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Catarsis: Bendita maldición
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Catarsis: Bendita maldición
Libro electrónico318 páginas4 horas

Catarsis: Bendita maldición

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Información de este libro electrónico

¿La historia es como nos la cuentan? ¿Realmente los humanos somos los seres más evolucionados en la tierra? ¿Hay más en este mundo de lo que conocemos? Todos los adultos de un campamento petrolero, en la Amazonia colombiana, aparentemente han fallecido, el campamento queda en manos de sus hijos y de algunos empleados nativos, Lucas viaja en busca de ayuda a casa de su tía Rebeca. Tratar de explicar todo lo que desencadenó estos acontecimientos será un arduo ejercicio para Lucas y un acto de fe y asombro para Rebeca y para Ricardo, el mejor amigo del papá de Lucas. Finalmente deciden viajar en compañía de un equipo de epidemiólogos en un intento por resolver el misterio de un mal que al parecer se extiende por el mundo entero. No se imaginan lo que les espera en el Putumayo, nada será lo que parece, conocerán personajes increíbles, lugares impresionantes que albergan la verdadera historia de la civilización. Tendrán el privilegio de recibir el regalo oculto detrás de la maldición y liderar junto con estos evolucionados seres el paso hacía una nueva era para la humanidad.
IdiomaEspañol
EditorialDianane
Fecha de lanzamiento13 sept 2018
ISBN9788829547142
Catarsis: Bendita maldición

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    Catarsis - Diana Rodríguez Angulo

    2015

    Publicado por:

    Diana Rodríguez Angulo

    drodriguezangulo@gmail.com

    Bogotá D.C. Colombia

    CAPÍTULO 1

    Un niño vagaba entre los muertos tocando con su tambor un lúgubre compás. Un monótono golpeteo se coló en el inquietante sueño, se fundió con el sonido del tambor y me hizo regresar a la realidad. Alguien tocaba la puerta.

    Un muchacho estaba parado en el antejardín. Había dejado mis gafas sobre el escritorio así que arrugué lo más que pude los ojos para enfocarlo. Traía una mochila colgada al hombro y la ropa sucia y arrugada, se veía cansado. Su cara me pareció familiar pero no lograba identificarlo. Como mi dificultad para reconocerlo era evidente, el muchacho decidió acercarse un poco, demasiado para mi gusto. De un salto me metí detrás de la puerta.

    Tranquila tía, soy yo... Lucas, ¿me voy dos años y me olvidas?

    ¡No lo puedo creer! Perdóname, es que estás muy cambiado, casi no te reconozco.

    Respiré aliviada, me abrazó fuerte y entró sin esperar mi invitación. ¿Lucas? ¿Qué hacía en mi casa? Hacía más de dos años que se había ido con su familia para el Putumayo, en ese entonces era todavía un niño. Lo observé más detenidamente, era él, un poco más moreno y con el pelo más largo. ¿Cómo no pude reconocerlo? Había en él dos rasgos que jamás olvidaría: sus bellos y enormes ojos pardos y su dentadura perfecta.

    Todavía aturdida lo seguí hasta la sala. No sabía qué hacer ni qué decir. Sentí que invadía mi intimidad y que su presencia me arrebataba el tesoro de mi soledad sin pedir permiso. Puede sonar horrible y egoísta de mi parte, pero en aquel momento sólo quería que desapareciera para poder seguir con mi cómoda rutina. Una clara sensación de desasosiego me advirtió que la presencia de Lucas traería cambios y esa sospecha logró llenarme de ansiedad.

    Oye ¿y tus papás? ¿No vinieron contigo?

