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Salvador Allende: Biografía política.Pasado y presente: Salvador Allende: Biografía política
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Libro electrónico333 páginas4 horas

Salvador Allende: Biografía política.Pasado y presente: Salvador Allende: Biografía política

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En momentos en que se recuerdan los cincuenta años del golpe de Estado empresarial-militar, aparece una nueva biografía de Salvador Allende Gossens, escrita sobre la base de numerosas entrevistas a los protagonistas de los mil días de la Unidad Popular y de nuevos antecedentes, producto de la desclasificación de archivos de la ex Unión Soviética y del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. El autor indaga en las razones de la falta de apoyo de la Unión Soviética al proceso revolucionario en curso, en las contradicciones políticas con los partidos de la Unidad Popular, en especial con su Partido Socialista; en los datos acerca del intercambio comercial con los países de la llamada "orbita socialista", en los vínculos de Allende con el MIR y en los conflictos políticos con esta organización, a la vez que muestra nuevos antecedentes sobre la formación del Ejército de Liberación Nacional y los vínculos de "Tati" Allende en su apoyo a la gesta del "Che" Guevara en Bolivia. El ensayo incluye numerosas hipótesis acerca de las principales enseñanzas, profundiza en las debilidades y errores de esa imperecedera gesta, y nos devela el verdadero sentido y proyección de la llamada "vía chilena al socialismo". Un ensayo imprescindible para entender los actuales desafíos de la izquierda chilena.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2023
ISBN9789564063201
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    Salvador Allende - Eduardo Guitiérrez

    Salvador Allende

    Biografía política. Pasado y presente

    © 2023, Eduardo Gutiérrez González

    ISBN Impreso: 978-956-406-206-8

    ISBN Digital: 978-956-406-320-1

    Primera edición: Septiembre 2023

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, tampoco registrada o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mediante mecanismo fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo escrito por el autor.

    Imprenta: Donnebaum

    Impreso en Chile/Printed in Chile

    A la memoria de Raúl Pellegrín, David Camú, Edgardo Lagos y Juan Cabezas, combatientes internacionalistas que ayudaron a la liberación de Nicaragua, que lucharon en El Salvador, siguiendo el ejemplo de los ejércitos libertadores de Simón Bolívar, San Martín y O’Higgins; de los chilenos que combatieron en la gesta de la independencia cubana, de los combatientes en las brigadas internacionalistas en la guerra civil española y de los que integraron el Ejército de Liberación Nacional del comandante Guevara.

    PRÓLOGO

    Sin duda alguna, el texto que nos presenta Eduardo Gutiérrez será de consulta obligatoria en los estudios sobre Salvador Allende e incluso podríamos calificarlo como una contribución muy valiosa a los cincuenta años del derrocamiento del líder popular. En suma, no es una biografía más. Para el autor, la muerte de Allende abrió profundas esperanzas en los pueblos oprimidos, pero también muchas dudas y aprehensiones. Estas dudas y aprehensiones incitan la arquitectura escritural del texto. En otras palabras, la biografía política es la ruta para entender la evolución del pensamiento político del presidente de los mil días.

    Aquí está lo novedoso del texto: en el contexto de la historia del tiempo presente y utilizando metodologías cercanas a la de la historia militante, Gutiérrez interroga a Salvador Allende a través del proceso histórico nacional, integrando las piezas del pensamiento que le llevaron a enunciar la vía político-institucional y su relación con el pluripartidismo o la mantención de una economía mixta. Un camino aún por recorrer, por cuanto la vía con sabor a vino tinto y empanadas se impuso a contrapelo de otros rumbos de acceso al socialismo en el siglo XX, como fueron la insurrección (Rusia), la guerra mundial (Bulgaria), la guerra popular y prolongada (China), y la guerra de guerrillas (Cuba). Pero nuestro autor da un paso más y, no contento con auscultar el pasado, plantea un tema del presente ante lo que denomina como la falta de un proyecto popular en tiempos de neoliberalismo. Dado el enunciado, el autor nos conduce a un juego con los tiempos de la historia, rompiendo con la visión lineal del positivismo y la ortodoxia. Da saltos en el tiempo, sometidos al análisis, comenzado el rastreo del pensamiento y acción política de Allende con un enfoque que parte el año 1950, cuando ubicamos el tema de la fundación del Frente del Pueblo, punto inicial del derrotero que fructificó en 1970. Un juego casi literario, muy propio de nuestra América, porque ya pronto nos remontará a la década del treinta, imprescindible para entender el rol del Partido Socialista en Chile. Acto seguido, empalma con la historia oral, esa historia de militantes que combina con sus propios recuerdos.

