Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cuadernos
Cuadernos
Cuadernos
Libro electrónico223 páginas3 horas

Cuadernos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Dos niñas tienen el pasatiempo de tomar notas de los movimientos de la gente de su pueblo en unos cuadernos. El juego, que parece trivial, podría convertirse en la clave para resolver una desaparición. Una escritora agorafóbica, un policía que quiere superar su pasado trágico, un profesor de informática con una vida sexual movida, otra joven agente muy sagaz, la dueña de una fonda y varios personajes más se cruzan en esta trama coral con final imprevisible.Es mentira que en los pueblos todo el mundo se conoce.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento11 jul 2022
ISBN9788728399880
Cuadernos

Lee más de Ramona Solé Freixes

Relacionado con Cuadernos

Libros electrónicos relacionados

Misterio para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cuadernos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cuadernos - Ramona Solé Freixes

    Cuadernos

    Copyright © 2019, 2022 Ramona Solé and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728399880

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

    Para Alba y Tània, siempre

    "Mis éxitos y mis fracasos, lo bueno

    y lo malo que he experimentado,

    todo me ha demostrado que en este mundo,

    tanto en lo físico como en lo moral,

    el bien sale siempre del mal,

    igual como el mal del bien,"

    Giacomo Casanova

    1

    Desde el momento en que la he mirado a los ojos, una corriente eléctrica ha recorrido mi espalda llenándome de esa sensación negativa que te invita a poner en alerta los sentidos, pero no saber medir la curiosidad siempre ha sido uno de mis defectos, y a pesar del halo de peligro que nos estaba envolviendo o precisamente por eso, he decidido seguirla. Hace demasiado tiempo que tengo estas sensaciones estancadas y volverlas a experimentar me hace sentir de nuevo viva.

    La mujer me ha dicho que en el sótano encontraremos una puerta escondida que va a la casa vecina, también de su propiedad, donde no vive nadie y donde guardaron las cosas de Gema cuando murió. Si eso es cierto, quizás pueda encontrar muchas respuestas. ¿Fue un suicidio su muerte o, como sospecho, un asesinato?

    Me sirvo un vaso de agua para alargar el tiempo. Los pensamientos me van a mil, el corazón bombea con fuerza. ¿Puedo fiarme de una persona que sé que sufre desequilibrios emocionales y quizás también pérdida de memoria? Por otra parte, yo misma hace tiempo que estoy bastante desequilibrada. ¿Encontraran el borrador de lo que he escrito hasta ahora si no vuelvo? Espero que sí.

    Dejar pistas en la vida real no es tan fácil como hacerlo en una novela. Miro disimuladamente a mi alrededor y me doy cuenta de que puedo hacer poca cosa; la mujer no me quita los ojos de encima, se la ve nerviosa, impaciente. No hay nada que pueda servirme de arma, aunque tampoco podría esconderla en ninguna parte, voy en pijama y no tengo bolsillos.

    ¿Las niñas habrán escuchado lo que hablábamos? ¿Sabrán dónde hemos ido si alguien se lo pregunta? Lo que está claro es que tenemos que marcharnos antes de que la mujer se dé cuenta de que están en la casa, y no estoy segura de que permanezcan mucho más tiempo quietas en su escondite.

    Dejo el vaso y vuelvo a mirar su cara llena de arrugas, enmarcada con el pelo corto, reseco y despeinado. La mujer me agarra el brazo y lo estira con una fuerza que me sorprende por su apariencia frágil y su avanzada edad. Cada vez está más nerviosa, empezamos a caminar hacia las escaleras.

    -No podemos entretenernos, si él vuelve no te lo podré enseñar –me dice mientras bajamos-. Él viene cada día, me hace tomar unas pastillas que no me dejan pensar con claridad. Si ve que no estoy en casa, me buscará.

    Ya no me da tanto miedo, empieza a darme pena.

    El sótano es frío y húmedo. Le cuesta un poco encontrar la puerta que comunica las dos casas, está tapada con bártulos de todo tipo. Yo no la habría encontrado, pero se nota que sabe lo que se hace, no es la primera vez que la usa. Me indica que cruce yo primero. Me sudan las manos, aunque las siento heladas. Un agujero escondido detrás de sacos de suciedad y trastos diversos no invita precisamente a entrar, pero la curiosidad otra vez puede más que el miedo o el asco.

