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Recuerdos históricos: 1840-1895 Violencia política en Colombia durante el siglo XIX
Recuerdos históricos: 1840-1895 Violencia política en Colombia durante el siglo XIX
Recuerdos históricos: 1840-1895 Violencia política en Colombia durante el siglo XIX
Libro electrónico278 páginas4 horas

Recuerdos históricos: 1840-1895 Violencia política en Colombia durante el siglo XIX

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Aunque sin pretensiones de actor de primer orden en el escenario político, heme encontrado, sin embargo, mezclado en segundo término, durante cerca de medio siglo, desde 1851, en paz y en guerra, a muchas de las principales transacciones de la política, y esto me basta para creerme con derecho a escribir estos Recuerdos que, versando sobre episodios importantes de la historia patria, no dudo podrán servir de provechosa enseñanza a la nueva generación, que ha entrado ya de lleno en servicio de la república, en la tarea de rectificar errores, destruir preocupaciones y buscar el camino de lo verdadero y de lo útil, para el engrandecimiento de la nación.
Y siendo este su objeto, no los escribiría si no me sintiera con el valor necesario para ponerme enfrente de esas preocupaciones y de esos errores, y exponer la verdad, tal como yo la sienta, sin contemplaciones de ninguna clase con los partidos, las jerarquías o los hombres.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2020
ISBN9780463748534
Recuerdos históricos: 1840-1895 Violencia política en Colombia durante el siglo XIX
Autor

Aníbal Galindo

Aníbal Galindo fue un tolimense ilustre, un colombiano eminente, abogado, economista y hombre de Estado, político activo. Fue, sobretodo, un humanista. Su vida transcurrió en el siglo XIX, a lo largo de 67 años comprendidos entre 1834 cuando nace en Coello, Tolima y 1901 cuando fallece en Bogotá.

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    Recuerdos históricos - Aníbal Galindo

    Recuerdos históricos: 1840-1895

    Aníbal Galindo

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Recuerdos históricos: 1840-1895

    Violencia política en Colombia durante el siglo XIX

    Historia Militar de Colombia-Guerras civiles N° 17

    ©Aníbal Galindo

    Primera edición 1900

    Reimpresión junio de 2020

    © Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin. com

    Tel 9082624010

    New York USA

    ISBN 9780463748534

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados para la publicación de esta obra. Solo mediante autorización escrita firmada por el editor se podrá hacer uso comercial de este libro. Hecho el depósito legal de la misma.

    Recuerdos históricos: 1840-1895

    Preámbulo

    Salamina o la revolución de 1840

    Don Trifón Molano. El colegio del Rosario, el seminario los jesuitas y Mosquera

    La cuestión Mackintosh, el doctor Murillo y mi escritura

    Reformas radicales del congreso de 1851-revolución conservadora

    Revolución de 1860-Batalla de San Agustín-Espada de Mosquera

    Mi permanencia en Europa como encargado de negocios

    El cadáver del emperador Maximiliano

    El Paraíso Perdido de John Milton

    Transfusión de la sangre

    Mi misión a Caracas 1872-1873

    Negociación de límites

    Una tempestad en un vaso de agua

    Impuesto sobre nuestro comercio de tránsito por Maracaibo

    Cuba- la circular del doctor Murillo

    I Litigio en la frontera colombo-venezolana. Mi alegato

    II Límite en la Goajira

    III San Faustino

    IV Sarare, Arauca y Meta

    V Orinoco y Rionegro

    VI Complemento

    VII Las instrucciones

    VIII Conclusión

    1873-1874 paso de la juventud a la edad del entusiasmo

    La revolución conservadora de 1876

    ¡Abajo la confiscación!

    La constitución federal de 1863

    Retrospectivo la labor legislativa 1866 a 1883

    La corte suprema de justicia

    Mi viaje al Perú

    Lima

    Neologismos y americanismos. Carta a Ricardo Palma

    Preámbulo

    Aunque sin pretensiones de actor de primer orden en el escenario político, heme encontrado, sin embargo, mezclado en segundo término, durante cerca de medio siglo, desde 1851, en paz y en guerra, a muchas de las principales transacciones de la política, y esto me basta para creerme con derecho a escribir estos Recuerdos que, versando sobre episodios importantes de la historia patria, no dudo podrán servir de provechosa enseñanza a la nueva generación, que ha entrado ya de lleno en servicio de la república, en la tarea de rectificar errores, destruir preocupaciones y buscar el camino de lo verdadero y de lo útil, para el engrandecimiento de la nación.

