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Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo
Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo
Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo
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Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo

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Al que conozca el valor indómito y el carácter activo del pueblo granadino, por más que haya vivido en la república, no podrá menos que causarle pasmo la noticia de que un hombre casi nulo, pudo hacerse dictador y tiranizar una gran parte de ese mismo pueblo.
Yo había presentido, como otros muchos, lo que sucedió el 17 de abril y desde el fondo de la posición oscura que ocupo en la sociedad me atreví a dar el grito de alarma. ¡Qué haremos! exclamé en una hoja suelta publicada en 15 de agosto de 1852, y este grito de angustia se me contestó dándome el calificativo de loco.
Llegó el motín del 17 de abril, esa vergonzosa peripecia que una parte de la nación había visto venir paso a paso y observé que todos estaban como yo, poseídos de estupor, y que no querían creer la realidad. Desde ese instante empecé a hacer apuntamientos, que continué en seguida día por día a pesar de la horrorosa presión moral que ejercía la dictadura sobre los que no pudimos salir de la capital.
Con temor empecé, porque desconfiaba de mis fuerzas, porque conozco mi incapacidad. Por eso hasta el título de mi obra, fue un motivo de vacilación para mí. Yo, que había visto a mi querida patria con su manto tricolor hecho pedazos, debatiéndose ensangrentada sobre el lodo, bajo la inmunda planta de un odioso dictador, ¿tendría la necesaria sangre iría para referir con imparcialidad los hechos ocurridos en el tiempo de esa horrible agonía? ¿Podría valuar esos hechos?.. y si nada de esto podía tal vez, ¿debería dar a mi libro el respetable título de historia?
Pero quería con esta relación hacer un servicio positivo a mi país, señalándole las causas que, en mi humilde entender, habían producido el escándalo del 17 de abril, para que pudiera evitar otros iguales en lo sucesivo; y para conseguir, en lo posible, tal objeto, era necesario tender la mano y traer, aunque con pena, para presentar a la vista del lector, algunos acontecimientos anteriores. Esto es lo que he hecho, sin que me haya guiado para hacerlo otra intención que la que dejo expuesta.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2019
ISBN9780463473177
Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo
Autor

Venancio Ortiz

Venancio Ortiz Nació en Ibagué, el 19 de diciembre de 1818 y murió en Bogotá, el 13 de diciembre de 1891. Hizo estudios de medicina; ocupó destacados cargos públicos, como el de contador de la Administración de Hacienda en Antioquia y en Cundinamarca y en varias ocasiones concurrió como representante al congreso. Se destacó en el periodismo.Empezó a escribir en El Día y El Censor de Medellín, con crónicas y versos. En Bogotá publicó un estudio sobre la propiedad y fue luego redactor de El Católico, El Conservador, La Prensa, El Iris, EL Porvenir, La Fe, la república y la Revista Literaria.En el Papel Periódico Ilustrado inició, por el año de 1887 los «Recuerdos de un pobre viejo» de los que apenas salió una entrega y en los que, en breve nota introductoria, apunta el propósito de relatar sus remembranzas de los acontecimientos transcurrido entre 1 826 Y 1 40. Por desventura la obra quedó trunca apenas en el primer capítulo al cual tituló «Costumbres». La obra que hoy reeditamos vio la luz pública por la primera vez en el año de 1855El propósito de rescatar del olvido los hechos sobresalientes de la historia colombiana es un apasionante relato del golpe militar del 17 de abril de 1854, perpetrado por el general José María Melo como consecuencia de las decisiones económicas y financieras de la hacienda pública tomadas nueve años antes por Florentino González, ministro de Hacienda de Tomás Cipriano de Mosquera en 1845.

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    Historia de la revolución del 17 de abril de 1854 Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo - Venancio Ortiz

    Historia de la revolución del 17 de abril de 1854

    Venancio Ortiz

    Historia de la revolución del 17 de abril de 1854

    Causas y consecuencias del golpe de Estado del general Melo

    © Venancio Ortiz

    Historia Militar de Colombia-Guerras civiles N° 8

    Primera edición 1868

    Reimpresión, octubre de 2019

    © Ediciones LAVP

    © www.luisvillamarin.com

    Cel 9082624010

    New York City, USA

    ISBN: 9780463473177

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Historia de la revolución del 17 de abril de 1854

    Breve biografía del autor

    Discurso preliminar

    Capítulo I. Antecedentes del motín y levantamiento del 17 abril

    Capítulo II Primeras acciones revolucionarias

    Capítulo III Primeros efectos del triunfo de Melo en Cartagena, Antioquia y Popayán

    Capítulo IV Rebelión en Buenaventura y Cali

    Capítulo V Derrota en Tiquisa y asalto a Guaduas

    Capítulo VI Combates en Bucaramanga y marcha del congreso

    Capítulo VII Acciones del poder ejecutivo

    Capítulo VIII Combate en Pamplona y fusilamientos en Facatativá

    Capítulo IX Acción de Chipaque y últimos acontecimientos en el sur

    Epílogo

    Decreto indulto por delitos políticos

    Decreto confinamiento tres años en Panamá

    Decreto indultos proferidos por el congreso

    Decreto indultos generales

    Auto dictado en la causa de la conspiración

    Sentencia contra el general Obando

    Decreto levantando condiciones a los indultos

    Breve biografía del autor

    Venancio Ortiz Nació en Ibagué, el 19 de diciembre de 1818 y murió en Bogotá, el 13 de diciembre de 1891. Hizo estudios de medicina; ocupó destacados cargos públicos, como el de contador de la Administración de Hacienda en Antioquia y en Cundinamarca y en varias ocasiones concurrió como representante al congreso. Se destacó en el periodismo.