    Lo dije con el único propósito de romper el silencio. El rostro se le cubrió con una sombra de melancolía, sus ojos se opacaron como sí se hubieran apagado, la sonrisa se le congeló, agachó la cabeza y se sumió en un silencio que yo no sabía cómo romper. Se revolvía en la silla, restregaba sus manos y no lograba tener las piernas quietas un segundo. Recurrí a la foto que tenía de su familia, sobre la mesa auxiliar junto al teléfono, para cambiar de tema:

    Los he extrañado mucho, sobre todo los domingos, ¿te acuerdas que almorzábamos juntos y después jugábamos parqués hasta tarde? – Sonrió levemente y su cuerpo se relajó. Era la señal que esperaba para recuperar mi conexión con él. No lo pensé más, me acerqué sin decir nada y lo envolví en un abrazo apretado.

    Dos lagrimas enormes rodaron por sus mejillas, se notaba el esfuerzo que hacía por retenerlas. Y el silencio, la sombra en los ojos, la sonrisa paralizada. ¿Cómo penetrar en ese mundo caótico que se podía adivinar en el gesto desgarrado de su rostro, por momentos tan expresivo y de repente como de piedra?

    ¿Lucas, tus papás saben que estás acá? – No hubo respuesta, tampoco insistí.

    ¿Quieres comer algo? – Regresó de su trance y respondió con un gracioso gesto de gato goloso.

    Calenté un poco de sopa que había quedado del almuerzo, le preparé dos sándwiches gigantes de jamón y queso y un vaso de leche. Devoró todo lo que le serví, abrió la nevera y cortó otro pedazo de queso.

    Terminó de comer, se levantó de la mesa, cogió su mochila y me mandó un beso con la mano. En ese momento sonó el teléfono, pensé que podría ser Arturo para avisarme de la llegada de Lucas. Era Laura, la vecina, no pude cortar la llamada sin parecer grosera. Cuando por fin colgó fui a buscarlo a la alcoba de huéspedes. Se había acostado vestido sobre las cobijas y el sueño lo había vencido… o fingía para evitar mis preguntas.

    Me dejó sin respuestas y sin explicaciones, con un montón de dudas y un interrogante martillándome la cabeza hasta hacerla doler ¿Qué había pasado con mi hermano? ¿Sabía qué Lucas estaba conmigo?

    Alo, ¿con quién hablo?

    ¿Quién eres? - Una voz infantil respondió con otra pregunta.

    ¿Quién eres tú? – Pregunté sorprendida, Lucas era el único hijo de mi hermano –. Me pasas a Arturo, por favor.

    ¿A quién?

    ¡A Arturo! – Repetí impaciente. - Oye, por favor pásame a una persona grande

    Quiereque le pase a alguien grande. – Dijo con una risita burlona, alcancé a escuchar que otro niño se reía, pensé que había marcado mal así que intenté al celular:

    " Este es el celular de Arturo Echandía, por favor deje su mensaje, ahora no puedo atender su llamada"

    ¡Arturo, soy Rebeca! Lucas está conmigo, llámame apenas puedas.

    Fue una noche infame. El niño del tambor seguía tocando su monótono compás y cambiaba de rostro a cada paso. Unas veces era el de Arturo, otras el de Lucas o el de niños desconocidos. Una horda de chiquillos me rodeaba riendo a carcajadas. Mi subconsciente trataba de encontrar una explicación y para hacerlo ensambló escenas pasadas con personajes actuales y una lógica disparatada. Desperté a medias muchas veces, revolví la realidad con los sueños y eso hizo peor mi confusión. No conseguía salir del todo del letargo ni tampoco detener mi mente para lograr un estado que me permitiera un análisis objetivo de la situación.

    La puerta se abrió. Era Lucas. Cerré los ojos. No sé por qué de pronto sentí que debía aplazar las preguntas, dejarlas sin respuesta, no saber. Se sentó con suavidad en el borde de la cama, como si no quisiera despertarme. Sabía que me necesitaba, por algo había ido a mi habitación a esa hora de la madrugada. No me pude resistir y abrí los ojos. De inmediato se acurrucó a mi lado y se dejó llevar por un llanto silencioso y ahogado. Me abrazó y lloró, lloró y siguió llorando por un buen rato. Hubiera querido consolarlo, pero no encontré las palabras adecuadas para aliviar su pena. De pronto sin darme una pausa para poder asimilarlo dijo:

    Mi papá y mi mamá están muertos.

