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Los tiempos de Dios
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Libro electrónico104 páginas1 hora

Los tiempos de Dios

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El Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola está organizado por el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara, en colaboración con la Editorial Universitaria.
Este concurso nace como homenaje a la memoria y el trabajo literario de Juan José Arreola, escritor originario de Ciudad Guzmán, y por la necesidad de convocar desde su ciudad natal un premio en uno de los géneros literarios más interesantes: el cuento. La Universidad de Guadalajara instituyó este concurso, que se ha ido consolidando a lo largo de estos años, con la finalidad de estimular el trabajo creativo de cuentistas mexicanos, el cual está abierto para obras inéditas de escritores residentes en el país. La obra ganadora de esta XIX edición es Los tiempos de Dios, de José Luis Valencia Valencia. El jurado estuvo integrado por Julián Herbert, Socorro Venegas y Vicente Preciado, quienes entregaron el premio a este libro por ser consistente en su prosa, mantiene una tensión sin concesiones alrededor de la violencia, un tema que logra tratar sin puntos de vista condescendientes, con recursos narrativos que dan cuenta de un autor experimentado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 nov 2020
ISBN9786075478852
Los tiempos de Dios

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    Los tiempos de Dios - José Luis Valencia Valencia

    Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola

    Los tiempos de Dios

    Se terminó de editar en octubre de 2020 en las oficinas de la Editorial Universidad de Guadalajara, José Bonifacio Andrada 2679, Lomas de Guevara, 44657. Guadalajara, Jalisco.

    Índice

    Presentación

    Los tiempos de Dios

    Pa’trás

    Retorno

    El brillo de sus ojos

    Jobito

    Nosotros nunca vamos a estar en la zona de abajo

    Me dejaron solo

    La chula

    Presentación

    El Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola está organizado por el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara, en colaboración con la Editorial Universitaria. Este concurso nace como homenaje a la memoria y el trabajo literario de Juan José Arreola, escritor originario de Ciudad Guzmán, y por la necesidad de convocar desde su ciudad natal un premio en uno de los géneros literarios más interesantes: el cuento. La Universidad de Guadalajara instituyó este concurso, que se ha ido consolidando a lo largo de estos años, con la finalidad de estimular el trabajo creativo de cuentistas mexicanos, el cual está abierto para obras inéditas de escritores residentes en el país. La obra ganadora de esta

    XIX

    edición es Los tiempos de Dios, de José Luis Valencia Valencia. El jurado estuvo integrado por Julián Herbert, Socorro Venegas y Vicente Preciado, quienes entregaron el premio a este libro por ser consistente en su prosa, mantiene una tensión sin concesiones alrededor de la violencia, un tema que logra tratar sin puntos de vista condescendientes, con recursos narrativos que dan cuenta de un autor experimentado.

    Javier, bato, te extrañamos un chingo.

    Erika, te siguen buscando, te siguen esperando.

    He contado la tragedia que vive México y que debe avergonzarnos. La niñez recordará esto como un tiempo de guerra, tiene su

    ADN

    tatuado de balas y fusiles y sangre y esta es una forma de asesinar el mañana. Somos homicidas de nuestro propio futuro.

    Javier Valdez Cárdenas

    Si el novelar se trata de mostrar la condición humana,

    ya la humanidad creó suficientes referentes como para que no hubiera más novelistas. Tampoco hay que creer que el alma humana es tan compleja. En realidad es tan simple como la de un perro. ¿No es acaso la historia de los hombres una serie de repeticiones y círculos viciosos? ¿No es acaso la misma historia la que escuchamos en las sesiones todos los días?

    Eugenio Partida

    Pájaros en busca de su jaula

    ‘¿Por qué lloras?’ Yo le respondía que no sabía qué hacer, que esperaba que él me ayudará a salir del lío, que hiciera uno de sus tantos milagritos, que nada le costaba. Y él me preguntaba que por qué tendría que hacer un milagro más, que yo qué podía ofrecerle. Y yo le contestaba que le ofrecía mi fe. Tu fe ya la tengo, respondía él, prueba de eso es que me pides que te salve. Sí, decía yo, pero no tengo nada más que darte, soy muy pobre, tú sabes cuánta necesidad hay en casa, no tengo nada que darte. ¿Y yo por qué tendría que saberlo? ¿Por qué tendría que conocerte? Eres otro más de los que creen que dan mucho con su fe y en realidad no dan nada".

