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Chile al rojo: Los secretos de la llegada  de Salvador Allende  a La Moneda
Chile al rojo: Los secretos de la llegada  de Salvador Allende  a La Moneda
Chile al rojo: Los secretos de la llegada  de Salvador Allende  a La Moneda
Libro electrónico412 páginas5 horas

Chile al rojo: Los secretos de la llegada de Salvador Allende a La Moneda

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Hace medio siglo, en un ambiente de profundos conflictos políticos y sociales, tomaba cuerpo en Chile un audaz intento por instaurar un gobierno de izquierda que iniciaría la construcción del socialismo. En el mundo entero los ojos se volvían hacia Chile, el lejano país donde se pretendía llevar a cabo por primera vez una revolución pacífica, sin lucha armada ni guerra civil, sobre la base del proceso electoral que condujo a Salvador Allende a la Presidencia de la República.
El periodista Eduardo Labarca Goddard estuvo inmerso como reportero y columnista en el complejo mundo político de los decenios de 1960 y 1970. Eran tiempos agitados y Labarca se desplazaba a lo largo y ancho del país, tomaba el pulso a los diversos sectores de la sociedad, realizaba entrevistas a los políticos de los distintos bandos y sobre todo mantenía con ellos conversaciones confidenciales. Fruto de esa labor es Chile al rojo, libro escrito al calor de los acontecimientos y publicado cuando Salvador Allende llevaba solo cinco meses en el palacio de La Moneda.
La información casi abrumadora contenida en estas páginas ha de permitir a las nuevas generaciones comprender los secretos de la llegada de Allende a la presidencia, la atmósfera que se vivía y los factores que estaban en juego en la sociedad chilena. En este libro excepcional, Labarca entrega, además y en forma exclusiva, los más recónditos detalles del asesinato del comandante en jefe del Ejército general René Schneider y cómo un grupo de conspiradores civiles y militares intentó impedir la llegada de Allende a La Moneda.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ago 2023
ISBN9789564150307
Chile al rojo: Los secretos de la llegada  de Salvador Allende  a La Moneda

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    Chile al rojo - Eduardo Labarca

    Primera parte

    EL CASO SCHNEIDER

    1. Esa noche

    El General despertó a las 7.40.

    Sintió que a su derecha, en la cama contigua, Elisa, su mujer, compañera de muchos años, dormía tranquila.

    Desde la izquierda, filtrada por las cortinas, llegaba la luz tenue de una mañana gris.

    Llovía suave.

    Elisa y él habían regresado tarde –a la una de la madrugada– de casa de su prima Marta. Allí comieron, conversaron, rieron y calmaron los nervios.

    Retornaron de la velada sin escolta. El General sintió agrado al conducir por sí mismo su Mercedes Benz bajo la lluvia de esa noche de octubre y al recibir en su rostro ancho la frialdad del aire.

    En la casa había luz.

    El General vio que el chubasco había sorprendido sin capote impermeable a los dos carabineros de la 24ª Comisaría, que montaban guardia de punto fijo en la puerta de su casa.

    Margarita Jerez, la empleada doméstica de la familia, esperaba en pie. El General fue al segundo piso y con sus manos trajo frazadas para los policías. Los hizo entrar y Margarita les sirvió café. Completarían el turno que finalizaba a las siete de la mañana bajo techo y con la posibilidad de sentarse.

    Ya en el dormitorio, en el segundo piso el general extrajo de un bolsillo interior su arma de defensa personal. Era una pistola pequeña, obtenida diez años atrás como trofeo en un concurso de tiro en la Academia de Guerra. La depositó sobre el velador. Sentía que su sueño sería más tranquilo teniéndola junto a su cama.

    Esto de la pistola constituía un hábito nuevo, adquirido sólo en las últimas semanas. No la abandonaba ni siquiera al sentarse a ver televisión.