    No debí reaccionar así. Lo empujé, le di la espalda y me acurruqué abrazando la almohada. Pero es que sentía que me faltaba el aire, que me ahogaba en esa sensación de impotencia, de angustia y de rabia. Ni siquiera lograba llorar. Arturo y Adriana no podían estar muertos. Entonces lo entendí: lo que había en los ojos de Lucas era la mirada de los que se quedan solos en la vida. Respiré profundo, necesitaba recuperar la compostura, le pedí al llanto que acudiera en mi ayuda para compartir su dolor. Lo abracé y lo dejé que llorara conmigo, que desatara ese nudo que llevaba conteniendo desde el mismo momento en que llegó a mi casa.

    Poco a poco se fue calmando, su llanto se suavizó hasta convertirse en una serie de suspiros y más tarde en una respiración acompasada y serena. El mío siguió su ritmo hasta que por fin cesó ¿Cómo pasó? ¿Cuándo? ¿Por qué nadie me había avisado? ¿Por qué le permitieron a Lucas viajar en ese estado? Cuando al fin logré reaccionar y quise preguntarle los detalles, Lucas se había quedado dormido. Aliviado por el desahogo, arropado por mis lágrimas y seguro de nuevo bajo mi protección dejó por fin que el sueño lo venciera.

    CAPÍTULO 2

    Después de tan amarga noticia, dormir se había convertido en un intento imposible. Me levanté con cuidado para no despertar a Lucas, lo abrigué y bajé a la cocina por un café. E l reloj del microondas marcaba las cuatro y media de la mañana. Un café, un vaso con agua, un cigarrillo, la primera media hora.

    Otro café, otro vaso con agua, media hora y un cigarrillo más. Las seis. Llevaba hora y media dándole vueltas al asunto y todavía no tenía la menor idea de lo que debía hacer. En vano trataba de organizar una agenda de acción, yo, que con tanto esfuerzo me había entrenado para no planear casi nada.

    Debía tomar tantas decisiones, necesitaba enterrar dos cuerpos y organizar un funeral. No sabía qué tan complicados podían ser los trámites, así que me preguntaba una y otra vez: ¿Los traemos, los enterramos allá? ¿Habrá funeraria en San Pedro de la Paz? ¿Cómo se traen unos cuerpos en avión? Tenía también que avisar a la familia y a los amigos. Eran demasiadas cosas al tiempo, tantas que creí que me iba a enloquecer. Estaba agotada, no había dormido casi nada y para completar moría de tristeza.

    Volví a mirar el reloj: las seis y media y yo sin poder decidirme entre lo urgente y lo importante, algo sencillo si hubiera sabido, de todo lo que tenía en la cabeza, qué era lo uno y qué lo otro. Fue justo en ese momento cuando se me ocurrió llamar a Ricardo, si alguien podía apoyarme era él: poseía una mente práctica, una actitud serena y, lo más importante, los contactos necesarios para agilizar esos trámites que intenté obviar, olvidar o aplazar inútilmente, aunque eran urgentes e inevitables.

    Mientras esperaba su llegada recordé el sueño de la noche anterior, el mismo que se repitió minutos antes de la llegada de Lucas cuando el cansancio me venció. Me preguntaba si había sido un aviso, una premonición o algo así: iba caminando por una ciudad gris y silenciosa, por todas partes había personas con la piel herida, sangrante ¿Eran sobrevivientes de un desastre o cadáveres sin enterrar? Los que aún se movían estaban ciegos, caminaban sin rumbo y en sus ojos no había vida. Gemían y lloraban, algunos tropezaban con los muertos tirados como muñecos de trapo por las calles. Y yo sólo corría, como si corriendo pudiera escapar de esa pesadilla, corrí toda la noche hasta que por fin giré en una esquina y el niño del tambor apareció para salvarme.

