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Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973
Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973
Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973
Libro electrónico486 páginas6 horas

Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973

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El movimiento Cristianos por el Socialismo surgió y se desarrolló bajo el alero de la corriente de pensamiento y acción cristiana que fue la teología de la liberación latinoamericana. Propuso un socialismo con un "rostro humano".
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento12 jul 2021
ISBN9789560013446
Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973

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    Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973 - Michael Ramminger

    Prólogo

    Después de una lucha los vencedores suelen dar por hecho que una historia ha terminado –y por eso escriben que ya no hay nada más que decir–. De manera semejante, la Iglesia y la gente de derechas han cerrado como con una lápida el tema de los «cristianos por el socialismo», o han vuelto a escribir la historia del movimiento que llevaba ese nombre de acuerdo con sus propios intereses. Este libro se propone devolver a la actualidad el historial de los Cristianos por el Socialismo (CPS) escribiendo esa historia con narraciones escuchadas «en la base». Michael se ha dado maña para entrevistar en Chile a cristianas y cristianos de izquierda. Ahora les dedica el presente libro contando lo que les oyó decir de sus experiencias. Partiendo de relatos individuales, narra así la historia de muchos y muchas que participaron durante los años 70 en la construcción del socialismo en Chile. Es un libro fascinante y rico en conocimientos que destaca los hechos sobre el trasfondo de una teología de la liberación, en vez de alinearlos sin más el uno junto al otro, como lo hacen a menudo las y los historiadores. Se advierte la empatía y parcialidad con la que conduce las entrevistas y las enmarca en el contexto histórico de la caminata-país que inició Salvador Allende.

    Este libro es un intento por documentar que ya entonces había gente convencida de que tomar parte activa en la construcción y creación de una sociedad mejor es obligación de todo cristiano. Por ello no es sólo una descripción de luchas pasadas, sino una guía que nos devuelve a la actualidad y nos conduce al porvenir. Primero, porque no sólo nos recuerda retazos dolorosos de nuestra propia historia –como el golpe de Augusto Pinochet–, sino también hermosas escenas de la caminata social que comenzó con Salvador Allende y la Unidad Popular, un hecho que hoy nos devuelve el ánimo. Una sociedad distinta fue posible entonces y sigue siéndolo aún hoy. Además, como cristiano de izquierda, Michael logra exponer los desafíos, las discusiones y las ideas políticas de los CPS de manera tal que se tornan asombrosamente actuales y pueden sernos útiles a los cristianos y cristianas de izquierda en las controversias actuales. Entre estas cabe mencionar las que se refieren a las relaciones entre un movimiento –o la Iglesia– con un partido, entre la política de vanguardia y el trabajo en la base, entre violencia y no-violencia, entre radicalidad y reformismo. Como Michael conecta repetidas veces estas grandes orientaciones con los procesos sociales reflejados en las entrevistas, los mensajes que se esconden a menudo en las sobrias descripciones biográficas se vuelven apremiantes y cautivadores. A los teólogos y teólogas les gustaría decir que tienen «un toque profético».

    Este libro deja en claro que no ha de subestimarse la aportación de muchas cristianas y cristianos a los procesos revolucionarios y que la Iglesia debe entenderse como la comunidad de todos aquellos que ponen su vida al servicio del mensaje de Cristo sobre la vida y la justicia para todos y están dispuestos a dar su vida por él –pues ellos y ellas son iglesia y no solo la institución y la jerarquía. Este libro renueva el mensaje tan central de Camilo Torres: «El deber de cada cristiano es ser revolucionario; el deber de todo revolucionario es hacer la revolución».

    P.S.: Si este mensaje es opio del pueblo, entonces somos drogadictos.

    Tus hijos y compañeros

    Tomás y Anna-María

    Introducción

    No fue un interés académico el que estuvo en el origen de este trabajo sobre los Cristianos por el Socialismo en Chile entre los años 1971 y 1973. Soy un teólogo alemán que empezó a estudiar teología al comienzo de los años ochenta y entró rápidamente en contacto con América Latina en la universidad Wilhelms de Westfalia, en Münster. En la universidad estuve en contacto con estudiantes de Brasil y conocí la teología de la liberación en América Central: Guatemala, El Salvador –y por supuesto Nicaragua–. Münster era un lugar donde se iniciaron y desarrollaron muchas iniciativas de solidaridad con las víctimas y luchadores de Chile, los exiliados. Había una parroquia de estudiantes, la KSG (Comunidad Católica de Estudiantes), que trabajaba en ello sin interrupción. Allí se tradujo al alemán la antigua revista de la Vicaría de la Solidaridad, se la distribuyó en toda República Federal y se organizaron colectas y otras actividades en apoyo al trabajo político, sobre todo en relación con los derechos humanos.