    En el velador, el arma quedó junto a dos libros, que el general leía alternadamente en las últimas noches: Lectura de Marcuse de J. M. Catelet y Las Fuerzas Armadas en el Sistema Político de Chile, del profesor francés Alain Joxe. A este último lo había frecuentado en un seminario del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, y lo consideraba su amigo. Tenía interés en discutir algún día con él las ideas de su libro, para lo cual había subrayado y marcado diferentes párrafos. Lo abrió, hizo girar algunas páginas, pero sintió que no era esa una noche para sumergirse en disquisiciones teóricas. Elisa y él necesitaban descansar.

    Antes de dormir cogió una tarjeta y marcó la página de su última lectura: la página 64.

    2. Aquella mañana

    Severino despertó sobresaltado. Escuchó la lluvia y miró la esfera luminosa de su reloj pulsera: las 6.25.

    ¡Levántate! exclamó, y de un manotazo echó a un lado las frazadas que cubrían a su compañero.

    De un salto los dos quedaron de pie.

    Estamos atrasados, nos quedan cinco minutos, llegaremos tarde, dijo Severino.

    Habían dormido sobre las tablas del piso, vestidos, cubiertos con mantas.

    Ambos sentían todavía en la garganta el sabor del vino blanco no digerido que bebieron dos horas antes.

    ¡Vamos!

    Velozmente Severino introdujo la pistola Luger en su sobaquera y el Colt 45 en su cinturón. Envolvió la metralleta Mauser en una hoja de diario. Actuaba con destreza a pesar de la rigidez del dedo medio de su mano derecha, que semejaba una garra.

    Su compañero cogió cuidadosamente el gran envoltorio que contenía las carabinas, las dos máscaras antigases, las granadas y las cajas de municiones.

    Salieron sin hacer ruido pues Severino no quería despertar a su hermano.

    Llovía.

    Depositaron el bulto en la parte trasera del Jeep, treparon al vehículo e iniciaron la marcha hacia el barrio alto.

    La calle Grajales, habitada un día por rancias familias, cuyas derruidas casas ahora se arrendaban por piezas, se veía desierta.

    3. El General solo

    A esa hora en el barrio alto, en la casa color blanco, con muro bajo y sin protecciones especiales, de calle Sebastián Elcano 551, el silencio era absoluto.

    En el primer piso, los dos carabineros dormitaban en sus sillas.

    Margarita, la empleada, reposaba en su cuarto.

    En el patio trasero, el perro boxer Cheirú, nombre que en guaraní significa mi amigo no tenía motivo para agitarse.

    En el segundo piso, el General y su mujer dormían todavía.

    Era la quietud de un amanecer en días agitados.

    En las últimas semanas, el teléfono de la casa del General sonaba constantemente. Voces anónimas insultaban al comandante en jefe del Ejército y a los miembros de su familia. Se acabaron las bombas y ahora empezarán los secuestros. El primero será tu marido, el general Schneider, le dijo a Elisa alguien que luego cortó la comunicación.

    Una mujer llegó un día convulsionada a la casa y pidió hablar con ella. Le rogó hacer algo para convencer al General. ¡Sólo él nos puede salvar del comunismo!, repetía patéticamente.

    También llamaban y venían viejos conocidos del comandante en jefe. Hacendados de la zona de Los Andes, que tuvieron tratos con él en la época en que comandaba el Regimiento de Infantería Reforzada de Montaña Guardia Vieja, se atrevieron a pedirle que hiciera algo para impedir que un gobierno de izquierda tomara constitucionalmente el mando de la nación.

    Desde Miami exilados cubanos lo injuriaron por carta motejándolo de cobarde y calzonudo por no encabezar un alzamiento militar que cerrara el camino hacia el gobierno a Salvador Allende, triunfador en las elecciones del 4 de septiembre de ese año 1970.

    Muy pocos chilenos recibieron alguna vez tantas presiones.