    Un carro se estacionó en la entrada trasera, Ricardo había llegado y con él el alivio. Aunque me negara a reconocerlo, su presencia para mí era siempre una bendición.

    Ricardo, gracias a Dios llegaste. — Su abrazo me reconfortó, por fin podía permitirme llorar con toda el alma.

    ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué tienes? — Sus manos sobre mi espalda lograron consolarme, entramos. - ¿Un café? – pregunté. Acercó una silla a la barra de la cocina y me interrogó con la mirada.

    Es Lucas, mi sobrino, llegó anoche… – Alcancé a decir entre sollozos. Necesitaba calmarme, cada vez que tocaba el tema el llanto era inevitable.

    ¿Y Arturo? ¿No vino con él?

    No, es que no te imaginas lo qué pasó, es terrible.

    ¿Qué pasó?, espero que no tenga que ver con… no traigo buenas noticias, estaba esperando que fuera más tarde para llamarte cuando recibí tu llamada.

    ¿Entonces ya sabes lo de Arturo?

    No, justamente te iba a llamar para preguntarte por él.

    No entiendo, si no sabes lo que pasó por qué querías saber de él.

    ¡Ya, Rebeca no más! dime de una vez por todas que carajos está pasando.

    Bueno está bien, pero no me hables así…es que… Arturo y Adriana están muertos, por eso Lucas vino a buscarme.

    No sé qué me pasó, le di la noticia con total frialdad, no tuve siquiera la delicadeza de prepararlo. Se agarró la cabeza y cruzó sus manos sobre la nuca, no dijo nada, pero sus ojos se humedecieron, ¿de qué otra forma podía reaccionar?, eran muy amigos, fue por Arturo que lo conocí.

    Cinco años atrás, en el funeral de Alejandro, Ricardo se acercó a saludar a Arturo. Apenas lo vi, pensé que era el hombre más bello que había conocido. Me sentí mal, una vocecita interior me decía – por Dios Rebeca, acabas de enviudar – pero yo sólo veía esos ojos grises y esa sonrisa. Recordaba incluso cómo estaba vestido: jeans, chaqueta de pana y botas de trabajo. Su ropa, poco apropiada para un funeral, a mí me encantó, y su desparpajo, y su pelo largo… era tan auténtico, tan él mismo. Increíble, lo conocí el día que estaba enterrando a mi marido y me hizo sentir cosas por las que aún me siento culpable.

    Me acuerdo que salimos a fumar y yo, que siempre hablo hasta por los codos, no sabía qué decir, sólo los miraba. M i hermano no se quedaba atrás, era un tipo muy atractivo, recuerdo que mis amigas iban a mi casa sólo para verlo. Arturo… entendí de pronto la magnitud de su ausencia, el carácter definitivo de lo que estaba sucediendo, me estremecí al recordar que ya no lo vería más , ya nunca volvería a chuzarme los gorditos de la espalda ni a hacerme cosquillas hasta verme furiosa. Le encantaba hacerme rabiar. La voz de Ricardo me trajo de nuevo a la realidad.

    Anoche encontré un montón de mails, todos de Fueldenk.

    ¿Fueldenk?

    La petrolera en la que trabaja Arturo — Sacó su portátil del maletín, lo abrió y comenzó a trabajar, encendió un cigarrillo y me ofreció uno. — Sus ingenieros estuvieron en el yacimiento de San Pedro de la Paz probando unos equipos, regresaron hace una semana y ayer murieron.

    No puede ser… ¿o sea que lo que mató a Arturo y Adriana los mató a ellos también? ¿Es contagioso? ¿Qué te dijeron?

    Ni idea, para eso me escribieron, querían saber si hay algún brote infeccioso en el Putumayo o acá en el país. No hay alertas, al Instituto no ha llegado ningún informe - Me mostró en la bandeja de entrada de su correolos mails de los que hablaba.

