Pensamiento Prohibido
Por Katherine Oxlaj
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Pensamiento Prohibido - Katherine Oxlaj
Contents
Prólogo
I
II
III
IV
Dedicado a mis amigos.
Prólogo
Recuerdo la remota tarde de mi primer semestre en la universidad, en la cual después de quejarme varias veces del aburrimiento, a mis manos fue entregada una copia del primer manuscrito "Pensamiento Prohibido". El manuscrito solo contenía cinco páginas. Cualquiera diría que esas cinco páginas no me quitarían el aburrimiento ya pesado por la carga de los días anteriores, pero eso no fue el caso. En esas cinco páginas me quedé envuelto en el pensar de una gran idea. Siempre me he creído una persona con la mente abierta a todo lo que me tira la vida, pero recuerdo muy bien que después de leer esas cinco páginas mi mente se quedó con un poco de recelo con el tema del cual este libro lidiaba. Yo sabía que en el mundo existía gente con sentimientos similares al del personaje principal, pero yo siempre los proyectaba como otra gente más en mi antigua visión de un mundo plano.
Esta novela nos presenta un tema detallado y profundo sobre una persona con un sentimiento diferente al que estamos acostumbrados en la sociedad. Entre más el lector lee, el conocimiento sobre el personaje se agranda. Llega a tanto este conocimiento que a la mitad de esta novela el lector deja de mirar la situación como un evento normal y se une a las desventuras del personaje en primera persona. En una serie de eventos, en su mayoría tristes, como en la vida real, el autor nos invita a compartir una vida y en su invitación nos abre los ojos a un mundo más allá de nuestro círculo cotidiano. Esta novela, gracias a su excelente narrativa, nos une al personaje. Vemos un poco de cada uno de nosotros en él. No es que todos tengamos el mismo problema, pero en él podemos encontrar la lucha constante por lograr nuestros sueños. Este ideal es solo u no de los tantos mensajes que están latentes en esta novela.
Al final de la novela comprendí un poco más sobre otras personas que no eran mis amigos o familia. Ahora los invito a todos, especialmente a aquellos lectores que se atrevan a leer y comprender lo que se encuentra oculto entre las letras escritas en esta novela. Espero que como a mí, esta novela les abra un poco la mente para comprender un poco más la vida y que encuentren un poco de ustedes en esta novela. Sobre todo que la disfruten como se disfruta toda buena literatura.
Luis S. Ochoa A. II
Estaba decidido a todo. Por fin todo aquello que había añorado por primera vez, durante mi infancia se convertía en una realidad. ¿Que daría yo porque ese proceso tomara lugar en los tiempos de mi niñez? Pero de cualquier forma eso ya no importaba; lo que realmente importaba hasta ese entonces era empezar con el tratamiento lo más pronto posible. El doctor que estaba frente a mí, me miraba con unos ojos penetrantes encarnizados. Tenía los brazos fuertes como un fisiculturista obsesionado por los pequeños detalles de su cuerpo. Su cabello acolochado, radiante de color castaño le daba un aspecto italiano. Mi primera impresión era que, él era un griego americanizado, un oriental olvidado de su tierra, de sus costumbres y de sus tradiciones. A primera vista parecía un doctor de buen aspecto y de buen parecer, con un acento bien masculino. Yo estaba nervioso, atento a sus palabras. La conciencia me carcomía a cada instante, y sentí sobre mi piel la electricidad de mis nervios y mi ansiedad. Cuando me explicó los detalles premonitorios del tratamiento sentí como el alma me explotaba en pedazos.
—Si bien sabes, este proceso es irreversible y después de iniciar con el tratamiento no hay marcha atrás. Me dijo: Yo lo miré directamente a los ojos, y sentí una conmoción de duda, pero al mismo instante recobré el ánimo y le respondí…
—Estoy seguro de lo que quiero, Dr.
Sostuve la respiración por un instante y me sugirió que atendiera los grupos de apoyo emocional antes de iniciar el tratamiento. Sentía miedo de todo, no sé por qué pero tenía la certidumbre de que algo no andaba bien. Miré hacia la ventana, y parecía que el cielo me hablaba y me preguntaba ¿Es correcto lo que haces? Parecía que en una nube se dibujaba el rostro de mi madre, y de mis hermanos. Los veía escupiéndome en la cara increpando todas las palabras de odio que conocían. El doctor me notó un poco distraído, y me preguntó.
—¿Está todo bien?
Le correspondí con un movimiento meticuloso de mis hombros de que todo estaba bien. Sin embargo solo yo conocía mis pensamientos. Después de despedirme aquella tarde como de costumbre, me recosté sobre mi cama y algo profundo, algo dentro me dijo que no empezara el tratamiento de hormonas para la feminización de mi cuerpo.
La felicidad no está en los sueños, está en tu realidad, y tu realidad es la realidad de muchos
.