    El juego con los tiempos, de entender el pasado derrotado para comprender el presente sin proyecto y esbozar el futuro político incierto, revela que estamos ante un actor del proceso político. En efecto, estudiar a Salvador Allende le permite clarificar su propia historia. Una vida que vibró de joven con el Chile popular para, luego de la primavera trágica, recorrer un largo andar clandestino, transformándose en actor principal en la confrontación con la dictadura, sobreviviente… Necesita reconstruir para religar teoría y práctica, para volver a tomar el sentido del cambio, evidentemente bajo otras condiciones históricas. Un trabajo arduo que le lleva a recorrer viejas cartografías y momentos históricos, como la Guerra Fría o la aplicación de la Ley Maldita. Un viaje que lo llevará desde la visita de Allende a la China de Mao, a la ex-URSS y a los intríngulis del Congreso de Chillán del PS.

    Eduardo no es cientista social, pertenece al honorable mundo de la salubridad, pero es político de cepa, por lo tanto, necesita el dominio profundo de las ciencias sociales y de la filosofía política para comprender los tiempos. Ahora bien, el manejo de las ciencias sociales y el trasfondo filosófico le permiten nivelarse codo a codo con profesionales provenientes de las humanidades y las ciencias de la sociedad. En otras palabras, el conductor político, lejano al pragmatismo imperante, requiere conocer para transformar, pero tiene una ventaja: ha vivido la tragedia, ha vivido la reconstrucción. Ha conocido otras realidades y está aún pensando en cómo enfrentar el cambio en un sistema-mundo complejo.

    Volvamos al texto, que nuevamente nos pone frente a novedosos criterios de periodización. Elaborados desde la más pura política, ese esfuerzo depara nuevos tópicos, por ejemplo, sobre la polémica feudalismo/capitalismo en Chile o la Primavera de Praga, el registro de la revolución en libertad y el financiamiento del Gobierno norteamericano a la DC (1964). De esa manera, se revisan, con nuevos antecedentes, hechos de suma importancia, como la infiltración en Chile desde el cuartel general de la CIA en Langley. Evidentemente el embrujo guerrillero no podía faltar al pasar revista a rol de santuario del ELN chileno, como tampoco la referencia a Tati Allende en el inicio de lo que el autor denomina como el asalto al cielo.

    La referencia al diseño de la vía político-institucional y las pugnas al interior del socialismo son motivos de otro capítulo. Ahora bien, es sabido que la Unidad Popular, fenecida en 1982, quedó en deuda con el pueblo que la apoyó, por cuanto nunca entregó una cuenta de la derrota, orientación en la que el texto entrega nuevos antecedentes, a partir de estudiar actos como la reunión de El Arrayán, el paro de octubre, la relación con la ex-URSS y el Tanquetazo. Como él mismo señala, han pasado cincuenta años de los hechos discurridos, lo que permite una mayor mesura para enfrentar, por ejemplo, la petición de renuncia del presidente Allende, acusado por sectores socialistas de socialdemócrata. Finalmente, el texto describe el día 11 de septiembre, un recuento dramático propio de… ¡un final wagneriano!

    En suma, estamos ante un texto que revisa los procesos históricos nacionales y que, con coherencia, métodos, anexos, experiencia en terreno y un encomiable trabajo bibliográfico, incita a descorrer los velos de la historia, entregando sentido al pasado, saliendo al paso a los teóricos del fracaso que silenciaron a Salvador Allende, actor incómodo para un proyecto liberal-socialdemócrata y eurocéntrico.

    Patricio Quiroga Z.

