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Ipseidades
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Libro electrónico265 páginas3 horas

Ipseidades

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Información de este libro electrónico

El idealismo, la ignorancia, la falta de comunicación y una baja autoestima dan paso a que las protagonistas de esta historia descubran los sinsabores de la vida a través de personas cercanas y queridas. Viviremos emociones muy intensas al recorrer un agridulce trayecto de evolución y cambios de la mano de mujeres inspiradoras, valientes y decididas que se rehúsan a darse por vencidas.
Ipseidades es una impactante, cautivadora y emotiva novela que nos muestra un panorama, a veces inconcebible, de la sociedad, la familia y los amigos. Narrada con candidez y originalidad, Biencar Luciano-Pilod nos adentra en el mundo de los personajes para reflexionar sobre situaciones complejas.
Un vigoroso relato sobre identidad, amistad y vivir en comunidad contado desde la República Dominicana, que hace eco de muchos males que afectan a América Latina y el Caribe.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ago 2020
ISBN9789945925234
Ipseidades
Autor

Biencar Luciano-Pilod

Biencar Pilod Luciano nació el 10 de julio, en Santiago, República Dominicana. Egresada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra como Lic. Gestión Financiera y Auditoría, Summa Cum Laude. Contador Público Autorizado, emigró a los Estados Unidos, donde completó una maestría en Currículo y Enseñanza. Actualmente reside en la ciudad de Chicago junto a su esposo y sus hijos.Durante más de siete años como facilitadora, colaboró con estudiantes de todas las edades en ambos países. Su dedicación y compromiso con los niños, niñas y jóvenes, y la promoción de la planificación económica y social como mecanismos de empoderamiento han representado su sello personal.

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    Ipseidades - Biencar Luciano-Pilod

    IPSEIDADES

    Biencar Luciano-Pilod
    EDITORIAL BIEN ETRE

    IPSEIDADES

    Biencar Luciano-Pilod

    Smashwords Edition, License Notes

    © 2020 Editorial Bien-etre.

    Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total de este material por cualquier medio o método sin la autorización por escrito del autor.

    Ilustración de portada: Mathilde Ambrigot

    Diseño y Diagramación: Esteban Aquino, Ceadvertising.

    ISBN: 978-9945-9252-3-4

    Edición: Editorial Bien-etre

    Impresión: Impreso en la República Dominicana por Editorial Bien-etre, bajo el sello A90D.

    Primera edición 2020

    Para Luana.
    Tú eres capaz. Tú eres suficiente.

    Contenido

    INTRODUCCIÓN 10

    I – Más de Cien Mentiras 16

    II – La Guagua 30

    III – Nunca es Suficiente 44

    IV – Viaje al Infinito 58

    V – Algo está Cambiando 72

    VI – J’entends 88

    VII – Latigazo 104

    VIII – Paso a Paso 118

    IX – Aunque es De Noche 132

    X – El Lado Oscuro 146

    XI – Bachata en Kingston 164

    XII – El Juidero 180

    XIII – Hacia el Amor 202

    XIV – ¿Pa’ qué Usted Viene Ahora? 218

    AGRADECIMIENTOS 231

    Prólogo

    Siempre he dicho que todos nacemos con talentos, pero solo algunos se atreven a explotarlos.

    Cuando recibí por primera vez el borrador de este libro, me di cuenta de que la autora pertenecía al segundo renglón. ¡Y qué bueno que se atrevió! Pues estoy segura de que los lectores que aman las historias cargadas de drama y enigma disfrutarán cada página de esta seductora novela.

    Escrita con un lenguaje cotidiano que te hace sentir parte de la narrativa, Ipseidades pone de manifiesto verdades a voces que todos conocemos pero que muy pocos osan ventilar.

    Con una trama intensa y colorida, la autora nos pasea por las entrelazadas vidas de los personajes, dejándonos ser testigos de una sociedad que lucha contra la miseria, los excesos y los silencios que corroen los corazones y pensamientos de sus individuos.

    Las protagonistas de esta historia combaten las vicisitudes que se presentan durante la trama, valiéndose de esa fuerza interior que todos tenemos a disposición para hacer uso de ella cuando sea necesario.