9 de agosto del 2008
I
El cielo estaba hermoso y las nubes se detenían envolviéndose en figuras abstractas que se disolvían con el aliento del viento. Una manada de grajos surcaban los cielos sobre lo alto de las nubes. Las copas de los árboles frondosos servían de sombra a los caballos que se detenían echados sobres sus raíces. Los niños se deslizaban por las ramas de los árboles y los perros ladraban tras los pies de los forasteros; minutos después se oían los gritos de pavor de aquellos perros flacuchos que recorrían las calles pedregosas en busca de pan. Las diáfanas aguas del rio que cruzaba la aldea se resbalaban por las piedras y las hojas de los árboles caían como dóciles plumas sobre el remanso del arroyo. Del otro lado del campo hacia el Este se encontraba en lo alto de la colina la tienda que mi padre había construido dos años antes. Un árbol de encina frondoso y alto era la vista peculiar donde se sentaban los jóvenes a charlar por las tardes morenas bronceadas por el sol. Cuando la luz del sol se tornaba de color rojizo oscuro, los rayos del sol golpeaban solamente las nubes y dejaban a su paso el estrago de una tarde melancólica. Entonces a lo lejano se oía el ruido de la única camioneta que cubría la ruta hacia Santa Elena. Las gentes se bajaban en la intersección de las dos carreteras que crucificaban la aldea y ellos desaparecían por las veredas con rumbos distintos. Por esas mismas veredas con diferentes direcciones aparecían los caballos cargados de bultos de maíz o frijol que eran extraídos de los sembradíos cercanos. Los hombres del pueblo, con sus cuerpos sudorosos bajaban al rio para darse un chapuzón, o charlar con las muchachas que fregaban con sus manos, sobre la piedra la ropa sucia. Los niños corrían despavoridos por los parajes y los arboles silvestres. Muchos de ellos se perdían entre los árboles y bajo los cafetales hacían pequeños agujeros que servían de marco para sus juegos de canicas.
Ahí nací yo, bajo las sombras de los árboles, bajo las caricias de los animales y de la selva verde. El primer recuerdo que guardo es el olor de las plantas; el sabor de la leche y el frio mañanero. Aún puedo sentir en mis pies el roció de la mañana y las punzadas de las piedras, al caminar por la terracería en dirección al molino. Aún puedo sentir el frio del agua sobre mis pantorrillas cuando bajaba al arroyo a lavar el nixtamal y los platos. Aún siento la melancolía de esas tardes tibias acompañadas con el runrún de los insectos. Yo era delgadito como una escoba. Mi cabello era como las espinas del puercoespín y tenía los pies callosos por la falta del zapato. Mi única vestidura era una calzoneta que casi nunca me quitaba. Los únicos pantalones que tenía eran los que mi madre me ponía cuando íbamos a la iglesia los domingos. Por alguna razón que desconozco hay eventos que no puedo recordar, es como una confusión entre mi vida y la de otros. Es como la indiferencia entre mis sentimientos y mis razones. Es como una nube que cubre mi mente, es como una niebla que se esparce entre mi imaginación y mis ideas. Es como si el espectro de mi recuerdo haya volado muy lejos de mi pensamiento. Tal vez ese espectro de mi pasado hubo volado hacia ese pasado invisible que no puedo recordar. Es precisamente en mi infancia cuando descubrí el sentimiento indiferente a mis razones. Es precisamente en ese lapso de tiempo que me di cuenta que ser diferente era un error; que tener un sentimiento ajeno era algo prohibido, era algo de otra de dimensión y de otras gentes. Con tan solo seis años de edad, me doy cuenta que la vida es tan complicada y alrevesada. Me di cuenta, que hay excusas tan innumerables por la que un ser humano se deja caer del peldaño de la montaña. Son tantas cosas las que queremos perseguir y son tantos sueños los que nos persiguen a donde quiera que vayamos. Tan solo era un niño al que lo perseguían los sueños, al que lo alimentaba los recuerdos de otra vida: La vida que yo desconocía y el mundo en que fui creado, tal vez por otras gentes, por otras culturas y por otras manos. Muchas veces en medio de ese debate de mi vida, de mi razón y de mi conciencia, solo había un recuerdo que empezaba a marginarme día tras día y noche tras noche. Cada evento, cada circunstancia, era un pábulo de muchos problemas. El pábulo de aquella infelicidad que yo no tenía y que no lograría tener hasta que este sentimiento de amor, de lucha y de batallas me acogiera para siempre en medio de aquel tumulto de dificultades y esperanza. Si: Yo no era un niño normal como otros, mis ideas y mis pensamientos rondaban a cada instante en el cinismo de mí alrededor. Aquellos eventos meticulosos se convertirían en los eventos que con gran ímpetu, convertirían mi vida en una vida llena de fracasos. Son tanto los eventos que puedo recordar y son tantos los eventos que desconozco. Quisiera mencionar detalle con detalles aquellos eventos naturales. La ambigüedad con la que sucumbía cada cosa en su intento por lograr la metamorfosis que tanto soñaban.
