DESPUNTA LA AUTOCRÍTICA
DOCTOR EN HISTORIA
En 1952, un pensador de procedencia falangista, José Luis López Aranguren, publica Catolicismo y protestantismo como formas de existencia. Dentro del ambiente religioso de la época, el libro cayó poco menos que como una bomba. No era píldora fácil de digerir que un seglar se atreviera a entrar en un coto, el de la teología, reservado a eclesiásticos. Para el nacionalcatolicismo, España tenía que ser el martillo de herejes que fue en el Concilio de Trento. En consecuencia, no se veía a los protestantes como hermanos de fe, sino como criaturas extraviadas por doctrinas malignas. Escribir sobre ellos equivalía, por definición, a refutar sus errores. En cambio, Aranguren, un intelectual católico, creyente de rigurosa observancia, hablaba de Lutero y Calvino con un talante muy distinto. Buscaba comprenderlos desde la objetividad y la cercanía, no juzgarlos. En los círculos eclesiásticos, Catolicismo y protestantismo… recibió durísimas críticas. Un jesuita, Antonio Arias Prada, le recordó al autor que solo podía existir una religión verdadera. Por su parte, Jesús María Granero, también religioso de la Compañía de Jesús, echó mano de un extraño argumento: en España, los católicos tenían razón porque ellos eran muchos y los protestantes pocos.
Los intelectuales laicos, lejos de compartir tanta acritud, elogiaron una obra que renovaba el pensamiento teológico español. Para Pedro
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