    INTRODUCCIÓN

    El 11 de septiembre de 1973 marca una fractura profunda de la realidad en nuestra patria. La muerte heroica de Salvador Allende en un desigual combate en La Moneda, el palacio de gobierno de Chile, dio por terminada una notable y audaz propuesta de construir un proyecto de transición al socialismo, absolutamente inédito en el mundo, que abrió profundas esperanzas en los pueblos oprimidos, pero también muchas dudas y aprehensiones. A Salvador Allende le gustaba caracterizar este proceso como un modelo con sabor a empanadas y vino tinto, para graficar que debía ser característico de nuestra propia realidad e idiosincrasia, cuestión que sin lugar a dudas no fue compartida por varios de sus adherentes, incluidas parte de las organizaciones que conformaron la Unidad Popular, conglomerado que conformaban marxistas, laicos y cristianos. No solo no fue compartido, sino que, además, no fue comprendido, es decir, se desconocía que la esencia del proyecto popular que él encarnaba distaba mucho del socialismo realmente existente a la fecha, de la idea de dictadura del proletariado, de partido único de la revolución o de institucionalizar la hegemonía de una sola vanguardia conductora. Más bien este tenía una vinculación con la idea de una República Democrática de Trabajadores y de un sistema político con pluripartidismo y una economía mixta con preponderancia de una poderosa área de propiedad social, en que se incluía la empresa privada mixta y cooperativa.

    La derrota de la Unidad Popular, provocada por el golpe de Estado empresarial-militar con el apoyo de Estados Unidos, no ha logrado borrar de la memoria de los pueblos de Chile el legado profundamente democrático y revolucionario de esa gesta. Si bien es cierto que la dictadura revirtió parte importante de las principales políticas económicas, como la Reforma Agraria, la formación del Área de Propiedad Social —que incluyó a las industrias, la banca y al comercio exterior— y la nacionalización de las riquezas mineras, podemos constatar, a cincuenta años de esos hechos, que el proceso de transición pacífica al socialismo ilumina muchas de las ideas y acciones populares, democráticas y revolucionarias en nuestro continente. La transición al socialismo fue derrotada con el golpe de Estado, pero también lo fueron los intentos armados en todas sus variantes (construcción de ejército popular, guerra popular, guerra patriótica). Por tanto, el debate actual se complejiza en extremo: no solo hay que analizar en profundidad las características actuales de la formación social chilena, es decir, cómo incide el particular desarrollo económico capitalista en la superestructura política y jurídica, y viceversa, o cómo se han generado nuevos estratos sociales; sino que también la sicología y la cultura que incide en amplios sectores, que no es otra cosa que el peso de la ideología dominante, consideradas en un nuevo marco internacional y su contexto geopolítico.

    El proceso de la Unidad Popular demostró dramáticamente que la liberación de los pueblos —y en última instancia, la historia— no son fenómenos ascendentes ni lineales, tampoco irreversibles, y que corresponde a las nuevas generaciones rescatar la historia de las luchas libertarias y proyectarla hacia nuevos caminos, superando el escepticismo y la desesperanza. No existe otra alternativa para avanzar, ya sea paso a paso o para dar saltos cualitativos. El recorrido de la historia de la humanidad y de la propia especie humana ha sido eso: asentarse en el pasado para corregir y avanzar, ser derrotado y volver a luchar una y otra vez.

    Esta biografía se inicia en el año 1950 con su primera candidatura presidencial y culmina con la batalla de La Moneda, la casa de gobierno, con Salvador Allende ordenando izar el pabellón patrio con su escudo nacional, símbolo inequívoco de que él está presente en su puesto de combate.

    CAPÍTULO I

    SALVADOR ALLENDE: 1950, UN QUIEBRE HISTÓRICO

    Una fría y lluviosa mañana se desarrolla el Pleno del Comité Central del Partido Socialista Popular (PSP), un sector del socialismo criollo que él ha ayudado a fundar en Valparaíso, la ciudad que lo ha visto cursar los estudios secundarios y ejercer su profesión como médico en el Hospital Van Buren. Salvador Allende Gossens, electo diputado en 1937, exministro de Salud del corto Gobierno de Pedro Aguirre Cerda y ahora senador de la República, sabe que la pelea a la cual se enfrenta será compleja. En sus años de juventud —ahora tiene cuarenta años—, siendo dirigente estudiantil y a punto de recibirse de médico de la Universidad de Chile, participó activamente en la lucha en contra de quien pronto será, casi seguro, candidato presidencial: el coronel Carlos Ibáñez del Campo —general ascendido en extrañas y obscuras circunstancias, según le han comentado— y, además, senador de la República, al igual que él¹.

