Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo
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Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo - Gonzalo Daniel Martner
Prólogo de Jorge Arrate
A cincuenta años de la muerte de Allende, sus detractores han definido una estrategia ofensiva. Su tesis fundamental es que Allende fue víctima de sí mismo y que la derrota de la Unidad Popular fue el inevitable resultado de sus propios errores. Ha de ser relajante para los conservadores y sus aliados de ultraderecha que sus intelectuales y políticos destacados pretendan así liberarlos de las culpas propias, validar el golpe de Estado y «contextualizar» las odiosas violaciones a los derechos humanos de las que algunos de sus principales dirigentes fueron autores, cómplices activos o pasivos o encubridores. La derecha perdona a la derecha.
En particular, para los que no vivieron los acontecimientos de hace cincuenta años, el mensaje de estos analistas es en algunos casos una foto velada de la realidad o en otros una imagen toscamente editada. Ambas sirven de alibi para la gran hipocresía en curso: condenar, en el discurso y genéricamente, las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron durante diecisiete años consecutivos en nuestro país y al mismo tiempo haber negado la existencia de desaparecidos y torturados. Y apoyado una secta neonazi en Colonia Dignidad. Y aplaudido a Pinochet cuando rechazó el Informe Rettig. Y expresado su adhesión a los condenados de Punta Peuco, que acumulan centenares de años de condena por sus crímenes. En fin, haber guardado silencio frente al hecho de que aún hay más de mil desaparecidos por la dictadura sin que podamos recuperar sus restos. ¿Son compatibles el discurso bondadoso y el registro cruel?
En paralelo, la derecha ha desatado todo su poderío comunicacional contra el gobierno del Presidente Boric para impedir medidas de progreso que pudieran significar pérdida de privilegios sustentados en la abismal desigualdad social y económica que existe en Chile. En el más reciente estudio global sobre igualdad y desigualdad es posible constatar que Chile sigue siendo uno de los países más desiguales de América, de la OCDE, del mundo¹. El 10% más rico de los chilenos obtiene, en promedio, un ingreso casi 30 veces superior al promedio del 50% menos favorecido. El 1 % captura para sí el 26,5% del producto nacional y controla el 80 % de la riqueza, mientras para la mitad de las chilenas y chilenos la riqueza es igual a cero o negativa. En este escenario, ¡la derecha económica y política plantea que no está dispuesta a aceptar ninguna alza de impuestos! Así de claro, sin vergüenza.
Este libro, escrito por Gonzalo Martner Fanta, político, economista y propulsor del pensamiento socialista durante toda su vida, nos permite observar, con fundamentos, con hechos y circunstancias históricas verídicas y comprobables, cómo la derecha de hoy sigue siendo heredera moral y política de la de hace cincuenta años.
En una síntesis que conjuga fuentes históricas indiscutibles con la amplia perspectiva analítica del autor, que le permite enhebrar política y economía con naturalidad y profundidad, Martner consigue en breves páginas presentar el proyecto político que construyó y lideró Salvador Allende y exponer la vertiginosa trayectoria del gobierno de la Unidad Popular sin esquivar ninguno de sus nudos principales: la macroscópica intervención estadounidense que se inició mucho antes que Allende asumiera la Presidencia; los desafíos, éxitos y errores de una conducción económica complejísima que debió enfrentar a diario abismos y desfiladeros; la definición de una política hacia las Fuerzas Armadas, plano en el que se situaron las principales discrepancias de Allende y el Partido Socialista; la conformación de una oposición intransigente que unió desde los grupos armados de extrema derecha hasta la derecha del Partido Demócrata Cristiano. En fin, la polarización de la sociedad chilena y la intransigencia de dirigentes de derecha y centro-derecha anuló la voluntad de Allende de resolver con más democracia las dramáticas dificultades que enfrentaba su gobierno. La voluntad popular debía ser el recurso que dirimiera las diferencias y condujera a una salida constitucional a la crisis, sostuvo Allende. En cambio, la alianza derechista, con el total apoyo estadounidense, impuso la violencia y la dictadura.
El último capítulo de este libro aborda sin timidez el futuro. Martner defiende, con realismo, pero con una irreductible esperanza, la superioridad de la izquierda para conducir a nuestras sociedades en el momento en que la extrema derecha resurge a nivel global y la ofensiva ultraconservadora se propone arrasar con logros igualitarios y libertarios que requirieron de decenios si no de siglos de lucha. Su aproximación a las disyuntivas que enfrenta hoy la izquierda transcurre siempre por el sendero que el socialismo chileno propuso durante su historia y que configuraron aportes decisivos; entre los principales los de Eugenio González, Raúl Ampuero y Salvador Allende.
Democracia y socialismo, socialismo y democracia. La democracia como espacio y límite de la acción política de masas. El socialismo como la sociedad mejor, que se construye en la lucha social y cultural, que se funda en las realidades propias de cada comunidad, que valora las diferencias entre los seres humanos en un marco de acatamiento a criterios de justicia social, que se ennoblece y abre puertas a más libertad con la promesa de superación del patriarcado, que se compromete con la defensa del planeta y la naturaleza, que hace suyo el respeto irrestricto a los derechos humanos, que rechaza la explotación de un ser humano por otro.