    Y siendo este su objeto, no los escribiría si no me sintiera con el valor necesario para ponerme enfrente de esas preocupaciones y de esos errores, y exponer la verdad, tal como yo la sienta, sin contemplaciones de ninguna clase con los partidos, las jerarquías o los hombres.

    Salamina o la revolución de 1840

    Desciendo de una familia de acaudalados propietarios territoriales de Ibagué, fundada por el matrimonio de mi bisabuelo D. Pedro Galindo, que era inmensamente rico, con doña Teresa Licht, alemana, hija del alemán Licht, traído por el Virrey Caballero y Góngora para introducir el nuevo método de amalgamación por el azogue en el laboreo de las minas de plata de Mariquita. Del hermano de doña Teresa descendieron D. León y doña Isidora Licbt, muy conocidos en esta ciudad.

    El joven Alberto Matéus Barbosa y Licht, nieto de doña Isidora, hijo del doctor Francisco de P. Matéus, es descendiente en línea recta del mismo tronco. Mi padre D. José María Tadeo Galindo, hijo de D. Nepomuceno y nieto de D. Pedro y doña Teresa, sentó plaza de cadete en el ejército republicano el 2 de septiembre de 1819, junto con los Urueñas y con Melo, que tanto se distinguieron en las campañas del Perú, y con su primo hermano D José María Vezga, destinado a ser uno de los más brillantes oficiales de la guerra de Independencia, compañero de Sucre hasta Bolivia. De la hoja de servicios de mi padre, autorizada con las firmas autógrafas de los generales Antonio Obando y Antonio Morales, que original conservo en mi poder, y que corre además transcrita en la Ley 63 de 1882, copio lo siguiente:

    "CAMPAÑAS Y ACCIONES DE GUERRA EN QUE SE HA HALLADO:

    En la campaña del Magdalena se halló en la batalla de la Playa de Barbacoas, a las órdenes del señor teniente coronel José Antonio Mais; en la campaña del Sur se halló en la batalla de Pitayó el 6 de junio de 1820, a órdenes del señor general Manuel Valdez; en la acción de Genoy el 2 de febrero de 1821, a órdenes del mismo señor Valdez; en la campaña de Guayaquil, cuando pasó el Ejército a aquella ciudad, a órdenes de los señores generales Antonio J. de Sucre y José Mires; se halló en la batalla de Camino Real, el 10 de junio de 1822, a órdenes del señor general Mires; en la batalla de Yaguache el 20 de agosto de 1822, a órdenes del señor general Sucre; en la acción de Guache el 12 de septiembre de 1822, a órdenes del mismo señor general Sucre, en donde recibió cuatro heridas de gravedad, y quedó prisionero en el ejército español; en la batalla de Pichincha el año 23, a órdenes de dicho señor general Sucre, en donde recibió una herida en el muslo.

    Restablecido de sus heridas, siguió en comisión conduciendo pliegos al Cuartel general del Libertador en Trujillo." Y se halló en la inmortal batalla de Ayacucho, como consta en el detalle del parte dado por el general Sucre, y de la lista de todos los jefes y oficiales presentes en aquella jornada, formada por el historiógrafo general Manuel A. López. En la campaña del Cauca para restablecer el gobierno constitucional, se halló en la batalla de Palmira el 10 de febrero de 1831, a las órdenes de los señores generales José María Obando y José Hilario López.