    Me siento solo, estoy solo, había dicho cuatro días antes en el almuerzo familiar del domingo a Elisa, su mujer, y a sus hijos Raúl y René. Idea similar expresó antes a su hija casada.

    Explicaba que sentía la falta de respaldo de parte del gobierno del presidente Frei, que debía entregar el mando a su sucesor constitucional el 3 de noviembre. Nadie desconocía que se conspiraba abiertamente para impedir al Congreso Pleno, al que correspondía reunirse el 24 de octubre, ratificar la primera mayoría electoral obtenida por Allende, o para evitar directamente la toma del mando por el triunfador. El peligro de las actividades sediciosas se había considerado en reuniones del General Schneider con el presidente Frei, con el ministro del Interior Patricio Rojas y con el ministro de Defensa Sergio Ossa Pretot. Sin embargo, el tiempo transcurría sin que el gobierno adoptara las medidas enérgicas indispensables para asegurar la continuidad constitucional.

    El General confiaba en el Ejército, la rama de las Fuerzas Armadas comandada por él. Creía en la rectitud de los generales y miembros de la oficialidad. Estaba satisfecho por la eficiencia de sus ayudantes.

    Cuando un periodista recogió el rumor sobre reuniones conspirativas de oficiales con Jorge Prat Echaurren, ex precandidato presidencial y personero destacado de la ultraderecha golpista, comentó: Bueno, pero el Ejército tiene también los suboficiales, y esta gente es de izquierda.

    Schneider, sin embargo, no se consideraba a sí mismo de izquierda. Ante todo, era un soldado y estimaba que su misión a la cabeza del Ejército chileno, asumida en momento difícil, consistía en afianzar la unidad de la institución tras una meta profesional y constitucionalista. Pero los virulentos ataques recibidos de parte de la derecha en los últimos meses y semanas habían despertado en él un odio creciente hacia la oligarquía y sus voceros políticos.

    Elisa, su mujer, se alarmó de su imprudencia cuando en una comida, en los agitados días posteriores al triunfo electoral de la Unidad Popular, el General enrostró con voz enérgica a un grupo de hombres de derecha que ustedes tienen la culpa de lo que está pasando.

    Desde joven Schneider quería comprender el mundo y especialmente su época. Enriquecía su vida de cuartel con lecturas y estudios personales de historia, sociología, arte, religión. Siendo profesor en la Academia de Guerra, con grado de mayor, inició el cultivo del dibujo y la pintura al pastel, y más tarde al óleo. Los sábados esperaba a su hijo Raúl en la puerta del Liceo Alemán y juntos recorrían las exposiciones de la capital. Así comenzó entre ambos una búsqueda paralela y un buen día, años más tarde, Raúl abandonaría sus estudios de psicología para convertirse en pintor y lanzarse audazmente al campo de la creación no figurativa y abstracta.

    En el traspatio de la casa de Sebastián Elcano se levantó una construcción de madera en la cual padre e hijo pintaban en talleres contiguos. El militar se mantuvo apegado al género tradicional, inspirándose en los paisajes de Los Andes, próximos al regimiento que comandara, y luego en los de la austral provincia de Magallanes, cuando se trasladó a esa zona al asumir la comandancia de la Quinta División del Ejército con sede en Punta Arenas. Pero en los últimos tiempos sus pinturas también evolucionaban hacia formas modernas.

    El General quería ser cristiano en el sentido pleno y sostenía que la religiosidad es ante todo una cuestión de actitud. Por ello buscó y leía con devoción las obras del teólogo Teilhard de Chardin y seguía con interés los artículos de la revista jesuita Mensaje, con cuyo grupo de redacción desarrolló vínculos de amistad.

    Agotó las obras del boom literario latinoamericano y especialmente las de Vargas Llosa y García Márquez, y entre todas prefería Cien Años de Soledad.