    Había también en Münster un grupo de «Cristianos por el Socialismo/RFA». Organizábamos discusiones políticas en la universidad, participábamos en el movimiento por la paz, en el movimiento internacionalista y en el movimiento contra los reactores nucleares. Algunos estudiantes militaban en partidos de izquierda. En 1998 organizamos aquí en Münster un congreso: «25 años de neoliberalismo en Chile – ¡Abajo Pinochet!». Vinieron más de 500 personas, y muchas de Chile, entre las cuales Manuel Cabieses, Luis Vitale, Rafael Agacino, Fabiola Letelier, Isabel Cárcamo, Marcel Claude, Tomás Moulian, Iván Saldías Barros, José Bengoa, y también Pablo Richard y Franz Hinkelammert de Costa Rica. El día de la apertura del congreso nos llegó la buena noticia del encarcelamiento de Pinochet en Londres… Les debemos mucho a nuestros amigos de Chile y de otros países latinoamericanos: teoría y práctica de izquierdas, solidaridad, aguante, decisión, amistades.

    Hace algunos años caí en la cuenta de que quienes vivíamos, trabajábamos y luchábamos bajo el nombre de «Cristianos por el Socialismo», no sabíamos nada de la historia del movimiento en Chile. Mi punto de referencia eran los años 80, el tiempo de la resistencia contra la dictadura. Los CPS existían ya durante la Unidad Popular, y su declinación coincidió con la de ella. El único libro que entonces conocía, el de Pablo Richard, publicado en 1976: «Cristianos por el Socialismo. Historia y documentación», no daba ningún nombre, por razones obvias, y había sido escrito todavía bajo la impresión del golpe. Se conocían algunos nombres, por cierto, como los de Gonzalo Arroyo, Sergio Torres o Diego Irarrázaval. Pero ninguno de ellos había escrito nunca nada sobre los CPS, ni sus experiencias ni su evaluación del movimiento. Como si el trauma de la derrota, del golpe, del exilio y también de los encarcelamientos, torturas y asesinatos estuviera pesando todavía después de tan largo tiempo. Así pues, el 2015 desarrollé la idea de hacer un proyecto de historia de los CPS. Mis compañeras y compañeros alemanes apoyaron inmediatamente la idea y me alentaron a realizarla. Viajé entonces a Chile y me puse a buscar huellas y vestigios. Mi primer hallazgo tuvo lugar en el jardín de mi amigo Ivan Saldías Barros, que había vivido en Alemania en el exilio durante años con toda su familia. Allí hablé largo con Ricardo Frodden sobre su amigo el sacerdote Antonio Llidó, detenido y desaparecido hasta el día de hoy. Luego con Hugo Villela y Tomás Moulian, con Mario Carcés y Hernán Leemrijse. En 2016, con Martín Gárate, Diego Irarrázaval, Mauricio Laborde, Antonio Lagos, Sergio Torres y Mariano Puga, con Juana Ramírez, Alicia Cáceres, Sonia Bravo y Oscar Jiménez. Fueron en total unas treinta horas de conversación. Cada entrevista ampliaba el horizonte y hacía que la imagen de los CPS se volviera cada vez más clara, nítida y valiosa. A las entrevistas se agregó el estudio del archivo de Gonzalo Arroyo que se conserva en el Centro Teológico Manuel Larraín de la Universidad Católica de Chile y el archivo privado de Sergio Torres, con trabajos, declaraciones, artículos, cartas circulares, etc., que él puso a mi disposición.

    Pienso que la práctica y las reflexiones de los CPS siguen siendo importantes aún hoy. Importantes por cierto en primer lugar para los cristianos y cristianas que andan en busca de un mundo mejor, pero también tal vez para una izquierda que no sabe qué hacer con la religión y el cristianismo y que posiblemente se llene de asombro ante la decisión y radicalidad de esa gente («radical» viene de radix = enraizado en la tierra, firme, constante).