    Cuando estoy en el otro lado no veo nada, oigo un clic y la habitación se ilumina con una luz amarillenta. Paredes gruesas de piedra, techo de vigas robustas, aunque un poco carcomidas, olor a polvo, humedad y a algo más que no sé identificar.

    La mujer camina decidida, pasa junto a mí y baja algunos escalones más. La sigo, otra luz, una habitación más pequeña donde hay dos puertas de madera maciza. Se dirige a la de la derecha, la abre y se dispone a entrar. Me mira y dice:

    -Todo lo que buscas está aquí.

    Y yo entro decidida.

    Piensa en positivo, recuerdo que me dijo la psicóloga en la última sesión. No lo olvides: intenta pensar en positivo, me decía mamá cuando nos despedíamos en el aeropuerto, en la última visita que les había hecho en Bristol. Antes de que acabara hundida, antes de que decidiera ir a vivir al pueblo, o quizás a esconderme en él. Piensa en positivo… Piensa en positivo… Intentando ignorar las punzadas que noto en el cerebro, el mareo y las ganas de vomitar, vuelvo a abrir los ojos poco a poco, y lo único en lo que puedo pensar es que no resulta nada fácil ser positivo cuando tu compañero de celda es un esqueleto.

    2

    Antes de llamar, dio un vistazo a su alrededor. Jardines traseros, algunos huertos, los árboles se mecían suavemente acogiendo una noche tranquila. Era algo más temprano que otros días, la temperatura iba bajando y todo estaba quieto, las ventanas traseras de las casas estaban oscuras desde hacía rato.

    Ágil y sigiloso, se movía entre las sombras. Había recorrido ya el mismo camino muchas veces y nunca lo había visto nadie. Le emocionaba y excitaba saber que la gente vivía tranquilamente su vida mientras, justo al lado, a través de los patios traseros de las casas, él se movía con la inmunidad de los gatos en la noche.

    Aurora abrió cuando aún no había llamado a la puerta. Su semblante, la viva imagen de la timidez, pero sus ojos y la tensión de su cuerpo, le mostraban claramente el deseo de lo que gozaría durante las horas siguientes.

    -Ya sé que es pronto, pero no podía esperar más –Ricardo le cogió suavemente el cuello con una mano haciendo que inclinara la cabeza y le dio un beso dulce, inocente-. ¿Me dejas entrar? Podría vernos alguien –dijo empezando a mordisquearle el labio inferior como inicio de lo que se fue convirtiendo en un beso largo y ardiente, mientras la empujaba con delicadeza hacia el interior de la casa.

    Parecía que ella hubiera perdido toda voluntad. Aurora le acariciaba el pelo con una mano, corto en la nuca y más largo en la parte superior, como siempre un poco despeinado y cayendo por la frente. La otra mano ya se había colado por debajo de la camisa y reseguía la suave piel, joven y musculada de su espalda. Sentirlo tan cerca hacía que su cuerpo respondiera inmediatamente, y sabía que no podría negarse a nada que él le pidiera.

    Si él tuviera que escoger a una de sus amigas, situación que seguramente nunca se daría, quizás la elegida seria ella. Aurora era la más indecisa, a quien le había costado más desinhibirse, pero desde el día que se le había entregado, había resultado la más sensual, sincera y apasionada. La amante perfecta. A quien dedicaba más tiempo y con quien se permitía enseñar y aprender a la vez, algo en cada encuentro.

    Silvia era una mujer enérgica, alta, de pelo castaño claro y grandes ojos, verde oliva, que normalmente desprendían inteligencia y simpatía, pero que cuando estaba enfadada se oscurecían hasta parecer casi marrones.

    Era tarde y ya se estaba mosqueando. Empezó a poner la mesa con movimientos rápidos y demasiado bruscos, mientras Carlos se duchaba. Sabía que querría cenar y las niñas que no llegaban.

    Tenía que pensar en un castigo, un buen castigo. Tenía que estar preparada, si no perdía el control, empezaba a gritar y a sermonear, y ellas a excusarse. Al final acababan todos enfadados y el asunto quedaba en amenazas, nada más. Ya puedes leerte todos los libros que quieras, porqué aunque sepas qué tienes que hacer y toda la teoría, cuando llega el momento de ponerla en práctica, sin saber cómo ha pasado, todo sale al revés y ya te han vuelto a ganar la partida.

    -Qué silencio, ¿dónde están? –dijo Carlos abrazándola por detrás y dándole un beso en el cuello. Tenía los brazos morenos y fuertes por el trabajo en el campo-. Mmmm… Esto huele muy bien.

