Trátame Suavemente
Por Edwin Zapata
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Eduardo Gonzlez Viaa Escritor
Desde Asalto al Desnudo a Trtame Suavemente existe la confirmacin de que Amrica tiene un narrador de una mirada que traspasa pieles y escarba almas con la misin de recordar que tenemos marcas de barro, sangre, y mucha, pero mucha, esperanza.
Csar Clavijo Arraiza Periodista y docente
Juliana podemos ser todas, por eso Trtame suavemente es valiosa, porque te refl eja a ti a m y a cualquier mujer actual.
Luca Gonzlez Actriz y escritora.
Edwin Zapata
Edwin Zapata Figueroa (Laredo - Perú, 1978). Estudió en el Colegio Centenario San Juan de Trujillo y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO). Ha publicado cuentos y reportajes en revistas y diarios en Cajamarca y Trujillo. Trabajó como responsable del área audiovisual de la empresa Sonoviso; dirigió y produjo el programa magazine TRACK TV en la ciudad de Cajamarca. En el 2004 publicó su primera novela: “Asalto al Desnudo” (Editorial Petroglifo). Actualmente reside en Dallas, donde formó junto a dos amigos una productora audiovisual, escribe en su propio blog “Los cuarenta de mis cuarenta” y dirige la revista online “Uptown Latino Magazine”. “Trátame Suavemente” es su segunda novela.
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Trátame Suavemente - Edwin Zapata
Copyright © 2013 por Edwin Zapata
Fotografía: Orlando Sánchez
Modelo: Leticia Alaniz
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2012920057
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-4243-2
Tapa Blanda 978-1-4633-4242-5
Libro Electrónico 978-1-4633-4244-9
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
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431601
Índice
Dedicatoria
Agradecimientos
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
Gracias Señor por estar allí siempre. Donde escribo una palabra me das una frase, donde veo una historia me das inspiración, y donde enciendo una vela tú enciendes una luz.
Los sueños son sumamente importantes. Nada se hace sin que antes se imagine. (George Lucas)
Si puedes imaginarlo, puedes hacerlo.
(Walt Disney)
Dedicatoria
A mis padres Carlos y Rosa, y a mi mamá Nelida por su apoyo constante, como a mis hermanos Karla y Joel que siempre estuvieron allí. Y a mi hijo Jhonatan, por esas largas horas de conversación sobre novelas e historias.
Agradecimientos
Esta novela no sería realidad sino hubiera contando con el apoyo de amigos cercanos, como lejanos. Todos aportaron su granito de arena para que la historia de Juliana Monte Cruz tomara forma.
A Gigi Murillo, esa brujita quien me dio la idea, a Miguel Garnett que a pesar que estamos lejos, sus consejos siempre estuvieron presentes en mi mente. A Lucía González por su apoyo constante en las correcciones de mis novelas y cuentos. A mi mejor amigo, Erik Mora, por todas esas horas de charlas y trabajos audiovisuales.
A Leticia Alaniz por su amistad. A Michelle Menache por sus sueños y su amor por la música. A Josephine, por demostrar que los verdaderos amigos sí existen. Para Hugo Valdez, por su amistad eterna. A Ana Parada, y a todo el equipo de Uptown Latino, por su profesionalismo y dedicación. Y para aquellos amigos que se alejaron y a los que siguen hasta hoy.
Gracias a todos.
I
Llevo tres semanas sin probar bocado. Observo botellas vacías de tequila regadas por mi cuarto y mi alma está a punto de abandonarme. Ni el sueño me devuelve las energías perdidas. Vuelvo a lo mismo ni bien despierto.
Siempre he escuchado que morir quemada o ahogada es una de las peores maneras de irse de este mundo, pero yo no estoy de acuerdo. Morir avasallada por los recuerdos es lo peor, aquellos que nunca se van, que permanecen intactos en tu cabeza, que te martillan el alma como clavos de acero.
Me odio por sentir eso, me odio por todo lo que hice y dejé de hacer.
Me odio por lo estúpida que fui al no darme cuenta de lo que estaba pasando a mi alrededor. Me odio por no tener la solución o el consejo correcto para salir de este atolladero.