    Al mencionar especialmente a algunas personas, se corre el riesgo de omitir a otras. De todas maneras quisiera agregar aquí algunos nombres: el sacerdote CPS Antonio Lagos, de Pudahuel, y su comunidad. Ellos nos compartieron sus recuerdos, sus penas y esperanzas todavía actuales. También Luis, Janet y Hernán, con quienes pude hablar en Valparaíso, me dejaron una impresión personal intensa de la historia pasada y presente de un cristianismo luchador, a menudo extenuado, pero por último siempre gozoso en la esperanza. Quisiera mencionar también a mi amiga Juana Ramírez. Salió de su congregación religiosa el 12 de septiembre de 1973 porque esta no quiso estar a la altura de los desafíos derivados del golpe. Juana es una luchadora, una luchadora alegre, y como tal una de las verdaderas religiosas en la Iglesia Católica, de las cuales no hay muchas.

    Quisiera recordar también a Martín Gárate, antiguo secretario general de los CPS, a Alicia Cáceres de La Victoria, quien hablaba de sí misma como obviamente «cristiana por el socialismo», y a Marisol Muñoz, que transcribió muchas de estas entrevistas. Las tres personas recién mencionadas han muerto durante la elaboración de este libro. De Marisol alcancé a saber que su trabajo de transcripción de las entrevistas le dio la alegría de recordar que el cristianismo también puede ser una historia de confiabilidad, humanidad y compromiso social.

    Quisiera agradecer también al Centro Ecuménico Diego de Medellín y a Raúl Rosales por la cooperación y antigua amistad. Por último, agradezco al co-fundador de los CPS, Hernán Leemrijse, quien me ha apoyado siempre y a Mauricio Laborde que pertenece también a la primera generación de CPS, quien me ayudó con sus conversaciones, pero además con la transcripción de muchas entrevistas. Un reconocimiento especial a mi amigo Manuel Ossa quien, con gran sensibilidad y entusiasmo, realizó la traducción del libro. Sin su generosa disponibilidad, el libro no hubiera podido publicarse en Chile.

    Queda todavía por aclarar por qué mis hijos han escrito el prólogo de este libro –prólogo que para mí es muy valioso–. Ambos estudian en la universidad, son activistas políticos y tienen una mirada crítica –y con buenas razones– sobre la Iglesia en sus condiciones actuales. Por esto me era importante conocer la opinión de ambos sobre esta parte de la historia de Chile y sobre el sentido o sinsentido de la presente investigación. Ambos me han apoyado con sus intervenciones críticas y sus valoraciones políticas en las traducciones. Anna-María participó en varias de las conversaciones de 2016 en Chile, interviniendo en ellas con sus preguntas a partir de sus propios conocimientos y de su experiencia personal de trabajo en La Legua. Su juicio es importante para mí y me llena de esperanza.

    1. Historial

    El historial de un tema se refiere a sus antecedentes. El historiador relata hechos del pasado que sucedieron en un futuro en relación con sus antecedentes. Pero nada indica que los hechos de que trata el historiador estuvieran prefigurados en esos antecedentes. Nunca la historia se deriva necesariamente de acontecimientos históricos anteriores. Pero estos acontecimientos pueden poner algunas condiciones para que algo suceda, pues establecen determinadas posibilidades. En otras palabras: en tiempos de la Unidad Popular y de la aparición de los Cristianos por el Socialismo –en adelante CPS– había algunos movimientos históricos que favorecieron el surgimiento de este movimiento, y esto aún en circunstancias previas que no hacían prever para nada la configuración de un grupo de CPS. Nos referimos en particular a tres antecedentes: 1.- El desarrollo de la Iglesia chilena tras la separación de la Iglesia y del Estado en 1925, hecho típico de no pocos países latinoamericanos; 2.- la situación económica de Chile en los años 60 y la fundación de la Democracia Cristiana en 1957, luego su crisis y su división, con la fundación de varios partidos, primero el MAPU, luego la división de este, más tarde la fundación de la Izquierda Cristiana (IC); y por último; 3.- el gran acontecimiento de reforma de la Iglesia Católica que fue el II Concilio Vaticano en 1963-65, o mejor, el pacto de las Catacumbas y la Conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín en 1968.