    Empezó a escribir en El Día y El Censor de Medellín, con crónicas y versos. En Bogotá publicó un estudio sobre la propiedad y fue luego redactor de El Católico, El Conservador, La Prensa, El Iris, EL Porvenir, La Fe, la república y la Revista Literaria.

    En el Papel Periódico Ilustrado inició, por el año de 1887 los «Recuerdos de un pobre viejo» de los que apenas salió una entrega y en los que, en breve nota introductoria, apunta el propósito de relatar sus remembranzas de los acontecimientos transcurrido entre 1 826 Y 1 40. Por desventura la obra quedó trunca apenas en el primer capítulo al cual tituló «Costumbres». La obra que hoy reeditamos vio la luz pública por la primera vez en el año de 1855

    El propósito de rescatar del olvido los hechos sobresalientes de la historia colombiana es un apasionante relato del golpe militar del 17 de abril de 1854, perpetrado por el general José María Melo como consecuencia de las decisiones económicas y financieras de la hacienda pública tomadas nueve años antes por Florentino González, ministro de Hacienda de Tomás Cipriano de Mosquera en 1845.

    DISCURSO PRELIMINAR

    Hay en la vida de las sociedades ciertos acontecimientos extraordinarios que, por más que se hayan estado presintiendo, por más que se hayan estado viendo venir, siempre sorprenden. Al que tenga conocimiento de los cruentos sacrificios, de los actos sublimes de abnegación a costa de los cuales los heroicos granadinos lograron quebrantar las ominosas cadenas con que los tenía atados un déspota europeo, no podrá menos de causarle sorpresa ver a esos mismos hombres empuñar con frecuencia los eslabones rotos de esas mismas cadenas para convertirlos en armas fratricidas. Creerá que sólo queríamos tener libertad para matarnos.

    Al que conozca el valor indómito y el carácter activo del pueblo granadino, por más que haya vivido en la república, no podrá menos que causarle pasmo la noticia de que un hombre casi nulo, pudo hacerse dictador y tiranizar una gran parte de ese mismo pueblo.

    Yo había presentido, como otros muchos, lo que sucedió el 17 de abril y desde el fondo de la posición oscura que ocupo en la sociedad me atreví a dar el grito de alarma. ¡Qué haremos! exclamé en una hoja suelta publicada en 15 de agosto de 1852, y este grito de angustia se me contestó dándome el calificativo de loco.

    Llegó el motín del 17 de abril, esa vergonzosa peripecia que una parte de la nación había visto venir paso a paso y observé que todos estaban como yo, poseídos de estupor, y que no querían creer la realidad. Desde ese instante empecé a hacer apuntamientos, que continué en seguida día por día a pesar de la horrorosa presión moral que ejercía la dictadura sobre los que no pudimos salir de la capital.

    Tenía la esperanza de que estos apuntamientos, en que constaba minuciosamente todo lo que había visto o sabido, pudieran servir para que alguno más apto que yo, escribiera la historia de ese motín. Con tal objeto l0 manifesté a varios sujetos respetables que me instaron para que yo mismo acometiera tan penosa empresa, ofreciéndome bondadosamente los documentos que pudiera necesitar y que ellos pudieran proporcionarme.

    Con temor empecé, porque desconfiaba de mis fuerzas, porque conozco mi incapacidad. Por eso hasta el título de mi obra, fue un motivo de vacilación para mí. Yo, que había visto a mi querida patria con su manto tricolor hecho pedazos, debatiéndose ensangrentada sobre el lodo, bajo la inmunda planta de un odioso dictador, ¿tendría la necesaria sangre iría para referir con imparcialidad los hechos ocurridos en el tiempo de esa horrible agonía? ¿Podría valuar esos hechos?.. y si nada de esto podía tal vez, ¿debería dar a mi libro el respetable título de historia?

    Mucho tiempo vacilé, pero Herrera, Pedro Cieza de León, Fray Pedro Simón y otros, me persuadieron que lo que se llama historia es la relación verídica de acontecimientos pasados, y que así como ellos llamaron historia la relación de lo que habían presenciado, yo podía llamar lo mismo la referencia de hechos ya pasados, de que iba a ser simple narrador.

    Pero quería con esta relación hacer un servicio positivo a mi país, señalándole las causas que, en mi humilde entender, habían producido el escándalo del 17 de abril, para que pudiera evitar otros iguales en lo sucesivo; y para conseguir, en lo posible, tal objeto, era necesario tender la mano y traer, aunque con pena, para presentar a la vista del lector, algunos acontecimientos anteriores. Esto es lo que he hecho, sin que me haya guiado para hacerlo otra intención que la que dejo expuesta.

