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Aquí hay gato encerrado
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Libro electrónico177 páginas1 hora

Aquí hay gato encerrado

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¿Por qué los gatos?
Porque son gatos, eso basta.
Como no aceptan trueques
y solo piden cariño,
los amamos.
Historias de corte fantástico, que tienen a los felinos como protagonistas. Gatos sombras, salvadores, vengadores, magos, poetas, cómplices de faraones, soplos inspiradores, reencarnaciones del pasado. Viajeros de otros mundos, de futuros o realidades alternativas. Disfrute para los amantes de aquello que no ven los ojos, lo que está más allá de la realidad cotidiana.
GATOS DEL AMANECER, GATOS DEL MEDIODÍA, GATOS DEL CREPÚSCULO, GATOS DE LA MEDIA NOCHE.
En la medida en que el lector se adentra en los misterios de Gatouniverso, conoce las razones que llevaron a esta clasificación.
Los exergos remiten a autores que han dedicado obras a estos enigmáticos seres que “caminan solos” al lado del hombre desde tiempos inmemoriales: Lorca, Eliot, Carroll, Borges y Collodi, homenaje a un extenso grupo donde también hallamos a Neruda, Lovecraft, Kipling y Poe.
Las ilustraciones, acuarelas originales y viñetas a plumilla, a cargo de Ray Respall Rojas, graduado de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, otorgan vida a las criaturas mágicas de este libro.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento10 ene 2019
ISBN9788417283155
Aquí hay gato encerrado
Autor

Marié Rojas Tamayo

Marié Rojas Tamayo (La Habana, 23 de mayo de 1963). Licenciada en Economía del Comercio Exterior por la Universidad de la Habana en 1985, es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Graduada de inglés y francés. Autora especialmente lúcida y prolífica. Su obra ha obtenido más de sesenta reconocimientos internacionales en países como España, Venezuela, Argentina, Brasil, Costa Rica, Uruguay, Colombia y Dinamarca. Y, por supuesto, en Cuba también. Publicada en más de sesenta antologías. Ha colaborado, sido asesora o corresponsal de publicaciones periódicas, conducido talleres literarios y dirigido la revista Dos islas, dos mares. Cuba-Mallorca. Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES.

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    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

    Derechos reservados © 2018, respecto a la primera edición en español, por:

    © Marié Rojas Tamayo

    © Editorial Guantanamera

    ISBN: 9788417283926

    ISBN e-book: 9788417283155

    Ilustraciones: Ray Respall Rojas

    Producción editorial: Lantia Publishing S.L.

    Plaza de la Magdalena, 9, 3 (41001-Sevilla)

    www.lantia.com

    IMPRESO EN ESPAÑA – PRINTED IN SPAIN

    El comienzo

    El comienzo

    El gato es inquietante, no es de este mundo.

    Tiene el enorme prestigio de haber sido ya Dios.

    Canción novísima de los gatos

    Federico García Lorca

    —Nunca sales de la cama —le preguntó el gato—, ¿es que no te interesa jugar?

    —Estoy muriendo. Soy un niño con conciencia de su propia muerte, ¿crees que algo pueda interesarme? —respondió el niño con expresión apagada—. Mi enfermedad ha alcanzado la fase terminal. Han retirado los tratamientos y solo queda esta espera lenta, en mi cuarto… mi madre sufre, mi padre llora frente a mi cama, ni siquiera me lo ocultan.

    —Tampoco ríes… Pudiera servirte de algo intentar reír —insistió el gato.

    —¿Cómo y de qué voy a reír? —El niño lo miró fijamente—. He perdido la alegría, me domina el miedo.

    —¿Tienes, como yo, miedo a los truenos? —Se inquietó el gato—. ¿Te asusta cualquier ruido fuerte?

    —No soy un gato, ojalá lo fuera, dicen que ostentas siete vidas. —Su interlocutor intentó sonreír, pese a todo—. Te hablo de algo más profundo, que quizás no comprendas: miedo a la muerte, un miedo que me domina y me paraliza más que la enfermedad, que llega incluso en sueños… Temo hasta reconocer mi estado en voz alta, pero contigo es distinto.

    —No debes temerle a algo tan natural. —El gato restregó su cabeza contra el hombro frágil—. La muerte es parte de la vida, comienzas a morir desde el momento en que naces.

    —Puede que tengas algo de lógica, pero no es razón suficiente. Por el contrario, de haberlo sabido le hubiera temido desde siempre, no hubiera comenzado justo cuando adivino su aliento en mi espalda.

    —La muerte no es el fin, niño humano, es apenas uno de los tantos principios. —Se acostó a su lado y estiró una pata hasta tocarle el rostro—. Volverás, en este o en otro mundo, bajo esta u otra de las posibles formas que asume la vida.

    —¿Cómo lo sabes, minino? —La expresión del niño cambiaba lentamente, casi diríase que se estaba divirtiendo.

    —Puedo asegurártelo. Hace demasiado tiempo, para comenzar a contarlo, estuve entre los tuyos y morí, como todos, cuando llegó mi hora.

    —¿Fuiste niño como yo alguna vez… o fantaseas para consolarme?

    —Los gatos no mienten. Fui un niño y salté sobre los charcos que dejaba la lluvia a su paso. También fui anciano y sentí ese terror que ha tocado a tu puerta demasiado pronto.

    —Te creo —le dijo el niño con una nueva luz en los ojos.

    —Cuando un humano ha hecho bien su tarea, cuando ha enfrentado cada reto con valor, no hay nada que temer. Los mejores tienen el honor de convertirse en gato…

    —¿Y el resto? —lo interrumpió el pequeño.

