Mi 11 de septiembre: 24 periodistas relatan su vivencia
Por Varios autores
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Varios autores
<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>
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Mi 11 de septiembre - Varios autores
Introducción
Medio siglo después del golpe de Estado que sufrieron Chile y los chilenos, la memoria es un instrumento poderoso para construir el futuro. Esa es la razón profunda de este libro publicado originalmente en 2017 y que editorial LOM reedita como un aporte a las conmemoraciones del 50° aniversario del golpe, que abrió las puertas a la oprobiosa dictadura civil y militar de 17 años. La perspectiva de lo sucedido en 1973 nos plantea diversos temas que es útil tener en consideración.
Desde el punto de vista de la investigación histórica, cabe detenerse en cuál era el discurso que el presidente Salvador Allende pensaba pronunciar ante el país ese mismo día 11 de septiembre. Testigos y protagonistas de la época coinciden en señalar que el mandatario había decidido convocar a todos los chilenos para que participaran en un plebiscito ratificatorio de su Gobierno. En caso de registrarse un resultado adverso, el presidente estaba resuelto a convocar a nuevas elecciones. Es decir, su propósito era consultar al pueblo, la más alta expresión de la democracia.
Esta situación era, al parecer, el único camino de salida para la profunda crisis que vivía el país cumplidos ya tres años del gobierno de la Unidad Popular (UP). Nada era fácil en ese momento. La mayoría de los diez millones de chilenos, como lo demostró la elección parlamentaria del 4 de marzo de 1973, se vio convocada a definirse ante el ambicioso y, según algunos, utópico proyecto del gobierno de la UP: cambiar el sistema capitalista que imperaba en Chile, con su secuela de injusticias y desigualdad, por un régimen socialista y democrático, al que se llegaría mediante el voto y la decisión libre de las grandes mayorías. En términos gruesos, se trataba de establecer en el país un sistema socialista «a la chilena», diferente al soviético y a otros que requerían la imposición dictatorial de una ideología.
La UP, encabezada por Salvador Allende, se proponía profundizar las conquistas de los trabajadores, conformando un «nuevo estado», en el que el pueblo adquiriera un ejercicio real del poder; mantener en forma irrestricta las libertades públicas, sustituyendo la «represión policial» por la «disciplina social»; ampliar el derecho a voto a todos los mayores de 18 años, incluyendo a los analfabetos; profundizar y extender la reforma agraria ya iniciada por el gobierno de Frei Montalva; establecer relaciones diplomáticas con todos los países del mundo. Respecto a la economía, se proponía crear tres grandes áreas (social, mixta y privada). En la primera se incluiría la nacionalización de la gran minería del cobre y demás productos naturales, junto con estatizar la banca privada y los seguros y eliminar los grandes monopolios. El área mixta combinaría el capital estatal con el privado, y la tercera incluiría a la pequeña y mediana industria, la agricultura no reformada y los servicios no monopólicos.
Este modelo socialista y democrático alarmó a Estados Unidos, que en ese momento era el máximo exponente de la Guerra Fría que dividía al mundo. Era imposible aislar a nuestro pequeño país de la confrontación universal. Washington no creyó jamás en el compromiso de Allende y la UP de conjugar el socialismo con la democracia y decidió no permitir la instalación en el poder del primer presidente marxista en el mundo elegido por el voto universal. Al día siguiente de la elección del 4 de septiembre de 1970, el embajador norteamericano en Santiago, Edward Korry, informó a la Casa Blanca que «Chile votó con calma para tener un estado marxista-leninista, la primera nación del mundo en hacer esta elección libremente… es un hecho triste que Chile haya tomado la ruta del comunismo… esto tendrá un efecto muy profundo en América Latina y el resto del mundo». Esas fueron sus palabras textuales, según consigna en sus memorias Henry Kissinger, por entonces secretario de Estado. El informe provocó la ira del presidente Nixon, quien ordenó hacer «cualquier cosa» para impedir la instalación de un «comunista» en Chile.
Así las cosas, se fue generando en nuestro país un clima de máxima tensión social y política. Pese a los esfuerzos de Estados Unidos y de los grupos más conservadores de la derecha empresarial chilena, las Fuerzas Armadas se mantuvieron firmes en su compromiso de respetar la institucionalidad. Así lo hizo el comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, cuya posición le costó la vida. Fue asesinado el 25 de octubre de 1970 por un comando de ultraderecha, nueve días antes de que Salvador Allende asumiera la Presidencia de la República, y casi simultáneamente con la decisión del Congreso Pleno de respetar su primera mayoría relativa obtenida en las urnas.