    Ahora está en ese salón frío, lleno de humo y de varones, donde las delegadas mujeres se cuentan con los dedos de la mano. Allende recorre con la mirada las filas, intentando ubicar a sus compañeros. Se repela haber llegado atrasado, cuestión que, no obstante, será una de sus características en los futuros eventos. Antes de entrar al salón ha intentado ubicar un teléfono para avisar a su esposa, Hortensia Bussi (Tencha), que todo está bien y que volverá a casa en horas de la tarde o quizá al día siguiente, pero vano intento, porque el único teléfono que existe está en una sala contigua, bajo llave.

    Mientras su mirada recorre el escenario, se da cuenta de que la reunión ha comenzado mal para sus propósitos, ya que quien dirige el debate es nada más y nada menos que uno de sus adversarios políticos, Clodomiro Almeyda Medina. Conoce cuáles son las intenciones de este prestigioso abogado y profesor universitario, quien junto a sus camaradas pretende que el partido, su partido, apoye al exdictador Ibáñez del Campo. Este en 1931 fue desalojado del poder por las manifestaciones populares y en el pasado año 1925, en el Gobierno de Arturo Alessandri Palma, fue la mano militar en la matanza de La Coruña². Además, como si fuera poco, fue instigador sempiterno de intentonas golpistas, con estrechos vínculos ideológicos con sectores conservadores antiliberales³. Pero algo calma a Allende y es que en la pizarra tras la mesa directiva está escrita la tabla del Pleno, el cual está citado con una sola finalidad: decidir cuál será el candidato del partido. Como es la costumbre, esta decisión debe estar precedida por una introducción y debate político que, como buen socialista, Allende sabe que puede alargarse por horas.

    Ahí está ahora don Cloro, como ya es conocido por sus adláteres, desarrollando reposadamente su informe, paseándose de un lado para otro de la primera fila (costumbre que sus alumnos de la Escuela de Derecho y de la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile observarán en los años venideros), provocando la atención silenciosa de los y las delegadas. Mientras habla y fuma cigarro tras cigarro, Almeyda visualiza la distribución de sus camaradas y, al final de las filas de un universo cercano al centenar de delegados, observa a su contrincante. Se siente seguro de que los votos para apoyar su moción están, pero teme, porque conoce el arrastre que puede provocar Allende con sus argumentos, que dé vuelta la asamblea en contra de la corriente que él ha gestado en las últimas semanas de conciliábulos y contubernios, donde no han faltado las reuniones clandestinas con el personaje de la discordia.

    Salvador Allende también ha hecho lo suyo, ampliando su radio de acción fuera de los márgenes de su propia orgánica partidaria y articulando un grupo de seguidores, en su mayoría amigos y amigas de confianza, que serán una de sus bases de sustentación hasta el final de sus días; y también con los comunistas que, en la clandestinidad y perseguidos por la Ley Maldita, han sido obligados a cobijarse en un partido instrumental: el Partido del Trabajo.

    Allende escucha sin prestar mayor atención al discurso, pero preocupado de oír en el informe la mención directa o indirecta al punto central de la tabla. Aunque una inquietud lo desasosiega: no ha podido llamar a su casa, según es su costumbre cuando, por diversos motivos, algunos por causa de encuentros furtivos o de estadías en viajes a provincias o al extranjero, tranquiliza a su mujer con una llamada. Pero ahora la suerte lo acompaña; ve cruzar frente a la sala de sesiones al administrador del local. Rápidamente va a su encuentro para poder hacer la ansiada llamada vía operadora. Marcan el número de su casa y logra hablar con Tencha, preguntarle por sus hijas y comentarle que todo está bien.

    No han pasado más de diez minutos, vuelve al salón y escucha el resultado de la votación a la cual Almeyda se ha apresurado a someter a los delegados. Resultado: por amplia mayoría se ha votado apoyar al general Carlos Ibáñez del Campo. Allende no puede dar rienda suelta a su ira y solicita la palabra; Almeyda se la cede, Allende exige volver a votar y escuchar la posición contraria. Almeyda le señala que el Pleno soberanamente ya ha votado y levanta la sesión. Se inicia así otro de los tantos quiebres históricos de ese partido socialista, quiebre que perdurará hasta el año 1957, cuando se realice el Congreso de Unidad, tras el cual se iniciará el arduo camino que Salvador Allende se ha propuesto y que debe culminar con su elección como presidente de Chile. Lo hace con una decisión y voluntad inquebrantable, muchas veces contra viento y marea, afrontando situaciones en que sus opiniones volverán a ser cuestionadas al interior de su propia organización, a la cual, según sus propias declaraciones, décadas después y ya como presidente de la República, le debe todo lo que es (Amorós, 2013, p. 50).