En su tiempo, hace cincuenta años, Allende quiso conducirnos por el siempre arduo camino que requiere conciliar igualdad con libertad, democracia con socialismo. No pudimos superar entonces ese gran desafío, pero sigue pendiente.
1 Chancel, L., Piketty, T., Sáez, E., Zucman G. et al. «World Inequality Report» 2022, en World Inequality Lab. wir2022.mid.world, pp. 191-192.
Introducción
Los voceros de la derecha han sostenido casi unánimemente en los últimos 50 años que el golpe de Estado de 1973 habría sido «culpa de la izquierda», en el moralmente repudiable intento de hacer a las víctimas responsables de los violentos actos en su contra de los victimarios. El gobierno de Allende respetó las normas constitucionales, las libertades civiles y políticas, la separación de poderes, el calendario electoral y la libertad de prensa. Los hechos insurreccionales e ilegales contra el gobierno que culminaron con el 11 de septiembre de 1973 están, por su parte, ampliamente documentados.
El propósito del presidente Allende al llegar al gobierno en noviembre de 1970 era hacer evolucionar la constitución de 1925 hacia un nuevo marco democrático más participativo, junto a la culminación de reforma agraria, una nacionalización de las riquezas mineras, de la banca y de los principales conglomerados económicos. Su proyecto, y el de una parte muy amplia de la sociedad chilena, pues el programa de Radomiro Tomic en 1970 tenía grandes puntos de encuentro con el de la Unidad Popular, fue interrumpido con singular violencia, en una especie de «cancelación» implacable por el gobierno de Estados Unidos y la oposición de la derecha política y empresarial y de una parte de la democracia cristiana y de las fuerzas sociales que las seguían.
Lo ocurrido con la Unidad Popular y el trágico destino de Salvador Allende siguen repercutiendo en el imaginario colectivo, mientras vuelve de modo recurrente el debate sobre la viabilidad de su proyecto transformador. De las conjeturas sobre esa viabilidad hace 50 años, y también hoy, se ocupa este ensayo, que afirma que la Unidad Popular se vio envuelta en las presiones externas e internas que buscaban terminar no solo con su administración, sino con la democracia que había permitido su llegada al gobierno. Y también se ocupa de las interacciones contradictorias entre un «reformismo radical por arriba» y una «revolución por abajo» que condujo a una espiral de radicalizaciones. Allende pudo manejar con maestría el escenario que buscaba impedirle llegar al gobierno y el que le permitió lograr la mayoría de votos en las elecciones municipales de abril de 1971. También pudo hacer avanzar en su primer año la reforma agraria, la nacionalización de la minería, la nacionalización de la banca y la conformación de un área estatal con varias decenas de empresas industriales y de distribución. Pero no logró consolidar ese proceso, que requería de una estabilización política y económica de largo aliento, en la que estaba en juego lograr un acuerdo parlamentario con la Democracia Cristiana y mantener un apoyo suficientemente amplio de los sectores medios de la sociedad (empleados públicos y privados y pequeños productores), además de la clase obrera formal e informal.
Hubo tres momentos claves que imposibilitaron esa consolidación. El primero fue la negativa de la dirección de la Unidad Popular de realizar un plebiscito en 1971 o 1972 que diera legitimidad democrática a las reformas estructurales alcanzadas. El segundo fue desechar en primera instancia un posible acuerdo de indemnizaciones a las empresas norteamericanas expropiadas que no incluyera una imputación de «ganancias excesivas» o ésta fuera menor, que era posible de lograrse en 1971 y fue retomada sin tiempo suficiente en 1973, para al menos procurar disminuir el boicot externo norteamericano y de las compañías expropiadas en temas comerciales y de estrangulamiento del crédito externo, que no iba a ser suplido por el llamado «campo socialista». El tercero fue el acuerdo que estuvo muy cerca de concretarse en el invierno de 1972 sobre el «área de propiedad social» y las formas de organización de la producción agraria, finalmente desechado por la Democracia Cristiana y resistido por sectores de la izquierda, que el presidente Allende en sus horas finales buscó se dirimiera en un plebiscito, destinado a que además se asegurara la continuidad democrática en el país.
El sistema político chileno de la época no logró orientarse hacia acuerdos que hubieran salvado la democracia y los avances sociales, como lo propició hasta el último minuto el Presidente Allende. Se impuso una radicalidad a la postre catastrófica en la democracia cristiana y en parte de la izquierda, que horadó la contención del militarismo de ultraderecha –estimulado por el gobierno de Estados Unidos– que habían logrado desde 1970 los militares constitucionalistas en el seno de las Fuerzas Armadas.
Este trabajo también examina la vigencia de una plataforma de transformaciones sociales 50 años después de la caída de la Unidad Popular, una vez producida la violenta restauración oligárquica y la refundación capitalista de 1973-1990 y la conformación desde entonces de un modelo institucional y económico híbrido de larga duración, pero que entró en crisis en 2019.