    1.1. La Iglesia chilena: separación de la Iglesia y el Estado

    A comienzos del siglo pasado en Europa la secularización había llevado a la Iglesia Católica a un integrismo y antimodernismo masivo, por un lado, y al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, por otro. Dos intereses estaban detrás de ello: primero la consolidación y el fortalecimiento de la Iglesia Católica desde adentro, y segundo el mantenimiento del poder social hacia fuera, frente a la secularización y al nacimiento del movimiento obrero. El desarrollo eclesiástico fue semejante al europeo en algunos países de América Latina como el Uruguay, Brasil, de alguna manera México o también Chile. La separación de Iglesia y Estado consumada en 1925 traía consigo para la Iglesia Católica una considerable pérdida de poder, situándose como la última y lógica consecuencia institucional de la lucha por la independencia del poder colonial español (1810-1820) y de la Ilustración liberal-burguesa que había acompañado el nacimiento del nuevo Estado. Esta pérdida de poder ponía a la Iglesia ante nuevos desafíos. La reacción de la Iglesia ante ello tiene que ver mucho más con la necesaria reestructuración y el mantenimiento del poder social, que con el «el bien del pueblo»¹ relevado por una historiadora alemana. Después de haber roto, al menos formalmente, con la alianza poco santa entre el trono y el altar, la Iglesia debía desarrollar por primera vez en su historia una estrategia propia para anclarse socialmente, pues hasta el momento había estado claramente ligada a la oligarquía y se hacía presente sobre todo en la zona central². En 1960, con 7,2 millones de habitantes, había sólo 549 parroquias, concentradas mayoritariamente en las ciudades y con pocos sacerdotes en los barrios pobres³. Pero la Iglesia no se sentía afectada institucionalmente sólo por la separación del Estado, sino también en lo social por el nacimiento de Partido Socialista de Chile –hecho inquietante para ella desde su perspectiva– cuyo candidato presidencial ganó en 1932 un considerable 18% de los votos. En ese tiempo ya estaba sindicalizado un 5% de los trabajadores. La reacción de la Iglesia chilena ante el surgimiento del movimiento obrero socialista y comunista fue semejante a la europea: por el lado ideológico, con la doctrina social católica (cristianismo social) y ante la Ilustración burguesa, con el antimodernismo. En la práctica promovía la formación de intelectuales católicos (laicos, por primera vez en la historia de la Iglesia), por ejemplo con la Acción Católica y la inversión en colegios propios, con el objetivo de fortalecer o mantener su posición de poder y contrarrestar la laicización anticatólica de los países.

    Este es el contexto histórico ambivalente y contradictorio del origen de muchas organizaciones e instituciones de la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo pasado de las que se esperaba la conformación de grupos de intelectuales católicos. Andrea Botto⁴ escribe sobre el punto que en ese tiempo se crearon, por ejemplo, las Semanas Sociales (encuentros de intelectuales católicos, empresarios y obreros), los Círculos de Estudio, donde se trataba de darle una sólida formación a una «élite dirigente». En ese tiempo se funda también la ANEC (Asociación Nacional de Estudiantes Católicos) –pensada explícitamente como antagonista de la FECh (Federación de Estudiantes de Chile)– y la Acción Católica⁵. En 1943 se fundó la JOC (Juventud Obrera Católica) con el apoyo del cardenal José María Caro. En la Universidad Católica de Santiago se agregaron seis nuevas Facultades entre 1920 y 1953 (Arquitectura, Economía, Filosofía, Pedagogía, Medicina, Ingeniería y Teología) y cuatro escuelas (Servicio Social, Enfermería, Ciencias Biológicas y Artes Plásticas), además del Club Deportivo y el Hospital.

    Totalmente al revés de como se podía pensar, el mantenimiento del poder de la Iglesia (como aparato espiritual clerical y jerárquico) y la guarda de las relaciones sociales (en particular el vínculo con el Partido Conservador) debía llevar a que por primera vez el catolicismo (parte del clero y los laicos) se ocupara seriamente de las situaciones sociales del país. Es verdad que ello concordaba de alguna manera con la doctrina social católica sobre una cierta nivelación social. Algunas de las consecuencias de este proceso fueron totalmente opuestas a los intereses del mantenimiento del poder y de la vuelta al catolicismo tradicional⁶. Uno de los iniciadores de la Semanas Sociales fue, por ejemplo, el jesuita Fernando Vives Solar, que influyó entre otros en Alberto Hurtado y Manuel Larraín, uno de los obispos más avanzados del Vaticano II y primer firmante del así llamado «Pacto de las Catacumbas». Entre los discípulos de Vives Solar estaba también Clotario Blest, fundador en 1953 de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores de Chile) y en 1965 del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). El sacerdote obrero y miembro del MIR Rafael Maroto perteneció también a esta generación: nació en 1913. De la misma generación era también el cardenal Fresno, quien suspendió del ejercicio del sacerdocio a Maroto en 1984, su antiguo colega seminarista.

