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El mimeógrafo
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Libro electrónico187 páginas2 horas

El mimeógrafo

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El mimeógrafo nos traslada a una época llena de convulsiones que caracterizó la sociedad chilena. La utopía y el sueño de una sociedad más justa fue el leitmotiv de una parte de la juventud chilena que, desde diferentes perspectivas, participó activamente en la política contingente. Esto es narrado en esta novela, así, se entrelazan relatos jocosos con relatos anecdóticos y también con relatos que invitan a la reflexión.
Esta novela ambientada en los años 70-73 describe la atmosfera de diferentes escenarios y personajes del mundo de los estudiantes de secundaria, consientes que los relatos de esta novela no son generalizables, nos permite sin embargo darnos una idea de la cotidianidad de un grupo de jóvenes que soñó con cambiar la sociedad de ese entonces. Así, con su primera novela, el autor nos transporta a un pasado políticamente agitado interesante de recrear.
IdiomaEspañol
EditorialMAGO Editores
Fecha de lanzamiento5 sept 2018
ISBN9789563175066
El mimeógrafo

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    El mimeógrafo - Osvaldo Salas

    Otis.

    Los años sesenta

    El derecho de vivir, poeta Ho Chi Min

    que golpea de Vietnam a toda la humanidad

    ningún cañón borrará el surco de tu arrozal

    el derecho de vivir en paz.

    Víctor Jara

    Mi papá siempre ha sido para mí la persona que posee un caudal de anécdotas e historias interesantes no contadas. Si bien es cierto que normalmente las generaciones difieren respecto a vivencias, costumbres, etc., no es menos cierto que normalmente algunos matices de continuidad generacional existen. Sin embargo, no es el caso mío y el de mi padre. Hemos crecido en culturas diferentes: yo, en la tranquila y segura Suecia, mi padre, en el agitado Chile de los años sesenta y setenta. Esto hace que el pasado de mi padre es para mí indescifrable; imposible de adivinar o deducir cosas utilizando mi propia experiencia. Seguramente, para aquellos que comparten la misma cultura, no toma la experiencia de los padres el carácter de misterio. Mi curiosidad acerca de su pasado nunca ha mermado, por el contrario, ha aumentado debido a que he visitado Chile varias veces, donde he conocido su familia (también mía) y algunos de sus mejores amigos. El contacto con ellos me ha ayudado a entender el pasado de mi papá, aunque fragmentado, siendo precisamente esta fragmentación la principal fuente de curiosidad personal.

    Mi padre nació en la relativamente calmada década del cincuenta, exactamente el año 1953. A mediados de los sesenta, cuando comienza el mundo occidental a revolotearse, tenía muy poca edad; sin embargo, al igual que muchos otros muchachos de esa edad, comenzó en ese tiempo a interesarse por los acontecimientos de la época. Sus comentarios hacen ver que el mítico Mayo del 68 y el carisma de Danny el rojo llegó al entonces provincial Chile, lo cual acaparó la atención de algunos jóvenes de la época. Cuando ocurre este hito de la rebeldía juvenil, mi papá estaba por cumplir quince años. Si bien es cierto que estos hechos en Chile no tenían la misma fuerza que en Europa y en Francia en particular, no es menos cierto que este hito influyó en algunos jóvenes chilenos, principalmente, universitarios de la época. Estos asumen posiciones contestatarias que colisionan fuertemente con el entonces adormilado orden establecido. A mi entender, algunos jóvenes menores como mi papá también son atraídos por la ola revolucionaria del 68. Sin embargo, parece que la fuente de inspiración directa para mi papá no fue el Mayo del 68, sino más bien los grupos de universitarios que planteaban cambiar el orden establecido en el entonces inocente Chile.

    Siempre he pensado que la experiencia de mi papá debe haber sido muy excitante, porque tuvo lugar en una época de profundos cambios sociales y políticos, revoluciones, golpes de Estado, en fin, muchos acontecimientos en un período relativamente corto. Si bien es cierto que en la actualidad también ocurren muchas cosas, no es tan claro identificar una década en particular con hechos especiales. No es fácil identificar un antes y un después, mientras que, para la generación de mi papá, existe claramente un punto referencial como lo es el comienzo de la década de los años setenta. A fin de satisfacer plenamente mi curiosidad, me vi en la obligación de indagar bien acerca de su pasado. He retenido en la memoria nombres de personas y lugares mencionados por mi padre en diferentes oportunidades. Una pregunta interesante para mí es cómo fue la década de los sesenta desde su perspectiva y cómo se puede resumir. Dejemos que él resuma esta historia.