    Bogotá, 17 de mayo de 1855.

    Venancio Ortiz

    CAPITULO I

    Consideraciones generales sobre el carácter y costumbres de los granadinos. —Origen de los partidos políticos. —Sus prohombres. —Revolución de 1840. —Sus consecuencias. Administraciones Herrán y Mosquera. —Origen de las Sociedades Democráticas. —Elección del 7 de marzo. Administración López. —División del partido liberal. Elección de Obando para presidente de la República. Su posesión. —Gólgotas y draconianos. —Congreso de 1853. —Motines del 19 de mayo y 8 de junio. —El general José María Melo. Asesinato de Antonio París. —Sus consecuencias. —Ley de elecciones. —Medios empleados para falsearlas. —Reaparición de la Sociedad Democrática en Bogotá. —Estado alarmante del país. —Asesinato del cabo Quirós. —Congreso de 1854. —Motín del 14 de abril. - El 17.

    Los grandes sacudimientos que han experimentado los pueblos, han nacido, casi siempre, de la ambición apoyada por la ignorancia. El primero de estos elementos da el impulso, el segundo es la máquina que consuma el hecho.

    La ignorancia obra en provecho de la ambición, y cava así, alegremente, su propio sepulcro; y los ambiciosos posponiéndolo todo a su propio interés, baten las palmas, llenos de contento, cuando ven mayor número de ignorantes de cuya candidez pueden abusar.

    El pueblo granadino, sujeto por tres siglos a un régimen a propósito para hacerlo amar la servidumbre, no ha tenido aun tiempo suficiente para conocer las ventajas de su libertad. Deslumbrado por la civilización, que como un torrente de viva luz, hirió de repente sus ojos acostumbrados a la oscuridad, no ha podido dar con el sendero que pudiera conducirlo a su prosperidad y a su dicha.

    Errando aquí y allí, tropezando y cayendo, ya se fía a uno y a otro de los que le ofrecen conducirlo bien; pero demasiado impaciente, pronto abandona a este y se agarra de aquel, no dando a ninguno bastante tiempo porque de todos desconfía. Los ambiciosos han sabido explotar esta debilidad del carácter nacional y, abusando criminalmente de la ignorancia de nuestro pueblo, lo han hecho servir a sus miras, casi siempre engañándolo.

    Durante la guerra magna de nuestra independencia, a nada pudo atenderse más que a la necesidad premiosa de afianzar la libertad: todo lo demás interesaba poco. Las discordias domésticas y las enfermedades, triste patrimonio de la humanidad en todo tiempo, hicieron necesario el estudio de la medicina y de la jurisprudencia; y como el pueblo todo era católico y amaba su creencia y necesitaba ministros, fue necesario también conservar el estudio de la teología.

    Todo otro estudio se descuidó y este descuido vino a erigirse en costumbre, de manera que no hubo luego otra carrera para la juventud; pero como no todos podían señalarse por su instrucción en alguna de estas tres profesiones exclusivas, muchos quedaban sin recursos para vivir, entre los médicos y abogados, luego que obtenían su título de doctor.

    Las gentes del pueblo bajo que, durante la dominación española, a nada habían podido aspirar, luego que vieron abierta la puerta a sus ascensos en la escala social, quisieron también tener hijos doctores, porque acostumbradas a verse despreciar porque vivían de un trabajo honesto, pues tal era el sistema español, se avergonzaron de que sus descendientes hicieran zapatos o labraran maderas, cuando podían llegar a ocupar asientos en las cámaras legislativas de la nación.

    Esta fue una de las causas de la disminución de la riqueza pública que empezó a dejarse sentir luego que se consumó nuestra independencia. Multitud de ciudadanos que se habían inutilizado para las artes y que carecían de pan por falta de industria, aspiraban a los empleos públicos para vivir del tesoro nacional, y se arrimaban al primer ambicioso que, pretendiendo asaltar el poder, les ofrecía una colocación.

    Esta ha sido la fuente de nuestras constantes revoluciones. Llenos de preocupaciones que se nos han transmitido por herencia, hemos desdeñado las artes que nos habrían proporcionado pan. Descuidados los elementos de riqueza que la Providencia sembró en nuestro suelo, porque la pobreza nacional los hace inaprovechables, no sirviendo por esta razón nada de lo que no es indispensable para la vida material del individuo y de la sociedad; la instrucción que han alcanzado algunos, sólo ha servido para aumentar el mal, pues ha engendrado necesidades y ambiciones muy difíciles o casi imposibles de satisfacer.

    No hay en la Nueva Granada químicos, ni botánicos, ni arquitectos, ni maquinistas ni lapidarios, ni ebanistas, ni literatos, ni geógrafos, ni matemáticos, ni nada, sino en una escala muy reducida: sólo hay políticos en grande abundancia ... y son tan intensos los odios que la diferencia de opiniones produce, que no bastan para templarlos, ya que no para extinguirlos, las más íntimas relaciones de parentesco o de amistad.

