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Justicia y libertad: Luchas populares por los derechos sociales y democracia en Chile
Justicia y libertad: Luchas populares por los derechos sociales y democracia en Chile
Justicia y libertad: Luchas populares por los derechos sociales y democracia en Chile
Libro electrónico536 páginas6 horas

Justicia y libertad: Luchas populares por los derechos sociales y democracia en Chile

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Analiza la resistencia popular contra Pinochet en dos poblaciones emblemáticas: La Legua y Villa Francia. Su lucha por los DD.HH, fue más allá de la defensa de la vida en peligro, defendían su derecho al pan, el trabajo, la justicia y la libertad.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento2 ene 2024
ISBN9789560017741
Justicia y libertad: Luchas populares por los derechos sociales y democracia en Chile

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    Vista previa del libro

    Justicia y libertad - Alison Bruey

    La autora agradece al Departamento de Historia de la Facultad de Artes y Ciencias

    y a la Humanities and Arts Project Grant de la University of North Florida

    por apoyar la traducción de este libro.

    © LOM Ediciones

    Primera edición, septiembre 2023

    Impreso en 1000 ejemplares

    ISBN Impreso: 9789560017413

    ISBN Digital: 9789560017741

    RPI: 2023-a-9512

    Traducido desde el inglés:

    Bread, Justice, and Liberty: Grassroots Activism and Human Rights in Pinochet’s Chile

    fotografía de portada: © Paulo Slachevsky

    @pauloslachevsky

    Edición y maquetación

    LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Teléfono: (56-2) 2860 68 00

    lom@lom.cl | www.lom.cl

    Tipografía: Karmina

    Impreso en los talleres de gráfica LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

    Santiago de Chile

    Índice

    Prólogo

    Agradecimientos

    Introducción Desafiar a la dictadura, exigir libertad

    Capítulo 1 La Legua, Villa Francia y el movimiento de pobladores

    Capítulo 2 El golpe y el pasado que es presente

    Capítulo 3 La economía del terror, 1973-1978

    Capítulo 4 Solidaridad y resistencia, 1973-1978

    Capítulo 5 Milagros, espejismos y movilización, 1978-1982

    Capítulo 6 Protesta nacional y posibilidad, 1983-1990

    Epílogo ¿Y la alegría?

    Bibliografía y fuentes

    Lista de abreviaturas

    Prólogo

    Cuando comencé las investigaciones para este libro, el 30° aniversario del golpe se avecinaba. Mirando hacia atrás, ahora desde el 50° aniversario, son notables tanto los cambios como las continuidades relativos a las luchas populares por la justicia social y la democracia, y las luchas sobre la memoria y la historia durante los últimos veinte años.

    La edición original de este libro salió en inglés en mayo del 2018, con el Mayo Feminista en plena marcha y poco más de un año antes del estallido social de 2019. Estos dos grandes hitos históricos no aparecen en el libro por la simple razón de que fue a la imprenta antes que sucedieran. Sin embargo, los sucesos de 2018 en adelante no están ajenos a los procesos retratados en este libro: están estrechamente relacionados.

    Además de su importancia para la historia nacional, las luchas populares por la justicia social y la democracia en Chile han sido ejemplos a nivel internacional para las personas que luchan por la justicia y la libertad en distintas partes del mundo. El fuerte (re)surgimiento del movimiento feminista chileno en 2018, el despertar masivo de 2019 y el consiguiente proceso constituyente alentaron las esperanzas más allá de las fronteras chilenas.

    Una estudiante sabia me dijo una vez que la democracia es a menudo ruidosa y desordenada. Pero no por eso deja de ser democracia, y no hay que tenerle miedo. Más peligroso es perderla.

    Es bien conocido lo dañino que es negar y acallar, desconocer hechos comprobados y tergiversar deliberadamente la historia en aras de erosionar, o bien revertir, los avances de la justicia y la libertad. Negar y acallar la historia limita los prospectos de futuro y acorta los horizontes tanto para la sociedad actual como para las nuevas generaciones que vendrán. Desgraciadamente en la actualidad cunden intentos de negar la historia y coartar la justicia social y la democracia. Esto también forma parte de los procesos históricos y el futuro no está escrito. Lo que sucederá a continuación depende de todos nosotros.

    Alison J. Bruey

    Santiago, 27 de agosto de 2023

    Agradecimientos

    Este trabajo no hubiera sido posible sin el apoyo y las contribuciones de muchas personas.

    Primero y antes que nada les agradezco a los pobladores de Villa Francia, La Legua y otras poblaciones de Santiago y sus aliados, quienes con generosidad y paciencia me hablaron de sus historias, respondieron a mis preguntas y compartieron sus opiniones y análisis. Una parte importante de la historia retratada en este libro no se encuentra en los archivos tradicionales: circula en la memoria y la historia popular, por lo que las conversaciones con los pobladores y sus aliados fueron esenciales.