Me era fácil sentarme a escribir historias en las cuales mis personajes principales eran heroínas en este mundo machista. Tres premios e innumerables reconocimientos no son suficientes para salvarme porque todo cambia cuando una escritora empieza a vivir su propia novela.
Pero así son los avatares de la vida y estoy a punto de pegarme un tiro porque ya no le encuentro sentido a este mundo. Mis tres hijos son mayores, ya tomaron su rumbo y mi familia, la que creí estaba conmigo, me traicionó. Si soy la protagonista de esta novela, mi madre sería la bruja del cuento, la villana de la película. Hasta ganaría un Oscar por su actuación.
Desaparecí de Dallas hace un mes cuando descubrí el secreto que mi esposo Rafael guardó por más de veinte años. No me importó mandar al diablo la presentaciones de mi nueva novela en Miami, Los Ángeles, New York y México.
Nadie sabe dónde me encuentro. No tuve el valor de decirle a Bruno, mi único amigo y editor de mis novelas, a donde iba. A estas alturas debe estar como loco buscándome.
Escribir mi testamento estaría de más, lo dejo así, como si nada hubiera pasado. Esteban, mi hijo mayor, nunca tomaría posesión de la casa donde vive mi madre. Ellos nunca tuvieron buena relación. Mis hijos Almendra y Santiago tampoco quieren saber nada de ella ni de mi esposo por eso decidieron irse con los hijos de mi primer amor. Explicarles toda la historia me tomaría tiempo, y tiempo es lo que no tengo.
Está decidido. Hoy será mi último día en esta tierra. Nunca más se burlarán de mí. Quizás sea una manera cobarde de morir, sin dar la cara al mundo; pero a estas alturas me importa un carajo todo.
Llegué a esta casa en Dolores Hidalgo, ciudad que me cobijó con su cálido clima por muchos años mientras escribía mis novelas. Ahora todo se ve tan sombrío. Traje conmigo aquel revólver que me obsequió Rafael, mi aún esposo, para defenderme si alguien ingresaba a la casa.
Algunos rayos de sol se filtran por las cortinas. Salgo del baño tambaleándome, mis piernas están muy débiles, los efectos de las pastillas, el tequila y la falta de comida han dinamitado mis fuerzas y, poco antes de tomar el revólver y llevarlo a mi boca, caigo sobre el piso de madera. No siento mi cabeza, ni mis brazos y sólo escucho el sonido del impacto. Mi visión se oscurece y sí, es verdad, que en el fondo de aquella oscuridad aparece esa pequeña luz que viene por mis veintiún gramos que pesa el alma.
Despierto y una luz blanca no me deja abrir los ojos. No estoy en el cielo, tampoco en el infierno; sigo en la tierra, acostada en la cama de un hospital. A mi lado se encuentra mi hijo Esteban, con los ojos llorosos. Al otro extremo, mi fiel amigo Bruno grita muy emocionado al ver que recobro mis sentidos. Mis otros dos hijos aparecen a los pocos segundos. Mi cama es rodeada de caras conocidas, y yo muy avergonzada no me atrevo a mirarles. Lo único que quiero es estar sola, ¿por qué no me dejaron abandonada en aquella casa? No pedí que me salvaran, tampoco pedí que vinieran, no quiero su lástima.
Vuelvo a cerrar mis ojos y con las pocas fuerzas que tengo cubro mi rostro con la sábana. Escucho la voz de Esteban que les pide a todos que abandonen la habitación.
—Ya estás sola mamá.
—Vete tú también —le respondo con voz ahogada. Precisamente, a él es a quien no quiero ver.
—Anduve como un mes buscándote. Casi le rompo la cara al gay de tu editor, pero cuando me enteré de los motivos de tu desaparición, le rompí la cara al tipo que tienes por marido y si no pagaba la fianza ahora no estaría aquí a tu lado.
—¿Qué hiciste?
—¡Le partí la madre al puto de Rafael! Pasé un día en prisión porque la policía apareció, pero luego de escuchar los motivos y mi desesperación por encontrarte me facilitaron la fianza y retomé la búsqueda con Bruno hasta encontrarte en Dolores Hidalgo.
—¿Y dónde estamos ahora?
—Tu estado era crítico, estuviste inconsciente por unos días en esa ciudad y cuando mejoraste regresamos a Dallas.