    Esto sucede a pesar de que muchos adoptan un partido, no porque se haya convencido su razón de que es el que sostiene mejores principios, sino porque a él pertenece algún individuo por quien tienen particulares simpatías, o porque en el contrario está afiliado algún enemigo personal o alguno que les inspira antipatía; y la intolerancia llega a un extremo tan chocante, que si a los de una bandería les ocurre alguna idea útil a todas luces para el país, los de la otra la combaten con todas sus fuerzas, y a falta de razones apelan al ridículo o a insultos y diatribas.

    El pueblo es tan raro en su carácter que puede calificarse de incomprensible. Detesta la guerra porque es manso; y por lo mismo un pequeño número puede oprimir a centenares de hombres sin que estos se rebelen contra sus opresores y los despedacen.

    Un revolucionario puede reunir un grande ejército tomando a la fuerza a los ciudadanos y conduciéndolos atados como corderos a sus filas; puede tratarlos con crueldad horrible, y dormir tranquilo custodiado por ellos mismos, sin temor de que se resuelvan a hacer uso de las armas para libertarse de él; y el día que los lleva a combatir, combaten como leones sin saber por qué, sin entusiasmo, sin interés; y si son tomados prisioneros por los contrarios, siguen combatiendo contra los que habían sido sus compañeros, y sufren, y mueren y dan la muerte, sin pararse a examinar por qué.

    Si alguno se resuelve a desertarse, puede ser aprehendido por otro, y aprehensor y aprehendido atraviesan vastos desiertos sin que este se resuelva a aventurar en una lucha con aquel, la vida que pueden quitarle a palos estirado sobre un cañón.

    Con un pueblo así todo se puede hacer, porque cada hombre es una máquina que se mueve a impulso de otra voluntad. Si algunos de estos seres llegan a creer que es bueno lo que se les dice, lo sostienen con la tenacidad de la torpeza, sin que baste razón alguna para convencerlos de lo contrario, y entonces de todo son capaces.

    Hombres que pueden ser malos o buenos hasta la exageración, según los principios que se les inculquen, teniendo la fe del cristianismo podían ser unos ángeles. Esta era su fe. Y aún no la han perdido enteramente a pesar de nuestras frecuentes peripecias políticas y de la influencia que ellas han tenido en la creencia popular, como vamos a ver.

    Desde que la Nueva Granada se organizó como república independiente, se dejaron ver las varias tendencias de los ciudadanos. Unos querían que el gobierno fuese bastante fuerte para mantener la organización social, y querían colocar la religión como base del edificio de la República. Este partido que era, hasta cierto punto intolerante, fue denominado retrógrado.

    Otros miraban la religión como un estorbo para los progresos de la inteligencia y como punto de apoyo del despotismo, y querían un gobierno que no pudiese entrabar de modo alguno la libertad individual. Estos componían el partido llamado progresista.

    Ambos partidos eran exagerados, aunque es preciso confesar que en ambos había hombres sinceros que trabajaban por el triunfo de sus ideas, persuadidos de que ellas harían la felicidad del país; y ambos partidos procuraban atraer a sus filas a la multitud ignorante, lisonjeándola con promesas para convertirla en su instrumento.

    Pero como esa multitud poco comprendía de política, y sí tenía respeto y amor por sus creencias religiosas, cuya conservación le ofrecían los retrógrados) se adhirió fácilmente en su mayor parte, Colombia. a éstos, y entonces el partido progresista apeló a las armas para buscar con ellas el triunfo de su causa.

    La guerra se empeñó sangrienta, horrible. Cada partido procuraba explotar en su provecho la rica mina de las preocupaciones populares, y para hacer más perceptibles sus principios, tendía a personificar los. El general José María Obando, sobre quien pesaba el cargo del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, fue la personificación del partido progresista que había tenido por jefe al general Santander.

    Este hombre célebre había contribuido eficazmente a la independencia de Colombia, y había gobernado con habilidad esta gran república, mientras que el primer hombre de Sur América conquistaba la libertad para otras naciones del continente.

    Caído en desgracia por consecuencia de la conjuración del 25 de septiembre, había ido a Europa en tiempo en que aún podía apreciar los estragos de la revolución francesa, la causa de esa revolución, el coloso que de ella había nacido, y la caída de ese coloso.

    Dotado de un gran talento, analizó todos esos grandes hechos y comprendió que las conquistas de la libertad no deben intentarse con las armas, pues ella huye despavorida al ruido terrible del combate, y la tiranía viene a reemplazarla.

    Cuando se dividió Colombia, la Nueva Granada eligió para su presidente a Santander, y él volvió de su destierro a gobernar esta joven república. Queriendo embellecerla, trató de hacerla comprender la libertad como él la comprendía; y, hombre de Estado, profundo político, procuró atraerse a la juventud ilustrada, deslumbrándola con el prestigio de su elocuencia y con la afabilidad de sus modales que realzaba el mérito de su figura noble y majestuosa.