    A los bibliotecarios, archivistas y personal de apoyo de las bibliotecas, archivos y centros de documentación, cuyos acervos fueron indispensables para la realización de este trabajo.

    A Cecilia Riveros, excelente ayudante de investigación, que transcribió grabaciones y revisó diez años enteros de El Mercurio en Santiago.

    A Sandra A. Stratton y Anthony Rossodivito, magísteres en Historia y ayudantes de investigación de la University of North Florida.

    A Rodrigo Olavarría, que tradujo el texto del inglés al español.

    Este trabajo fue posible gracias al apoyo material de Yale University, al programa Fulbright-Hays y la University of North Florida. Les agradezco a la University of Wisconsin Press y a LOM ediciones por hacer posible su publicación en los Estados Unidos y en Chile.

    Debo agradecer de modo particular a Mario Garcés, a Peter Winn y a Steve Stern por su apoyo intelectual, su generosidad al momento de compartir contactos y conocimientos, y sus enseñanzas sobre metodología y la historia de Chile.

    A mis amigos y colegas en Chile, quienes me han brindado palabras de apoyo y aliento, techo y comida, contactos, libros y publicaciones, orientación, buena conversación, crítica constructiva, bondad y amistad, mis más sentidos agradecimientos.

    Finalmente, gracias infinitas a mis abuelos, mis padres, mis hermanos y mi pareja Paul Carelli, quienes me han acompañado en las buenas y en las malas con acérrimo apoyo moral y amor incondicional.Introducción

    Introducción

    Desafiar a la dictadura, exigir libertad

    Manifestantes: ¡Pan, justicia, libertad!

    Oficial de Carabineros: ¡Fíjese cómo gritan contra el Gobierno!

    Monseñor Gustavo Ferraris: ¿Cómo? ¿Así que el gobierno no quiere pan, justicia y libertad?

    Conversación, Iglesia Don Bosco, La Cisterna, 1 de mayo de 1978¹

    Derechos humanos

    Derechos negados

    Hermosas palabras

    Con soles de primavera

    Mentiras de siglos

    Sueños truncados

    Esperanzas fugadas

    Amargura en el alma

    Del hombre de manos encallecidas. . .

    Juan Ávalos, «Odas al pueblo humillado»²

    El mes del volantín

    El martes 11 de septiembre de 1973, temprano en la mañana, el director de la escuela de Juan mandó a los estudiantes a sus casas antes que las clases comenzaran sin dar explicación. Juan volvió a su barrio, La Legua Emergencia, se puso ropa de calle y salió. Septiembre es el mes de los volantines y el techo de la fábrica textil Comandari era ideal para elevarlos. A pesar del frío, Juan subió al techo, donde él y otro niño pasaron la mañana haciendo trucos con sus volantines. Desde la altura vieron dos aviones sobrevolar el centro de Santiago. Luego, mientras los aviones se alejaban veloces, los niños vieron una columna de humo negro elevándose en el cielo invernal sobre el Palacio de La Moneda.³

    Esa misma mañana, más temprano, las Fuerzas Armadas de Chile, con el apoyo de la derecha chilena, el Partido Demócrata Cristiano y el gobierno estadounidense de Richard Nixon, perpetraron un golpe de Estado contra el gobierno democráticamente elegido de la Unidad Popular (UP) y el presidente socialista Salvador Allende Gossens. El golpe puso un violento fin a la vía chilena al socialismo antes de cumplir tres años, del mandato de seis que tenía el gobierno de Allende. Ese día, mientras la Fuerza Aérea bombardeaba La Moneda, la casa de Allende y las antenas de las radios fieles a la Unidad Popular, soldados y carabineros hicieron redadas en toda la ciudad. Los principales blancos fueron fábricas, universidades y poblaciones famosas por su historia de acción colectiva. Cuando Juan vio los aviones bombardear La Moneda no sabía que eso marcaba el fin del gobierno de la Unidad Popular y de su oportunidad de salir de La Legua Emergencia, una de las poblaciones más pobres de Santiago, a través de la educación. Treinta años después, Juan reflexionaba: «Yo veía que [la UP] era algo que se estaba creando pa’ nuestro estrato, empezando había buena educación, la alimentación. . . no es como ahora [2003] que la educación es puro comercio». Después del golpe volvió a la escuela, pero todo había cambiado: el tamaño de los cursos creció, y tanto la comida como la pedagogía empeoraron. El cambio fue brutal y desconcertante. La experiencia de Juan ilustra cómo, aparentemente de un día para otro, se instaló un nuevo sistema en Chile: «Que se vivió todo lo lindo y que de la noche a la mañana así –pah– le bajan la cortina. Hasta ahí no más llegaste, de ahí no podís pasar p’allá si no tenís plata, si no tenís… como se dice, yuntas pa seguir más arriba. Porque lo que decía Allende que la educación y la salud eran algo que el Gobierno tenía que darles, que proveer a sus conciudadanos, y ahora usted si no tiene plata no estudia, si no tiene plata se muere».