    Retirado del servicio, con el grado de coronel, con letras de retiro por inválido, vivía mi padre consagrado a ocupaciones comerciales en su ciudad natal, cuando en 1832 o 1833 ocurrióle la idea de adquirir un campo en la bellísima hondonada regada por el Coello, que separa las sabanas altas de Ibagué de las del Espinal, llamada Chagualá, a tiempo que hacían lo mismo sus amigos D. Miguel Ignacio Buenaventura y D. Santiago Vila, padre de D. Guillermo, connotado miembro del Partido Liberal del Tolima. Alcanzaría mi padre a leer, antes de entrar en el ejército, o en sus ocios de retiro, algún compendio de Historia griega, imbuido en sus gloriosos recuerdos, exigió que sus amigos bautizaran sus campos con los nombres de Píatea el uno, y Maratón el otro, reservando para el suyo el de Salamina.

    Los dos civiles no pudieron imponer a mis paisanos de Chagualá el apodo helénico, pero el 3 soldado imperioso, acostumbrado a mandar cartuchera en el cañón, puntapié aquí, vizcaíno y sopapo allá, impuso al suyo el nombre fatal de Salamina, donde yo nací en 1834, y que conserva hasta hoy, sobre la margen izquierda del Coello.

    Sobrevenida la funesta revolución liberal de 1840, encabezada por el general José María Obando, vióse mi padre arrastrado en ella, tanto por el honor del espíritu de partido, como por no dejar solo a su primo hermano, el coronel Vezga, jefe de la familia, gobernador de la Provincia, en mala hora pronunciado contra el gobierno.

    Desalojados de Honda el 9 de enero de 1841 por las tropas del gobierno al mando del señor general Joaquín París, tomaron Vezga y mi padre, y el doctor Manuel Murillo, que figuraba como secretario del primero, la vía del río para ir a reunirse en Antioquia a la revolución que allí encabezaba el coronel Salvador Córdoba.

    Vencedores en Itaguí, pero derrotados y hechos prisioneros en la acción de Salamina, (mi padre, herido como de costumbre; esta vez con dos balazos en el muslo derecho), fueron de allí conducidos a Medellín, juzgados como cabecillas del delito de rebelión, conforme al Código Penal de 1837, condenados a muerte e ignominiosamente ejecutados en la plaza mayor de Medellín el 9 de agosto de 1841.

    Encendida la hoguera de las pasiones y de los odios de partido, los vencedores no tuvieron piedad de los vencidos. y osaron levantar manos parricidas sobre pechos que en cien combates habían servido de antemural al plomo español para fundar la Independencia. He aquí su carta de capilla tantas veces publicada por mí, que original conservo, toda de su letra, con el sello rojo de la Administración de correos de Medellín, autenticada por el Administrador de la estafeta, señor Juan de D. Muñoz. Al joven Aníbal Galindo.-Ibagué.

    Desde mi prisión en Medellín, a 4 de agosto de 1841.. Querido Aníbal: Pronto a concluir mi triste existencia, te pongo ésta con el fin de despedirme para siempre de ti, dejándote en estas mal formadas líneas unos cortos recuerdos del tierno amor que te profesa hasta más allá del sepulcro tu tierno padre.

    Tú debes ser dócil con tu querida mamá y con la sociedad misma de la que algún día debes ser miembro: que procures ilustrarte para ser útil a la misma sociedad, y por lo mismo utilísimo a tu familia; que deseches la ociosidad, madre de todos los vicios, y que arreglando tu conducta desde tu tierna juventud a las máximas de los filósofos de gran nombre, te hagas algún día célebre entre tus conciudadanos, estos son los vehementes deseos de tu padre infeliz.

    Nuestra sentencia de 2a instancia se nos hará saber hoy, y si ella fuese confirmada, seremos víctimas el siete de este, tu tío Vezga y tu idolatrado papá, pero tú no debes afligirte, quedando persuadido que un crimen político es el que nos conduce a la muerte, y no delitos atroces, pues nunca éstos se han abrigado en el corazón de un amante de la libertad de su patria, por quien ha hecho esfuerzos constantes en la guerra de su emancipación y en el sostén de sus mismas leyes. Díle a…

    Y que no hay más que conformidad en todo, que yo moriré con el valor que he acostumbrado tener en todo riesgo, y que esto debe consolarte. Te encargo te despidas por mi de mi madre, tus tíos y tías, sin olvidar a mi querida Ninfa, y a todos los amigos que a tu poco juicio y edad puedas conocer que sienten mi desgracia, sin olvidar a mi señora María Camacho, Blancos, Molanos y los Puentes, y con esto, si el Criador no dispone otra cosa, recibe el último y tierno afecto, que desde la mansión de la eternidad no dejará de rogar al Todopoderoso por tu conservación y felicidad.