    José Luis Enciso

    Los condenaditos y otras historias de impiedad

    Los tiempos de Dios

    No la busques, va a regresar —decía mamá—. Espera los tiempos de Dios, hijo, y verás que regresa. Quizá debí escucharla, pero ya entonces tenía mucha rabia y nada de fe. Si ese Dios suyo fuera bueno, no habría dejado que se la llevaran. Si fuera justo, habría matado a los primogénitos de los policías que no hicieron nada para encontrarla o habría convertido en estatuas de sal a los políticos que se están haciendo ricos con el dinero de los narcos. Si es todopoderoso, por qué no la trae de regreso, por qué los que se la llevaron andan como si nada.

    No me fío de Dios, mamá no piensa igual: recita el rosario todos los días, va a misa, recibe al cura en casa, le sirve de comer en nuestra mesa, le da el dinero que no tiene. Nunca hablan de mi hermana. Encienden veladoras, rezan, pero no hablan de ella. Le rogué que fuéramos con las familias que están buscando a los suyos, pero no quiso. Está convencida de que mi hermana volverá cuando Dios disponga. Le grité, hoy me arrepiento, pero ese día le grité que ni la resignación ni sus oraciones ayudaban, que Dios no la cuidó, que no hizo nada para que no se la llevaran ni haría nada para que regresara. Le dije que a Él, mi hermana, ella y yo, le valíamos madres. Mamá jaló aire enmuinada, con voz temblorosa exigió que me arrepintiera y me encomendara al Señor. No, mamá, hace tiempo que dejé de hacer acuerdos con Dios. Ese puto no cumple. Me miró, primero, como si estuviera observando a un desconocido, después, como si no estuviera ahí, como si no hubiera nadie frente a ella. Fue la última vez que la vi.

    ***

    Ya no duele. Es más como un ardor, a ratos un hormigueo, como cuando pasas mucho tiempo sentado en la taza del baño y luego no puedes apoyar el pie.

    No, no es que no duela.

    Lo que quiero decir es que al principio dolió tanto, durante tanto tiempo, que ya después parece que no. Ahora estoy agotado, entumido y tengo tanto sueño que a veces creo que ya no siento, pero no es así. Será la oscuridad o el estar amarrado o la camisa húmeda de sangre y sudor, pero ahora mismo no sé si me están pegando o cortando o qué sé yo. Me han hecho tantas cosas que no sé qué, ni cómo, ni por cuánto tiempo.

    El día que fueron por mí, pensé que iban a matarme y se me aflojaron las piernas, temblé, sentí la garganta seca, mojé los pantalones. Luego supe que morirme habría sido la fácil, porque después el dolor ya no se fue nunca, se quedó en cada espasmo, en cada gota de sudor, cuando sacudía la silla en la que me tenían encintado, cuando se me fue el aire nomás de ver las pinzas con las que me sacaron las uñas y después dedos de la mano izquierda. O quizá dolió antes, cuando me reventaron los testículos a batazos. O cuando mi cabeza rebotó contra la acera y escuché un tronido seco como el que hacen los cocos al estrellarse. Sí, dolió, pero después, con los días, no sé cuántos, ya nomás se siente lo entumido y el cansancio.

    Cuando fueron por mí no sabía que harían lo que hicieron, pero aún sabiéndolo habría ido con ellos. No es que sea valiente ni nada de eso, nomás al comenzar ya quería que se detuvieran: grité, supliqué, lloré, me desmayé, desperté, grité más recio y lloré de nuevo; pero si habían ido por mí, es porque estaba cerca. Pensé eso y en que a ella no le hubieran hecho lo que a mí; que la tuvieran cosechando en la sierra o de mula o de puta. Lo que sea, pero viva, y que no le hubieran hecho lo que a mí.

    Ella tenía diecinueve cuando se la llevaron y aunque digan que ya pasó mucho tiempo, que no puede estar viva, que hay que conformarse, yo no puedo. ¿Cómo dejar de buscarla si está solita quién sabe dónde? Y es que cuando el desaparecido no es de uno está fácil hablar y dar consejos, decir que hay que resignarse y darle para adelante. En serio, la gente lo dice como si supieran lo que se siente que un día está y al otro no, y no sabes qué pasó ni quién se la llevó ni qué le están haciendo. Cuando el desaparecido no es de uno, nadie busca, a nadie le importa. Te miran con lástima, te abrazan como a un enfermo que está en las últimas, te dicen pocas y torpes palabras de consuelo, pero nadie te mira a los ojos, es como si temieran contagiarse nomás de mirarte, les aterra pensar que les puede pasar lo mismo, no quieren siquiera imaginar la posibilidad de perder lo que perdemos los que tenemos a un desaparecido. Lo que anhelan es que paremos, porque nuestra búsqueda les recuerda que todos somos culpables de que el mundo sea como es y no quieren

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