Réquiem por una sonrisa
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Este libro es un testimonio de que el cambio es posible, incluso en los momentos más oscuros. Las palabras del autor son una guía alentadora para aquellos que enfrentan desafíos similares, ofreciendo consuelo y motivación para seguir adelante. Renaciendo de las Cenizas , desde momentos muy dificiles , este libro nos recuerda que la vida es preciosa y que siempre hay una luz al final del túnel, incluso cuando todo parece perdido.
"Ánimo, y mucha fuerza, siempre existe una salida; cuando creas que todo está perdido, resiste y sigue, algo llegará con el tiempo. La espera puede ser larga, puede llegar a parecer eterna, podemos sufrir y padecer mucho en ella, pero resistan, no se cansen, aunque parezca que se agotan las opciones y se cierran todas las salidas, porque merece la pena, y siempre encontraremos algo, pues donde se cierra una puerta, se abre otra, y luego, comprenderán que hicieron bien al seguir luchando sin rendirse ante las circunstancias y se sentirán felices, satisfechos y orgullosos por ello."
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Réquiem por una sonrisa - Nicolás Núñez Martín
El doce de julio del año 2021, ingresé en la sala de urgencias del Hospital de la Macarena tras intentar quitarme la vida mediante la ingesta de cincuenta pastillas ansiolíticas.
Éstas páginas fueron escritas durante las interminables y eternas horas que permanecí ingresado a lo largo de toda una semana en la Unidad de Psiquiatría, junto a mi madre, postrado en una cama y completamente aislado de la realidad y del mundo exterior, entre las cuatro paredes de mi habitación.
A mi madre, que me acompañó en éste trance y me prestó su ayuda en todo momento, y nunca supe cómo agradecérselo. Gracias por todo, te quiero mucho, mamá.
Apenas llevamos aquí tres días y ya estoy deseando marcharme. Pero no me dejan, me retienen entre cadenas con largos brazos viscosos.
Los días aquí se me están haciendo eternos. Hoy ha venido una muchacha morena muy simpática a hablar conmigo. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y unas zapatillas de asfalto, junto a su vestido de enfermera. Ha intentado conversar un poco conmigo, sin éxito alguno. Espero no haberla hecho sentir demasiado mal. Todo me resulta molesto y fastidioso entre éstas cuatro paredes; siento que el aire escapa de mi pecho, y una leve presión suave se desliza a través de él como una tenue caricia de escarcha.
El hospital es ruidoso. Nuestra habitación se encuentra situada al lado de una especie de cabina de control o algo así; no sé muy bien lo qué es, y día y noche, hay ajetreo de carros, materiales, efectivos y pacientes que entran y salen sin parar.
No paran de molestarme, médicos, psiquiatras, limpiadoras, incluso gente de la Junta a través de llamadas. Esto es una locura, un auténtico vaivén de ridiculeces y sinsentidos. Lo único que deseo, es fumar un cigarro y huir de aquí, volar lejos de ésta realidad asquerosa.
Por lo visto, he sido ingresado sin consentimiento en una unidad de cuidados psiquiátricos junto a mi madre porque soy menor de edad. Pobrecilla, siento mucha pena por ella; puedo ver cuánto sufre en silencio. Qué ruina de vida.
Tratan de subirme el ánimo y la moral, pero todo va a peor, las horas me resultan cada vez más pesadas y lentas, y el ánimo decae por momentos. ¿Qué ironía, cierto?
Después de la breve visita de la joven morena, una vez comprobadas con diligencia mi presión arterial, el nivel de oxígeno en sangre, las pulsaciones por minutos, entre otras medidas y niveles que desconozco, se marchó con un suspiro un tanto apagado y una expresión de pena, pero estoy seguro de que ella no se doblegará con tanta facilidad, porque se ve una mujer fuerte y noble. A mí me encantan las mujeres que tengan un carácter fuerte y rudo, no puedo evitar excitarme ante la contemplación de su rudeza y de su energía. El caso, es que tras la marcha de ésta chica tan simpática, entró otra señora, más mayor y de menor estatura, con ojos azules y gafas cuadradas, y un pequeño gorrito de enfermera blanco sobre la cabeza, que se acercó a mí con una sonrisa idiota y me ofreció un vasito de plástico en el que yacía colocada la mitad de una pastilla. Creo que era Diazepam o algo así, porque me dijeron que era un antidepresivo para hacerme sentir mejor.
Demonios, ¡qué asco! Sentí como mi estómago se revolvía al contemplarla, y aquella asquerosa sensación de un cúmulo disforme, una pesada pasta, una repugnante amalgama semi-sólida se deshacía sobre mi lengua y se escurría lentamente entre mis dientes hasta bajar a través de toda mi garganta. No pude evitarlo, y sentí odio y asco.
—¿Con qué te la vas a tomar, agüíta o zumito? —dijo. Aquí todos se dirigen a mí con diminutivos y gran cariño en sus palabras. Creerán que así me harán sentir mejor.
—No, con agua —respondí rápidamente.
Estaba leyendo un fragmento de El Rey de Harlem del Poeta en Nueva York loquiano y, de repente, de un solo movimiento, brusco y rápido, lo dejé sobre la cama y me incorporé con los ojos muy abiertos.
—Agua —asentí con la mirada desencajada, en un tono amenazador y desconfiado.
—Vale.