    Tu padre, TADEO GALINDO.

    Mas no se trata ya de eso, sino de saber qué uso digno de ella deberé hacer yo de la sangre derramada en ese cadalso; si deberé, fiel ti la religión de partido, alzar todavía, al cabo de sesenta años, su túnica ensangrentada, para atizar, para ayudar a mantener vivo el insano furor de esos partidos, o si iluminado por el fúnebre resplandor de esas hogueras, deberé mostrar a la presente generación la esterilidad de aquel sacrificio, para pedirle en nombre de esa sangre el apaciguamiento de estos odios salvajes en que se enciende el furor de nuestras constantes revoluciones, y su cambio, en nombre de la razón, por más humanos sentimientos y por más nobles ideales.

    Y mi conciencia de hombre de bien se ha sentido fuerte para cumplir con este deber. Próximo a terminar el período de la administración del general Santander, de 1833 a 1837, la opinión, en busca de su sucesor para presidente de la república, se encauzó en tres distintas corrientes. Formaban en primer término los hombres que se consideraban como los verdaderos representantes del genuino liberalismo, personificado en las tradiciones del gobierno del general Santander y en la adhesión a la persona y a las opiniones del ilustre caudillo.

    Constituían el nervio de esta fracción los jefes militares que habían hecho frente a la dictadura de Bolívar y a la usurpación de Urdaneta, hasta el restablecimiento del Gobierno constitucional en 1831. Venía en seguida la fracción liberal, que siempre ha existido, de ideas más avanzadas, compuesta de los espíritus más exagerados e impacientes, a quienes seduce el brillo de las verdades ideales o puramente teóricas, esencialmente utópicos, intolerantes e intransigentes, que entonces carecía de nombre propio, y que hoy se conoce en todos los países libres con el nombre de partido radical.

    Era jefe de esta fracción el doctor Vicente Azuero, patriota inmaculado, pero hombre de pasiones violentas y de ideas exageradas. el general Santander no lo quería; nunca quiso darle participación en el gobierno.

    Y por último, tras largos años de proscripción y al favor de la división liberal, volvía a levantar cabeza antiguo partido boliviano, en el cual se habían refugiado las aspiraciones del tradicionalismo colonial: -era el partido de la resistencia a la innovación, autoritario o conservador, que naturalmente debía formarse.

    No atreviéndose todavía a presentarse con candidato propio, este partido, al cual habían ingresado todos los descontentos con la Administración Santander, tomó por candidato para la presidencia al vicepresidente de la república, D. José Ignacio de Márquez, jurisconsulto eminente, orador de primer orden, tribuno, estadista, sin disputa una de las más brillantes figuras de la República desde 1821, no porque él hubiera dado la menor muestra de deslealtad a sus principios como uno de los más enérgicos oposicionistas a la dictadura de Bolívar, sino por un procedimiento perfectamente lógico en la táctica de los partidos; porque lo que ante todo le importaba era deshacerse del enemigo personal y tradicional, del cual nada podía esperar, y ver de llevar a la presidencia con sus votos otro hombre desapasionado, aunque de igual filiación, en quien el natural agradecimiento y el curso del tiempo algo darían de sí favorable a los intereses políticos del partido, cuando menos disponiéndolo a relajar en su favor la rigurosa exclusión de los puestos públicos en que a sus miembros se mantenía desde 1831; algo parecido, o mejor dicho semejante o igual a lo que en 1884 hizo el partido Conservador apoyando la candidatura del doctor Rafael Núñez, contra los recelos, la antipatía y las desconfianzas del radicalismo.

    El general Santander, huyendo de Azuero, a quien no quería, recomendó privada y personalmente a sus amigos la candidatura del general José María Obando. Es inexplicable la falta y el error cometidos por el general Santander en esta designación.