    ***

    Para mi hija, relatar mis vivencias y percepción de los años sesenta significa sumergirse en lo más profundo de la nostalgia, cargado de un alto grado de subjetividad. Mi experiencia no es generalizable, a lo mucho se puede ampliar a un grupo muy pequeño de jóvenes de mi época. Sin embargo, este pequeño grupo de jóvenes es parte también de la historia política de Chile. Me refiero a quienes militábamos en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En aras de comunicar la verdad, este grupo político era en términos numéricos muy pequeño, definitivamente muy marginal en el espectro político de ese entonces. Una particularidad de este grupo era su alta capacidad de hacerse escuchar y un alto poder contestatario. Esto nos hacía creer (equivocadamente) que éramos un grupo enorme. En general, la década de los años sesenta marcó a toda una generación de distinta manera, para algunos fue la revolución socialista, para otros fue el uso del pelo largo, pero, en fin, el mínimo común denominador fue el cuestionar y oponerse al entonces orden establecido.

    Para responder a la pregunta sobre los años sesenta en Chile y particularmente sobre la experiencia de quienes nos vinculamos a los movimientos de izquierda es necesario regresar a la historia. Recordando a un controvertido filósofo alemán, al igual que en la Europa de mediados del siglo XIX, un fantasma recorría en la década del sesenta las venas social y política de muchos países latinoamericanos. Las ideas de este fantasma no pasaron desapercibidas a las inquietudes de algunos jóvenes de la época, concretamente la idea de construir una sociedad más justa. En otras palabras, una parte de la juventud chilena fue capturada por el fantasma. Cuando afirmo «una parte de la juventud chilena», en realidad me refiero (para disgusto de muchos) a una minoría. Las estadísticas electorales nos aportan una buena perspectiva o al menos nos corroboran esta afirmación, pues la suma de la votación de los partidos claramente de izquierda (los Partidos Socialista y Comunista) no llegaba al tercio de la población. Personalmente, mi ámbito político fue el sector estudiantil; en concreto, el mundo de los liceos secundarios de Santiago. El hecho es que, durante gran parte de la década de los sesenta, una buena cantidad de los liceos públicos de Santiago estaban en manos de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC). Otro dato ilustrativo es el hecho de que la famosa Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) eligió el 27 de noviembre de 1969, por la lista Unidad Izquierdista, a Alejandro Rojas como presidente, poniendo así fin a 14 años de dirigencia democratacristiana. Como vemos, no es tan cierto que todos los jóvenes de esa época estaban por el cambio. En aras de la verdad, nuestra percepción respecto a la fuerza de la izquierda no correspondía a la realidad, pues voluntariosamente estimábamos que era numerosa. Seguramente debido a nuestro aislamiento y marginalidad experimentábamos que solamente nuestra organización aumentaba su número de militantes. Sin lugar a duda que la sensación de aumento constituía el principal motor de nuestra razón existencial, pues corroboraba que nuestras ideas estaban en lo correcto; también confirmaba que el sueño de cambiar el mundo era lo correcto. En fin, teníamos la razón y el «resto de las personas» estaban profundamente equivocado. Esta fuerte parcialidad y subjetividad nos muestra que creer tener la razón es más importante que tener la razón.

    Al igual que en Europa, la segunda mitad de los años sesenta marca en muchos países de América Latina la era de la rebelión de los jóvenes. Particularmente en Chile, los Beatles imponen la moda del pelo largo desafiando abiertamente a la entonces conservadora generación, continuista y muy cerrada a los cambios. Los nuevos ritmos musicales influyeron en toda la juventud. No fue así con los vientos de izquierda que soplaban en aquella época. Como ya mencionaba, los vientos de la revolución tuvieron su impacto, pero no es cierto que toda la juventud chilena abrazo las ideas de la revolución. Lo que sí es muy cierto es que la idea de la revolución tomó mucha fuerza en un grupo de jóvenes con una capacidad extraordinaria de hacerse escuchar de tal forma que magnificaba cientos de veces su número real de militantes. También se debe destacar que el sueño de una sociedad más justa, para los revolucionarios de la época cobró mayor vigencia con la entonces victoriosa Revolución cubana. Esta despertó el entusiasmo en algunos grupos de la izquierda juvenil en Latinoamérica. En Chile, en particular, generó el surgimiento de organizaciones cuyos nombres siempre incluían la palabra revolucionario. Recuerdo claramente que «Cuba sí, yanquis no» rayaban los estudiantes de izquierda de la época, esta expresión de apoyo incondicional a la causa cubana evidencia la fuerte carga ideológica de ese entonces. No se puede desconocer que la gesta cubana profundizó en muchos jóvenes de la época el sueño de la revolución. También generó una fuerte discusión al interior de la izquierda. Los partidos tradicionales de izquierda miraban con simpatía la Revolución cubana, pero marcaban claramente que ese era el camino cubano, no el adecuado para Chile. Recordemos que Allende, refiriéndose a la vía chilena al socialismo, acuñó el refrán «la revolución con empanadas y vino tinto». Al mismo tiempo, surgían como respuesta a la izquierda tradicional —e inspirados en cierta medida en la Revolución cubana—, diversos grupos de izquierda, entre ellos y especialmente el MIR. De esta organización política surgían a finales de los sesenta dos líderes, Luciano Cruz y Miguel Enríquez. El primero se transformó rápidamente en una leyenda gracias a su carisma y audacia. El segundo fue el líder indiscutido de la organización hasta su caída en combate el 5 de octubre de 1974. Estos dirigentes a la cabeza del MIR fueron los que siguieron más cerca los postulados de la Revolución cubana, aunque de una manera gradual cuando comparamos con los movimientos revolucionarios del resto del continente. La retórica de estos dirigentes y de los militantes era incendiaria, pero en el buen sentido de la palabra, todo era retórica. Recordemos que en muchos países se forman organizaciones guerrilleras, como por ejemplo los Tupamaros en Uruguay, el ELN en Bolivia, etc. Así, tanto el auge del MIR en Chile como el surgimiento de grupos revolucionarios a nivel continental nos llevaba a profundizar aún más nuestro convencimiento de que estábamos en lo correcto, pues las matemáticas eran elocuentes: el número de revolucionarios aumentaba en el continente. Sin duda y quizás afortunadamente, nunca supimos diferenciar entre aumento absoluto y relativo. Quizá confundíamos tener presencia con tener influencia. Esta reflexión es importante para entender a un grupo de jóvenes revolucionarios en una década muy especial. En resumen, lo anterior descrito fue un componente importante del arsenal que justificaba nuestra existencia.