En mi cabeza estaba todo planeado. Me ofreció aquél medio fragmento espolvoreado, y yo lo tomé con nerviosismo visible entre mis dedos, a la par que giraba a toda velocidad sobre mí mismo y cogía un vaso de agua medio vacío que descansaba desde la noche anterior en mi mesita de madera. Me la tomé, intentando guardarla entre la lengua para no tragarla, pero era tan fina que sentía como se deshacía con mi cálida saliva corrosiva en el interior de mi boca, cual sollozo de escarcha fundido por el sol del amanecer, un hojaldre de algodón. Entonces, acorralado, fingí que resbalaba de mi boca y, acto seguido, cayó sobre el colchón de la cama.
—¡Uy! —sonrió tras la mascarilla azul.
«Hija de puta. ¿Cuándo piensas irte?», me decía. Lo que no sabía, era que no se marcharía de allí hasta verme tragar aquél maldito pedazo de infierno.
Así que, finalmente, cansado de todo aquello, la recogí y me la volví a tomar, pero el recuerdo de cincuenta pastillas deshaciéndose a la vez en mi boca, acudió presto a mi memoria, y no tuve más remedio que escupirla de puro asco.
En primer lugar, fue eso, repulsión pura y dura, mas en seguida, me dominó una terrible sensación de rebeldía e insidia, y unas ganas exacerbadas y fervorosas de desobedecer a aquella pobre mujer me invadieron por completo.
Me puse a escupir la pastilla por completo al suelo y, ante su propia mirada, mientras pensaba para mí mismo: jódete, pesada
.
Luego, empezó a hablarme con las mismas tonterías: que si estaba aquí para ayudarme, que si vas a salir de todo esto, tú puedes, eres fuerte...
Continuó hablando, pero yo desconecté mis oídos por completo, y dejé de prestarle atención. Sonará cínico, pero el hecho de verla allí hablando sola sin que nadie le prestase la más mínimo atención, me provocaba regocijo. Finalmente, al percatarse de que no merecía la pena seguir con aquél estúpido sinsentido, se levantó en silencio, recogió sus cosas y salió por la puerta tal y como había entrado.
—Luego vendrá a visitarte la psiquiatra...
A chuparla: venid quienes queráis, a ninguno os prestaré atención. Después de eso, decidí darme una ducha.
El baño es mi parte favorita del día, sin dudarlo. Adoro sumergirme en mis pensamientios bajo un chorro de agua hirviendo que escalde mi propia piel al mismo tiempo que desgarra con furor y saña mi carne.
Me siento libre cuando noto las gotas cayendo sobre mi nuca, deslizándose a través de mi espalda, erizando en el acto los vellos de mi piel como si fuera un tenue susurro de escarcha helada.
Sin embargo, pronto desaparece ésta agradable sensación de plenitud y sosiego, y llegan a mi mente las voces y los pensamientos, los malditos pensamientos. Ojalá supiera de dónde provienen, trataría de exterminarlos, al igual que a todos los demás. Maldita sea, maldita sea. Siento entonces, entre el sofoco del agua hirviendo y la asfixia que invade mi garganta, que la cabeza me va a estallar en cualquier momento, y trato de cerrar a toda prisa los grifos de agua. Me siento, desnudo y empapado, en el suelo de la ducha y, allí, transpiro y jadeo, hecho un ovillo, con temor y confusión. Las duchas nunca acaban bien.
Mi ojos se pierden en la nada. Un inmenso vacío flota en el espacio del aire. El vapor de agua empaña los espejos y cubre mi pelo como espíritus de lejanos tiempos.
Tiempos: el tiempo es extraño. A veces corre, a veces vuela, otras, se detiene como si nada para uno, y no vuelve a avanzar para otros. Toda nuestra vida gira en torno a algo tan abstracto y tornátil como él, y construimos nuestra vida en base a éste mismo, una vida sin sentido ni valores.
Las duchas siempre desatan lo peor de mí mismo.
Se me están pasando los mareos que tenía ayer. Ayer prácticamente no existía, no era yo, no podía dar más de dos pasos sin irme hacia los lados, como si estuviera dominado por una crápula infernal de cinco días sin descanso. Joder, qué mal estaba. Permanecí la mayor parte del día en cama, sin ser capaz de realizar el más mínimo movimiento, completamente lisiado. Esto me sucedió también en la Sala de Observaciones. Sé que estuve en ella de oídas, pero el caso es que apenas recuerdo un par de cosas de ella: las sondas de suero que me aguijonearon las venas y que, ahora, me han dejado dos grandes hematomas que siquiera me permiten mover un poco los brazos de puro dolor sin estremecerme, además de un viejo cascarrabias que se encontraba al límite entre la vida y la muerte, que no cesaba de quejarse y gruñir a cada momento. A mi lado creo que había otra señora, mas no soy capaz de recordar con detalle nada más; las memorias de aquél día yacen obnibuladas, ocultas tras una especie de turbia y densa nebulosa confusa que tiñe de opacas cenizas todo a su alrededor. El caso, recuerdo que mi madre me contó, tras salir de aquella infernal y estrecha sala, que el viejo se había dedicado a desprenderse durante toda la noche de unos pañales que portaba, mientras balbuceaba incoherencias, y que, tras conseguirlo, había llenado de orines toda la cama. Lo habían amarrado, pero el desgraciado no se rendía.
No recuerdo como salí de aquél lugar estrecho e infernal, el caso es que, de la noche a la mañana, me hallé tumbado sobre ésta fría cama azul donde ahora las horas se suceden lentas y el tedio son los días mismos.
*
Hoy ha vuelto la enfermera morena junto a la mujer de las pastillas. Se ve una joven simpática y estudiosa. Seguro que en su clase sacaba las mejores notas, como tú. Siento un aprecio desmedido por éste tipo de mujeres, listas, hábiles, atractivas, como se suele decir aquí, más vivas que un rayo
.