    ¿Pero tuvieron algún síntoma?

    Nada fuera de lo normal, se acostaron a dormir y no despertaron. Por eso vine a preguntarte por Arturo… ¿Lucas dijo algo?

    Nada, ya te dije, no hubo tiempo.

    Entiendo. Vas a tener que despertarlo, necesitamos saber qué pasó, cualquier cosa puede ser una pista, lo que está pasando me desconcierta, tantas personas no pueden morir así, de un momento a otro.

    ¿Ricardo Eslava desconcertado? Supe entonces que estábamos en problemas. Si uno de los mejores biólogos moleculares del país no sabía qué hacer, entonces ¿quién? Aunque desde el fondo de mi corazón le daba gracias a Dios por tener a Ricardo conmigo. Llegó justo cuando estaba a punto de derrumbarme, asustada y abrumada con todo lo que tenía que hacer. Había olvidado que la realidad reclamaba acciones de mi parte para resolver lo pendiente; hubiera preferido no pensar en eso, pero tenía que hacerlo.

    Ricardo ¿qué voy a hacer con Arturo y Adriana? Sus cuerpos están todavía en el conjunto residencial de la petrolera. No tengo ni idea de esos trámites ¿Tengo que traer los cuerpos? ¿Cómo los traigo? O ¿será mejor enterrarlos allá, en el pueblo? – De nuevo el llanto me vencía, tenía que ser fuerte y afrontarlo. – Perdón, es que de verdad no sé qué hacer.

    Tranquila, estaba informando a Fueldenk y al Instituto de la muerte de Arturo. Me preguntan si hubo más casos, ¿te das cuenta? por eso es tan urgente hablar con Lucas. Por los cuerpos no te preocupes, ellos se hacen cargo de todo. Igual tenemos queesperar, hay que hacer autopsias.

    Ya no podía parar de llorar, estaba abrumada y necesitaba un abrazo… su abrazo. Creo que Ricardo leyó mi mente porque se levantó y me estrechó fuerte entre sus brazos.

    Ven acá, ya deja de llorar, mejor despertemos a Lucas, eso sí es urgente .

    Lucas acababa de aparecer en la puerta de la cocina. Ya estaba vestido, se acercó y me dio un beso. Qué grande era, creo que más que Arturo… con todo lo que había pasado la noche anterior no me di cuenta de lo mucho que se parecían.

    Hola, ven, quiero presentarte a alguien.

    Hola – Se quedó mirando a Ricardo tal vez tratando de recordar dónde lo había visto antes. – Yo te conozco.

    Claro que me conoces, soy Ricardo Eslava, amigo de tu papá

    Ah sí, ya recuerdo, te vi varias veces en mi casa, ¿mi tía ya te contó?

    Si, de verdad lo siento. – Le expresó su solidaridad con unas palmadas en la espalda, sin sentimentalismos y con esa aparente indiferencia de los hombres, luego lo invitó a sentarse junto a él en la barra. - Es mucho más grave de lo que parece.

    ¿Cómo así?

    Tus papás no son los únicos.

    Sí, yo sé

    ¿Ya sabes? Pero si yo me enteré apenas anoche

    ¿Sabes que todos los papás del conjunto se murieron?

    Miré a Ricardo para analizar su reacción. Se había puesto pálido, su boca trataba de formular una pregunta que al parecer no lograba organizar, cuando por fin la pronunció no fue la que yo estaba pensando, ignoró la última frase de Lucas y aclaró:

    Cuando dije que había más muertos, no hablaba ni de tus papás, ni del conjunto residencial en San Pedro, sino de otras personas, en varios lugares del mundo. Por eso es tan importante que nos cuentes todo lo que pasó.

    ¿Quieres decir que…? no, no entiendo nada, ¿Otras personas? ¿Dónde?

    Ricardo puso a Lucas al tanto de lo que estaba sucediendo en los otros campamentos y le preguntó:

    ¿Tus papás se sintieron mal, los notaste enfermos?

