«ES MI VIAJE DE LA NOSTALGIA Y LA NARRATIVA SUENA EN MI CABEZA. NECESITO NARRARME ESOS RECUERDOS»
e pasa sin darme cuenta. Entro en el carrete de mi iPhone para buscar una foto concreta. Elijo que la búsqueda sea por años o por meses y en unos segundos, sin apenas moverme, estoy ante los días que fueron, ante todos esos sucesos que en con fotos a las analógicas de cuando era pequeña que guardo —con ese olor a humedad y a químico—y que siempre son las mismas, pero cada vez que las veo me parecen nuevas, carteles de películas que he visto y muchas otras que no, libros, postales que mandé por correo y por Whatsapp. No me doy cuenta de que inicio ese viaje hasta que elijo la foto que buscaba y entonces vuelvo, siempre vuelvo. Dejo cualquier cosa que esté haciendo —algo habitual en mí—y abro esas miniaturas que esconden y a la vez me muestran el pasado con una nitidez abismal. Deslizo el dedo por cada una con esa impaciencia empujada por una descarga de adrenalina que te acelera el ritmo. Si tengo a alguien al lado le invado: mira, esto es de cuando tenía el pelo largo; mira, nació Vera de madrugada, parecía un duende; por esta ventana me asomaba durante la pandemia; mi primer viaje sola y mira, mira, mi primera casa; estas cajas de cartón las compré por internet para la mudanza, resulta que las medí mal y eran del tamaño de la palma de mi mano —le enseño una foto que no tiene nada de especial: la pared está torcida, mi mano en un primer plano al lado de una caja de cartón con un fondo de más cajas apiladas a la espera de que decidiera qué iba a hacer con ese error—, siempre me pasa lo mismo, mido todo mal. La persona que está a mi lado desconecta, se cansa de ese viaje por las fotos de mi vida, murmura, deja de escuchar. No importa, es mi viaje de la nostalgia y la narrativa suena en mi cabeza. Necesito narrarme esos recuerdos. Deslizo el dedo, de una época a otra, conecto con las sensaciones que tuve, pero con un matiz nuevo, con la experiencia del presente, como si consiguiera darle valor a lo que fue, comprender el aprendizaje. Me invade una especie de frustración que se me enquista por no haber sabido apreciar del todo lo que pasaba en ese instante y siento esa felicidad como un destello, con una claridad total, que no supe percibir del todo. Las fotografías se llevan el calor y el frío, el cansancio, ese dolor de cabeza punzante, las prisas y todo eso que puede empañar algún que otro momento, pero no se llevan lo bueno. Lo bueno permanece (por lo menos en la nube). A veces parece que el paso del tiempo es algo que pesa, como si ya hubiera sucedido lo importante. A mí me parece justo lo contrario. El paso del tiempo puede darte la perspectiva necesaria para saber que fuiste feliz por más que algo no te dejara verlo y te hace agarrarte a la certeza de que todavía quedan por vivir cosas que un día revisarás en un viaje por el carrete de tu iPhone.