Las campanas de Islamabad
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Te sorprenderás cuando conozcas todo lo que puede pasar por la mente de quien se debate entre la vida y la muerte.
Esta es la historia real de un hombre (Alfredo), que se infecta con la gripe A y se complica con tres infecciones más del propio hospital. Se debate entre la vida y la muerte. Durante cuarenta y siete días permanece en estado de inconsciencia absoluta. Algunos médicos tratan de no alarmar a la familia y ponen todas sus esperanzas en la ciencia, la fortaleza de Alfredo, incluso en los rituales que llevan a cabo algunos familiares y allegados; mientras otros no dan ni un ápice de esperanza.
En su estado, sus hijas y su mujer sufren, lloran y se preparan para el peor de los escenarios. Sin embargo, el enfermo no hace más que vivir nuevas experiencias,oficios, viajes, incluso amores y desamores; solo la etapa en que es tomado cautivo por unos traficantes es lo que produce en el viajero ciertos malestares. Su regresoa la realidad una vez superados los peligros, su inmovilidad, convalecencia y todas las nuevas limitaciones, son tomadas con valentía y fuerza de voluntad. Tiene por delante una lucha que debe superar y una batalla en favor de la vida que está decidido a ganar. El permanente repicar de campanas en todas su aventura y en diversas circunstancias, son el único lazo de unión que le sujeta a la vida.
Las campanas de Islamabad es una historia de superación personal, a la vez que la realidad unida a esa fantasía vivida en ese túnel que separa a los vivos de los muertos, hacen de esta novela un libro interesante que despertará toda la curiosidad de muchos lectores.
Agustín Roble Santos
Agustín Roble Santos nació el 16 de febrero de 1959 en el seno de una familia campesina y religiosa del municipio de Pilón, en la provincia de Granma (Cuba). Es el mayor de seis hermanos. Su niñez y juventud transcurrieron en un ambiente campestre, cursó los estudios primarios en escuelas muy humildes de esos serranos parajes. Sus estudios secundarios y preuniversitarios fueronrealizados en centros escolares de los municipios de Pilón y Niquero. Terminó sus estudios de ingeniero agrónomo en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana, (actual Universidad Agraria de La Habana) en 1994. Viajó a España en 1999 para completar estudios superiores y, al terminar estos, no regresó a la isla. En el año 2004 se tituló de doctor por la Universidad de Almería. En el año 2013 publicó su primera novela: la primera edición de Extraño huésped. A finales de 2017 publicó su segunda novela: Las campanas de Islamabad. Ha escrito un gran número de relatos cortos y poemas, todos en proceso de publicación. Trabaja como ingeniero agrónomo, y en la actualidad escribe su tercera novela: A merced del viento y la arena.
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Las campanas de Islamabad - Agustín Roble Santos
Prólogo
«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio o la casa de uno de tus amigos o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti».
Este fragmento de la «Meditación XVII» de Devotions Upon Emergent Occasions, obra perteneciente al poeta metafísico John Donne y que data de 1624, me sirve de pretexto para deshojar los contextos narrativos de la presente obra literaria: Las campanas de Islamabad, novela que se agencia por derecho un embalaje literario de alto vuelo artístico en lo que concierne a la sencilla, pero profunda manera perceptiva con la que está escrita.
A partir de una infección pulmonar aparentemente insignificante, que luego evoluciona a drástica gripe tipo A, se van entretejiendo hábilmente las múltiples vivencias del personaje protagonista, en un ir y venir de escenas propias de un individuo que está situado en la antesala de la muerte.
La muerte y sus angustias provisorias han sido recorridas en la literatura por reiteradas cuestas; también los procesos sensoperceptivos de aquellos que la esperan; sin embargo, cuando el escenario y las circunstancias del autor giran alrededor de la misma y lo convierten en explorador explorado de esos momentos, en los cuales conspira el mundo alucinante pero intensamente vivaz del enfermo, se nos sumerge en un misterioso caudal de apreciaciones e impresiones. Nos corresponde entonces sortear los eventos reales de aquellos que, partiendo de estratagemas de un sólido narrador (Alfredo, el personaje central), emergen de pasajes oníricos ricos en matices, audaces en formas y contenidos, donde la acción parte de lo irreal y no obstante, contradictoriamente, es la realidad de un hombre que lucha por su vida, atraviesa túneles de fracasos y encantos, inconformidades y locuras, dibujadas con respeto y elegancia a través de lo que se vivió mientras moría.