    Los recuerdos de Juan subrayan un tema persistente en entrevistas de historia oral con residentes de las poblaciones de Santiago a principios del siglo XXI: un énfasis en la continuidad, más que en la ruptura, entre la dictadura de Pinochet (1973-90) y los gobiernos de la Concertación (1990-2010).⁵ En el caso de Juan, la continuidad se refería a un régimen económico –neoliberalismo– y la violación sistemática de los derechos sociales. En otros casos la idea de continuidad enfatiza la represión y la violación de derechos políticos. Para otros, la violación de derechos políticos y sociales en dictadura y en democracia apunta a una relación de refuerzo mutuo entre la violación de los derechos humanos y el neoliberalismo. La interpretación de la continuidad varía según la generación. En conversaciones informales, los activistas sociales que vivieron la dictadura como adultos hacen claras distinciones entre intensidades y tipos de represión en la dictadura y bajo la Concertación, y opinan que los jóvenes más radicales tienden a exagerar las similitudes entre ambos períodos. Sin embargo, mientras los activistas mayores prefieren una visión más matizada, constantemente subrayan importantes continuidades: tortura, abuso de poder, asesinatos cometidos por el Estado, el retrato peyorativo de las poblaciones en los medios, una cultura de impunidad para los violadores de los derechos humanos y los estragos causados por las políticas neoliberales en materias sindicales, de educación, salud y seguridad social.⁶ Estas interpretaciones de base son muy distintas al discurso sobre derechos humanos esgrimido por la Concertación, enfocado en la reconciliación y el rechazo de la represión política de la dictadura. El poeta Juan Ávalos, de Villa Francia, ofrece una visión alternativa de la postdictadura en su poema del 2008 «Odas al pueblo humillado», donde enumera, entre otros problemas, «salarios del hambre», «leyes infames», políticos corruptos y groseras desigualdades sociales, el poema pregunta: «¿A todo esto le llaman / justicia democracia / derechos humanos?».⁷ Tras una década de la recuperada democracia en Chile, para varias generaciones de activistas poblacionales estaba claro que la élite política de la postdictadura continuó las prácticas represivas y no tenía interés en alterar el modelo económico neoliberal de la dictadura.⁸ Una mujer describe a la Concertación como una dictablanda más que una dictadura. Otra comenta, «Pagamos la cuota de sangre [en la lucha por la democracia] pero no para esto».⁹ ¿Qué pasado coexistía tan incongruentemente con el presente concertacionista en las poblaciones de Santiago?¹⁰ Este libro aborda ese pasado: la experiencia de vivir la dictadura y el activismo que se le enfrentó desde la perspectiva de luchadores contra el régimen y por la democracia en las poblaciones de Santiago, el centro del poder estatal y el epicentro de la resistencia.

    Derechos humanos, pobladores y democracia

    Los derechos humanos, escribe Micheline Ishay, son «el resultado de un proceso histórico acumulativo que cobra vida propia, sui generis, más allá de las reflexiones de pensadores progresistas, más allá de los documentos y hechos principales de una época particular… Si el espíritu de un período parece serpentear caprichosa y peligrosamente entre los cráteres volcánicos de las turbulencias sociales, esto es transmitido consciente e inconscientemente de una generación a la siguiente, junto a las cicatrices de un pasado tumultuoso».¹¹ Es común que, en el lenguaje grandilocuente sobre derechos humanos e historia, se pierdan las personas que mueven los procesos históricos, que crean, expresan, preservan y transmiten ideas, así como el «espíritu de una época» y sus cicatrices, a las nuevas generaciones.¹² También son las personas quienes llevan a la práctica, o fracasan llevando a la práctica, la idea de los derechos, humanos u otros. Los derechos humanos son invenciones de la mente humana y no existen en la experiencia de las personas sin una acción deliberada por llevarlas a la práctica de forma concreta. «La idea de los derechos humanos, conferida a nosotros en virtud de nuestra humanidad», escriben Steve Stern y Scott Straus, «es una ficción conveniente». Sí es, no obstante, una ficción poderosa que gente en todo el mundo ha intentado hacer realidad, con distintos grados de éxito.¹³