    -Aún no han llegado. Ahora llamo a Joana, a ver si están en su casa. –Silvia cogió el teléfono con cara de pocos amigos y Carlos optó por no decir nada. Sabía que cuando estaba enfadada, cualquier comentario tranquilizador por su parte podía hacerla explotar.

    -Joana está encasa desde hace rato. Dice que no las ha visto en toda la tarde. –Su cara era una mezcla de enfado y preocupación-. Me ha explicado que Rosa y María también estaban con ella y han vuelto juntas a casa. No han visto a las niñas en toda la tarde.

    -¿No estarán con los abuelos? Me parece que les habían prometido ayudarlos a limpiar el desván. Quizás se han entretenido curioseando viejos recuerdos y no saben ni qué hora es –intentó mostrar una tranquilidad que empezaba a tambalearse.

    Después de llamar a los abuelos y a medio pueblo solo sacaron en claro que habían estado hablando un rato con Sonia, la de la tienda, y que después querían ir a la plaza para encontrarse con las amigas. Pero a partir de entonces ya no las había vuelto a ver nadie.

    El cabreo inicial se fue convirtiendo en nervios y desasosiego. Las niñas eran pequeñas y, aunque ya no querían ir a jugar con la madre vigilando a todas horas, tampoco se alejaban mucho de casa, normalmente iban a la plaza o a casa de alguna amiga. Silvia siempre había sido muy sufridora y demasiado protectora. Según Carlos, ella siempre temía que pasaran cosas terribles, siempre exagerando. Ahora él intentaba calmarla con posibles opciones que cada vez sonaban menos probables. Aunque, por otra parte, vivían en un pueblo pequeño donde no pasaba nunca nada fuera de lo normal. Casi nunca, pensó él, ahuyentando un pensamiento que volvía de muy lejos y le empezaba a encoger el estómago.

    -Quizás será mejor que vayamos a dar una vuelta por los alrededores del pueblo a ver si las encontramos, puede que se hayan hecho daño y no puedan volver –dijo Silvia con lágrimas en los ojos, mientras su cabeza barajaba mil posibilidades, cada una más terrible que la anterior.

    Ricardo y Aurora estaban en la cama de la habitación de invitados, en el desván. Nunca habían estado juntos en la del matrimonio, eso ella lo había dejado claro des del primer momento. Él no había puesto objeciones, le gustaba aún más aquella habitación, con esa cama de cabecero y pie de hierro forjado, antigua, como todo lo que había en la estancia, las mesitas, el tocador, las luces. El conjunto hacía que sus encuentros parecieran un viaje en el tiempo, totalmente desconectados de la realidad.

    Verla desnuda siempre le había gustado. La inseguridad de ella hacía que se mostrara relajada pocas veces, por eso, cuando se quedaba dormida, era cuando él podía permitirse el lujo de contemplarla sin prisas, siguiendo con la mirada cada línea de su cuerpo suave, caliente y sensual.

    Ella no lo veía así, lo sabía perfectamente. Su marido se había encargado de hacerla sentir inferior, vulgar, ignorada y vieja a los cuarenta y dos años. Eso hasta que Ricardo entró en su vida. Aún se le ponía la piel de gallina cuando recordaba el día que cruzaron la línea. Era tan tímida y reservada que le había costado mucho ganarse su confianza. Poco a poco había conseguido que fuera más abierta, que ganara confianza también en sí misma, que quisiera volver a aquel mundo del cual se estaba escondiendo por miedos absurdos.

    Miedo a no ser suficientemente buena para nada. Sí, su marido había hecho un buen trabajo anulándola, alejándola de todo lo que no fueran los quehaceres de la casa y los hijos. Un marido, Ramón, que trabajaba de barrendero, y que aunque se duchaba cada día cuando llegaba a casa, no conseguía borrar del todo la mezcla de sudor y otros olores que llevaba pegados al cuerpo, y que Aurora soportaba con resignación, como tantas otras cosas.

    Trabajaba de noche y eso aún lo había hecho más celoso y déspota. Dormía poco y cargaba un mal humor constante, que descargaba sobre su mujer día sí, día también. Aún no había llegado nunca a las manos, pero Ricardo no descartaba que en un futuro sucediera y así se lo había hecho ver a Aurora. A pesar de todo, ella no pensaba dejarlo, por sus hijos, por sus padres, porque ya no sabía qué más podía ser si no era esposa y madre.

