Levitación Inminente
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Los personajes que desfilan por esta feria de agonas y conquistas vibran en este libro. Cada personaje nace con un destino nico que se descubre ante la mirada del lector, cada cuento visita un microcosmos en su propio firmamento, porque en Levitacin inminente la realidad desnuda se combina con dosis precisas de ficcin para dar narraciones irrepetibles.
Un poeta romntico nos descubri que En ausencia de los dioses, reinan los fantasmas (Novalis). Qu hacer cuando ni los fantasmas despiertan en la noche ms oscura? Entonces en la medianoche del alma canta la literatura dando a los vivos el remedio para convocar a sus dioses.
El ltimo relato, titulado El esfuerzo por cargar una piedrita, ofrece una clave para quien se atreva a levitar, con un premio para quien despierta sus facultades de imaginacin. Despus de la jornada, nos comparte Carlos Valds Martn la clave de sus relatos: Una gota de imaginacin basta para que la realidad se convierta en la mejor versin de s misma.
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Levitación Inminente - Carlos Martín Valdés
Copyright © 2018 por Carlos Valdés Martín.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2018901738
ISBN: Tapa Dura 978-1-5065-2411-5
Tapa Blanda 978-1-5065-2413-9
Libro Electrónico 978-1-5065-2412-2
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 07/02/2018
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
CONTENTS
PRESENTACIÓN
LIMPIAPARABRISAS CON GOLPES DE SUERTE
CONSULTORIO DELTAL
LA LLAVE DE VENUS
CONTRA GOLEM
LA ÚLTIMA PROFECÍA DEL CHICLERO
LA ESPONJA QUE MERECIÓ
HOJAS DE OTOÑO CAEN CUAL PRENDAS DE MODA
ESGRIMA DE HUMO
SOL DE SOLEDADES
SU PIEL DE MEGALÓPOLIS
EL ESFUERZO PARA CARGAR UNA PIEDRITA
PRESENTACIÓN
Cuentos de ficción por Carlos Valdés Martín. Elaborados entre 2011 a 2015 en ambientes que funden la estricta cotidianidad con la invención. Nada más fantástico que un acontecimiento real, nada más real que una fantasía perseguida rigurosamente.
En Limpiaparabrisas con golpes de suerte, la más humilde profesión envuelve los prodigios nocturnos de metamorfosis y accidentes fatales, cuando se entreteje la persecución furtiva de Barrecho contra la grácil Cierva.
El Consultorio deltal revela un inesperado sitio mágico donde al paciente con dolores dentales se le arranca la mediocridad de tajo y libera del malestar rutinario, para ascender hacia otra existencia.
En La llave de Venus, las amarguras de un matrimonio disfuncional son cimbradas por el encanto astronómico y las ensoñaciones que se desprenden del planeta Venus, regente de la belleza femenina.
En Contra Golem, un campo de concentración aislado en un futuro distópico muestra una versión distinta del Golem típico, con una máquina capaz de alterar el tiempo mismo. Ahí el prisionero clave, Isaac, vive la encrucijada de interrumpir la cadena de las guerras antes de que sucedan, al encarar el mítico conflicto de Caín y Abel.
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En El esfuerzo por cargar una piedrita, un joven descubre que una piedrita en el zapato de un vecino encierra arduos enigmas y lo motiva a abatir las pretensiones de superioridad; la trama desemboca en descubrir que, al final, también levita.
LIMPIAPARABRISAS CON
GOLPES DE SUERTE
Por Carlos Valdés Martín
Al amanecer la joven limpiaparabrisas elige a su primer automóvil y se acerca con sigilo, escondiendo el bote con detergente, adivina la distracción de la conductora y salta hasta el cofre mientras lanza un chisguete de agua jabonosa. En una fracción de segundo expande espuma con una esponja hasta dibujar una cortina blanca. Su brazo zigzaguea veloz, luego de una zancada se mueve al lado opuesto y queda completa una espesura nívea. Tras un movimiento final del brazo aparece el cristal traslúcido. Promueve un gesto pidiendo clemencia a la conductora hierática, la cual acostumbrada a ese tipo de actos esquiva la mirada mientras escucha cual murmullo:
—Queda limpio, patrona… Deme una monedita —mientras abre más los ojos redondos que reflejan los rayos del sol matinal—… No he desayunado.
La conductora ha recorrido incontables veces la ciudad y se ha vuelto previsora, carga monedas en el cenicero, pues no faltan niños mendicantes que le rompan el corazón o limpiaparabrisas que ganen su caridad. Trae sueltos disponibles y los dosifica a lo largo del trayecto, abre una rendija de la ventanilla y entrega una moneda.
En esta ocasión la joven encontró una presa fácil y piensa: Cuanto más tarde en aparecer el primer enojón mejor; la calle es difícil, pero se gana a golpes de suerte
.
No transcurre una jornada completa sin un conductor agresivo y quien se queje de que el jabón del pobre limpiaparabrisas daña su vehículo al escurrirse. A ella ese lamento le parece absurdo y siente que es amiga (la mejor) de los parabrisas.