    —Se convierten en otra cosa —respondió el minino—. Puedo asegurarte que cuando termines tu aprendizaje, serás un magnífico gato, tendrás una cola hermosa, afiladas garras y serás mimado en el hogar que escojas para nacer. Tras una vida felina, pasarás a esferas superiores.

    —Pareces tan seguro… ¿Y cómo saber si al fin reúno las condiciones? —Sus mejillas tenían una sombra de color producto de la emoción.

    —Lo sabrás. Porque somos almas antiguas, presenciamos el nacimiento del mundo, hemos sido roca, árbol, hormiga, polvo de estrellas… Existimos desde que surgió la realidad. Evolucionamos, mejoramos, nos transformamos. En ti anida el brillo de los que pronto estarán completos. Por ahora, presumo que volverás a ser niño, y serás muy feliz.

    —Sí, quiero ser un niño que pueda jugar como los demás. ¿Y cómo sabré que ha llegado el momento de salir de este cuerpo? —preguntó.

    —Llegará como un sueño que no podrás resistir. —El gato se colocó panza arriba, el niño le hizo cosquillas con la punta de los dedos—. Abandónate en sus brazos. No será ese sueño agitado que te atormenta, sino un adormecimiento suave que te conducirá a esferas cada vez más hondas. Una pausa necesaria que adecuará tu alma para su nueva vida.

    —En cierta forma, será la muerte, tal y como la presiento…

    —Llámale como quieras, pero no le temas. Solo la materia que sostiene esta forma actual se transformará en nuevos elementos. El inmortal que hay en ti reposará hasta que vea llegada la nueva hora… No temas, estaré contigo hasta el final y te daré la bienvenida en el nuevo comienzo. —Se volteó y presionó su cabeza contra el costado del niño.

    Una línea de luz comenzó a dibujarse en la penumbra del cuarto. La puerta se abrió lentamente para dar entrada a una mujer que portaba una bandeja con una taza de leche tibia y dorados panecillos con mantequilla.

    —Te he traído el desayuno, debes comer. —Se sentó a su lado.

    —No tengo deseos, mamá, solo mucho sueño —respondió él sin mirar los alimentos—, déjame dormir. Luego me sentiré mejor y comeré algo.

    —Duerme entonces, el descanso te vendrá bien… ¿Con quién hablabas?

    —¿Cómo sabes…? —Puso su mano en la de ella—. Hablaba solo.

    —Por muy bajo que hables, puedo sentir tu voz a través de las paredes. —Se secó una lágrima inevitable y respiró hondo.

    —La escucharás siempre, donde quiera que estés. Somos parte de la misma esencia, una vez fuimos los pétalos de una flor, otra vez caímos en forma de lluvia, fuiste mi hermana y mi amiga en otras vidas… Cuando regrese, te buscaré y volveremos a compartir un nuevo ciclo.

    —Mi pequeño filósofo, mi poeta. —Le acarició los cabellos—. No sé de dónde sacas tanta sabiduría… ¡Te quiero tanto!

    —Yo también te quiero, mamá, pero, por favor, prométeme que pase lo que pase no echarás del cuarto a mi gato.

    —¿Al gato? —La madre lo miró ansiosa.

    —Sí, te lo suplico —imploró—, déjame seguir durmiendo con él.

    —Qué cosas dices, amor. —Se incorporó para arroparlo y besó su frente—. Nunca hemos tenido gatos en esta casa.

    Gatos del amanecer

    Bastaría que usted la viera

    para que empezaran a gustarle los gatos.

    Alicia en el País de las Maravillas

    Lewis Carroll

    Delilah

    Delilah

    —Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar —dijo el Gato.

    Alicia en el País de las Maravillas

    Lewis Carroll

    Delilah era una muchacha demasiado tímida, callada. A pesar de ser muy bonita, no había logrado que nadie le dirigiera un piropo. Caminaba mirando hacia el suelo, con los hombros doblados hacia delante, con miedo a que la notasen, el pelo lo llevaba suelto para que le tapara la cara por ambos lados, como un telón. Como si fuera poco, no iba a bailes, no se maquillaba, no se colocaba cadenas, collares, ni zarcillos; no usaba camisetas ajustadas ni escotes, su ropa parecía sacada de una máquina del tiempo de hacía medio siglo.

    No se interesaba por nada de lo que puede interesarle a una joven de nuestra edad, ni siquiera tenía teléfono móvil. Se limitaba a asistir a clases sin hablar con nadie, regresar sola a su casa y encerrarse, según decía ella cuando le preguntaron, a leer, porque no tenía ni televisión, ni internet... En un pueblo chico como este, donde todos nos conocemos y las amigas nos hacemos confesiones, nos intercambiamos revistas, discos, pendientes y esmalte de uñas, era una especie rara. A pesar de esto, su vida no le importó a nadie hasta que no comenzaron a suceder eventos inusuales.

    La conjura empezó —lo recuerdo como si fuera hoy— cuando la vimos aparecer con aquellos arañazos en el cuello.

    —Fue un gato —murmuró cuando le preguntamos…

    A la mañana siguiente apareció con el pelo cepillado y recogido en una coleta, llevando ropa ajustada —en lugar de esas camisetas fuera de talla que la hacían parecer un papalote—, usando sostén, andando derecha, mirando al frente… Demasiado para no notarlo, para no intrigarnos. El cambio era meritorio y se lo dijimos, contentas, de buena fe. Ella no pareció inmutarse, ni siquiera respondió. No por gusto Sandy

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