    Un espíritu abierto tenía también que ser sensible a las inquietudes y nuevos fenómenos que germinaban en las Fuerzas Armadas chilenas y que un día derivarían en un estallido inesperado con el alzamiento del general Roberto Viaux Marambio a la cabeza del Regimiento Tacna.

    Schneider, a quien un amigo llamaba el general hippie, recio de contextura, hombre de anchas manos expresivas, comunicativo y cordial en el trato familiar y en las reuniones sociales, con múltiples facetas, como por ejemplo la afición apasionada a la buena música, sabía también en su hora ser buen soldado. Y lograba trasladar la amplitud de su visión del mundo a su compleja actividad profesional.

    Siendo coronel y director de la Escuela Militar, al cumplir esta 150 años, en nota publicada en la revista Ercilla, Schneider escribió: La Escuela Militar, y con mayor razón el Ejército, vivieron todas las alternativas del desarrollo político y social del país; los primeros años vacilantes, inquietos y anárquicos fueron una prueba dura y a la vez constructiva; a medida que el poder político fue cimentando su autoridad y paralelamente la Escuela Militar difundiendo a través de sus egresados la doctrina profesional, se fue estableciendo con nitidez el verdadero concepto de subordinación consciente y de colaboración dentro de la estructura del Estado.

    En ese breve apunte, Schneider señalaba que para el Ejército y la Escuela Militar de este proceso histórico han surgido entonces con nitidez las misiones básicas: defensa frente a una agresión exterior y seguridad interna del régimen legalmente constituido. Y subrayaba que tan sinceras y espontáneas han sido estas definiciones, que no están expresadas en ningún cuerpo legal en forma taxativa, sino que tienen como único respaldo las convicciones y la conciencia que emergen de una mentalidad militar, producto de una evolución paralela e íntima del organismo armado del país. Concluía que de muy poco habría servido legislar e imponer una posición si no se hubiera formado esta conciencia y esta convicción; ha sido una labor paciente, silenciosa y de largos años.

    En esas líneas puede hallarse el primer esbozo de lo que un día llegaría a conocerse como la Doctrina Schneider.

    Esa doctrina fue plasmada en dura brega por el general, luego que el presidente Eduardo Frei lo llamara a hacerse cargo de la comandancia en jefe del Ejército en uno de los momentos más críticos de la institución en el presente siglo. Schneider asumió el 24 de octubre de 1969, tres días después del alzamiento del Regimiento Tacna el Tacnazo que dirigiera el general Roberto Viaux.

    Pero el primer estallido de rebeldía había tenido lugar el año anterior, en los meses de abril y mayo de 1968. Por esos días los oficiales de diversas unidades de las Fuerzas Armadas a lo largo del país comenzaron a agitarse en demanda de un mejoramiento para su postergada situación económica. Esa primera crisis obligó a Frei a designar un nuevo comandante en jefe y un nuevo ministro de Defensa. Este secretario de Estado se reunió por separado en asamblea con los oficiales de cada una de las tres ramas de las Fuerzas Armadas prometiéndoles, por su honor de soldado, solucionar el problema económico antes de un año.

    Transcurrieron los meses. Finalizó el año 1968 y comenzó 1969, sin que lo ofrecido pasara del grado de promesa. El nuevo ministro y el nuevo comandante en jefe del Ejército parecían más preocupados de concurrir a reuniones sociales con embajadores que de la suerte de sus subordinados. En un momento de aflicción económica general, se invertía una suma sideral –500.000 escudos– en la adquisición de una residencia faraónica para el comandante en jefe.

    Para el Te Deum del 18 de septiembre de 1969, un destacamento militar al mando del mayor Arturo Marshall Marchesse y del capitán Nieraad se presentó deliberadamente retrasado a rendir honores al presidente de la República, Eduardo Frei. Era el primer brote de abierta insubordinación. Y el 21 de octubre estalló el Tacnazo.