    En estos ejemplos se ve claro que a comienzos del siglo pasado una sucesión de hechos llevó a que se desarrollaran –como por una astucia de la historia– diferentes corrientes de un catolicismo que influyeron sucesivamente en que se dividiera el Partido Conservador, se fundara la Falange y luego el Partido Demócrata Cristiano y este se volviera a dividir en la coyuntura política de la Unidad Popular. Como lo escribe el teólogo de la liberación Alberto Moreira, una parte del catolicismo se politizó en la medida en que la realidad social penetró intelectualmente hasta llegar a criticar a la jerarquía católica y al cristianismo social. Lo mismo sucedió en otros países latinoamericanos como Brasil⁷ y fue una de las condiciones previas del comienzo de la teología de la liberación y, en Chile, de la formación de los CPS, como se lo puede comprobar en muchas de las biografías de sus miembros. Ya desde los años 1950 y más aún en los 60 se va desarrollando una corriente de izquierda en el cristianismo, contraria a la restauración conservadora de la Iglesia, que cuestiona el papel central que ha jugado hasta ahora la Iglesia como parte de la élite dominante en los países latinoamericanos profundamente marcados ideológicamente por el catolicismo.

    1.2. Democracia Cristiana y situación económica de Chile

    El comienzo del siglo XX marca un cambio en la sociedad conservadora y clasista, oligarca y postcolonial que había sido Chile, y que va llegando a ser entonces una sociedad burguesa de clases. Aunque la producción de bienes de consumo (textiles y calzado) había crecido y el trabajo industrial había aumentado hasta representar el 70% de la fuerza de trabajo, este cambio no había favorecido a la gran masa de la población, sino sólo a una minoría. Este crecimiento –aunque desigual– se debía a que sobre todo desde la presidencia de Pedro Aguirre Cerda y la fundación de la Corporación de Fomento de la Producción en 1939 el Estado había procurado la industrialización del país mejorando la infraestructura energética y secundando la industrialización para suplir la producción de mercaderías que, debido al estallido de la 2a Guerra Mundial, no podían importarse. Más adelante, en 1962 el Presidente Jorge Alessandri había dado los primeros tímidos pasos hacia una reforma agraria, pero la avanzada real en este dominio se produjo recién en 1967 cuando el Presidente Frei Montalva dictó la nueva ley de reforma agraria⁸, cuya necesidad económica se imponía no sólo en términos de equidad y justicia social, sino de ampliación del mercado de los productos sustitutivos de importación procedentes ahora de la industria nacional. El cobre, la mayor riqueza en recursos que tenía Chile, estaba completamente en manos de empresarios norteamericanos estadounidenses. Durante el gobierno de Frei Montalva, en 1969, Chile se hizo con el 51% de la principal minera norteamericana. Fue el llamado proceso de «chilenización» del cobre, que habría de culminar –precariamente– con su «nacionalización» en tiempo de Allende. Influido por el cristianismo social, el Partido Demócrata Cristiano promovió además el proceso de maduración política, mediante la fundación de Juntas de Vecinos, el apoyo a la sindicalización campesina y a otras instituciones sociales. En lo demográfico, la ciudad de Santiago se había duplicado en veinte años (1940-1960), creciendo de casi un millón a dos millones de habitantes. El film «Ya no basta con rezar» ofrece un cuadro impresionante de la pobreza y de las relaciones de poder del tiempo inmediatamente anterior al triunfo electoral de la Unidad Popular con las que estaban confrontados las y los cristianos influidos por el cristianismo social⁹. Pero al mismo tiempo ha de tomarse en cuenta que la política demócrata cristiana debía ofrecer naturalmente una cierta satisfacción al descontento social en aumento por las relaciones capitalistas vigentes. Pues la Democracia Cristiana enfrentaba también en Chile a fuerzas políticas cada vez más numerosas que, en consonancia con los movimientos revolucionarios mundiales, como el de Cuba, favorecían vías políticas que iban más allá del capitalismo, aun cuando las ideas y estrategias políticas de tales vías divergían mucho entre sí. Además de los partidos tradicionales de izquierda, como el socialista, el comunista y el MIR fundado en 1965, había corrientes que originariamente se habían inspirado en el cristianismo social de la Democracia Cristiana: el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria), fundado en 1969, y la IC (Izquierda Cristiana), de 1971. Es posible que algunos discrepen aquí, –y con razón, como mejores expertos en historia de Chile– por el exceso de importancia que parecemos atribuirle al papel del desarrollo del sector cristiano para la formación de la UP (Unidad Popular). De acuerdo, diría yo, pero seguiría insistiendo en que los cambios que se produjeron en la Iglesia Católica desde la separación de Iglesia y Estado en 1925 jugaron un papel no menor. En todo caso fueron ellos, con el nacimiento del cristianismo social y las evoluciones de la Iglesia a nivel mundial, que también deben mencionarse, los que por último constituyeron el tercer factor que dio origen a los Cristianos por el Socialismo.