    La noche anterior se veían bien, igual que siempre, es más,cuando llegué estaban en la terraza tomando vino y hablando, se acostaron tarde.

    ¿Cuándo te diste cuenta de que…? – preguntó Ricardo

    Ayer por la mañana, me desperté como a las nueve y se me hizo raro que no se hubieran levantado. Fui a buscarlos y estaban dormidos. Los llamé, pero no se despertaron. Subí la voz y los volví a llamar. No reaccionaron. Cuando toqué a mi mamá estaba fría y muy pálida. Mi papá también. Les busqué el pulso, nada, puse mi oído en la nariz de mi mamá, nada. Me desesperé, la cogí por los hombros y la sacudí, pero no reaccionó. Se me pasaron mil cosas por la cabeza. Todas, menos que estuvieran muertos.

    ¿Qué hiciste? — Pregunté

    Cogí el celular de mi papá y marqué al número de emergencia de la petrolera, no contestaron, entonces corrí a la casa de Valeria. Me abrió llorando iba para tu casa, mis papás están como muertos, dile a tu papá que venga.

    No puede ser ¿Cuántos fueron? – Ricardo pedía datos más concretos

    Ya te dije…todos los papás del conjunto.

    Sí, yo sé, pero ¿cuántos?

    Como treinta, no sé exactamente

    ¿Y los niños?

    Están bien, no los vi enfermos.

    Ricardo deja que termine de contar, sigue Lucas.

    Entramos a la casa de Valeria, sus papás se veían igual a los míos, ya no podía seguir engañándome, estaban muertos. Cuando íbamos para la casa de Mateo nos dimos cuenta de que era peor de lo que pensábamos. En la calle siguiente oímos que lloraban, era un bebe tratando de despertar a su mamá, de ahí en adelante fuimos de casa en casa recogiendo niños, no los podíamos dejar solos.

    ¿Qué hicieron con ellos? - Tuvo que ser horrible, se van a dormir en una vida casi perfecta y despiertan con sus papás muertos.

    Valeria reunió a las otras niñas, les dijo que tenían que ser fuertes porque esos niños las necesitaban, los llevaron al salón comunal, sacaron las cosas de los niños de sus casas y se convirtieron en mamás. Lo del instinto maternal en las mujeres es en serio.

    ¿Ningún adulto sobrevivió? – Ricardo insistía en obtener datos.

    Si, los trabajadores del conjunto.

    ¿Cómo así? … — Ricardo balanceaba la pierna derecha como siguiendo el ritmo de una canción sin sonido — creí que afectaba a todos los adultos.

    Yo también, entonces se me ocurrió llamar a la portería y me contestó Pedro. Le pregunté cómo estaba y me dijo que bien, le pedí entonces que llamara al centro médico del conjunto desde la portería. Me preguntó qué estaba pasando y no quise entrar en detalles, sólo le dije que tenía una emergencia, que era urgente. Entonces me dijo que mejor le decía al jardinero, al portero y al de la piscina que fueran a ayudarme

    Por eso, el celador, el portero, el jardinero y el de la piscina están vivos ¿por qué? – Ricardo tenía razón, tomó nota de ese detalle y resaltó el texto.

    No sé, pero nos ayudaron a sacar los cuerpos de las casas y se los llevaron al centro médico. Hablé con Mateo y Simón y decidimos llamar a Jerónimo para pedirle ayuda.

    ¿Jerónimo? - pregunté

    Un amigo del colegio llegó como media hora después con su papá.

    ¿Con el papá? ¿No pensó en el riesgo? yo no hubiera entrado ni loco, por lo menos no sin tomar precauciones.

    No tiene nada de raro, llegaron a ayudar — Lucas remató su frase con una sonrisa irónica.

    Yo no hubiera entrado, no tengo la menor intención de morirme…. Perdón, se me salió.

    Tranquilo, ¿les sigo contando o qué?