    Tal era el hombre que la república acababa de perder y a quien reemplazaba Obando en la dirección de un partido. Obando era un hombre que, sin grande instrucción, sin haber trabajado por la independencia sino antes en contra de ella hasta que casi estuvo asegurada, debía el influjo de que gozaba a la circunstancia de haber contribuido, en unión con el general José Hilario López, al restablecimiento del gobierno legítimo en el sur de la república, cuando en 1839 una facción militar lo derrotó en el Santuario, y haber obtenido antes un triunfo sobre Mosquera en el sitio de La Ladera.

    A más de esto, Santander lo distinguía con su amistad, y Obando que reunía a una interesante figura, un aire verdaderamente marcial, sabía insinuarse con la juventud, siempre dispuesta a dejarse ganar por el que le presenta con más aire de franqueza, con más familiaridad y le habla de libertad. El general Tomás Cipriano de Mosquera, enemigo personal de Obando, fue casi la personificación del bando opuesto.

    Este varón de noble origen, de instrucción vasta y de talento poco común, había sido uno de los que, ofuscados por el brillo de la gloria de Bolívar, no combatieron su dictadura. Por eso los progresistas no lo querían. El partido de Mosquera estaba en el poder y representaba el principio de legitimidad que no puede atacarse impunemente, así fue que, aunque los revolucionarios dieron el grito en todas las provincias, fueron completamente vencidos en todas partes.

    ¡Fue lástima que el vencedor ensangrentara un triunfo tan hermoso! Un triunfo que pudo hacer comprender al pueblo entero la fuerza irresistible del poder moral, y la impotencia de las bayonetas para luchar con él; pues habiendo quedado el gobierno reducido a la capital de la república, se encontró de repente, de un modo prodigioso con los recursos necesarios para combatir y vencer.

    Un hombre tan valiente como patriota, y tan valiente y patriota como los héroes más gloriosos de la guerrera Esparta, el coronel Juan José Neira, salvó la capital venciendo en Buenavista el 28 de octubre de 1840, a los facciosos que, animados por un triunfo reciente sobre las fuerzas constitucionales, se atrevieron a amenazarla.

    Esta victoria, obtenida a costa de la vida de Neira, fue fecunda en resultados, pues a ella se debió la conservación del gobierno y el tiempo necesario para que pudiera salvarse la República. La ley fulminaba entonces pena capital contra los reos de delitos políticos, y Vezga, Córdova, Vanegas, cuyas sienes estaban agobiadas con el peso de los laureles gloriosos cosechados en la guerra magna, perecieron con otros muchos en los cadalsos; pero como las ideas no mueren con los hombres y los elementos de orden y de desorden están en las ideas, la república continuó dividida y los progresistas o liberales, esperando con ansia una coyuntura que los pusiera en posesión del poder.

    Cuando esta revolución terminó, había sido electo presidente del Estado el general Pedro Alcántara Herrán, soldado valeroso y honrado, y uno de los caudillos del ejército constitucional. Él quiso destruir las esperanzas de los liberales porque estaba persuadido de que estos con sus ideas hundirían en un abismo a la república, y su ministerio se compuso de hombres que abrigaban la misma persuasión.

    El eminente doctor Mariano Ospina, el primero tal vez de los talentos del país, fue el alma de aquella administración, por desgracia sobrado represiva. Durante ella se sancionó la ley en virtud de la cual volvieron los jesuitas a la Nueva Granada; y este instituto tan combatido, tan temible para los liberales, y la ley de medidas de seguridad conforme a la que, por simples sospechas, se podía desterrar o confinar a los ciudadanos, en vez de ahogar los gritos de los vencidos, los hicieron más perceptibles, y hasta cierto punto, justos.

    El corazón humano siempre se interesa por los oprimidos: por eso ganó tanto la impiedad con la inquisición; por eso ganó tanto el partido liberal granadino con la ley de medidas de seguridad. Al fin quedó ésta abrogada, pero ya había producido todos sus malos efectos.

    Obando, que se había refugiado en Lima, fue reclamado tenazmente como reo de un delito común para juzgarlo; y esta reclamación que lo presentó como víctima de sus creencias políticas, le dio una grande importancia, y lo puso en aptitud de volver algún día a encabezar su partido. Sin esa persecución, el nombre de Obando no habría vuelto tal vez a verse escrito en las páginas enlutadas de nuestra historia.

    El general Mosquera subsiguió a Herrán en el mando de la república, y desde su advenimiento al poder, empezó a dictar providencias altamente liberales. Los reglamentos universitarios que se habían dictado en la administración anterior y por los cuales la juventud de los colegios se había afiliado en el bando liberal, fueron revistos y mejorados, aflojando un tanto de su rigor. La contabilidad pública fue ventajosamente arreglada; y no teniendo ya en cuenta las opiniones políticas, fueron llamados a los puestos públicos, los hombres capaces de desempeñarlos.

    El doctor Florentino González, una de las figuras más brillantes del partido liberal, se encargó de la cartera de hacienda, y con su ayuda y la del muy inteligente joven José Eusebio Caro, se hicieron en este ramo las reformas más ventajosas. La libertad de reunirse para tratar cuestiones políticas se hizo una realidad.