    Las prohibiciones y los ataques verbales, que tenían como finalidad mantenerla siempre bajo control, habían provocado que ella fuera cada vez más cerrada, tímida y reprimida. La única que sabía el calvario que estaba pasando era su hermana mayor que, aunque no quería meterse por medio, insistió en que se apuntara al curso de informática que se hacía en la asociación de mujeres del pueblo.

    El marido estuvo de acuerdo, sobretodo porque su madre también estaba apuntada y no veía demasiado riesgo en el hecho de que una veintena de mujeres fueran a pasar unas horas juntas, un par de días por semana, aunque no fueran a aprender nada. Cosa que solía pasar cuando, para llegar al número de alumnas necesarias para el curso, se mezclaban personas con distintos niveles de aprendizaje. Pero Ricardo era un maestro paciente, sabía captar su atención –aunque no siempre fuera por motivos didácticos-, y todas le hacían caso.

    Se habían sorprendido de la primera a la última, por los avances que hacían semana tras semana. En el segundo mes, empezó a introducirlas en Internet, y separó las que podían dar más de sí y las que solo querían pasar el rato curioseando por la red. Allí Aurora se había reencontrado, había recuperado parte de la persona que había sido antes de casarse con Ramón, cuando trabajaba de enfermera, cuando aún salía con las amigas, cuando tenía vida propia.

    Mientras las abuelas se movían por blogs de cocina, jardinería o temáticas similares, ella y algunas más aprendieron a hacerlos. Alguna había optado por crear un blog personal. Otras, solo ponían fotos, de balcones, de calles, de comidas, de flores. Ella era una gran cocinera y con la ayuda de Ricardo habían diseñado un blog de cocina bastante atractivo, donde, además, también había una sección de salud. En los últimos meses ya colgaba dos o tres platos por semana, tenía unos centenares de seguidores que aumentaban día a día e incluso había recibido una invitación para asistir a una presentación de platos y vinos en un restaurante de Barcelona.

    Por descontado, la había rechazado; no quería que Ramón supiera nada de eso. Estaba segura de que se lo tomaría bastante mal y posiblemente la obligaría a dejar el curso y todo lo que implicaban aquellas clases.

    Sin mucho alboroto, había empezado a vivir dos vidas. Ella también dormía poco. Cuando él se iba a trabajar, encendía el ordenador y se pasaba horas escribiendo las recetas de los platos que había hecho y fotografiado a escondidas de su marido. También se había apuntado a clases de nutrición por Internet y, gracias a su experiencia como enfermera, avanzaba a buen ritmo.

    Era más feliz de lo que lo había sido durante los últimos veinte años, y todo gracias a Ricardo, que le había abierto las puertas de un mundo nuevo donde podía mostrar lo que era capaz de hacer, y donde le reconocían los méritos. Un lugar donde se sentía realizada y valorada.

    Ricardo también le había abierto otras puertas. A veces la culpabilidad la dejaba aturdida durante horas, pero cuando tenía que aguantar el menosprecio y los ataques de ira de su marido, entonces buscaba apoyo en sus pequeños éxitos y en los momentos clandestinos con el chico. Era una venganza silenciosa, privada y placentera. De momento.

    Ricardo presentía que algún día el matrimonio estallaría y, aunque en parte deseaba que Aurora fuera valiente para liberarse del yugo de su pareja, también temía ser arrastrado por la lava cuando finalmente explotara el volcán.

    Puede que por toda la transformación que ella estaba viviendo, o quizás porque había pasado tantas horas reprimiendo sus sentimientos, cuando se dejaba ir, el sexo con ella rallaba la perfección.

    Ricardo la miraba, pensando en que podría volver a despertarla con suaves besos y continuar gozando del rato que les quedaba antes de que tuviera que irse, cuando de repente unos golpes le hicieron volver en sí y de un salto bajó de la cama.

    -¿Es tu marido? –exclamó.

    Medio dormida, Aurora se sentó tapándose el cuerpo instintivamente con la sábana. Ricardo fue hasta la puerta de la habitación mientras se ponía los pantalones y comprobó que el ruido no provenía del interior de la casa. Cuando se giró, Aurora ya llevaba una bata y miraba entre las cortinas de la ventana que daba a la calle.

    -Ha pasado algo grave –dijo con un hilo de voz-. Es Carlos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1