Agustín Roble Santos, su novelista, evoluciona hacia formas del decir que muchas veces, como en electrizante pentagrama, acogen diversos registros del verbo, arriesgan las palabras hasta lograr un sentido del contrasentido.
Atado a esta pretensión de resumir las variables conflictos/personajes sin que el interés del lector disminuya, Agustín hace íntima la realidad circundante del hombre que agoniza y, sin embargo, lucha instintivamente por escapar de la muerte. Dentro o fuera de su contexto histórico tiende ramajes de interés a su capacidad de escudriñar los rostros y apariencias más versátiles de la verdad humana que, como en el arte, será la verdad del ojo que lo observa.
Tanto en lo que respecta al estilo en el decir como el objeto a retratar desde la crucial majestuosidad de la palabra, Agustín Roble Santos trata de no atravesar caminos trillados, de orientar su obra a la originalidad y aunque —a mi modo de ver— lo auténtico devino relativo desde el escozor de los primates por su lenguaje gutural, este autor prestigia su propia identidad lingüística, con la que logra someter al lector a sus ingeniosas maniobras narrativas.
Construye un mundo que viaja de lo onírico a lo real y viceversa, a partir de deseos reprimidos, historias no resueltas, conflictos, suspenso, humor negro, paradójicas situaciones que solo pueden ser creíbles si parten del interno rompecabezas del «soñador» que no sabe si «sueña», del enfermo comatoso que no sabe que muere, del hombre que existe sin saberlo y no es capaz de des-dudarse ni camino a la muerte, porque las dudas constituyen una ración de islas invidentes sufridas con doloroso apremio, abocadas a todos los sentidos y posibles armonías redentoras, aunque el hombre no sepa que está, que es, que funciona vegetativamente.
Con relación a lo anteriormente expuesto, aclara su autor:
«parte de lo que se cuenta en la novela es ficticio, fue ese período que tuve de inconsciencia. Para mí no fue un sueño, porque el sueño puedes tenerlo y olvidarlo a los cinco minutos; esto fue diferente, fue algo vivido (aunque de manera ficticia), pero muy vivido, hasta el punto de hoy día recordarlo todo como si estuviera en el lugar de los hechos, con sus personajes, paisajes, olores…».
El eterno dilema shakesperiano del ser o del no ser, del estar o no estar, se afronta con singular dominio expresivo. El protagonista, incluso, se emparenta con el colorido y las mutaciones de aquella isla que está lejos y no obstante, se lleva en la sangre, en la forma de pensar y actuar aún cuando no se esté de acuerdo con el sistema social imperante, que más que liberar, oprime, más no desde la ignorancia; es sometido al mundo árabe con su idiosincrasia, costumbres, guerras…
Un proverbial diluvio narrativo llueve sobre las no pocas luchas de contrarios, sean familiares, políticas, ideológicas; el protagonista trata de escapar de sí; sin embargo su yo lo espera en cada rincón y lo obliga a reconstruirse, resignarse o reconciliarse con ese conjunto de trampas temperamentales, áreas de rivalidad, sombras arbitrarias ante las cuales cada vez está más indefenso, sin posibilidades en su vulnerabilidad casi absoluta; la cual le prohíbe posibles coartadas para refugiarse de la mortal dimensión que adquieren sus transitadas indecisiones. Lo cercan incertidumbres, titubeos, defectuosos lineamientos de vida, océano de azares que se empecina en afrontar con apremiante ímpetu; se obliga a colectar alternativas desde la nada, reordenar las conciencias, costumbres, los dogmas que le impone un régimen de existencia del que no se cree merecedor o destinatario (sobre todo los árabes).
La trama doblega su andamiaje a través de dos tipos de narradores en primera persona: el moribundo (esté consciente o alucine) y su hija Liena, quien narra las penurias contraídas desde el inicio de la enfermedad hasta un capítulo que seduce por estar repleto de sucesos paranoicos, sospechas, falsas pistas… amén del uso de técnicas narrativas.