    Chile es un caso fundacional en el movimiento moderno por los derechos humanos internacionales.¹⁴ Durante los setenta, el concepto y lenguaje de los derechos humanos era relativamente nuevo para Chile y la gente ahora reconocida como defensores de los derechos humanos no tenía una guía o precedente de discurso y defensa, tal como hoy los entendemos. Los defensores de los derechos humanos –desde las alturas de la jerarquía eclesiástica a los activistas en poblaciones– tuvieron que crear y adaptarse según las condiciones cambiaban. Luis Van Isschot afirma que «los derechos humanos son normas y prácticas contingentes que derivan de experiencias reales de autoritarismo, guerra, pobreza y exclusión», y este era ciertamente el caso chileno.¹⁵ Los pobladores de este estudio eran objeto de ataques de violencia social y política que constituían violaciones a los derechos humanos antes que «el lenguaje de los derechos humanos» (human rights talk) se estableciera en Chile y antes que los «derechos humanos» fueran un grito de guerra para la oposición a la dictadura. Su lucha por la justicia social era anterior al golpe y el desarrollo generalizado de «el discurso sobre los derechos humanos» a mediados de los setenta: fue este nuevo discurso sobre derechos humanos el que ofreció una herramienta para llevar adelante otras luchas por la justicia social y la democracia, y compensar el abuso. Durante la dictadura, los pobladores y sus aliados crearon comunidades que buscaban justicia social y democracia. La lucha iniciada por estos activistas fue un empeño profundamente humano en el sentido más noble y fundamental del término. Fue al mismo tiempo espectacular y mundano. Reunía tanto la esperanza como el horror, violencia y pacifismo, aislamiento y solidaridad, un idealismo utópico y un abyecto pragmatismo, valentía y terror. Dejó al desnudo las vicisitudes y complejidades de la verdad y el engaño, de la vida y la muerte, del amor y el odio.

    Poner a las personas y sus comunidades al centro de este análisis permitirá acercarse a la lucha por la democracia y los derechos humanos en terreno, lejos de las grandes narrativas, diagramas y clichés sobre el período. También altera la periodización y el conocimiento aceptados sobre la experiencia de la dictadura en Chile.¹⁶ En las poblaciones, la represión política y la intimidación de obreros y militantes de izquierda comenzó antes del 11 de septiembre de 1973. No hubo «milagro económico» a fines de los setenta. El derrumbe financiero de 1981-1983 marcó una profundización, no el adviento, de la crisis económica. Las primeras jornadas de protesta nacional de 1983 representaron el aceleramiento y expansión de las protestas masivas, no su inicio. Las protestas nacionales en las poblaciones, ocurridas entre 1983 y 1987, fueron planeadas y organizadas; no fueron ni espontáneas ni irracionales. Las protestas fueron explícitamente realizadas tanto contra la dictadura como contra el modelo económico neoliberal que causó el mayor daño a las poblaciones. La transición a la democracia no fue pacífica y no fue solamente ganada, o principalmente ganada, a través de las elecciones. Esta experiencia histórica difiere de los discursos dominantes sobre la dictadura y la transición a la democracia, y se enfrenta directamente a los regímenes dominantes en Chile sobre historicidad e interpretaciones sobre derechos humanos.

    La historia de revolución, dictadura y democratización chilena es parte de un legado mayor de luchas políticas y sociales en Latinoamérica. Los derechos humanos se convirtieron en una consigna durante los setenta y ochenta, mientras en Occidente los regímenes de seguridad nacional de la Guerra Fría hacían del crimen la base de su política estatal. Internacionalmente, Chile fue uno de los ejemplos, dada su historia de democracia institucional, sus poderosas organizaciones populares y el experimento nacional de socialismo democrático que acabó el 11 de septiembre de 1973. La dictadura resultante reprimió el disenso y la oposición potencial con impunidad mientras implementaba una de las primeras y más radicales transiciones al neoliberalismo. Estuvo diecisiete años en el poder (1973-90) y fue seguida de doce años adicionales en que el exdictador Augusto Pinochet y sus adeptos gozaron de considerable poder dentro de la nueva democracia. En este contexto, la élite política de postdictadura confinó la definición de derechos humanos y reparación a las violaciones brutales de los derechos humanos cometidas durante la dictadura, específicamente, muerte, desaparición, prisión política y tortura (esta última incluida recién en 2005). Mientras, la narrativa oficial triunfalista del retorno a la democracia subraya la derrota de la dictadura a través de un proceso político formal de la tradición liberal occidental –específicamente elecciones y negociaciones entre élites políticas–. Esta era, hasta cierto punto, una narrativa acertada, pero restaba importancia a las masivas protestas del sector popular que llevaron a la dictadura a negociar con sectores moderados de oposición y abrir la puerta a la transición. Posteriormente, la élite política caracterizó las protestas en poblaciones como explosiones violentas y espontáneas de irracionalidad y vandalismo gatilladas por la ira, estallidos divorciados de la correcta práctica política moderna y, por lo tanto, indignas de un lugar en la historia del retorno a la democracia o de espacio en la nueva democracia.

    Este tratamiento de los pobladores hace eco de influyentes corrientes de pensamiento producidas en Chile durante los ochenta, cuando la participación de los pobladores en las protestas nacionales llamaron la atención sobre el potencial político de los pobladores.¹⁷ Bajo esta investigación subyace el sentido de urgencia con respecto al malestar social y político de mediados de los ochenta, el rol de los pobladores en ese malestar, qué podría significar para el proyecto del retorno a la democracia y el tipo de democracia resultante. Algunos pensaban que la alianza con partidos políticos de izquierda ofrecía el mejor prospecto para la transición democrática (no solo la transición a la democracia), otros veían con alarma la aparente desconexión entre las organizaciones de pobladores y los partidos políticos en general, y otros consideraban la disminuida influencia de los partidos políticos en organizaciones de base como un auspicioso desarrollo para la construcción de una democracia participativa basada en organizaciones sociales civiles no afiliadas a partidos políticos.