    Para guardar completa consonancia con su conducta política de "Hombre de las Leyes," debió haberse abstenido de toda recomendación; pero si en vez del general Obando el recomendado hubiera sido el general José Hilario López, cubierto con los laureles de toda la guerra de Independencia y rodeado del respeto de la pública estimación, parécenos que el triunfo habría sido seguro.

    Fuése, pues, a la lucha electoral con estos tres candidatos: Obando, Azuero y Márquez; y en ella, efectuada en medio de la más rigurosa legalidad, los votos de los 1623 electores de las Asambleas electorales de cantón, se dividieron así: Por Márquez 622 Por Obando 555 Por Azuero 164 Diversos 282 Suma 1623

    No habiendo obtenido ninguno la mayoría absoluta para declarar en su favor la elección popular, hubo de perfeccionarla el congreso de 1837, conforme a lo dispuesto en un artículo de la Constitución, contrayendo la votación a los tres candidatos que hubieran obtenido mayor número de votos, y siendo necesario para esta elección que el electo reuniera las dos terceras partes de los votos del Congreso.

    Después de dos votaciones sin resultado, en la tercera, contraída ya a Márquez y Azuero, de los 96 votos con que se hacía la elección, Márquez obtuvo 64 y Azuero 32. Fué, pues, declarado constitucionalmente electo presidente de la república el doctor Márquez en la sesión del 4 de marzo de 1837.

    Desde que se presentó su candidatura, levantóse contra ella la objeción de inelegibilidad, fundada en la disposición del artículo 101 de la constitución, que decía que ni el presidente ni el vicepresidente podrían ser reelegidos para los mismos puestos en el período inmediato, redacción anfibológica, que tanto se prestaba a la interpretación de que ninguno de ellos podía ser elegido para ninguno de los dos puestos, como a la de que sólo estaba prohibida la reelección para el mismo puesto, pero que el presidente podía ser elegido vicepresidente, y este, presidente.

    El poder ejecutivo, de quien se quiso arrancar una resolución adversa a la elegibilidad del Vicepresidente, se negó a ello con sobra de razón, diciendo que semejante facultad equivaldría a la de hacerse el ejecutivo árbitro de la elección presidencial, y que su ejercicio correspondía de derecho a la autoridad encargada de calificar en último grado los votos y declarar la elección, es decir, al Congreso; inequívoca muestra de la legalidad con que en la materia procedió el gobierno del general Santander.

    En la sesión del Congreso del 3 de marzo de 1837 los representantes Acosta (D. Joaquín) y Mosquera (D. Tomás Cipriano), anticipándose al día de la declaratoria, sentaron la siguiente proposición: 'Decláranse legales los votos dados en favor del vicepresidente, para presidente de la República.'

    Pero el presidente del congreso con igual tino declaró inadmisible la proposición, fundándose en que la única atribución que al congreso estaba conferida por la constitución en la materia, era la de perfeccionar la elección haciéndola entre los tres candidatos que hubieran obtenido mayor número de votos en las asambleas electorales, y que tal declaratoria la haría el congreso al contestar a la pregunta que su presidente le hiciera sobre si declaraba constitucionalmente electo al candidato en cuestión.

    A pesar de haber sido elegido con el apoyo moral del Bolivianismo, mejor dicho, del partido Conservador, y con gran número de sus sufragios, el doctor Márquez no se consideró obligado, ni autorizado, para desligarse de la tradición liberal, y organizó su administración con tal carácter, nombrando ministro de la guerra al connotado liberal y exaltado anti-boliviano general Antonio Obando, y conservando en el Ministerio de lo Interior y Relaciones Exteriores al señor Lino de Pombo, con cuya firma se encontraban autorizadas las medidas más enérgicas de política interior y exterior que habían caracterizado el gobierno del general Santander.

    El general Obando fue después reemplazado por el general José Hilario López, hasta 1839, en que éste fue nombrado Enviado Extraordinario cerca de la Santa Sede. Como se ve, la Administración Márquez era una Administración netamente liberal, únicamente que su jefe ni lo necesitaba ni se creía obligado a ir a pedir todos los días el santo y seña a casa del general Santander.

