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Mundo circular... Había una vez un circo
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Libro electrónico72 páginas24 minutos

Mundo circular... Había una vez un circo

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Había una vez… Así dan comienzo las historias que acunaron a nuestros antepasados, que nos ayudaron a creer en algo más allá de lo que ven los ojos durante esa época feliz en que todo es posible, la infancia y… ¿por qué no hablar de un circo?
Se levanta el telón, brillan las luces de la carpa y el lector hará entrada a estas páginas para enfrentarse a quince historias que se entrelazan. Conocerá a los personajes de un circo, varado en un pueblo sin futuro ni ilusiones, donde viajan un hombre lobo, un demonio, un ángel, un fantasma y un unicornio. Como si fuera poco, son visitados por un hada y una bruja. Todo esto sucede a espaldas del resto de los personajes, actores que han perdido la fe: una amazona que sueña con evadirse, un mago que ha extraviado su magia, un payaso que no logra hacer reír, una amargada mujer barbuda, una romántica mujer gorda, un domador y su león cobarde, un equilibrista lleno de inseguridades, un dueño enmohecido de puro desencanto… El fracaso los ha llevado a quedarse sin combustible en un sitio olvidado por el mundo, donde nadie puede pagar la entrada a sus funciones.
La portada e ilustraciones interiores, originales del pintor Ray Respall Rojas, enriquecen los textos.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento9 sept 2016
ISBN9781635037159
Mundo circular... Había una vez un circo
Autor

Marié Rojas Tamayo

Marié Rojas Tamayo (La Habana, 23 de mayo de 1963). Licenciada en Economía del Comercio Exterior por la Universidad de la Habana en 1985, es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Graduada de inglés y francés. Autora especialmente lúcida y prolífica. Su obra ha obtenido más de sesenta reconocimientos internacionales en países como España, Venezuela, Argentina, Brasil, Costa Rica, Uruguay, Colombia y Dinamarca. Y, por supuesto, en Cuba también. Publicada en más de sesenta antologías. Ha colaborado, sido asesora o corresponsal de publicaciones periódicas, conducido talleres literarios y dirigido la revista Dos islas, dos mares. Cuba-Mallorca. Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES.

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    Mundo circular... Había una vez un circo - Marié Rojas Tamayo

    El equilibrista

    Todo había sido perfectamente coordinado. El circo tenía que garantizar sus ganancias y para ello, abandonando la carpa, él había salido a la plaza central. Ya habían transitado por los pobres trucos del mago ―que los niños adivinaban y estropeaban con sus risas―, los chistes del payaso ―de los que nadie reía―; el león, la cebra, la mujer gorda, el ángel y el hombre lobo sufrían pacientes las ojeadas de los transeúntes…

    Le tocaba a él, el número que garantizaría la sumatoria de las miradas del pueblo a donde habían ido a carenar y de donde no podrían salir hasta que el dinero recaudado diera, por lo menos, para el combustible.

    La cuerda tensa entre los dos únicos edificios. Frente a él, el abismo. Abajo, el público en sordina. Encima, el cielo. A su alrededor, el aire que lo envolvía. En sus manos, la vara. Un reto más.

    Comenzó a andar, apoyado por el aplauso de la multitud absorta, sabiendo que no habría malla que lo sostuviera, confiado en su pericia.

    A sus espaldas sintió una leve vibración. ¿El aire? No soplaba la menor brisa. El bamboleo se fue tornando tan peligroso que, violando sus propias normas, volteó la cabeza.

    Un niñito, emergido de la nada, estaba con una segueta en la mano, cortando la cuerda con manita experta. ¿Cómo era posible? ¡Habían revisado palmo a palmo las dos azoteas!

    Con ese tamaño podría haberse escondido en cualquier sitio, saltar de un escondite a otro. ¡A quién se le iba a ocurrir un niño allá arriba, cuando debían estar abajo, contemplando su genial actuación!

    Sabiendo que de nada le valdría gritar, que el público no se enteraba, que nadie llegaría a tiempo, dio una peligrosa vuelta (que él mismo admiró) para intentar desandar sus pasos.

    La cuerda comenzó a ceder. Comprendió que de nada valdrían la vara, los años, el perfecto sentido del equilibrio... Por más que hiciera, su caída era inevitable. Miró al pequeño, tan concentrado en su tarea que no parecía haber nada más importante

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