Se incluye anexos sobre el enunciado de la «vía chilena al socialismo» por Salvador Allende, sobre su visión de la salida a la crisis de 1973 y una entrevista inédita a Gonzalo Martner García, mi padre, ministro de Planificación en 1970-73, sobre el diseño económico de su gobierno.
Escribí este texto por una sugerencia de Jorge Arrate, que me instó a reunir diversos artículos escritos a lo largo del tiempo sobre el tema. El trabajo final es una reelaboración y está cruzado por la evidente influencia de haber jugado mi padre el rol mencionado y de las múltiples conversaciones con él sobre el tema antes de su muerte en 2002. En 1972-1973 milité en las filas de los estudiantes de la izquierda revolucionaria extragubernamental, y por entonces consideraba inviable la Vía Chilena al Socialismo, lo que debatía con mi padre desde la tesis abstracta según la cual el Estado burgués contaba con fuerzas armadas que aplastarían la democracia. Mi padre naturalmente sostenía otra cosa, pues había sido uno de sus conceptores y confiaba, al igual que Allende, en que las Fuerzas Armadas serían constitucionalistas e incluso se sumarían a un proyecto que fortalecería a la nación. Luego del golpe de Estado vendría el tiempo de los estudios universitarios y la reflexión en el exilio, y sobre todo la alimentación deliberativa sobre el tema que fue emanando de los roles que fui ocupando en los debates que me llevaron a romper con el MIR a los 19 años, en 1976, por discrepancias con su política, y luego, ya de vuelta en Chile, en la ONG Vector, en la coordinación de la Convergencia Socialista en 1982-1985, en la dirección socialista renovada entre 1985 y 1989, en el gobierno de Aylwin entre 1990 y 1994, en la dirección socialista unificada entre 1994 y 1999, en el gobierno de Lagos entre 2000 y 2002, y de nuevo en la dirección socialista entre 2003 y 2005, y finalmente en mi etapa actual de vida académica en la Universidad de Santiago, que me acogió generosamente como profesor titular desde 1994 y a la que agradezco su apoyo para la redacción de este texto. Debí abordar de manera más formal el tema desde los cargos de secretario general, vicepresidente, secretario de programa y presidente del Partido Socialista, el partido del Presidente Allende.
A lo largo de los años se fue fraguando lo que se afirma en este texto y es fruto de sucesivos diálogos con centenares de interlocutores y con testigos con los que tuve el privilegio de compartir en unas u otras circunstancias. La lista es muy larga y excedería la paciencia del lector, pero hago la excepción con actores que en diversos roles estuvieron cerca de Salvador Allende y con los que tuve la posibilidad de conversar con mayor o menor profundidad diversos de los temas aquí tratados, como Carlos Jorquera, Víctor Pey, Carlos Altamirano, Carlos Briones, Volodia Teitelboim, Jacques Chonchol, Carmen Gloria Aguayo, Luis Jerez, Carmen Lazo y Andrés Pascal Allende. No son responsables de nada específico de lo que sigue, pero sí de la percepción que pude formarme a lo largo de los años de Allende y del proceso de la Unidad Popular, lo que agradezco de corazón a los que aún están con nosotros. Recibí de Jorge Arrate y Jaime Gazmuri una influencia directa sobre la percepción de hechos e interpretaciones, de lo que deberán excusarme. El título fue una sugerencia de Milton Lee, con el que he conversado profusamente los temas del libro desde la época del exilio, mientras el texto fue revisado generosamente por Edison Ortiz. Pude también beneficiarme recientemente de fructíferos intercambios y repasos de hechos históricos con Sebastián Edwards, en Los Ángeles y Santiago, y con Julio Donoso.
Escribir este texto no ha sido subjetivamente fácil. Ha estado en mi memoria un Presidente de Chile que honra nuestra historia, al que conocí de niño y vi por última vez el 2 de septiembre de 1973, cuando una bomba de Patria y Libertad había estallado en nuestra casa y de la que me salvé por segundos luego de alejarme por casualidad del lugar más álgido de la explosión. El Presidente Allende, alertado telefónicamente por mi padre, llegó de inmediato a solidarizar con su colaborador y amigo y con nuestra familia, dando enérgicas instrucciones a las fuerzas policiales, que se hicieron presentes, mostrando su afecto con nosotros a días de que se inmolara para preservar la dignidad de las instituciones republicanas. Y también han estado muy presentes mis padres, Gonzalo Martner García y Alma Fanta, y mis suegros, Vicente Sota y Carmen Gloria Aguayo, que ya partieron. Fueron protagonistas de una experiencia que atesoraron y por la cual sufrieron en carne propia las persecuciones que siguieron el golpe de Estado, en especial Vicente, que conoció como preso político –por el solo hecho de haber sido un ingeniero responsable de un área de la CORFO, cargo que ya no ejercía al momento del golpe– los rigores del Regimiento Tacna, el Estadio Nacional y el campo de concentración de Chacabuco. Y también mis hermanos Marisol, que ya no está, y Ricardo.
Lo dedico a mis hijos Antonio, Laura y Clara, que supieron inevitablemente desde niños de cosas que no debieron haber sucedido nunca en su país, y tienen el curioso