    Un relato de lucha, supervivencia y triunfo es el regalo que nos hace esta novel escritora que sin duda está en el camino de convertirse en una promesa de la literatura dominicana.

    Keila González Báez

    Autora bestseller

    Creadora de Bien-être

    Introducción

    Con el nacimiento de mi hija se apoderó de mí la necesidad de predicar con el ejemplo. Madre al fin, me dediqué a brindarle el amor, cuidado y educación necesarios para criar a una niña feliz y segura de sí misma. Al mismo tiempo atravesaba por una situación migratoria en Estados Unidos que no me permitía laborar. Me forzaba a tomar unas certificaciones que en verdad no me interesaban.

    Un día, escuchando a una amiga quejarse de tener que comenzar su carrera desde cero una y otra vez y demostrar todos los días que merecía estar en un país que no era el suyo, sentí que escuchaba mis propios agravios. Ya casi con treinta años no había avanzado como profesional al nivel que antes a estas alturas habría dado por sentado.

    Cuando ya se veía llegar la culminación de mi novela migratoria, imaginé cómo sería mi vida una vez superado el obstáculo legal: un empleo de ocho a cinco –no significa que sea malo, pero sí que tendría poca libertad–, mi hija en una guardería, mi esposo con su trabajo que ya demandaba tanto de él, tal vez otro hijo y una semana de vacaciones al año. Conociéndome, ya sabía que haría todo lo posible por exprimirme y darlo todo como ama de casa, madre, esposa, profesional e individuo.

    Entonces puse los pensamientos negativos a un lado y decidí sacar provecho al rollo en el que me había tocado estar involucrada. En ese proceso redescubrí aquella vieja pasión por la lectura que arropó mis años de adolescencia.

    Para decirle a mi hija que los sueños se pueden hacer realidad, tenía que primero realizar los míos. Me cuestioné acerca de si había algo que seguía en mi vieja lista de objetivos y que, por los afanes de la vida, había dejado en el olvido. Efectivamente era el caso y se trataba de ser escritora.

    Quizás por razones egocéntricas –siempre me dio pavor pensar que cuando me tocara dejar la faz de la Tierra, mi nombre quedaría en el olvido– me dispuse a trabajar en una propuesta literaria desde el momento en el que aprendí de letras. Tenía que publicar un libro. Sentía que mi cabeza era un nido de ideas que necesitaban ser proyectadas con lápiz en papel. No era mucho de hablar. Pero cuando escribía tenía la libertad de expresar lo que quisiera, jugar con la verdad y la fantasía, darle riendas sueltas a mi traviesa imaginación sin temor a ser cuestionada o juzgada. Lo hice por más de dos décadas.

    Fue así como gracias al nacimiento de mi hija, mi larga e inestable película migratoria y a un arranque desenfrenado por leer todo lo que estuviera a mi alcance, decidí que finalmente publicaría un libro. Faltando cualquiera de estas tres variantes tal vez esta obra no existiría; sería no más que un sueño, un montón de ideas reprimidas y cuentos cortos guardados en una computadora y una memoria USB.

    Consciente de que los conocimientos en un área y la destreza no se desarrollan de manera proporcional, me dispuse a leer novelas de todo el mundo: Leo Tolstoy, Elena Ferrante, Primo Levi, Chimamanda Ngozi Adichie… Como debía cuidar de mi hija, leía en voz alta mientras la amamantaba. Era tal la pasión que algunas noches tenía dificultad desconectándome de lo que había leído durante el día. Por las mañanas me levantaba temprano y, aprovechando las únicas una o dos horas en las que podría hacer algo sola en casa, mientras mi bebé dormía, yo escribía. El resto del día jugaba con mi niña, leíamos, atendía los quehaceres del hogar y hacía un esfuerzo por no descuidarme tanto de mí misma. Si me surgía una buena idea la anotaba donde primero encontrara: un pedazo de papel, una nota al margen, una servilleta, mi celular, mi mano; y seguía con mis afanes.