    Si Lucas, no le pares bolas, sigue.

    Pregunté si sabían qué estaba pasando, sólo dijeron que teníamos que pedir ayuda a Orito, los únicos médicos en San Pedro eran los que atendían en el centro médico del conjunto y también estaban muertos.

    ¿Los médicos? – preguntó Ricardo

    Si, cuando llevaron los cuerpos al centro médico los encontraron muertos.

    Qué enredo —Ricardo sacó un cigarrillo de su chaqueta y se fue a fumar a la cocina, me moría de ganas por uno, pero no quería dejar a Lucas solo en la sala.

    Si, lo primero que uno piensa es que es un virus, pero todos los niños y algunos adultos están bien, ¿qué tienen en común esos adultos?

    Que son del pueblo. — Me pareció que Lucas lo había dicho sin pensarlo, pero su comentario hizo reaccionar a Ricardo.

    Eso es, ¿los médicos no eran del pueblo?

    No, estaban haciendo su práctica obligatoria en el centro médico de la petrolera.

    ¿Y el personal es de allá?

    Sí, viven en el pueblo.

    Ricardo apagó el cigarrillo, corrió al sofá y abrió de nuevo su computador. — Sólo los adultos no nativos enfermaron. — Me preguntaba cómo hacía para seguir el relato, enviar mails, tomar apuntes, gestionar ayudas e investigar, todo al mismo tiempo y sin confundirse.

    Yo sólo quería salir de allá. Fui a mi casa, metí ropa en una mochila, le saqué a mi papá la plata y la tarjeta débito de la billetera, cogí mi celular y el de él. No me despedí de nadie, caminé hasta el puerto y tomé el primer cayuco que salió para Orito. Apenas llegué fui a la estación de policía para hablar con el comandante.

    Lo de siempre, Lucas llegó desesperado en busca de ayuda y una agente consideró que no necesitaba ni siquiera consultarlo con su superior, según su criterio no era relevante. Le informó que el comandante estaba atendiendo una visita oficial de la gobernación y que sus órdenes de no interrumpirlo eran tajantes.

    Vieja hijue…. – Dijo Lucas. Le abrí los ojos para impedir que completara la palabrota – No había ningún otro policía por ahí y a ella ni le importó averiguar lo que tenía que decir.

    ¿Y qué hiciste? – Era el colmo que actuaran así pero no quise ahondar en el tema

    Me fui para el hospital, pero no me creyeron… la verdad es que me puse a llorar y a gritar como loco, me imagino que pensaron que estaba drogado o borracho. Al final me dijeron que iban a mandar a alguien a investigar, creo que fue lo único que se les ocurrió para que yo me fuera, no sé si al fin lo hicieron.

    No puedo creer que sean tan inconscientes, por lo menos debieron tratar de averiguar si era cierto lo que decías.

    No sé, pero entonces se me ocurrió venirme para acá. Me fui para el aeropuerto. No me quisieron vender el pasaje por ser menor de edad. Hice la fila de los que iban a viajar y esperé, apenas el vigilante se descuidó pasé la puerta, me faltaba entrar al avión, hice lo mismo, apenas pude entré, me senté, me hice el dormido… y acá estoy.

    ¿Viajaste colado en un avión? – Me parecía increíble

    Tenía que hacerlo. - Creo que esa última frase le hizo recordar a Lucas lo qué lo había traído a mi casa. Se levantó, subió el tono de voz y comenzó a ir y venir por la sala - Vine a buscar ayuda, tenemos que ir a San Pedro, necesito saber qué pasó.

    Y evitar que siga pasando, pero cálmate Lucas. —Ricardo lo seguía de lado a lado de la habitación

    ¡Tengo que volver, sus cuerpos están allá tirados, todo pasó tan rápido que no tuve tiempo ni de despedirme…! — La voz se le quebró,no pudo seguir, su dolor me recordó el mío.

    Espera Lucas, – Ricardo trataba de

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