    Cuando al cabo de 24 horas el general rebelde abandonó el Tacna, había logrado del gobierno el compromiso para un sustancial mejoramiento económico a todos los uniformados de Chile, y el cambio de ministro de Defensa y de los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Con ello se llevaba lógicamente la simpatía de la inmensa mayoría de los militares chilenos, que percibirían los beneficios logrados con su insubordinación.

    Entonces, de Punta Arenas llegó René Schneider para asumir la comandancia en jefe. Se propuso restablecer la unidad del Ejército, para lo cual comprendía la necesidad de actuar con extrema flexibilidad. Es mejor dar vuelta la hoja sobre estos asuntos, declaró a los pocos minutos de conocer su nombramiento en referencia al Tacnazo.

    En cuanto a Viaux, las primeras expresiones de Schneider eran cautas. Fue un excelente profesional, aunque su actividad no la comparto, dijo. Faltó a sus deberes militares, añadió. Y acerca del Ejército, el nuevo comandante en jefe expresaba:

    El enfermo no está grave. Sufre males de muchos años. Sufre deterioros que son muy antiguos. Aclaro que no culpo a los gobiernos. A ningún gobierno.

    El comandante Schneider inició entonces una firme y paciente labor de persuasión. Recorrió el país visitando una a una cada unidad del Ejército. Se reunió con la oficialidad y también con los suboficiales.

    En conferencia de prensa dijo: Trataremos de equipar debidamente las unidades. Creo que ése es un factor muy importante. Con ello, más los reajustes de remuneraciones, el soldado tendrá mucha tranquilidad personal para cumplir su misión profesional.

    Con Schneider de 54 años a la cabeza, el Ejército chileno pasó a ser dirigido por un cuerpo de generales excepcionalmente jóvenes y eficientes en lo profesional.

    Entretanto, el general en retiro Roberto Viaux, que se hallaba sometido a proceso, iniciaba una guerrilla de declaraciones y comunicados que sutilmente iban desplazándose del plano exclusivamente gremial al terreno político. En uno de esos documentos, el general del Tacnazo pretendió defender la legitimidad del alzamiento por él encabezado. El comandante en jefe replicó enérgicamente el 5 de enero de 1970 estableciendo definitivamente en su comunicado la Doctrina Schneider en los siguientes términos:

    Considerar que apoderarse de un cuartel, desconocer la autoridad militar legítima e inducir a subordinados a adoptar idéntico proceder constituye un ‘acto legítimo y justo’ y que es ‘un recurso extremo, pero invariablemente aceptado’, es una aberración que jamás ha sido observada en nuestro Ejército y una imputación arbitraria y malintencionada a nuestra tradición disciplinaria. Ningún componente de la Institución, con verdadera vocación y claro concepto de nuestra misión y responsabilidad frente a la Nación, puede aceptar como lícito que para las satisfacciones de aspiraciones o necesidades, por justas que ellas sean, se adopte una actitud amenazante o indisciplinada apoyándose en el poder que el país nos ha entregado para defender su soberanía y su régimen legal, porque esta incongruencia constituye una violación de la confianza que en la Institución ha depositado la ciudadanía. Esto está claramente definido en nuestro régimen legal y jurídico y especialmente, constituye una doctrina de honor de todos los componentes del Ejército.

    Por esos días se iniciaba ya la lucha decisiva por la Presidencia de la República que culminaría nueve meses más tarde con la elección del 4 de septiembre. Frente a esa contienda la Doctrina Schneider se convertía en factor decisivo.

    Sobre Chile comenzaba a volcarse la atención continental y mundial. Salvador Allende, el candidato de la Unidad Popular, el amplio bloque de izquierda iniciaba su campaña con reales posibilidades de disputar la victoria al derechista Jorge Alessandri y al abanderado gobiernista de la Democracia Cristiana, Radomiro Tomic.