    Los conceptos venían sin respetar hora, lugar o espacio. En las tardes ponía un poco de música para forzar el cerebro a distraerse y relajarme. Más tarde iba al gimnasio o hacía ejercicios en la casa para eliminar toxinas. A veces entre sueño me llegaban cosas a la mente que rápidamente me levantaba a escribir antes de que se me fueran a olvidar. Los fines de semana, mientras asistía a clases, entregaba asignaciones mediocres que apenas cumplían con los requisitos, para disponerme a seguir escribiendo. Aprendí a luchar en contra de mi instinto perfeccionista. Podría parecer una vida aburrida y monótona; pero yo me sentía feliz, trabajando para hacer realidad mi sueño mientras pasaba tiempo con mi bebé.

    Confieso que en varias ocasiones dudé acerca de si valía la pena o no publicar esta novela. Vendrían preguntas, comentarios, consejos, juicios… Pero la hesitación no duraba más que unos segundos. Yo estaba ya comprometida a publicar este libro para tener los medios y la coherencia necesarios al decirle a mi hija que los sueños se pueden alcanzar. Entonces, seguía escribiendo, actualizando viejas ideas, anotando las nuevas. Por otro lado, es hoy cuando me siento libre de dejar al descubierto esas debilidades, susceptibilidades, incoherencias, curiosidades, interrogantes y cambios que son justamente los que nos hacen humanos: diferentes e impredecibles. Hoy es que estoy preparada para liberar todo el drama, la contradicción y melancolía que habitan en mí.

    Cuando regresé a mi país después de dos años viviendo en el extranjero, encontré carpetas viejas que estaban llenas de canciones que había compuesto, pensamientos, poemas, novelas, cuentos cortos… Traté de leer una, pero no pude. Me hacía sentir que estaba muy apegada a mi pasado. Tengo la costumbre de deshacerme de ropa, accesorios, objetos… amores… con la seguridad de que vendrán otros mejores. Pero esta vez se trataba de algo diferente. Había tanto tiempo, emociones y esfuerzo invertidos en estas libretas que, a diferencia de otras cosas, me costaría mucho desprenderme de ellas si las mantenía cerca. Entonces, fui al centro de la ciudad y me deshice de ellas. Debía hacerlo lejos, de lo contrario iría corriendo al zafacón a su rescate. Tenía que liberarme de aquellas viejas ideas para abrir espacio a nuevas.

    He terminado escribiendo un libro muy diferente a lo que había imaginado en un principio. En los cuentos cortos que escribí en el pasado noté cierta prisa por llegar a la idea principal. Estaba tan orgullosa y emocionada por el nacimiento de una nueva historia, que no podía esperar por compartirla. También quizás por mi naturaleza de enfocarme en emociones y asuntos abstractos, me faltaban aquellos detalles necesarios para que el lector se sintiera parte de la obra. Esos eran justamente los pormenores que cuando yo volviera a leer mi relato después de algunos años, me cautivarían nuevamente. Esta vez he hecho un esfuerzo por sacudirme de la prisa y el orgullo. He tratado de disfrutar el trayecto que, como todo en la vida, es donde radica la parte más bella de la experiencia.

    El año 2004 marcó a mi país y a mi familia debido a la Crisis Financiera de la República Dominicana. Sentí que ninguna de las dos entidades volvió a ser la misma. Es por esa razón que he elegido esa época. También considero que muchas veces subestimamos el proceso de cambio por el que atraviesan los jóvenes cuando terminan etapas tan importantes en sus vidas, como lo son la secundaria y la vida universitaria. Se ven enfrentados a tomar decisiones que determinarán en gran parte su futuro. Se es tan joven e inmaduro en un período en el que hay que hacer tantas elecciones críticas para el porvenir, que me resulta injusto que tengamos que cargar con sus consecuencias muchas veces para toda la vida. ¿Pero quién dijo que la vida estaba supuesta a ser justa? ¿Y qué significa que la vida sea justa?

    Cada vez que escucho a alguien declarar que no confía en nadie, me da mucha pena. Es lindo tener conversaciones sinceras con la gente; hacer un favor de manera desinteresada. Es de humanos pedir ayuda cuando se necesita y regocijarse en el privilegio de recibirla. Todo esto nos hace seres más felices. No somos una especie autosuficiente, nos necesitamos los unos a los otros. Pero estamos tan confrontados incluso con nosotros mismos que en este intento de convivencia encontraremos todo tipo de personas, situaciones e intenciones. Es bonito amar –a ti mismo, al prójimo, hasta al desconocido–, pero manteniendo los ojos abiertos y una actitud vigilante.