    En fin, Mosquera dio un grande impulso a los progresos materiales e intelectuales del país; pero esto, no obstante, el partido liberal no desistió de su empeño de adueñarse del poder aprovechando para esto la misma conducta tolerante del gobierno.

    El partido dominante contaba en sus filas muchas inteligencias distinguidas, las familias que por su origen o por su riqueza habían figurado de tiempo atrás en la república, y casi todos los grandes capitalistas, y como por esta razón tenía hombres para todo, para valer algo en el país, se necesitaba ser rico, o estar ventajosamente relacionado, o tener una inteligencia descollante; y la mayor parte de la juventud inteligente se veía tratada con cierto grado de desprecio.

    Entre esa juventud germinaba una doble ambición: muchos querían salir de la oscuridad, pero careciendo de las condiciones expresadas, hacían esfuerzos inútiles para conseguirlo. De aquí nació que una gran parte de esa interesantísima porción de la sociedad, que con razón comparaba Pericles a la primavera del año, se persuadiera de que había en la república una verdadera oligarquía y se propusiera combatirla por todos los medios posibles.

    Pusiéronse, pues, varios de estos jóvenes de acuerdo con los artesanos más notables y reunieron a los hombres del pueblo bajo en una sociedad que denominaron «de artesanos y labradores progresistas» y que más tarde apellidaron «Democrática» y allí les predicaron con la mayor libertad, doctrina esencialmente abolicionista y procuraron convencerlos de que el partido dominante, apoyado por el clero y por los ricos, tiranizaba el país.

    La circunstancia de ser un Mosquera arzobispo y otro presidente, a la de haberse casado Herrán, siendo presidente, con la hija de Mosquera, y otras tan insignificantes como estas, se hicieron valer mañosamente para persuadir al pueblo que se quería perpetuar el poder en cierto círculo, y el título de nobles pronunciado con la sonrisa amarga del despecho, hacia saltar de rabia a los miembros de la sociedad como si los tocaran con un hierro candente.

    Los más ilustrados de ellos redactaron periódicos en que atacaron bruscamente al gobierno y a Mosquera, y éste, usando del derecho que le daba la ley, acusó a los escritores en una ocasión en que lo calificaron de traidor a la patria, asegurando que estaba de acuerdo con el general Juan José Flores, que por aquel tiempo organizaba en Europa una expedición contra el Ecuador.

    El jurado absolvió a los acusados el día 13 de junio de 1848, y sus copartidarios hicieron tal burla del acusador, que él, montado en cólera, quiso hacer uso de la fuerza para reprimirlos a balazos.

    Este incidente se aprovechó para presentar al presidente como capaz de sobreponerse a todo y erigir su voluntad en ley y a él debieron los democráticos algún aumento en sus filas y en la uniformidad de sus tendencias.

    Llegó en esta sazón la época de elegir presidente de la república para el quinto período constitucional, y los democráticos trabajaron incansablemente por colocar en este empleo al general José Hilario López, amigo y compañero de Obando.

    La exageración de los principios que Colombia, ellos proclamaban ahora, idénticos a los que difundieron los denominados rojos en Francia, hizo que se les aplicara este calificativo; y el partido contrario que sostenía la candidatura del doctor Rufino Cuervo, firme en sus principios hasta donde lo permitía el curso de las ideas, se llamó conservador.

    Una pequeña fracción de ciudadanos quiso formar un tercer partido que podía llamarse moderado y trabajó en favor del doctor Joaquín Gori. El partido rojo, compuesto de los miembros del antiguo partido liberal, de los parientes y amigos de los ajusticiados por la revolución de 1840, de los jóvenes resentidos porque imprudentemente se los miraba en poco, y de la multitud ignorante a quien se había logrado seducir, trabajó con una actividad y unión prodigiosa a favor de su candidato pero no pudo conseguir que tuviera el número suficiente de votos para ser declarado popularmente electo; y el partido conservador, aunque mucho más numeroso y en posesión de más recursos, como era muy heterogéneo en su composición y contaba en sus filas un vasto círculo de individuos egoístas, dividió sus sufragios entre varios ciudadanos, ninguno de los cuales alcanzó tampoco la suficiente mayoría.

    Era, pues, el congreso nacional el que debía perfeccionar la elección, y con tal objeto se reunió en el templo de Santo Domingo el día 7 de marzo de 1849 bajo la presidencia del doctor Juan Clímaco Ordóñez.

    Los democráticos llenaron el recinto del templo y cuando la elección, contraída ya a López y Cuervo, dio por resultado: 42 votos a favor de éste, 40 a favor de aquel y 2 en blanco; creyendo hecha la elección, prorrumpieron, sin respeto de ningún género, en gritos y amenazas sangrientas, destrozaron la barra que se había levantado para separar el local en que debían funcionar los apoderados del pueblo, invadieron este y armaron tanto ruido, que, en vano esforzaban su voz los funcionarios públicos reclamando el orden.