    La actitud ante el protagonismo de los pobladores en las protestas nacionales iban del optimismo a la inquietud. Entre las preocupaciones predominantes estaba la idea de si los pobladores habían construido un movimiento social y, si lo habían hecho, de qué tipo. En Chile, los sociólogos afiliados a SUR Profesionales repetían paradigmas de los sesenta, discutiendo la integración o marginación de los pobladores en relación a la sociedad dominante, sus oportunidades económicas, e instituciones políticas formales.¹⁸ La corriente de pensamiento más influyente entre estos estudios sostenía que los pobladores no constituían un «actor social» y que su participación en las protestas nacionales era una manifestación de anomia y desintegración social.¹⁹ Uno de los más prolíficos autores en esta línea de pensamiento, Eugenio Tironi, definía negativamente a los pobladores: «aquella masa que, a falta de otra identidad, se le denomina ‘pobladores’».²⁰ Las organizaciones de pobladores eran vistas como defensivas y reactivas; y los pobladores como individualistas, ignorantes, dependientes y adversos a la política. Los pobladores eran la desintegración social encarnada, un «monstruo», un «fantasma», que sembraba «terror» en los corazones de las clases media y alta. Los pobladores eran un protagonista «inarticulado y, por ello, incontrolable», una masa potencialmente antidemocrática que albergaba una «violencia latente» lista para ser manipulada políticamente.²¹ Como tales, los pobladores eran incompatibles con la «edificación de un orden democrático según una lógica concertacionista». Más aún, representaban una «peligrosa situación de masas ‘disponible’ para pasar de la apatía a una movilización de tipo milenarista, y viceversa».²²

    Según esta interpretación, los pobladores eran elementos patológicos que requerían control e intervención más que una silla en la mesa durante la toma de decisiones políticas. Estos y otros análisis reforzaron percepciones clasistas de la mayoría pobre del país como sospechosa, como un otro del cual la clase media y alta debía distanciarse y defenderse. La posición de los pobladores como poderosos actores contra la dictadura incomodaba y desmoronaba la idea de las élites de cómo debían conducirse la democratización, y el poder de los sectores populares en las protestas mostraba el potencial de amenazar la hegemonía de la élite en ese proceso. Aunque estos estudios sociológicos han sido fuertemente criticados por sus debilidades epistemológicas y metodológicas, en su momento fueron muy influyentes en términos educativos y de creación de políticas públicas.²³ Y más importante, hallaron un público en la Concertación dándole una justificación intelectual a la marginalización de los pobladores en la democracia de los noventa.

    Investigadores de Norteamérica y Chile han desafiado estas teorías argumentando que los pobladores habían formado un movimiento social y debatiendo qué tipo de movimiento social fue. Una corriente de pensamiento prioriza a «viejos» actores sociopolíticos, como el Partido Comunista y las organizaciones sindicales, y pone énfasis en grupos basados en identidad de clase, el peso histórico de la presencia de los sindicatos y la izquierda en los sectores populares, y su persistencia durante la dictadura. Otra corriente de pensamiento, ligada a la teoría del «nuevo movimiento social», enfatiza las organizaciones sociales nacidas en torno a constructos identitarios distintos a la clase socioeconómica, como mujeres y jóvenes. Estas «nuevas» identidades y procesos organizacionales generaron esperanza entre investigadores que pensaron la posible generación de formas de participación democrática más inclusivas y fundar nuevos sujetos políticos liberados de la burocracia jerárquica y la rigidez ideológica de los partidos.²⁴

    Aunque algunos políticos y académicos influyentes describieran las protestas de los pobladores como una reacción anómica contra la dictadura y la crisis económica de principios de los ochenta, para muchos activistas de base en las poblaciones, la protesta fue una lucha consciente por la democracia, por el respeto, por los derechos humanos entendidos como contenedores de derechos políticos y sociales. Y, para algunos, una renovación de la revolución socialista. Aquí es donde hallamos la primera desconexión entre la élite política y el discurso político e histórico predominante sobre la democracia del Chile postdictadura y la cultura política y las expectativas surgidas en las poblaciones durante los setenta y ochenta. La compresión restringida de los derechos que sostuvo la transición negociada limitó las definiciones y reparaciones de las violaciones a los derechos humanos, excluyendo los derechos sociales. Al hacerlo, el nuevo sistema político chocó contra la cultura política pluralista y participativa, la forma de entender los derechos y las esperanzas en el futuro forjadas en sectores de organización popular de oposición durante los setenta y ochenta. Esta cultura política y su memoria no desaparecieron con la dictadura a pesar del desgaste del movimiento. El movimiento de masas que pidió «pan, justicia y libertad» en los setenta surgió durante uno de los períodos más oscuros para la democracia, los derechos humanos y la izquierda en la Latinoamérica de la Guerra Fría; coincidió con el ascenso de la teología de la liberación; y estuvo vinculada de cerca con la transición de Chile al neoliberalismo. Hizo posible el regreso de la democracia, aunque no con los resultados que muchos habían esperado.