    A comienzos de 1970 Schneider voló a Mendoza a reunirse en encuentro protocolar con el general Alejandro Lanusse, comandante en jefe del Ejército argentino y hombre fuerte del régimen militar de ese país. En el aeropuerto de Plumerillo se encontró con que su anfitrión no había concurrido a recibirlo por lo cual dijo en forma tajante a los oficiales que lo esperaban: Yo regreso de inmediato a Chile. Hubo carreras y llamadas telefónicas de urgencia, y a los pocos minutos Lanusse se hacía presente dándole las más surtidas explicaciones.

    En las reuniones posteriores el comandante en jefe argentino quiso llevar la conversación al tema de las elecciones chilenas, con el propósito no velado de plantear el rechazo de las Fuerzas Armadas de su país a la posible existencia de un gobierno marxista en Chile. Schneider reaccionó con tal energía que dejó a su interlocutor con muy pocos deseos de insistir en el tema político.

    El 7 de mayo de 1970 el comandante en jefe reiteró en declaración al matutino El Mercurio la adhesión de las Fuerzas Armadas al régimen constitucional. Y dijo que el Ejército chileno es garantía de una elección normal, de que asuma la Presidencia de la República quien sea elegido por el pueblo, en mayoría absoluta, o por el Congreso Pleno en caso de que ninguno de los candidatos obtenga más del 50% de los votos. Ante nuevas preguntas del periodista sobre esta última posibilidad, afirmó:

    Insisto en que nuestra doctrina y misión es de respaldo y respeto a la Constitución Política del Estado. De acuerdo con ella el Congreso es dueño y soberano en el caso mencionado y es misión nuestra hacer que sea respetado en su decisión.

    Estas declaraciones valieron a Schneider los más enconados ataques de parte de la derecha alessandrista, especialmente del senador Julio Durán, de la Democracia Radical. En ese instante la derecha creía tener la victoria en sus manos y acusaba a Schneider de estar invitando, mediante su declaración, a democratacristianos y a los miembros de la Unidad Popular, a unir sus votos en el Congreso Pleno en apoyo al candidato que resultara segundo, fuera este Allende o Tomic.

    La dirección de El Mercurio añadió al incidente la sibilina insinuación de que habría sido el general quien procuró ser entrevistado por su periodista, con el objeto de plantear su criterio acerca del Congreso Pleno.

    El incidente tuvo por efecto avivar un fuerte sentimiento antiderechista en el ánimo del comandante en jefe.

    Por lo demás, ya a esa altura de la campaña presidencial, Schneider había tomado plena conciencia de que el desenlace de la elección, más que una mera implicancia jurídica, alcanzaría un significado trascendental para toda la evolución social del país.

    El comandante entendía que su patria requería cambios y que estos se tornaban impostergables. Esto lo palpaba en su propio hogar. Dos de sus cuatro hijos –Raúl, pintor, y René, periodista y productor de programas de televisión– trabajaban activamente por la candidatura de Allende. René había ingresado al MAPU, una de las seis colectividades integrantes de la Unidad Popular.

    El 4 de septiembre Allende obtuvo la primera mayoría relativa, teniendo como inmediato seguidor al derechista Jorge Alessandri.

    Al día siguiente, a la hora de almuerzo, en torno a la mesa familiar, Schneider declaró:

    Yo di mi palabra y la voy a cumplir. Dije que iba a defender este sistema constitucional y lo voy a hacer hasta el final. Porque aquí no se trataba de que solo íbamos a defender esto si ganaba el candidato que convenía a determinado sector.

    El comandante en jefe reunió a partir de ese día en varias ocasiones al cuerpo de generales y allí reiteró su doctrina constitucionalista. Pidió que, si alguien se hallaba en desacuerdo, lo dijera. Nadie habló.

    A mediados de octubre aprovechó la ceremonia en que recibía de manos del embajador de Venezuela la Cruz de la Fuerza Terrestre de ese país, para esbozar cuidadosamente en un breve discurso, sus ideas del papel que correspondería a las Fuerzas Armadas bajo un proceso de

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