    Tres décadas después, en 1981, en Berlín, capital de la ex República Democrática Alemana (RDA), en un viaje clandestino organizado por la Unión Soviética de quien escribe estas líneas, Clodomiro Almeyda le relata con lujo de detalles el incidente. Aclara que él pensó aprovechar que Allende se había ausentado para ir al baño, un detalle que no le quita veracidad al relato.

    Era clara y nítida la animadversión que nos teníamos confidencia Almeyda; por eso, le sorprendió cuando ya siendo electo presidente y asumiendo en noviembre de 1970, me convocó a La Moneda para ofrecerme el cargo de ministro de Relaciones Exteriores de su Gobierno, cargo lo cual acepté con beneplácito, y que dio por terminados años de conflictos internos de los cuales nunca tuvimos tiempo para hablar en aquellos tumultuosos mil días del gobierno popular (C. Almeyda, comunicación personal, 25 de febrero de 1981).

    Salvador Allende no es un tipo rencoroso, sabe que la política es dura; como dicen los franceses, frente tuyo están tus adversarios y tus enemigos a los lados. Lo demostrará con don Cloro cuando lo invita a ser su ministro de Relaciones Exteriores, o con Raúl Rettig, militante radical con quien se batió a duelo en 1953 (sin mayores consecuencias), a quien luego nombra embajador en Brasil⁴. Él mismo se ufanará en los tormentosos días de la Unidad Popular, de que tiene la piel dura como una estatua y sabe también que la política, al igual que la vida, tiene muchas vueltas.

    Allende rechaza con vehemencia la decisión del PSP, identificado legalmente así por la crisis que viene desde el inicio del Gobierno de González Videla, y opta pragmáticamente por aliarse con los otros sectores del Partido Socialista que ya han expulsado a la dirigencia más furibunda anticomunista, que encabezaba Bernardo Ibáñez y Oscar Schnake⁵, y también suma nada menos que a Marmaduke Grove. Entonces —paradojas de la política—, pacta una alianza con el Partido Comunista, que lleva cerca de un lustro en la clandestinidad, y forman, junto a otras agrupaciones menores, el Frente del Pueblo. Se inicia, de este modo, una estrecha alianza con el Partido Comunista, que será su principal aliado en los años venideros, en los que se vincula con la abogada comunista Graciela Chela Álvarez Rojas y la actriz Irene Moreno, con las cuales impulsa su campaña presidencial de 1952. Junto al PC, además, están los disciplinados dirigentes comunistas y una minoría de los socialistas, entre los cuales se cuenta al estudiante de derecho José Tohá González, futuro ministro del Interior de su Gobierno), Carmen Lazo Carrera (destacada diputada) y Jaime Suárez (ministro secretario general de Gobierno).

    Su olfato político le dice que el Gobierno de Ibáñez será un fracaso, que no existe la mentada impronta antioligarca y antiimperialista que sus camaradas le adjudican al exdictador; que el de Ibáñez finalmente será un Gobierno de continuidad para la dominación de los poderosos, al igual que ha acontecido con su mandato constitucional de 1927, convertido con posterioridad en dictadura hasta 1931. Durante este período se le abrieron las puertas, sin límites, al capital extranjero estadounidense, quienes pasaron de una inversión de quince millones de dólares en 1913, a setecientos veintinueve millones en 1930⁶, comenzando, de este modo, una disputa con el capital inglés y alemán. La intencionalidad nacionalista de Ibáñez es cuestionada también por su decisión de formar con capitales estadounidenses la COSACH (monopolio encargado de explotar y comercializar el salitre), que termina al año de su derrocamiento con el fracaso total, y su decisión de concesionar los teléfonos a la ITT (consorcio estadounidense) y por noventa años del suministro de energía eléctrica de Santiago y Valparaíso. Salvador Allende no se equivoca.

