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La culpa es de la ensalada y otros cuentos: primera parte
La culpa es de la ensalada y otros cuentos: primera parte
La culpa es de la ensalada y otros cuentos: primera parte
Libro electrónico60 páginas45 minutos

La culpa es de la ensalada y otros cuentos: primera parte

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En esta colección de historias se reflejan ideas y pensamientos que me han asaltado desde hace años. Los personajes que describo ofrecen su punto de vista particular del mundo, incluso si éste es oscuro o malvado; sus actos tienen consecuencias inesperadas, hasta los más nobles o instintivos, y eso, a mi parecer, es la esencia misma de la vida. Nada es como nosotros lo percibimos; siempre hay algo en nuestro interior que modifica los hechos para transformarlos en nuestra verdad particular, inmutable a pesar de la verdad de los demás. Otras historias son simplemente una imagen, un chiste o un pensamiento, pero encierran una lejana sensación de realidad. Son posibles y en parte ciertas, y eso es lo que me ha llevado a plasmarlas. Espero que disfrute con mis relatos y, si tiene pensamientos similares, le animo a escribir los suyos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 dic 2015
La culpa es de la ensalada y otros cuentos: primera parte
Autor

Leopoldo Ceballos del Castillo

Leopoldo Ceballos del Castillo nació en Madrid entre el 24 y 26 de agosto de 1978. Licenciado en Ingeniería Informática por la University of Lincoln (Inglaterra) en el año 2001.Al acabar sus estudios, prosiguió su carrera profesional en el mundo empresarial como fundador y director de distintas empresas dedicadas al diseño, publicidad e internet. Desde su primera juventud ha dedicado parte de su tiempo a escribir cuentos y relatos, la mayoría de ellos, fantásticos que, en parte, se recogen en su primer libro "La culpa es de la ensalada y otros cuentos". En los últimos años se ha centrado en proyectos que le permitan tener un mayor conocimiento de la personalidad, la mente y el espíritu de la gente

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    La culpa es de la ensalada y otros cuentos - Leopoldo Ceballos del Castillo

    A veces le da a mi sombrero

    - Abril de 2014 -

    A veces le da a mi sombrero por pensar cosas extrañas Es un sombrero calentito, y los días de invierno me puede el frío y me lo pongo. Cuando salgo a la calle y lo llevo puesto, pienso cosas horribles, aunque luego me doy cuenta de que sería incapaz de hacerlas.

    Ayer mismo, mientras cruzaba el paso de cebra que hay delante de la zapatería, vi a una familia feliz que paseaba a un perro. Debía de ser un chucho cualquiera, porque no se parecía a ninguna «marca» de perros conocida. Yo llevaba puesto mi sombrero y pensé: «¡Ojalá los atropellaran a todos ahora mismo!» Rápidamente me arrepentí de ese pensamiento, pero enseguida surgieron más de mi cabeza. Pensé en arrancar al chucho de los arrobos familiares, en llevármelo a algún frío y apartado callejón y despedazarlo lentamente con un cuchillo bien afilado. También pensé en seguirlos hasta su casa, entrar rápidamente tras ellos y someter a la familia a crueles torturas. «¡Estoy loco! ¡No sería capaz de hacerlo! ¿Cómo puedo siquiera pensar en algo así?» Los pensamientos se sucedían, y yo apenas podía controlarlos. Surgían nuevas atrocidades que enseguida eran aplacadas.

    Me fijé en el chico que sujetaba la correa del perro. Era un chaval de no más de doce años, tenía el pelo castaño y llevaba una camisa que le quedaba muy grande. Pensé en lo vulnerables que son los chicos de esa edad, y en lo que cualquiera que amenazara a su familia podría obligarles a hacer. Me imaginé siendo ese cualquiera, obligándolo a realizar actos que atormentarían su alma para siempre. Los imaginaba con todo lujo de detalles. «¡Nunca, jamás haría tal cosa!», pensaba a continuación. Pero esos pensamientos seguían ahí, en mi cabeza, atormentándome.

    Perturbado y muy afectado, corrí hasta casa. Cuando llegué, me quité el sombrero y lo lancé bruscamente contra el sofá. Un remolino de pensamientos frescos inundó mi mente. Eran pensamientos puros, que aliviaban toda la tensión que sufrí observando a la familia. «¡Maldito sombrero!», me dije a mí mismo.

    G:\personal\LIBROS\la culpa es de la ensalada y otros cuentos\ebook-sombrero.jpg

    Al día siguiente, salí de casa con una vieja gorra que encontré en el armario. Hacía frío, pero estaba decidido a no volver a ponerme ese maldito sombrero por mucho frío que hiciera. Una anciana que vivía dos portales más abajo, y que me conocía desde hace años, se cruzó conmigo, saludándome con amabilidad. La observé detenidamente, y los horribles pensamientos no surgieron. Me quedé quieto, y una sonrisa inundó mi rostro mientras la veía alejarse. «¡Qué alivio!»

    Comencé a seguirla desde lejos, tímidamente, guardando las distancias. «¡Jamás volverá a comprar pan!», pensé mientras sonreía e imaginaba la mejor forma de entrar en su casa y cien maneras distintas de torturarla. Ahora, sin el sombrero, era libre de llevar a cabo mis planes.

    Encuentro fugaz

    - Agosto de 2013 -

    La primera vez que la vio, fue durante una excursión familiar. Su hermana y sus sobrinos habían venido a la ciudad a pasar unos días, y él los acompañó durante toda la semana, enseñándoles los lugares con más encanto y los museos más populares. Lo hacía con gusto, ya que él mismo no conocía muy bien la ciudad que le acogía desde hacía un par de años. El trabajo no le dejaba tiempo para descubrir los secretos rincones y los placeres que podía ofrecerle una urbe tan importante y cosmopolita como aquélla.

    Fue en uno de esos museos donde la vio por primera vez. No había sentido una atracción así desde los diecisiete años, cuando besó los labios de Amanda, la chica que dio nombre a su primer amor. La recordaba en sus voluptuosos quince años, aunque la

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