    He querido compartir lo bonito, lo no tan bonito y lo pintoresco de crecer, de buscar y descubrir su identidad y de encontrarse como ente que forma parte de la sociedad. A la vez, me he tomado la libertad de hacer varias críticas sociales y denuncias.

    Mis personajes son reales. No se trata de mujeres, sino de millones de personas cuyas historias están ahí afuera esperando, rogando que sean contadas. Quieren que las dejemos de ver como simples cifras o estadísticas. Necesitan que sintamos lo que cargan dentro, que experimentemos sus emociones, dudas, pasiones y angustias. Por eso al leer este libro quiero presentarles a nuevas amistades que han decidido confiarles sus secretos, que les han abierto sus almas sin reservas.

    Las figuras no han sido creadas de manera fría y calculada. Las personas no somos el resultado de perfectos procesos de planeación y ejecución; pero de una cadena de hechos combinados con una pisca de destino y suerte. ¿Creo en el destino? Creo que hay situaciones que están destinadas a no ser, a no funcionar. ¿Creo en la suerte? Sí.

    Te solicito que leas este libro con un corazón empático y una mente abierta. Los personajes somos tú, yo, el vecino, la hermana que ha vivido contigo toda la vida y crees conocer, la pareja con quien quieres compartir toda tu vida y un día te sorprende con una actitud inesperada.

    De eso trata Ipseidades: de mirarse a uno mismo en el otro y viceversa.

    Biencar Luciano-Pilod

    Confieso que he reído,

    Confieso que he llorado.

    Confieso que no en todas las noches he soñado.

    Confieso que he querido,

    Confieso que he olvidado.

    Confieso que he repetido muchos errores del pasado.

    Confieso que he vivido.

    I

    Más de Cien Mentiras

    Hoy es un día de aquellos en los que le urge estar sola en casa. Lleva los dedos cruzados para que el resto de la familia esté ausente. Es su último año de preparatoria y debido a las réplicas del temblor de tierra del 22 de septiembre del 2003, las autoridades gubernamentales han ordenado que los estudiantes sean despachados temprano a casa. –Soy un completo desastre –Celeste E. Alba Castillo va repitiendo, ensimismada.

    Desde hace unos meses se había sentido orgullosa de haber superado, sin ayuda profesional y sin generar sospecha por parte de sus parientes, aquellos pensamientos que la mortificaban desde la infancia. Eran precisamente esas ideas las que la invitaban a hacer cosas de las que más tarde se avergonzaba. Últimamente ya no inventaba con los frascos de pastillas que encontraba. Había comenzado tomándose unas cuantas píldoras aquellas tardes en las que se sentía abrumada por las dudas, la presión y sentimientos de insaciabilidad. Sabía que no pasaría nada si se tragaba un par de acetaminofén innecesarios. Pero poco a poco fue aumentando la dosis y el tipo de medicamento. En las ocasiones en las que llegó a media docena, los quiero dejar de vivir para por fin tener paz, fueron reemplazados por un no quiero que mi familia sufra al descubrir que no era la joven perfecta y feliz que proyectaba. Entonces bebía agua caliente en cantidades excesivas para expulsarlas. Fue así como Celeste descubrió la complacencia en regurgitar luego de haber tomado decisiones que la hacían sentir culpable.

    Sin embargo, después de pensarse estable durante los últimos meses, pareciera que con el primer obstáculo se tambaleara lo poco que ella construyó sola. El profesor de química había asignado aprenderse la tabla periódica para este miércoles. Pero como ella era una de las estudiantes sobresalientes y, además, los demás tutores no han estado dando mucho seguimiento desde el sismo de la madrugada del martes, ella solo se apuró por embotellarse los elementos de las primeras columnas. Para su sorpresa, el maestro comenzó con ella. Bien que los ojos del caballero no podían ocultar el asombro de escuchar a esta joven recitar la tabla como una carretilla. A Celeste se le ha roto la botella cerebral al terminar con los elementos de transición.