    Mientras tanto, el mundo sigue inmerso en la llamada Guerra Fría, que ha sucedido a la Segunda Guerra Mundial, en que cada uno de los contrincantes tiene sus arsenales atómicos. En China, hace tres años ha triunfado la revolución campesina y obrera, dirigida por el Partido Comunista, encabezado por Mao Zedong. En América Latina, en Bolivia, en el mismo año 1952 ocurren hechos trascendentales: ha estallado la revolución y los obreros armados han derrotado al Ejército regular. El presidente de la COB, la Central Obrera Boliviana, tiene a su máximo dirigente Juan Lechín como uno de sus líderes de la rebelión, el cual, al frente de treinta mil mineros, constituyen el nuevo destacamento armado. El nuevo gobierno nacionaliza la industria del estaño —cuyos dueños eran las familias Patiño, Hostchild y Aramayo— y el petróleo. Posteriormente dictan una nueva Ley de Reforma Agraria, pero finalmente los obreros no tuvieron capacidad de consolidar el poder, ni menos de defender sus conquistas. La baja del precio de estaño en los mercados internacionales, la continuidad de la dependencia de productos alimenticios desde los Estados Unidos y una inflación galopante, unida al desabastecimiento, las colas y el mercado negro, debilitaron el proceso revolucionario. En 1964, un golpe de Estado cambia radicalmente la situación.

    En la costa atlántica del continente, en la Argentina, gobierna Juan Domingo Perón, un militar nacionalista con un programa liberal progresista, que tiene como base de sustentación a los trabajadores organizados. El PSP, como parte de su justificación de apoyo a Ibáñez, ha usado la figura de este general trasandino por su raigambre de masas. Hace una analogía entre este fenómeno y la situación de Chile, donde el desprestigio de los gobiernos radicales puede volcar las masas hacia el exdictador e influir para aplicar un programa antioligárquico y antiimperialista, un grave error político y una ingenuidad que se demorarán menos de un año en reconocer.

    Pero la situación es un poco más compleja: los fenómenos de América Latina tienen distintas lecturas para los también diferentes liderazgos socialistas que hacen su diferencia con las opiniones de los comunistas. Estos últimos, seguidores de una lectura soviética del marxismo, catalogan —de acuerdo con los dictados de la Internacional Comunista (IC o Komintern)— cualquier proceso que no siga los dictados de la ortodoxia, como social fascistas o burgueses⁷. Así ha sucedido con la República socialista de los doce días en nuestro país, iniciada el 4 de junio de 1932, o con el peronismo argentino. En este último caso, el Partido Comunista argentino tendrá una posición ambivalente, en que su juventud se definirá como claramente antiperonista⁸.

    Los socialistas criollos, por el contrario, son críticos a los análisis eurocentristas, a la Unión Soviética y, acordes con su Definición de Principios de adscribir al marxismo enriquecido, simpatizan y reciben la influencia socialdemócrata y antiimperialista del APRA peruano y de su dirigente Raúl Haya de la Torre⁹. De este, con posterioridad, se separarán por su discurso marcadamente anticomunista y además alejado de las prédicas antiimperialistas de sus inicios. Del mismo modo influirá la tendencia anti oligarca y antiimperialista, pero también anticomunista del dirigente liberal colombiano Jorge Eliecer Gaitán, cuyo asesinato dará origen a una guerra civil que durará más de seis décadas¹⁰.

    (Con posterioridad, después del término de la Segunda Guerra Mundial, recibirán el influjo de la revolución yugoeslava y su independencia del movimiento comunista internacional, y expresarán sus simpatías con los procesos democratizadores de Checoslovaquia, conocidos como la Primavera de Praga y, a fines de la década del sesenta, apoyarán con decisión la Revolución cubana y la gesta heroica del Che Guevara).

    A Salvador Allende, desde sus años de dirigente estudiantil, le ha tocado lidiar con la ortodoxia marxista: en los días de la joven y efímera República socialista del 4 al 12 de junio de 1932; y cuando el grupo Avance decidió convocar a un soviet, nada menos que en los salones de la Universidad de Chile, se opuso a tal convocatoria, pues la encontró fuera de la realidad, pero quedó en minoría absoluta y como consecuencia fue expulsado de la agrupación¹¹.

    Estamos ahora en el año 1951, al año siguiente de su alejamiento del PSP, momento en el cual Allende es proclamado candidato oficial del Frente del Pueblo, como respuesta a la ratificación de la candidatura de Ibáñez, aprobada por el PSP, hecho acontecido en su XIII Congreso de julio de 1950. La campaña de Salvador Allende es de una pobreza franciscana, pero heroica, al decir de todos quienes lo acompañan. El comando del candidato, que dirige Volodia Teitelboim, uno de los más

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