    1.3. El II Concilio Vaticano y el Pacto de las Catacumbas

    Hacía ya tiempo que las situaciones de pobreza y los florecientes movimientos de liberación habían despertado a la Iglesia. Los cubanos habían triunfado en 1959 contra la dictadura de Fulgencio Batista, aportando así también al ambiente de cambios. Pero, como lo escribe Enrique Dussel, las convicciones políticas de muchos cristianos y cristianas no estaban en consonancia con su fe tradicional. Vivían en mundos paralelos, porque su teología (ideología) no era capaz de conjugar compromiso político con fe cristiana¹⁰. Esto cambió recién con el II Concilio Vaticano del que Dom Helder Câmara decía, citando a Juan XXIII: «Hay que sacudir el polvo imperial que se ha depositado sobre la cátedra de Pedro desde Constantino»¹¹ . A pesar de que aquí se trataba en primer lugar de la reforma de la Iglesia y que el paradigma dominante que se aplicaba a las ideas de cambios sociales era el «desarrollismo», sin embargo se marcaba ya la entrada y brotaba el germen desde donde se desarrollaría la teología de la liberación en la Iglesia oficial, sobre todo naturalmente en la de América Latina. Esta evolución se ve nuevamente en el arzobispo Câmara: en 1969 dijo del concepto de «desarrollo» que se lo debía caracterizar como «una palabra desdichada y una categoría dudosa…», y que «liberación» era más completa y más bíblica¹². Al término del II Concilio Vaticano tuvo lugar el llamado Pacto de las Catacumbas¹³ con el que inicialmente cuarenta obispos se comprometieron con Helder Câmara, luego más de cuatrocientos, a llevar una vida de pobreza y al servicio de los pobres. El obispo Manuel Larraín estaba en el núcleo de este grupo de aliados. Este obispo era consejero de la Acción Católica de Chile junto con Alberto Hurtado. Câmara había escrito de Larraín en una carta anterior: «Larraín y yo vamos a emprender una operación difícil: salvar el tema de la pobreza…»¹⁴. El Pacto de las Catacumbas confluyó por su parte en 1968 con la Conferencia Latinoamericana de Obispos en Medellín y la formulación de la «opción por los pobres». La Iglesia Católica se había abierto históricamente a las «esperanzas y angustias» de la gente¹⁵. José Comblin escribió a este propósito: «Era el tiempo de la utopía. Se impuso la idea de que todo era posible. Cuba mostró que las personas pueden tomar la historia en sus manos… Sólo había que quererlo para cambiar la sociedad capitalista en una socialista»¹⁶. En Chile, Aldunate declaraba después de la victoria electoral de la Unidad Popular:

    Yo había votado por Tomic (el candidato de la DC) y el día que triunfó Allende fui a la Alameda y vi llegar grandes olas sucesivas de la gente más pobre de Santiago: venían contentos, bailando y cantando, porque por primera vez en su historia tenían un Presidente que iba a responder a sus anhelos y derechos. Ahí vi yo la esperanza de ese pueblo y tomé la resolución de trabajar para que no se viera frustrada¹⁷.

    Resumiendo, se puede constatar que tres factores constituyeron la base sobre la que pudo nacer el movimiento de Cristianos por el Socialismo en el tiempo de la Unidad Popular: 1. La separación de Iglesia y Estado un siglo después de la declaración de la independencia de Chile y la necesidad que de allí dimanaba de relacionarse de manera nueva –o tal vez por primera vez– con la población; 2. el nacimiento del cristianismo social en el contexto de la nueva configuración de la clase política chilena y 3. los esfuerzos reformadores de la Iglesia Católica romana y la nueva teología de la liberación.


    ¹ «Ya en 1925 la Iglesia Católica se había comprometido a trabajar por el bien del pueblo chileno…», Silke Hensel, «Religion, Politik und Gewalt in Argentinien und Chile», 289, en: Die katholische Kirche und Gewalt: Europa und Lateinamerica im 20. Jahrhunderts, Silke Hensel y Hubert Wolf (Edit.), Viena/Colonia/Weimar 2013.