Un conductor agresivo toca el claxon, grita, manotea, acciona sus limpiadores automáticos y hasta abre la portezuela amenazando con perseguirla. En ese caso, ella corre cual gacela. Cuando se atemoriza trota y brinca como ninguna otra y le dicen Cierva, aplicando un apodo bien fundado y motivado. Quienes la apodan ahora ya olvidaron lo que ella contó de modo indiscreto, pero después guardó como un arcano.
A ella no le gusta reunirse con los demás vendedores y limosneros que rondan en las mismas esquinas. La moneda al líder o al policía en turno sí la paga, pero es un personaje insociable. No se junta con los otros desamparados en los largos viajes hasta las afueras de la ciudad, ni se esconde en los callejones para arroparse con cartón y cobijas sucias. Antes lo hacía, cuando era niña y estaba obligada a contribuir con el hogar disfuncional típico ensamblado con un padre alcohólico, madre incapaz, abuela paralítica, hermano primodelincuente
y una imagen de la Virgen de Guadalupe bajo el techo de cartón.
Semejante a miles de olvidados sociales, se esconde entre las grietas del sistema urbano, pero con un disfraz distinto. Al anochecer ella toma otro rumbo y se desliza hasta un enorme jardín público cercano. Prefiere ese bosque capturado entre el corazón de la ciudad, de ese sitio hace casa y cobija. No debería pernoctar ahí, pues a los vagabundos la ley (inaccesible y hasta gélida) no les permite dormir entre los árboles centenarios y la hojarasca fresca. Cualquier guardabosque urbano con malas palabras y hasta a golpes aleja al mendicante que pretenda dormir en ese enorme parque; sin embargo, para su fortuna la vigilancia falla y nunca es omnipresente.
Ella esconde un secreto: al caer la noche el contacto con árboles centenarios y arbustos que destilan aroma a sabia terrestre desencadenan el hechizo de Coatlicoe, representación náhuatl de la madre tierra ancestral. Alejada de cualquier mirada, la joven se convierte en verdadera cierva de porte esbelto. Una vez cumplida esa metamorfosis súbita, la limpiaparabrisas abandona las preocupaciones y se dedica a comer los brotes más frescos hasta que se cansa. A un mamífero pardo le es fácil confundirse entre la espesura de ese bosque y acurrucarse bajo los arbustos.
La madrugada se anuncia con pájaros y el rugido lejano de los vehículos que abastecen la gran ciudad. La primera claridad la regresa a humana y ella vuelve a la rutina de miradas suplicantes y manos enjabonadas. Tras encarnarse en mujer se apresura para dedicarse a escalar cofres. No le atrae tanto el dinero ganado (siempre escaso) sino la belleza de los parabrisas, donde adora una curva sensual del cristal traslúcido y perfección inaccesible. Odia que esos cristales estén sucios, los quiere a todos relucientes y sin manchas. Por eso se precipita con su jabón sin preguntar, escudándose en una cara de inocencia y dejando al arbitrio recibir propina.
Es increíble lo rápido que desaparece la tranquilidad del alba y unos minutos después cientos de vehículos ya están aglomerándose sobre las calles. Elige a su primer vehículo y tiene éxito: la primera dama conductora ha deslizado una moneda. La venada bajo la piel morena se regocija como ante el olor de yerbas frescas.
Pero lo bueno no dura por siempre y el Barrecho aparece: es un mendicante que está casi enloquecido de pasión por Cierva. La sigue y asecha, no le habla ni la seduce. Son obvias sus intenciones, pretende arrastrarla por los cabellos y desgarrar su sexo todavía inocente. Cada vez que lo ve venir ella escapa en dirección opuesta. Hasta ahora ha sido más rápida. Él se desliza por las esquinas, agacha la cabeza, desliza su rudo esqueleto y se aproxima con una mueca ansiosa en los labios. En cuanto ella lo descubre escapa despavorida.
El Barrecho es corpulento y sucio, un desheredado que hurga entre los botes de basura un poco de comida y sobrevive obsesionado con satisfacciones sórdidas. Olvida su miseria consumiendo alcohol adulterado y sobrevive colectando desperdicios. El rigor de la calle y una costra de mugre ocultan su edad, él podría ser un adolescente anciano o un viejo sin cumpleaños, pero todavía es vigoroso y resistente al sol ardiente o las lluvias inesperadas.
El Barrecho la busca y espía, conforme pasan las semanas va apretando el círculo. La sigue desde la distancia, pero no resiste el deseo turbio y se delata, pues se acerca con premura, sale corriendo para atraparla de inmediato y ella escapa con su agilidad. Así ha sucedido una y otra vez. Aunque es lerdo para comprender, él ha llegado a la conclusión de atraparla cuando quede dormida y se promete ser sigiloso, manteniéndose a la distancia: entretenerse con botes de bazofia o morderse una manga sucia y surcada de costras antes de evidenciarse.
Pasa un día de asecho y, esa vez, ella no lo ha notado. Barrecho se mantiene a prudente trecho cuando