Fracasados los intentos de impedir la instalación del Gobierno, la Casa Blanca optó por asfixiar a Chile, cumpliendo la orden de Nixon de «hacer aullar de dolor» la economía nacional. Ello desencadenó un brutal desabastecimiento, en particular de los productos esenciales para la vida, con el consiguiente surgimiento de filas interminables para proveerse de alimentos y otros bienes. En los tres años de la UP Estados Unidos bloqueó el 80% de los créditos comerciales a corto plazo, que hasta entonces eran de procedencia norteamericana. Paralelamente, los partidarios de la Unidad Popular, en especial los jóvenes, crearon un clima de adhesión, solidaridad y entusiasmo pocas veces visto en el país. Miles y miles de chilenos se sentían partícipes de la inmensa tarea propuesta por Salvador Allende. El ambiente que ello generaba tal vez sólo se ha visto renacer medio siglo después, en algunos episodios de reciente data.
En los tres años de la Unidad Popular se registraron avances significativos. La participación electoral aumentó desde 1,9 millones de personas en 1970, a 2,5 millones en 1973; el Congreso aprobó por unanimidad la nacionalización del cobre, nuestra principal fuente de divisas; la mayoría de los niños chilenos recibió el prometido medio litro de leche al día; se avanzó significativamente en aumentar la cantidad de jubilados mayores de 60 años; la reforma agraria se convirtió en una realidad; la cesantía disminuyó considerablemente. Todo ello en un clima de respeto riguroso a la libertad de prensa y de opinión. Intentando superar la crisis generada por la escasez de artículos de primera necesidad, se instaló en el país, a principios de 1973, una «economía de guerra», con la creación de miles de Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP).
Esta era la situación que vivía el país a mediados de 1973. En un ambiente de aguda polarización y tajante división social, los chilenos fueron alineándose en uno u otro sector. Los partidos políticos que integraban la Unidad Popular también acabaron por discrepar ante las medidas para superar la crisis. El presidente Allende instó a buscar diálogos con todos los sectores y se esforzó por atraer a la clase media y a la Democracia Cristiana, en esa fecha el partido más numeroso e importante. Para ello discutió con sus cercanos la posibilidad de llamar al plebiscito ratificatorio, con el consiguiente compromiso de convocar a nuevas elecciones en caso de ser derrotado. La historia exhibe dramáticas señales del avance de la tragedia.
El jefe del Estado informó personalmente de su decisión al entonces comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, y pocos días después el ministro de Defensa, Orlando Letelier, comunicó oficialmente la decisión presidencial al cuerpo de generales del Ejército. Cuenta la historia que Pinochet pidió encarecidamente al Gobierno postergar el llamado a plebiscito, mientras calculaba cuándo y cómo sumarse al golpe militar en ciernes.
Los síntomas de la crisis eran ya evidentes. Pese a todo, y aunque Chile y el mundo han cambiado radicalmente en este último medio siglo, vale la pena destacar que los problemas y las aspiraciones de la mayoría son muy similares. El presidente Allende, por ejemplo, hablaba de superar la desigualdad de ingresos, subir las pensiones para las personas mayores, bajar el precio de los medicamentos. Chile hoy es otro, pero aquellas demandas esenciales siguen vivas.
Los periodistas que relatan su testimonio en este libro pertenecen a un grupo denominado Mesa de don Camilo, por el padre del periodismo nacional, Camilo Henríquez. Originalmente fueron once, pero al surgir la idea del libro testimonial se amplió a varias mujeres periodistas y a profesionales de dos regiones, Concepción y Aysén. También se invitó a periodistas que vivieron el exilio y que aún residen fuera del país. Fue así como se llegó a la cifra de 23 periodistas más un abogado. En el tiempo transcurrido desde la primera edición en 2017, han fallecido dos importantes autores: Antonio Márquez Allison y Enrique Martini Araya. Mantenemos sus valiosos testimonios y lamentamos su ausencia. Pese a todo, los sentimos a ambos muy presentes en la tarea de combatir la amnesia social. En septiembre de 2017, al presentar la primera edición de este libro bajo el sello de editorial Occidente, la presidenta de entonces, Michelle Bachelet, quiso estar presente y, más aún, escribió un prólogo titulado «Nada ni nadie está olvidado», el que conservamos en la presente edición.
Las víctimas de la dictadura civil-militar que instaló el golpe e impuso un régimen de terrorismo de Estado, no pueden ser olvidadas. Fueron miles los chilenos desaparecidos, torturados, encarcelados, exiliados. Por ellos, por las víctimas directas e indirectas de la dictadura, es clave recuperar la memoria, que permite registrar experiencias de primera fuente que dignifican a los mártires anónimos de la violencia. Sólo mediante la construcción de una paz sostenible en el tiempo será posible consolidar una sociedad democrática en que tengan cabida todos los ciudadanos, sin discriminación alguna.
A tantos chilenos represaliados injustamente por la dictadura es imprescindible sumar las víctimas de un régimen económico-social que Salvador Allende ya quería reemplazar: son los adultos mayores que malviven con pensiones miserables, los enfermos que no son atendidos por un sistema de salud insuficiente, los jóvenes que no reciben una indispensable educación, los profesionales aún endeudados con el pago de sus estudios. Gran parte de estas demandas aspiran a ser atendidas hoy por el gobierno de los nietos de aquellos protagonistas del 11 de septiembre de 1973.