    Como el presidente había declarado que los votos en blanco no se adjudicarían a ninguno de los dos candidatos y que la mayoría necesaria para decidir la elección, sería la de uno sobre la mitad del número de votantes, fue preciso volver a principiar la votación; pero antes de publicarse el resultado del escrutinio, se repitieron las mismas señales de violencia que ya habían introducido el espanto en el ánimo de algunos diputados.

    Al fin fue preciso mandar despejar la barra, lo que no sin gran trabajo se consiguió, pero los democráticos rodearon el templo, a pesar de la fuerte lluvia que caía, y continuaron gritando y amenazando. En este estado se procedió a nueva votación, y como algunos diputados temían ya ser asesinados si no se daba gusto a los democráticos, cediendo a este temor votaron por López, que resultó en esta vez favorecido por 45 sufragios (1).

    (1). El doctor Mariano Ospina extendió su voto así: «voto por el general López para que no se asesine al congreso»,

    Así fue elevado a la primera magistratura nacional aquel general, y así se dio el pernicioso ejemplo de irrespetar y hacer violencia al cuerpo soberano de la nación. La elección hecha de esta manera irritó tanto al partido vencido, que, al día siguiente, apareció una hoja suelta titulada «Apelación al pueblo», en que «un representante» hacía la relación de lo ocurrido, calificaba de inválida, como obra de la coacción, la elección hecha, y excitaba a la nación y muy particularmente a las provincias del norte, a no someterse a esta especie de dictadura militar impuesta a todos los granadinos por el populacho de la capital.

    Al mismo tiempo que esta hoja se ponía en circulación, otro representante declaraba en plena sesión que ningún conservador debía prestar sus servicios a la administración futura, y que si alguno lo hacía, debía reputarse tránsfuga. Este concepto no contradicho y aquella publicación, contribuyeron mucho a que al posesionarse de su empleo el nuevo presidente, resolviera gobernar solo con su partido y para su partido.

    En consecuencia, abdicando el derecho que le daba la Constitución, se sometió al voto de una junta representante de la Sociedad Democrática para nombrar su ministerio, o mejor dicho: lo recibió de ella y corrió a sentarse en los bancos de dicha sociedad, elevándola así al rango de una entidad gubernativa.

    Sociedades análogas se establecieron en casi todos los pueblos de la república como corporaciones oficiales de que eran miembros todos los empleados, y se empezó a poner en práctica la especie de contrato que se había celebrado con el general López cuando se le propuso la candidatura (2).

    (2) El pliego de condiciones fue también presentado a los señores general Joaquín Barriga y doctor Florentino González, y como ellos no quisieron aceptarlas, lo presentaron al general López que si las aceptó; y de tal modo quedó esclavizado, que nada podía hacer sin el consentimiento de la democrática. En prueba de esto referiremos solo un hecho: Habiendo sacado el ministerio de R. E. por promoción del que lo obtenía, suplicó al general José Acevedo que se hiciera cargo de él, y cuando este señor accedió por fin y tomó posesión, los democráticos exigieron que fuera removido en el acto por cuanto era conservador. López se sometió, hizo renunciar a Acevedo, y le irrogó así un ultraje inmerecido.

    Se tomó empeño formal en quitarle al pueblo semi-bárbaro de la república, el único freno que podía contenerlo, la religión. A lo menos, los discursos que los jóvenes exaltados pronunciaban, ya en la Sociedad Democrática, ya en la Escuela Republicana, contenían siempre ataques a ella; y alguno hubo que descolgando el retrato del papa, lo ultrajó, para que vieran todos, el desprecio con que miraba a la cabeza visible de la iglesia católica.

    A los conservadores se les privó de todos sus derechos. Para que no ejercieran el más precioso de ellos, se les excluyó de las listas de sufragantes parroquiales, e inútilmente reclamaron ante los cabildos que eran los que, conforme a la constitución, debían oír y resolver estas reclamaciones. En las provincias de Buenaventura y Cauca se les azotó, se les robó, se les asesinó.

    En todas partes se les oprimió. Se les privó violentamente del derecho que para reunirse les daba la Constitución y se les persiguió, en fin, hasta exasperarlos, hasta obligarlos a lanzarse en una revolución (3).

    (3) En Bogotá a vista del gobierno ocurrió lo siguiente: El 10 de marzo por la noche, estaban los miembros de una sociedad conservadora que se denominaba Popular reunidos en casa del coronel Manuel Arjona, con la esposa e hijas de este señor, y los democráticos que, o los habían visto entrar o los oyeron hablar, atacaron de repente la casa y, arrancando las ventanas y rompiendo las puertas, empezaron a hacer fuego sobre cuantas personas había dentro.

    Un conservador y un democrático perdieron allí la vida; otros dos conservadores quedaron heridos, y estos y cuantos se habían quedado para servir de escudo a las señoras, fueron llevados a la cárcel donde se les mantuvo muchos días.

    La casa quedó destrozada y muchos objetos se perdieron. Después, las autoridades en sus notas oficiales, dieron cuenta de ese hecho escandaloso, refiriendo las cosas al contrario.