    - De todos modos, ¿para qué me servirá saberme la tabla periódica en la vida? No entiendo ni pío de lo que he memorizado. Es como una canción en un idioma desconocido de la que después del coro se me ha olvidado el sonido que sigue -pensaba.

    No obstante, al ver al instructor anotar algo en su récord de notas, Celeste se ha convencido de que lo ha defraudado. Seguro que él quiso establecer altas expectativas poniéndola como ejemplo y que ella se ha quedado corta. Desde aquel evento, la arropó una ola de desesperación y ansiedad que no le permitió abrir la boca por el resto del día.

    Con sus lentes de sol puestos espera el concho para llegar a casa y esconderse en el único lugar donde no tiene que complacer a nadie: su recámara. Sus compañeros de clase la catalogan como la muchacha con más flow (swagger). Ella no ha entrado en detalles e inclinándose por lo interesante que la hace sonar el tener estilo, se ha reservado el detalle de que usa gafas porque padece de fotofobia o sensibilidad a la luz.

    Estaba disponible el primer carro al que le indicó detenerse sacudiendo el índice de su mano derecha y, aunque el asiento delantero estaba vacío, decidió montarse atrás. Sabe que si le toca una de las dos plazas del medio va a tener que zambullirse o sentarse en la orillita, pero de todos modos está dispuesta a correr el riesgo. Su padre solía insistirle en optar por los asientos traseros. Ella intuía que él lo hacía meramente por cuestiones de seguridad. Pero ayer se molestó cuando tuvo la sensación de que el chofer le tocaba el muslo izquierdo cada vez que pasaba un cambio. Su propia incomodidad la confundía. Quizás solo era una falsa percepción y el señor no lo hacía propósito; no obstante, decidió evitar a toda costa tener que vivir aquella irritante experiencia de nuevo.

    Al montarse saluda con un buenas y le pasa los siete pesos al caballero: tenga chófer. Se sienta lo más lejos posible de los otros dos pasajeros con quienes comparte el asiento y comienza a mirar distraída por la ventana. Se pregunta qué sucedería si las personas pudieran ver todo lo que pasa dentro de ella; si nuestros pensamientos fueran proyectados sobre nuestra cabeza como una especie de película y los demás fueran capaces de descubrir todo lo que ocurre ahí dentro. ¿La tacharían de loca? ¿O descubriría que todos estamos igual de retorcidos?

    Aunque salió temprano, tenía la esperanza de que ese día no habría tantos embotellamientos de tráfico. No comía desde la madrugada; apenas había saciado su sed en las fuentes de agua comunales de la escuela. Mira en el bolsillo de su camisa azul para asegurarse de que los veinte pesos de la merienda siguen ahí. El señor al volante escucha una canción que le provoca analizar su condición actual de manera satírica:

    - Luego de una larga jornada de labor forzada (escuela) y de resultados desastrosos (mi desempeño recitando la tabla periódica), me dirijo a mi mansión (casa) en una humilde limusina (carro de concho) y, mientras el distinguido conductor (chófer) escucha una interesante melodía (bachata de Luis Vargas), yo intento analizar la lírica y llego a la siguiente conclusión: solo alguien con problemas más grandes que los míos escucha y canta una vaina que dice: Tú se lo estabas dando a otro… mi cuarto y mi sudor-. Y en la inferioridad intelectual que percibe en el fanático descubre cierto consuelo y sentido de grandeza.

    Pareciera no haber mucho tráfico, por lo que le tomaría un máximo de cuarenta y cinco minutos llegar a su destino.

    Los dos tórtolos con los que comparten el asiento comienzan a besarse. Siente vergüenza ajena. Ya no puede sentarse más lejos. En la radio suena Amor Narcótico, de Chichí Peralta. Para su suerte, ellos pronto piden la parada. Entonces quedan en el vehículo el conductor, ella y el bochorno del momento.

    Al volver a montarse, trata de escurrirse lo más posible detrás del chofer, y baja el cristal de la ventana que la pareja había llevado subido para protegerse del sol. Ir en el concho es una oportunidad para contemplar el Río Yaque del Norte y perderse en el verdor de sus paisajes. Pero hoy incluso el río se ve seco y no le resulta placentera la vista que por lo general lo es.

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