. Ninguno titubea. Nuestras bocas se hacen una y yo empiezo a sentir una enorme erección. Me imagino que ella también se excitó. Los dos queremos que ese momento continúe, que nada lo termine. Solo deseamos que el reloj deje de caminar o que lo haga de manera muy lenta, dándonos la oportunidad de extender el momento y el placer lo más posible. María y yo, sin decirlo, también queremos que ese beso, cuando deje de recorrer nuestros cuerpos, quede grabado en nuestras mentes. Pensé que lo único verdadero eran nuestras bocas que se volvieron una y no querían separarse. A los dos nos invadió el deseo. Este recorrió nuestros cuerpos y llegó a nuestros genitales. Por momentos dejó de ser placer y se refugió en nuestra espina dorsal. Era una especie de electricidad que se introdujo por nuestra epidermis para llegar a las venas, a los huesos y a nuestros deseos de vivir. Ni ella ni yo abrimos los ojos. Sentimos que el beso nos unió con fuerza, como si los dos hubiéramos sido objetos imantados que no pueden ni quieren despegarse.

    Ese beso, al extenderse por todo mi cuerpo, hizo que mi corazón palpitara con mucha fuerza. Recuerdo que solté mi mano izquierda y con esta le acaricié la mejilla a María. También abrí los ojos e hice un ligero movimiento hacia atrás. Nuestras bocas se despegaron. Nos miramos a los ojos. No supimos qué decirnos, pero tampoco necesitamos decirnos algo. Extendí mi mano y le volví a acariciar la mejilla. Ella tomó mi mano entre las suyas y por un momento parecimos maniquíes que solo se amaban con los ojos. Hoy, en la lejanía del tiempo, me sorprendo de mi reacción y no olvido la excitación que en ese momento sentí.

    III

    Hace muchos años, en una de las primeras veces que soñé con María yo iba desde México hasta Valencia. El sueño no me daba pormenores del viaje. Estaba en una habitación de mi casa y de repente aparecía en un muelle. Tenía que tomar un barco para llegar a la isla en donde María vivía. Me veía abordando una embarcación, luego estaba observando el mar por un momento. En lugar de estar parado cerca de donde llegaban las olas pasaba a estarlo en frente de la puerta de su casa. Parecía que su madre había adivinado que yo iría y ella estaba al pendiente de mi llegada.

    —Te estábamos esperando para cenar, Javier —me dijo la madre de María. Ella me acompañó al comedor. María, sus hermanos y su padre estaban sentados a la mesa y al verme dejaron de hablar y se me quedaron viendo en silencio. Todos estaban a la expectativa de lo que yo fuera a decir. Sus miradas me pusieron nervioso y solo sonreí a manera de saludo. Me acerqué a la mesa y puse mis dos manos sobre el respaldo de una silla que estaba junto al lugar que María ocupaba.

    —Javier, por favor, siéntate. Ponte cómodo —me dijo María, e inmediatamente ella se levantó y fue hacia la cocina. Luego ella regresó rápidamente. Desde el extremo de la mesa vi que me sonreía y que en sus manos traía un plato de sopa hirviendo.

    —Te traje de la sopa que te gusta. Es igual a la que comíamos en México, ¿te acuerdas? —me dijo mientras yo me sentaba a la mesa. Vi que me miraba con intensidad y luego el vapor que salía del plato empezó a deformar un poco su rostro. De repente oscureció. Hasta que sus padres y hermanos se levantaron de la mesa me percaté de que me había sentado junto a ellos.

    —Con permiso, Javier. Es tarde y nos vamos a dormir. Tenemos muchas cosas que hacer mañana —me dijeron sus padres y ellos desaparecieron junto con sus hermanos por una puerta. María y yo nos quedamos solos. Pensé que ella iba a ir a la cocina a servirse un plato de sopa igual al que me había traído, pero ella no se movió. Me dio la impresión de que estaba inquieta y me iba a pedir que le ayudara a levantar la mesa. Quise preguntarle qué pensaba de que yo hubiera ido a visitarla, pero sentí que ella me empezaba a ver con cierto nerviosismo o cierta ansiedad.

    —¿Te gusta la sopa, Javier? Si quieres te sirvo más —me dijo y empezó a levantarse lentamente de la silla. Luego, no sé por qué razón, me pareció que se alejaba y que la sopa que me había servido ya se había enfriado. Ella me observó de lejos por unos momentos, en silencio, como si quisiera adivinar mis pensamientos o saber qué le iba a decir.

    —¿Javier, traes la carta? —me preguntó María cuando yo menos lo esperaba. Además, noté por el tono de su voz que estaba nerviosa. En ese momento recordé claramente que había ido hasta su casa para llevarle la respuesta a la carta que ella me había enviado muchos años antes. Ella me volvió a observar en silencio y estuvo pendiente de todos mis movimientos. Sentí que su mirada era un tanto fría y que ya estaba molesta conmigo.

    —Creo que mejor me voy —le dije. Ella no me respondió, y además me pareció que la expresión de su rostro se había endurecido. Me sentí mal conmigo mismo e imaginé que su mirada pronto me empezaría a incomodar, pues en el fondo esta no era hostil. Metí la mano en la bolsa interior del saco con la idea de sacar la carta que le había escrito. No la encontré. Me desconcerté. Estaba seguro de que la había puesto ahí. Sin embargo, al momento de buscarla ya no estaba en el lugar en el que yo hubiera asegurado que la había guardado. Creo que ella pensó que había ido a verla con las manos vacías y solo para escenificar una farsa.

    —María, te escribí una carta, pero no la encuentro. No sé si me creas, pero quería dártela y ahora no sé dónde quedó. No sé cómo pudo haber desaparecido. Perdona mi torpeza —le dije apenado al mismo tiempo que sentí que yo era un gran tonto. Ella solo me miró con detenimiento unos segundos más. La expresión de su rostro

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