    En otra ocasión fueron los conservadores atacados en la Peña, donde estaban reunidos para tomar una comida; y estos actos de ferocidad, ejecutados principalmente por la hez de la democrática, no eran reprimidos por las autoridades ni reprendidos por la parte ilustrada de la misma sociedad.

    Un periódico ministerial de aquella época decía: «Si los conservadores quisieran lanzarse en la oposición de hecho, nos harían un gran favor, porque entonces se apresuraría la hora deseada de su castigo, y se vería libre el país de su funestísima presencia. Es de sentirse que no se muevan, porque tiempo es ya de que ellos desaparezcan para siempre de la escena política y de la comunidad social».

    Estas bárbaras palabras pintan bien el estado de los ánimos, el odio profundo con que se miraban los hijos de un mismo país, y el carácter impetuoso y terrible del partido que estaba en el poder.

    El presidente fue a las provincias del sur, a ver con sus propios ojos los excesos que se habían cometido en ellas, pero con esto nada se remedió, pues antes declaró que aquellos infames flageladores eran los mejores apoyos del gobierno.

    Los ricos eran, en su mayor parte, conservadores, y como de día en día se metalizaban más y se hacían menos tratables por los pobres, la parte ilustrada de las democráticas los presentaba al pueblo como sus opresores, como sus verdugos, y al predicar doctrinas humanitarias, las fundaba en principios comunistas llamando robo la propiedad.

    Entonces desapareció enteramente la buena fe, se organizaron cuadrillas de malhechores que llenaron de terror la capital; en el trato común cada uno procuraba engañar a los demás, y el comercio se desvirtuó porque se perdió la confianza.

    El bello sexo, en cuyo corazón está la raíz del árbol con cuyos frutos se nutre la sociedad llegó a verse contaminado de estos principios disociadores y, una parte de él, empezó a burlarse de las prácticas religiosas y a vender su corazón. Si esto sucedía con la gente ilustrada, puede presumirse el estado en que se encontraría el bajo pueblo.

    El edificio social, minado por sus cimientos, amenazaba desplomarse. Los padres de la Compañía de Jesús que habían sido llamados en virtud de una ley que tenía derecho perfecto a las garantías que a todo extranjero daba la constitución, fueron expulsados repentinamente de la República; pero como ningún motivo habían dado para esta medida violenta, se apeló al arbitrio de declarar vigente la real cédula de Carlos III que los desterraba de todas las posesiones españolas en Europa y América.

    El respetable arzobispo de Bogotá, doctor Manuel José Mosquera, fue insultado por las turbas, y llegó a ver su vida amenazada hasta el extremo de tener que ir muchas matronas y ciudadanos a cubrir la carrera que conducía de su palacio a la catedral, para que pudiera ir a celebrar los sagrados misterios.

    Este encono con el arzobispo nacía de que se le conceptuaba uno de los jefes del partido conservador, porque defendía con la pluma y de palabra, la religión de que era ministro, y los fueros de la Iglesia de que era prelado, y al hacer esta defensa, atacaba los principios del bando gobernante. Se dictaron leyes que vulneraban la inmunidad de la Iglesia y atacaban de firme la religión nacional (4).

    (4). Por la de 14 de mayo de 1851 se sujetó a los ministros del culto, en el ejercicio de sus funciones como tales, a los empleados de orden civil. Por la de 27 del mismo mes y año, se confirió a los cabildos la facultad de nombrar curas y la de asignarles sueldo, y se suprimieron todos los emolumentos de que antes hablan subsistido. Por la de 30 de id., se autorizó a los censatarios para redimir los censos consignando en el tesoro la mitad de su valor, y así se dejó sin rentas a varias iglesias y a los establecimientos de beneficencia.

    Todos estos hechos produjeron por fin la revolución a que se lanzaron algunos conservadores en 1851. Ellos creían seguro su triunfo, olvidados de sus propios principios; ellos eran ahora los que tenían en contra el principio de legitimidad; y como la metalización y el egoísmo habían cundido rápidamente, fueron abandonados por sus copartidarios y tuvieron pronto que sucumbir.

    No se levantaron patíbulos, es verdad: la patria no tuvo que llorar sobre los restos ensangrentados de sus hijos, sino en los campos de batalla; pero, como era natural, el vencedor marchó entonces más seguro por la misma senda que había emprendido.

    El clero granadino protestó, en cumplimiento de un deber de conciencia, contra las leyes que hemos mencionado, y el resultado fue que se dictó contra el arzobispo y obispos decreto de expulsión. El arzobispo Mosquera era una de las primeras ilustraciones de este continente: su virtud era igual a su ciencia, y su talento igual a la alta nobleza de su corazón.

    Moribundo y llorando fue arrancado del seno de su grey, cuyos lamentos desgarradores lo mataban. Las brillantes manifestaciones de aprecio y de respeto que recibió de todo el mundo culto y que lo acompañaron en su marcha, no endulzaron el pan de su destierro, ni pudieron desviar de su cabeza venerable el golpe mortal que le asestó el dolor. Su corazón estaba destrozado y ya no cabía en él la

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