    Jessica Stites Mor y otros proponen que la lucha por la democracia y los derechos humanos en Sudamérica no necesariamente descansó en activistas «buscando nociones universales de derechos y modelos de instituciones democráticas en el norte».²⁵ Tal como ha hecho notar Jeffrey N. Wasserstrom con respecto a Asia, «hay problemas reales con presentar a los Estados Unidos (o a occidente en general) como maestros de valores humanitarios cuyos estudiantes asiáticos», o latinoamericanos en este caso, «han sido y siguen siendo lentos a la hora de entender –un tema común en las discusiones estadounidenses sobre derechos humanos».²⁶ Ciertamente, las conversaciones sobre derechos humanos en las poblaciones de Santiago enfatizaban el aporte material e ideológico de Estados Unidos a la violación de derechos humanos, no su promoción. Aun así, los movimientos de base de oposición en las poblaciones de Chile no estaban divorciados intelectual o materialmente de los partidarios de los derechos y la democracia y/o los liberales occidentales del norte. Los Estados Unidos y los gobiernos de Europa Occidental, junto a Canadá, la Unión Soviética, países latinoamericanos y de Europa del Este, dieron refugio a exiliados políticos chilenos. Activistas de solidaridad internacional del Norte global trabajaron en Chile y el extranjero apoyando la lucha contra el régimen y por los derechos humanos.²⁷ Los activistas de base en las poblaciones estaban conscientes de la influencia que los Estados Unidos y los gobiernos de Europa Occidental podían tener en la situación chilena. Sin embargo, en su búsqueda de inspiración y ejemplos, los activistas pobladores y sus aliados se inspiraron en un rango más amplio de experiencias históricas. Por ejemplo, en textos del Antiguo y Nuevo Testamento, en movimientos populares históricos chilenos, en el derrocamiento de la dictadura de Somoza por los Sandinistas en Nicaragua, en el arzobispo Óscar Romero y en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en Gandhi y en el movimiento anticolonial de la India, en Martin Luther King Jr. y la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, y en el movimiento obrero internacional. Los activistas de base se inspiraban en otros que, desde sus propias experiencias de opresión, lucharon contra entidades poderosas que les negaban su libertad y derechos. Raramente entre estos ejemplos se incluyó a instituciones predominantes en otras narrativas sobre derechos humanos durante la Guerra Fría: las Naciones Unidas, los gobiernos de los Estados Unidos y de Europa Occidental, disidentes de Europa del Este y organizaciones no gubernamentales (ONG) internacionales como Amnistía Internacional.

    Al contrario de argumentos que enfatizan la importancia de ideales occidentales liberales y capitalistas en las luchas de la Guerra Fría por los derechos humanos y la democracia, el activismo más influyente y consistente a favor de los derechos humanos y la democracia en Chile vino de católicos políticamente progresistas y de la izquierda marxista. ²⁸ Los activistas de base de estos sectores construyeron puentes con otros campos ideológicos, usando en parte «el discurso sobre derechos humanos» (human rights talk) que intersectaba con ideas occidentales liberales sobre derechos humanos nacidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (deudora en una gran parte de su contenido de principios humanistas católicos y socialistas latinoamericanos).²⁹ Mientras la academia discute sobre los orígenes de los derechos humanos y la importancia de los orígenes multiculturales de la Declaración Universal, mientras legisladores y activistas debaten si acaso los derechos sociales deben ser incluidos en el panteón de los derechos humanos y cómo debieran serlo, lo que surge es una imagen de los derechos humanos como un grupo de ideas históricas y contextualmente contingentes en constante cambio sobre cómo las personas debieran tratarse unas a las otras, especialmente en el contexto de la relación entre un Estado y quienes viven bajo su jurisdicción.³⁰

    Durante los setenta, el pensamiento internacional sobre «derechos humanos» y la movilización del discurso sobre derechos humanos como desafío a regímenes represivos latinoamericanos de la Guerra Fría recién surgía, y en Chile el «discurso sobre los derechos humanos» recién estaba instalándose. La iglesia católica llevó el entrenamiento sobre derechos humanos a las poblaciones a mediados de los setenta, pero este discurso no llegó a una pizarra en blanco. Los pobladores tenían larga experiencia con la idea de sus derechos, una anclada en ideales tanto liberales como socialistas de libertad política, democracia y el derecho a una vida y a condiciones de trabajo dignas. El conflicto sociopolítico y la violencia estatal no eran algo nuevo para Chile y sus pobladores, pero la violencia desatada en la escala vivida durante la dictadura no tenía parangón en la memoria viva. En las poblaciones, durante los setenta, el término «derechos humanos» llegó a ser usado de forma consistente en relación a la forma brutal en que estos eran violados, a través de la tortura, ejecuciones políticas y desapariciones. Esto coincidió con la atención nacional e internacional a la urgencia de estas situaciones y a políticas de solidaridad. Sin embargo, los pobladores activistas también basaban sus reclamos por derechos sociales en su estatus humano, no en la necesidad individual o colectiva, el mérito, o su posición social y política.³¹ En este sentido, aunque el vocabulario específico sobre derechos humanos cambie, a menudo sin estar claramente delineado, la justificación de reclamarlos descansaba en una idea poderosa: se trataba de derechos inherentes a todos los seres humanos.³²