Porque tendría yo que relatar, la manera en que veía aquella aldea donde yo nací, desboronares pedazos por pedazos. Tal vez no sea tan importante el odio que acogía a cada instante las mentes de las personas que yo conocí, pero es que cada cosa que sucedía a mi alrededor tuvieron un impacto solemne que yo percibía desde un ángulo diferente. Puedo recordar con exactitud aquellas contiendas entre casados y solteros, viudos o divorciados. Pequeños y grandes, eruditos, o inteligentes.
Yo tenía siete años y estaba sentado bajo un árbol de capulina en las afueras del campo. Julia cruzaba por la esquina de la escuela cuando las palabras de doña Graciela que estaba sentada en su despacho rompieron el silencio sin prejuicios.
—«Ahí va esa vieja sapa» dijo rápidamente, mientras se llevaba el bocado a la boca. Julia caminaba despacio hacia el centro de salud e hizo como si no escuchase nada. A mi parecer aquella intervención innecesaria sucumbía los límites de la moral y la ética. ¿A que se debía aquel odio?
Julia caminaba mordiéndose los labios, y llevaba un paso lánguido, ensimismado de aquel impecable odio. Los que no faltaron en la risa, fueron Chepe, Tambo, y Silvia Bum que levantaron la vista curiosamente para reírse.
—«Miren como mueve el trasero esa vieja tonta, como una burra caliente, por eso quedo panzona» volvió a expresarse doña Graciela.
Sus hijos no se contenían de aquella risa canija que yo pude escuchar claramente en aquella plena tarde, diáfana como el agua y alegre como los pájaros. La única triste en aquel entonces, era Julia. Sus ambigüedades de aquella realidad que la rodeaban iban más allá de lo imposible y de lo pertinente. A doña Graciela le disgustaba ver a Julia y sentía un odio por ella. Doña Graciela estaba casada con don Mingo Bum, un hombre flaco de nariz puntiaguda. Si: puedo recordarlo con una camiseta blanca que parecía que nunca se quitaba y siempre todas las tardes a las seis, se sentaba bajo aquel mismo árbol donde yo estaba sentado aquella tarde del suceso. Don Mingo Bum tenía fama de ser un tenorio. El mismo día que se acostó con Julia le prometió de todo, desde mudarse del pueblo y hasta divorciarse de su esposa doña Graciela. «Quiero vivir contigo, le dijo, solo contigo» Por un momento Julia pensó que solo decía disparates, pero la seriedad con la que don Mingo se lo dijo la desconcertó un poco. Tal vez, estaba cansada de no conseguir marido formal, y pensó que era una oportunidad para hacerse de un hombre y de un hogar. La última vez que se hizo de un hombre, no había sido más que de un forastero que había llegado al pueblo. Este como muchos, solo estuvo con ella un mes y se marchó. Nadie supo cómo ni cuándo pero se dice que en la mañana cuando Julia se levantó a preparar el desayuno se dio cuenta que este ya no estaba. La misma historia se volvía a repetir con este hombre que no era más que un sin vergüenza. Se acordaba de ella cuando doña Graciela se lo reclamaba. Cuando Julia salió embarazada, el mismo le dijo:
—«Estruja la criatura que yo no la quiero y si piensas tenerlo, yo no me hare cargo, no arruinare mi matrimonio por un hijo que no estoy seguro si es mío, tantos hombres con los que te acuestas».
A Julia no le quedó más remedio que aceptar que don Mingo solo la había utilizado como muchos de los hombres que ella ya había conocido. Se maldijo ella misma, y posiblemente aquella maldición la llevó a la empecinada idea de que no quería ser mujer. Sufría desde entonces, y la vida se le iba en el puro rescoldo de la soledad. Perdió las esperanzas de conseguir marido, y se encerró en su habitación por un tiempo para tomar cuidado del bebe. Este evento en sus detalles, llegó a ser un alboroto para todos en el pueblo. No había nada oculto, y los pormenores del suceso llegaron a mis oídos, y por alguna razón, no mía, si no del destino aun lo recuerdo, como si algo estuviese dentro de mi pensamiento.
Meses después del alumbramiento me detuve en la tienda de doña Dionisia para comprar unas pastillas Panadol y vi a Julia que estaba parada cerca del mostrador comprando comida para la semana. Su rostro alegre me distrajo por un momento y no pude resistir las ganas de reírme cuando oí a Julia decir.
—Lo que se va a comer el gusano que se lo goce el humano. Yo no sabía exactamente el mensaje que sus palabras trataban de transmitir, pues yo solo era un niño pichón en aquel entonces. Al ver que todos reían una sonrisa se dibujó en mi rostro achiquitado y Julia me miró con cierta hipocresía que yo pude notar en sus ojos. Un poco lleno de espanto miré hacia la calle tratando de disimular que me estaba riendo.—
—Es cierto que