—Ya estoy bien, ya te puedes regresar a Los Ángeles —respondo sin quitar las sábanas de mi rostro.
—Mamá, no actúes como niña, déjame verte.
Esa palabra ‘mamá’ con el tonito que emplea mi hijo me parte el corazón. Muestro mi rostro demacrado, con mis cabellos grasosos por los días que llevaban sin aseo.
—Sigues siendo bella —sonríe con ese rostro que me hace recordar a su padre. Se sienta a mi lado y toma mis manos, las besa con ternura sin dejar de mirarme, luego pasa sus manos por mis mejillas, mi frente y vuelve a posar sus ojos sobre los míos. Era la viva imagen de su padre: grandes ojos, cabello lacio y sus labios tan delineados, que más de una mujer me lo había dicho, eran su encanto.
—Él no merece ni una lágrima o sacrificio tuyo. Aún eres joven y puedes encontrar a alguien que te quiera de verdad.
Suelto una pequeña carcajada. Estoy a tres años de entrar a los cincuenta. Ya no soy tan joven, mi cuerpo ya no tiene la silueta de antaño, las patas de gallo han invadido el contorno de mis ojos, mis senos permanecen levantados gracias a los trucos del brasier. ¿Qué encanto puedo tener?
—No trates de levantarme la moral con mentiras —le digo con tono amable acariciando sus manos. Recobro la confianza con Esteban y decido preguntar por su padre.
—Ese fue el motivo principal que me trajo a Dallas —su voz cambia y baja la mirada. Algo malo había sucedido—. El cáncer de Daniela avanzó demasiado y la internaron de emergencia a los tres días que desapareciste. Estuvo en el hospital dos semanas y no resistió…
—¡Por Dios! —llevo mis manos a mi rostro.
—Murió hace cinco días. Felizmente ya te había encontrado y pude estar con mi padre el día de su entierro.
La noticia me deja con el cuerpo descontrolado. Daniela fue como una madre para Esteban. ¿Cómo pude ser tan egoísta con mis hijos? Su enfermedad no me fue ajena, lo sabía por ellos, pero nunca pensé que Daniela empeoraría tan pronto. Ella, todo el tiempo, luchó contra el cáncer por Leonardo y sus hijos, y yo quise quitarme la vida porque descubrí que mi esposo tuvo como amante a mi hermana por más de veinte años.
—Daniela quería verte —Esteban retoma la plática—. El detalle nos pareció curioso, pero como nunca tuviste mala relación con ella accedí a llamarte pero no estabas por ningún lado. Al ver que no aparecías decidió escribirte una carta para dártela si es que no llegabas a verla a tiempo —Esteban saca un papel de su bolsillo y me lo entrega—. Y creo que debes leerla a solas, estaré en la sala de espera —me da un beso en la frente y deja la carta sobre mi cuerpo.
II
Quizás te sorprenda que te escriba… y disculpa la letra, es que ya no puedo controlar bien mi mano derecha. Espero verte para decirte en persona lo que una vez vi y nunca tuve el valor de confesarte y ahora que me encuentro en este lecho del cual no saldré, no quiero irme sin antes decírtelo.
Hace un par de meses cuando regresaba de Houston, me detuve a comer en un restaurante y ahí vi a tu esposo saliendo del hotel que estaba en frente. Iba con tu hermana Carmen. Ambos ingresaron al restaurante y su trato era de unos jóvenes enamorados.
Discúlpame si te rompo el corazón, pero no podía seguir guardando este secreto. No sé qué medidas tomarás a raíz de esta confesión, pero lo único que te pediría es que cuando te recuperes cuides de Leonardo. Decirte esto no deja de sonrojarme, pero no soy estúpida como para no darme cuenta que entre ustedes siempre hubo una chispa de amor que nunca se apagó a pesar que tenías esposo y él me tenía a mí.
Ahora no habrá nada que les impida estar juntos y estoy segura que él no te fallará y tú tampoco.
Les deseo lo mejor.
Daniela.
Cuando terminé de leer la carta, las lágrimas brotaban de mis ojos como manadas de ovejas en el campo. El dolor por la confesión de lo que vio Daniela ya me era normal, había inundado de lágrimas la casa de Dolores Hidalgo por culpa de esa traición, pero lo que me martillaba el corazón era lo que decía en