    ² La Corporación de Fomento de la Producción, un organismo estatal, había dividido a Chile en cinco regiones. La zona central está de hecho en el centro geográfico del país y en ella vive hoy el 79% de la población total.

    ³ Salinas, «Chile», cit. según: Veit Straßner, Chile, 389, en Kirche und Katholicismus seit 1945, T. 6: Lateinamerica und Karibik, Johannes Meier y Veit Straßner (Edit.), Paderborn/Viena/Munich/Zurich 2009. Es una situación que no ha cambiado hasta ahora: en el barrio de gente acomodada de Providencia el año 2000 había doce parroquias por 100.000 habitantes, mientras en la población La Granja eran tres por 150.000. En: Chile: ¿Un País Católico?, Carla Lehmann S.B., Centro de Estudios Públicos, Puntos de Referencia, 249. Noviembre 2001.

    ⁴ Andrea Botto, «Algunas tendencias del catolicismo social en Chile: reflexiones desde la historia», en: Teología y Vida, Pontificia Universidad Católica de Chile. Facultad de Teología Vol. XLIX (2008), 499 – 514.

    ⁵ En 1931 la Conferencia Episcopal chilena anuncia oficialmente la fundación de la Acción Católica. En los años 50 la Acción Católica tenía 100.000 miembros, de los cuales 57.000 en Santiago (Hensel, 289).

    ⁶ «La pastoral es apologética, pero gracias a la Acción Católica se transformó en una acción defensiva y ofensiva a la vez. Sale al encuentro de los «contrarios» o de los «enemigos», como la masonería, los protestantes, los ateos, los socialistas y marxistas, etc.», Comunidades eclesiales de base. 20 años en Chile, CEDM, serie de estudios 1, ediciones Rehue 1989, 17.

    ⁷ Cf. Alberto Moreira: «La Acción Católica y el Movimiento estudiantil católico ser originaron en parte como una respuesta pastoral eclesiástica al ‘peligro rojo’, esto es, a la presencia creciente de los partidos comunistas». Alberto Moreira, «Das endlose Jahr. 1968 en Brasil», 156, en: Kuno Füssel/Michael Ramminger (Edit.), Zwischen Medellin und Paris, Luzern/Münster, 2009.

    ⁸ «Die Veränderungen der Landwirtschaftlichen Betriebsgrößenstruktur durch die Agrarreform in Chile». Jürgen Bahr und Antje Fischbock, en: Erdkunde T. 41/ 1987.

    ⁹ «Ya no basta con rezar», Aldo Francia, Chile 1972. El film se exhibió en 1973 en el festival de Cannes. A. Francia está entre los fundadores del cine moderno en Chile. El film se inspira en la historia del sacerdote Ignacio Pujadas de los CPS y algunas escenas están tomadas en su iglesia. La diócesis en que se desarrolla la historia del film es la de otros dos sacerdotes CPS: Miguel Woodward y Antonio Llidó. Cf. Andrés Brignardello Valdivia, La Iglesia Olvidada – La teología de la liberación en Valparaíso, Ed. Punta Ángeles, Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación, Valparaíso 2020, 66.

    ¹⁰ Dussel, Enrique, «Zur sozio-historischen Bedeutung der Befreiungstheologie. Überlegungen zu weltgeschichtlichem Ursprung und Kontext», en: Raúl Fornet-Betancourt (Edit.), Befreiungstheologie - Kritischer Rückblick und Perspektiven für die Zukunft, Maguncia 1997, T. I, 16.

    ¹¹ Cit. según: Dom Helder Câmara. Briefe aus dem Konzil. Nachtwachen im Kampf um das II. Vatikanum, Urs Eigenmann (Edit.) Lucerna 2016, «Hinführung», 13.

    ¹² Cit. según Dom Helder Câmara. Briefe aus dem Konzil. Nachtwachen im Kampf um das II. Vatikanum, Urs Eigenmann (Edit.) Lucerna 2016, «Hinführung», 12.

    ¹³ Cf. Norbert Arntz, Der Katakombenpakt. Für eine dienende und arme Kirche, Kevelaer 2015, 75ss

    ¹⁴ Cit. según: Dom Helder Câmara. Briefe aus dem Konzil. Nachtwachen im Kampf um das II. Vatikanum, Urs Eigenmann (Edit.) Lucerna 2016, 129.

    ¹⁵ Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, Proemio, 1.