Si la experiencia de Chile bajo Salvador Allende impactó al mundo y marcó en la memoria global lo ocurrido en nuestro país, medio siglo después, bajo la conducción del más joven gobernante del planeta, revive el interés por este rincón del mundo y por su afán de crear los cauces políticos bajo los cuales se deje atrás el orden constitucional ideado por Jaime Guzmán e impuesto por Pinochet. Se observa, desde diversos ámbitos del escenario internacional, cuánto avanzará la búsqueda de nuevas formas de relación entre ciudadanía y poder, una interrogante cada vez con menos respuestas mientras nos adentramos en el siglo XXI.
La tarea es compleja, llena de esperanzas, en una época en que entender el ser común de toda la sociedad, tan impregnada de lo digital, requiere expandir los espacios de libertad y democracia para hombres y mujeres. Hay en ello el afán de poner la mirada en el futuro. Así también lo quiso Allende cuando, frente a la crisis de su tiempo, se propuso buscar en la respuesta de los ciudadanos la marcha que deberíamos seguir. No lo dejaron. La mayor coincidencia entre lo ocurrido hace cincuenta años y el devenir del Chile contemporáneo es el afán por construir mejores días para la patria desde la voz de los ciudadanos y sus demandas.
Esa es la tarea de las nuevas generaciones, a las cuales está dedicado este libro de testimonios.
Leonardo Cáceres Castro – editor
Mayo de 2023
El 7 de septiembre de 2017 la entonces presidenta de la República, Michelle Bachelet,
encabezó el acto de presentación del libro en el Salón de Honor de la Universidad Central.
La presidenta posa con los periodistas autores del libro.
Nada ni nadie está olvidado
Hay historias que creemos conocer de memoria. Narradas una y otra vez, asumimos que sabemos detalle por detalle qué ocurrió en un día determinado, más aún si ese día, como sucede con el 11 de septiembre de 1973, marcó nuestro devenir como sociedad para siempre.
Y sin embargo, cada año, con cada aniversario del golpe de Estado, con alguna reciente investigación periodística, con el hallazgo de algún historiador, descubrimos nuevos matices, nuevos testimonios, nuevos ángulos para iluminar ese día gris y amargo.
Es lo que sucede con este libro que tienen en sus manos. Escrito por un conjunto de periodistas, y por lo tanto con cierta aproximación común a los hechos de «el once» –casi todos ellos ejercían su oficio en ese momento, ya sea en medios de comunicación o en reparticiones públicas–, esta recopilación de veinticuatro testimonios conmueve, remece y enseña.
Conmueve, porque más allá de cualquier consideración partidista o ideológica, encontramos aquí la vivencia humana de chilenos y chilenas, muchos de ellos muy jóvenes, que nos cuentan qué hicieron ese día, sin dramatizar, sin adjetivar siquiera.
Y son, sin embargo, testimonios dramáticos, en que aparece la sombra ominosa de nuestra democracia demolida hasta los cimientos, la violencia que se desataba sobre la patria, la afrenta, la traición y la cobardía; pero encontramos también la solidaridad elemental de los anónimos, el sentido del humor que nos rescata aún en los peores momentos, la música, la belleza incluso en medio de las lágrimas.
Remece, porque casi podemos oler el miedo y el dolor que invadía nuestra patria en ese día triste. Y enseña, porque aprendemos que, en los instantes más negros, alguien estuvo dispuesto a tender una mano solidaria; a facilitar el asilo político; a hacer una oferta de trabajo cuando todos los horizontes parecían cerrados; a escuchar, a compartir una comida, a tocar un long play de Carole King mientras rugían los Hawker Hunters sobre Santiago.
Conmueve también comprobar que, a pesar de la diversidad enorme de experiencias y relatos que este libro contiene, hay cuestiones que se repiten. La conciencia compartida, por ejemplo, de que nuestra democracia estaba amenazada y al borde del colapso, y la sensación de inevitabilidad del golpe de Estado, nos recuerdan que quizás pudimos y debimos hacer más para preservar el Estado de Derecho (aunque como sabemos hoy, los promotores del golpe no estaban dispuestos a retroceder y habían tomado sus decisiones mucho antes de 1973). Ese era el sentido del llamado a plebiscito del presidente Allende, programado para el mismo martes 11. Quizá esta conciencia compartida sea tan necesaria para el Nunca Más como la memoria, que en estas páginas se conserva, también, de todos aquellos quienes sufrieron la muerte, la tortura, la desaparición forzada y el exilio.
Saber que nada ni nadie está olvidado, como nos demuestra este libro con sus recuerdos llenos de emoción y ternura, es reconfortante y nos ayuda a seguir en el camino de la verdad, la justicia y la reparación. Agradezco a cada uno de los autores y autoras, a través de Leonardo Cáceres, su editor, esta contribución sincera a la construcción de un Chile en el que la memoria orienta, con su luz, la creación de un futuro