    Este había gobernado la República desde 1819, y la opinión principiaba a cansarse, como es conveniente que se canse del predominio de un mismo hombre por tanto tiempo. No hay ejemplo de que en la liberal Inglaterra, en la gran República inglesa, ni los más eminentes hombres de Estado, ni los Pitt, ni Cavendish, ni Wellington, ni Russell, ni Palmerston, ni Disraeli, ni Gladstone, hayan podido mantenerse en el poder por más de cuatro años seguidamente.

    Para Ministro de Hacienda eligió a un joven de grandes capacidades, natural de Antioquía, al señor Juan de Dios Aranzazu, no solo anti-boliviano, sino sospechado en las cartas de Urdaneta a Montilla, bajo el seudónimo de "los dos antioqueños" (él y el doctor Alejandro Vélez), de haber tenido conocimiento de la conspiración del 25 de septiembre de 1828, contra la vida de Bolívar.

    De la alocución dada por el señor Márquez el 1° de abril de 1837 al entrar en ejercicio del Poder Ejecutivo, tomamos los siguientes notables conceptos: 'La libertad, objeto precioso de nuestros votos, a quien se han dirigido nuestros holacaustos, por la cual ha corrido la sangre de los mártires y de los héroes: la libertad, que ha sido el grito de reunión de los buenos en tantos años de combates y de glorias, de sufrimientos y de esperanzas: la libertad es el ídolo de mi corazón. Yo procuraré que se reanime siempre esta llama sublime en los altares de la Patria; la ilustración la enciende, la religión la aprueba, la virtud la aplaude. Ella no debe extinguirse en ningún pecho noble granadino.

    Pero jamás confundiré la dulce libertad que todo lo vivifica, engrandece y anima, con la borrascosa licencia que todo lo agosta y destruye. Felizmente, más de millón y medio de habitantes de la Nueva Granada profesan el culto católico. Ellos no encuentran el menor obstáculo en la práctica de una religión tan sabia como benéfica. Pero no persigamos a los que se apartan de las verdades reveladas.

    El cristianismo, amigo de la humanidad, manda respetar a los que tengan una creencia diferente, y vivir en paz con todos los hombres. Que nunca la divergencia de pensamientos religiosos produzca disensiones políticas. No aprobemos, pero seamos indulgentes hacia el error, triste patrimonio del género humano; y que el Gobierno lleve la paz, el consuelo y la confianza al seno de todos los granadinos, SEAN CUALES FUEREN SUS OPINIONES.

    La Iglesia y sus ministros recibirán toda la protección y consideración que prescriban las leyes, de acuerdo con lo que exige la santidad de su estado y lo sublime de sus funciones. La autoridad eclesiástica ejercerá libremente sus atribuciones; peto jamás permitiré que se atente IMPUNEMENTE a las prerrogativas de la potestad civil, ni a los derechos de la república.

    La moderación, el patriotismo, la ilustración y las virtudes del clero granadino, me dan fundadas esperanzas de que jamás llegará el caso de hace uso de una represión. En la provisión de los empleos no consultaré sino el mérito, las capacidades, las conveniencias públicas y el mejor servicio del Estado.

    No se tema ni se espere que en este negocio, como en ningún otro, tengan en mí la menor influencia las afecciones personales. Yo no soy dueño, sino administrador de los intereses de la Patria. Si es conveniente la atribución conferida al ejecutivo de remover libremente a ciertos empleados, debe usarse de ella con mucha economía, prudencia y circunspección, para que no desaliente al patriotismo ni produzca la funesta consecuencia de apartar de los empleos a los hombres honrados por el temor de sufrir el sonrojo de una intempestiva remoción.

    No teman, pues, los empleados que sirven bien a la patria, que se les prive del honor de continuar sirviéndola. Creía el Bolivianismo que era llegado ya el tiempo de reaccionar contra la Constitución liberal de 1832, y así lo pedía en su prensa. El doctor Márquez le salió al encuentro cerrándole el paso en el Mensaje

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