    Historias de continuidad y ruptura

    Las implicancias mayores de este estudio descansan en varios argumentos interconectados. Primero, la tradición de sectores populares izquierdistas y católicos dieron forma a la oposición que los activistas construyeron en las poblaciones durante los setenta y ochenta. Este proceso de organización de bases incluyó a activistas de distintas generaciones y trasfondos políticos y religiosos. Supone la propagación y práctica, en el contexto posterior al golpe, de ideas sobre derechos basadas en las tradiciones católicas, liberales e izquierdistas con largas trayectorias históricas en la cultura política del sector popular. Apelar, educar y reclamar estos derechos, en parte a través de su práctica a pesar de estar suprimidos por las autoridades, dio forma a las bases para una causa común entre actores sociales aparentemente discrepantes. Esto condujo a la aparición de imaginarios sociales alternativos opuestos a la visión del régimen de un «Nuevo Chile» –un Chile despolitizado, desmovilizado, organizado en jerarquías «naturales» heredadas de la sociedad rural del siglo XIX, modernizadas para el siglo XX con la aplicación de teoría «científica» económica neoliberal–. Estos imaginarios alternativos surgidos en sectores populares incluían la promoción de derechos sociales y políticos como elementos mutuamente necesarios para la democracia; una visión positiva de los pobres urbanos, de la clase trabajadora y su lugar en la historia nacional; y educación sociopolítica democrática. Esto contribuyó no solo a la reconstrucción del tejido social; también construyó una cultura política que –aunque no fuera unitaria y fuera resistida en los círculos de la oposición– contradecía las normas económicas, sociales y políticas que el régimen buscaba promover y consolidar.

    Segundo, los activistas y activismos de los ochenta estaban directamente vinculados a los de la década anterior y ambos tenían raíces en las tradiciones y culturas de organización previas al golpe de Estado.³³ Cambiar el foco de instituciones y organizaciones a arenas culturales, personales y territoriales ofrece una mirada fresca a estas luchas colectivas.³⁴ La alianza de izquierdistas y católicos políticamente progresistas creó un nexo en torno al cual las organizaciones de base de oposición se unieron en las poblaciones durante los setenta. La literatura existente trata por separado a católicos y a la izquierda marxista secular, a veces como antagonistas, y tiende a descansar en categorías organizacionales demasiado rígidas, como «Iglesia Católica», «partidos políticos» y «organizaciones sociales», como si estos fueran los actores históricos y no las personas que los integraban. Las distinciones entre estas categorías se quiebran a nivel local e individual, donde la organización de bases realmente ocurrió. Los individuos poseen afiliaciones e identidades sociales y políticas multifacéticas; en las poblaciones, estas intersecciones fueron claves para la capacidad de los residentes de crear solidaridad en un permanente clima de miedo, desconfianza y miseria económica. Durante los setenta, el quiebre entre católicos y la izquierda secular fue menos exagerado de lo generalmente asumido, y la relación solía ser más de cooperación que de antagonismo. Por consiguiente, la reaparición de los partidos políticos en los ochenta descansó en organizaciones barriales y redes de solidaridad en todo Santiago que, tanto católicos como izquierdistas, construyeron en los setenta. Este proceso de reaparición involucró interminables y tensamente negociados acuerdos dentro de organizaciones locales, especialmente entre católicos no marxistas, católicos marxistas y la izquierda atea; así como entre quienes promovían «todas las formas de lucha» y los que querían evitarlas. En las poblaciones, la colaboración entre la izquierda y la iglesia católica políticamente progresista tiene profundas raíces en la cultura política local.

    Tercero, el trabajo de hormiga de resistencia en las poblaciones entre 1973 y 1983 fue clave para la movilización y protesta de los ochenta. La devastadora crisis económica y el derrumbe del modelo económico neoliberal radical fue un catalizador para la protesta. Sin embargo, desde mediados de los setenta tanto la acción directa como la protesta pública estaban al alza en las poblaciones, mucho antes que estallase la protesta nacional en 1983. Durante esta época, activistas de distintos orígenes se unieron en la organización de bases en las poblaciones ante la atomización social, la crisis económica y la represión política. Para 1978, los activistas habían reconstruido redes políticas y sociales tan poderosas en las poblaciones que la oposición al régimen podía montar protestas cada vez más frecuentes e importantes. Fue en este mismo período que hombres y mujeres jóvenes que crecieron dentro de organizaciones barriales y comunidades cristianas formadas por izquierdistas y adeptos a la teología de la liberación se convirtieron en actores políticos. Contenidos por la represión y totalmente conscientes de estar excluidos del supuesto milagro económico chileno, la juventud llevó el activismo comunitario aún más lejos en las calles y hacia la izquierda en su lucha por la democracia y la revolución. Su creciente radicalización y la decisión de muchos de afiliarse a organizaciones políticas que proponían «todas las formas de lucha» dividía a sus mayores y dio forma a la era de las protestas masivas que llegarían a su cénit en las jornadas de protesta nacional de los ochenta.