    En definitiva, los revolucionarios y la revolución, en nuestros ojos, se multiplicaba velozmente en el continente. Al mismo tiempo, mucho más allá de las fronteras de América Latina, la lucha contra el imperialismo en el sudeste asiático acaparaba la máxima simpatía por parte de todos nosotros. Sin duda, la guerra de Vietnam fue muy relevante para la generación de los sesenta. Para nosotros esta guerra acaecía en un lugar muy lejano, lo cual no nos permitía dimensionar la magnitud de la guerra. Además, no teníamos información suficiente sobre esta región. A veces he pensado que, si hubiese existido el internet y el Google (bajo el supuesto que asume la gran mayoría de la gente de que esta herramienta es igual a la verdad), probablemente nos habría resuelto muchas de nuestras dudas. En concreto, para la generación de mi época, Vietnam era un país muy lejano con el cual no teníamos ningún conocimiento previo, nunca habíamos visto un vietnamita, nunca habíamos conocido a alguien que hubiese visitado aquel país. Sin embargo, nuestra solidaridad era grande con este país asiático. Paralelamente, el concepto «imperialismo americano» cobraba evidencia, ahora tenía un rostro claro e identificable. Resultaba fácil explicar qué significaba la palabra imperialismo, ya que era posible dar ejemplos concretos de su accionar. En definitiva, el concepto «imperialismo» no era subjetividad pura sino que tenía nombre y domicilio. Sin embargo, debo reconocer que no fue fácil para mí entender inicialmente el significado de este concepto. Recuerdo que mi primer contacto con este concepto debe haber sido por el año 1967. Yo, con 14 años, participé en una de las tantas huelgas que organizaba la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (FESES). Allí uno de los dirigentes de la organización pronunció un discurso en el cual acusaba al imperialismo de agredir al pueblo de Vietnam. Considerando que en ese entonces mi bagaje intelectual era definitivamente muy modesto, me impedía relacionar el imperialismo con el heroico pueblo de Vietnam. Indagar sobre el significado de este concepto fue mi ingreso al uso del lenguaje de izquierda. En ese entones no existía Google, por tanto se recurría al diccionario Pequeño Larousse. Este definía el imperialismo así: «opinión favorable al desarrollo imperial. Doctrina política que procura estrechar los lazos entre un país y sus colonias desarrollando la potencia metropolitana. Política de un Estado que tiende a poner ciertas poblaciones o ciertos Estados bajo su dependencia política o económica». Lo cierto que mi consulta en el diccionario no fue de gran ayuda, debo confesar que me tomó un tiempo largo entender el significado de este concepto.

    A propósito de conceptos, el término «pequeñoburgués» era ampliamente usado durante aquellos años. El hecho es que este se usaba indiscriminadamente y probablemente se utilizaba mal, por qué no decirlo. Nosotros lo habíamos mañosamente transformado de tal manera que servía para explicar situaciones de diversa índole. Una elección de algunas de estas situaciones son, por ejemplo: tener conducta pequeñoburguesa; acusar a alguien de tener deformaciones pequeñoburguesas; calificar a alguien de tener una actitud típico pequeñoburguesa. Si me preguntaran hoy en día qué significaba cada una de las mencionadas situaciones, honestamente no podría dar una respuesta clara. El uso de este concepto también se aplicaba en el campo afectivo: recuerdo que la mayor crítica que le hice a una polola cuando terminamos nuestra relación fue acusarla de que había asumido una típica actitud pequeñoburguesa. He tratado de recordar qué implicaba mi acusación, pero no he logrado recordar los códigos de este concepto ampliamente usado (y abusado) durante mi época

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