    ¹⁶ José Comblin, «Trinta anos de teologia latino-americana», en: Susin, Luiz C. (Edit.) O mar se abriu. Trinta anos de teologia na América Latina, Sao Paulo, Paulinas-Soter 2000, 180.

    ¹⁷ Apsi, 28/12/1988, 11, cit. según: Amorós, Mario, «La iglesia que nace del pueblo», en: Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, Julio Pinto Vallejos (Edit.), LOM, Santiago 2005, 111.

    2. Cómo comenzó todo: los primeros pasos

    2.1. Iglesia Joven

    La famosa toma de la catedral de Santiago el 11 de agosto de 1968 por parte de un grupo denominado «Iglesia Joven»¹⁸ es una muestra de lo movida que debía estar la situación. Había sido planificada en las poblaciones Joao Goulart, Malaquías Concha y Las Barrancas¹⁹. El 11 de agosto de 1968 a las cuatro de la mañana el grupo de unas 200 personas ocupó la catedral durante 14 horas. Dieron una conferencia de prensa, discutieron y celebraron una misa, rezaron entre otros por el pueblo de Biafra, por los caídos en la guerra de Vietnam y por la clase obrera explotada en América Latina. Un lienzo con el lema: «Por una iglesia junto al pueblo y su lucha. Justicia y amor» señalaba que no sólo alertaban sobre la situación socioeconómica chilena, sino sobre la de otros muchos países en el mundo y sobre la necesidad de un cambio en la Iglesia. La reacción de la jerarquía no se hizo esperar y fue aplastante –acorde con las circunstancias sociales y eclesiásticas descritas al comienzo: el 13 de agosto el cardenal Silva Henríquez condenó la acción en una declaración pública en la que decía:

    La acción de unos pocos sacerdotes descontrolados, olvidados de su misión de paz y amor, ha llevado a un grupo de laicos y de jóvenes a efectuar uno de los actos más tristes de la historia eclesiástica de Chile²⁰.

    Algunos de los sacerdotes que habían tomado parte en la toma fueron suspendidos temporalmente de sus funciones. Este movimiento duró poco. Según Amorós²¹, la resistencia en su contra de parte de la jerarquía era considerable; algunos de sus miembros entraron a militar en partidos de la Unidad Popular después de la victoria electoral de 1970; para otros el programa de la Iglesia Joven reaparecía en el naciente movimiento de los Cristianos por el Socialismo.

    2.2. El Grupo de los 80

    Unos dos años después, en septiembre de 1970, un grupo de sacerdotes visitó privadamente al recién elegido Presidente Salvador Allende²², para felicitarlo por su victoria electoral. Le entregaron una declaración en que decían: «… como pastores queremos contribuir a la tranquilización de nuestras comunidades atemorizadas por las nuevas formas de la campaña del terror…»²³. Aludían así a la ofensiva ideológica de la derecha que se confrontaba con el gobierno socialista. El jesuita Gonzalo Arroyo, profesor en la Universidad Católica de Chile, era públicamente parte del grupo que se reunía luego a intervalos irregulares y que preparó la jornada «La participación de los cristianos en la construcción del socialismo» en el año 1971. Se llamaron más tarde Grupo de los 80 en razón del número de participantes. La jornada fue un paso más hacia la fundación de los Cristianos por el Socialismo. Pero no hay una fuente confiable que informe sobre quiénes, además de Arroyo, formaban parte del grupo. Otro de los primeros miembros de los CPS fue Hernán Leemrijse. Participaron también en el comité preparatorio de la jornada Alfonso Baeza, Santiago Thijssen, Nelson Souci, José Arellano e Ignacio Pujadas²⁴. Hernán Leemrijse describe la motivación de esta iniciativa desde su punto de vista:

    Yo estaba todavía en San Bernardo en la Parroquia de Fátima, que en ese entonces pertenecía a la zona sur de Santiago y después se separó en otra diócesis. Pero llegué a Chile el año 66; fueron los últimos años de Frei Montalva y fuimos muy inspirados en Holanda por el proyecto de Frei «Revolución en Libertad», con organización de juntas de vecinos, con educación popular y, en fin, cosas que efectivamente mostraron una apertura hacia la necesidad de la gente y no simplemente un proyecto tradicional de asistencia y manejo. Entonces fuimos invitados –pertenezco a los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesucristo–. Nuestro superior general es desde hace dos meses un alemán. En las reuniones de los sacerdotes de la zona sur, que era la parte más popular en Santiago, estábamos preocupados por las elecciones que estaban en camino entre la derecha y la izquierda. Había tres proyectos: por la continuación del proyecto

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