    Durante las protestas nacionales, los pobladores se manifestaron por el fin de la dictadura y el modelo económico neoliberal y a favor de la democracia y un sistema económico más igualitario. Las protestas nacionales fueron más intensas y prolongadas en las poblaciones que en cualquier otro sector social, allí las protestas eran territoriales por naturaleza: empezaban temprano y duraban hasta pasada la medianoche, con el objetivo de expresar disenso y «liberando» temporalmente a los barrios de la policía y las incursiones militares. En su punto más alto, entre 1983 y 1984, las protestas en las poblaciones ocurrían fuera de las fechas oficiales de protesta y del control de quienes coordinaban las protestas nacionales. Su repertorio táctico era amplio, iba del ausentismo y el boicot a las marchas, las barricadas y la violencia política. La historia dominante sobre las protestas nacionales, entonces y ahora, ha enfatizado la importancia de los sindicatos y las élites políticas han retratado a las poblaciones «combativas» como feudos de extremistas políticos y lumpen enfurecido. Aunque los líderes sindicales fueron quienes convocaron a las primeras protestas, ellos eran solo los voceros de un movimiento cuya fuerza estaba en las poblaciones, no en las fábricas.

    Investigar la rebelión

    Este libro se enfoca en la organización del sector popular y la movilización de la protesta a nivel barrial e individual para explorar el funcionamiento de los procesos organizativos y la razón de las decisiones tomadas por las personas. Las poblaciones La Legua y Villa Francia estaban ubicadas en las zonas más activas de las protestas nacionales de la capital y son conocidas por sus robustas culturas de protesta. La Legua data de los años veinte (La Legua Vieja) y de un subsector conocido como Nueva La Legua nacido en 1947, tras una de las primeras tomas de terreno exitosas de Santiago, conseguida con la participación del Partido Comunista. Un tercer sector de La Legua, La Legua Emergencia, se estableció en 1951. Villa Francia se estableció en 1969 a través del programa de vivienda Operación Sitio implementado por el gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva (1964-70). Como tal, no pertenece a la constelación de poblaciones emblemáticas que surgieron a través de tomas de terreno y cuyos residentes son percibidos como más hostiles a la dictadura que los de barrios nacidos a través de programas de vivienda pública. A pesar de sus diferencias, tanto La Legua como Villa Francia son hasta el día de hoy poblaciones políticamente combativas con grandes reputaciones de lucha.

    La investigación para poder escribir este libro incluyó cuatro años de trabajo de campo en Chile (durante los años 2000, 2001, 2003-6, 2007, 2008, 2013). La investigación de períodos caracterizados por la dictadura, la censura y la actividad clandestina presenta desafíos como la inaccesibilidad y destrucción de documentos, como hábitos de precaución política, y la naturaleza dispersa del material de archivo. En este caso, la búsqueda de material de archivo en muchos lugares poco prometedores tuvo muy positivos resultados, los pobladores aparecen en documentos y registros durante la dictadura mucho más de lo que esperaba.

    La historia oral es un componente necesario en la investigación de períodos donde un peligroso ambiente político impide a los activistas antirégimen conservar registros escritos. Las entrevistas de historia oral en este libro van del año 2000 al 2006. Incluye entrevistas que conduje en persona entre el 2003 y el 2006 y otras realizadas el 2004 junto a colegas del ahora difunto Colectivo de Memoria Histórica José Domingo Cañas. El historiador Mario Garcés gentilmente compartió una significativa cantidad de transcripciones de historia oral de los años 2000 al 2002 de sus archivos de investigación personal. En general, este estudio se alimenta de noventa entrevistas de historia oral semiestructuradas, cada una junto a dos a veinte participantes, pobladores activistas y sus aliados, de Villa Francia, La Legua y otras poblaciones de la ciudad, incluyendo las Aníbal Pinto, La Pincoya, Angela Davis (oficialmente «Héroes de la Concepción»), La Bandera, José María Caro, Santa Adriana, Madeco, San Ricardo (antes Oscar Balboa), Nueva Lo Espejo, Nuevo Amanecer (antes Nueva La Habana), Lo Hermida, La Faena, Población Pudahuel Sector 18 (conocida como Villa René Schneider), Yungay (antes Santiago Pino), 14 de Enero, y el Campamento Juan Francisco Fresno.

    Las entrevistas abarcan tres generaciones de activistas, las de 1948, 1968 y 1980. La generación de 1948 incluye a los

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