Novela con anclajes decorosos, de código hondamente personal, particular franqueza e introspección que viaja desde la crítica filosófica al desparpajo costumbrista donde las escenas, ricas en sensualidad, despertarán en el lector determinadas temperaturas emocionales.
Finalmente, el tañer de Las campanas de Islamabad desamolda el curso del texto con sus ruidosos repiqueteos; constituye una suerte de dato escondido, aviso admonitorio, trampa tendida al protagonista que se pregunta qué sucede, qué acontecerá luego que el campaneo acabe, cuál será su destino, mientras siente disolverse (como escribiera el poeta metafísico John Donne) el pedazo de continente, una parte de la tierra, que es él mismo… y todos.
Reynaldo Duret Sotomayor
Primera parte
Capítulo 1
Son las siete y media de la mañana del 20 de febrero de 2016, las fiebres de cuarenta grados no remiten. El lunes estuve en el trabajo y a los pocos minutos, me retiré porque no soportaba el mal cuerpo y las altas temperaturas que emanaban de todo mi interior. Tres veces acudí al médico de familia, pero este me convenció de que era la gripe común, y debía desaparecer dentro de siete días.
—Da lo mismo tomar antibióticos como que no, señor Alfredo —dijo el galeno, en tono tranquilizador, típico de un sesentón que ha dedicado toda su vida a la medicina—. De todas maneras, si se tomó usted los tres comprimidos de antibiótico que le receté, espere hasta el lunes y, si sigue con las fiebres, el malestar y las dificultades respiratorias, vaya de inmediato al servicio de urgencias del hospital Virgen de Las Angustias. Espero que haya mejoría —apuntaba el doctor, mientras yo salía de la consulta.
¿Esperar hasta el lunes? Imposible. Comienzo a temblar, la vista se nubla y cada vez se me hace más difícil respirar. Estoy completamente agotado y solo. Me visto como mejor puedo y corro en busca de un taxi que me lleve al hospital. Bajo a toda prisa la empinada cuesta del Cerro de San Cristóbal, dando traspiés y alguna que otra caída.
Subo desesperado al primer taxi aparcado en la esquina de la calle de Las Tiendas y Antonio Vico.
—Lléveme rápido para el hospital Virgen de Las Angustias, por favor —suplico al hombre, que le sacaba la última cala a un cigarro. Salimos de allí a la velocidad de un rayo.
—Podía haber llamado directamente a la ambulancia —señalaba el taxista, mientras circulaba a gran velocidad, saltándose incluso algunos semáforos en rojo.
El empleado de Atención al cliente solicita mi documentación. Hace un par de preguntas sobre mi dolencia. Le explico mis síntomas y me envía a la consulta de clasificación.
—Tiene usted la saturación por el suelo. Pase al salón de espera y le llamarán inmediatamente de la consulta número dos; así que esté atento, por favor — enfatizaba la doctora. Aprovecho mientras me llaman por los altavoces y telefoneo a mi mujer en Sevilla. Le cuento mi situación y le digo que probablemente me dejen ingresado. Rompe a llorar.
—Saldré de inmediato para Almería —contesta. Trato de tranquilizarla: «no es más que un simple resfriado, no te preocupes, me siento bien y todo está bajo control». Ella insiste, mañana emprenderá el viaje.
El diagnóstico es concluyente.
—Tiene una severa infección pulmonar y debemos ingresarlo por lo menos un par de días, tratarlo con antibióticos y mantenerlo en observación, aunque no descartamos un ataque viral, de manera que también realizaremos algunos análisis para convencernos de que no haya contraído usted la gripe A —señalaba el médico.
El facultativo solicita de inmediato la asistencia de dos enfermeros de la Unidad de Cuidados Intensivos. Acuden con una camilla, me acuestan en ella y corren a gran velocidad como si algo extraño pasara. Entran a la UCI y varias celadoras me cambian la ropa y los zapatos, que sustituyen por una bata hospitalaria. Una enfermera acude con unos cuantos tubos para extraerme sangre. Otro se encarga de cogerme un par de vías para colocar los sueros que ya tiene sobre una mesa.
Escucho el repicar de extrañas campanas, todas con el mismo tono. ¡Qué campaneo más raro! Parece como si estuviera en el interior de una iglesia cuando llaman para celebrar la misa. Trato de tranquilizarme y espero a ver cómo termina esto.