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Villa Beatriz
Villa Beatriz
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Libro electrónico180 páginas3 horas

Villa Beatriz

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Villa Beatriz es una novela repleta de magia, fantasía e intertextualidades, destinada a cualquier ávido lector de cero a cien años… Sus protagonistas varían desde seres humanos hasta barajas del Tarot, un viajero estelar, una ardilla azul, un mascarón de proa, ilustres fantasmas, una marioneta sin hilos, un bactriano, un gato negro experto en astrología, una sota, un unicornio, un pirata, una curandera, un marinero errante, un hombre de nieve que busca la fórmula de la eternidad, una oca que quiere transformarse en cisne, mariposas piraña, un dragón poeta, un ictiángel...
Cada cual porta un mensaje sobre el amor, la amistad, la aceptación de lo diferente, la fidelidad, la búsqueda de un sueño, el modo de enfrentar la vida. Los objetos que componen el mobiliario –arpa, barómetro, reloj de cuco, dos agujas de tejer, espejos, un armario...– están vivos y participan en la acción.
El centro de la novela es la casa misma. Sus paredes se encogen, se agrandan de acuerdo con las necesidades de sus moradores, pueden alargarse o bifurcarse para determinados juegos, o eclipsarse a la vista de los curiosos. Dentro de sus predios, el estado del tiempo se rige por el ánimo de sus propietarios: El Mago, La Estrella y La Damita Duende. Villa Beatriz se transforma, a través de su magia, en hogar y sortilegio protector de criaturas, que de otro modo habrían sido condenadas al olvido.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento9 sept 2016
ISBN9781635037197
Villa Beatriz
Autor

Marié Rojas Tamayo

Marié Rojas Tamayo (La Habana, 23 de mayo de 1963). Licenciada en Economía del Comercio Exterior por la Universidad de la Habana en 1985, es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Graduada de inglés y francés. Autora especialmente lúcida y prolífica. Su obra ha obtenido más de sesenta reconocimientos internacionales en países como España, Venezuela, Argentina, Brasil, Costa Rica, Uruguay, Colombia y Dinamarca. Y, por supuesto, en Cuba también. Publicada en más de sesenta antologías. Ha colaborado, sido asesora o corresponsal de publicaciones periódicas, conducido talleres literarios y dirigido la revista Dos islas, dos mares. Cuba-Mallorca. Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES.

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    Villa Beatriz - Marié Rojas Tamayo

    PERDIDOS

    Introducción

    La Damita Duende sugirió disfrutar de un té.

    La Damita y el gato la degustaban sentados a la mesa, con mucho refinamiento, tomando solo un bombón cada vez. La Estrella y el Mago prefirieron sentarse en el suelo, así continuaban escribiendo en sus respectivos cuadernos, es muy difícil sentarse correctamente a una mesa sin que se escapen las ideas. Sin darse cuenta de que eran casi perfectos desconocidos, colocaron en el medio una fuente de galletitas de chocolate, rellenas con crema de vainilla y comenzaron a comer del modo más inusual jamás visto: él tomaba la galletita, la dividía en sus dos mitades y le daba a ella la mitad con crema, dejando para sí la otra.

    Al primer sorbo de té levantaron la vista y se preguntaron, a la vez:

    Y los dos callaron.

    El arpa, perdiendo la timidez, comenzó a tocar la Barcarola.

    Villa Beatriz

    Sí, señores, esto que ven es Villa Beatriz. Tiene un jardín al frente, muy pequeñito, con dos rosaledas, una amarilla y otra roja, más algunos geranios desperdigados. Hay otro jardín, enorme, en la parte de atrás, habitado de árboles y flores de esas que hacen compañía a los poetas, pero a ese jardín solo se llega si la puerta les da entrada, ya que es ella la encargada de recibir a los visitantes.

    Villa Beatriz crece hacia dentro.

    Cuando se la ve por fuera se diría que es apenas una casita de dos habitaciones, tal vez un estudio chico lleno de revistas viejas... pero cuando se entra, ocurre lo mismo que cuando se llega al interior de la lámpara del genio. ¡Por todos los milagros del mundo! ¿Cómo han logrado entrar tantos muebles, pirámides, estatuas, cuadros, incensarios, máscaras, campanas, candelabros y sonajeros? ¡Tienen un piano! ¡Y un arpa que toca sin necesidad de ser pulsada por mano humana! ¡Hasta un muñeco de nieve, incluso en verano! ¡Y una fuente! ¡Y un pozo! ¡Y un telescopio! Y esa escalera, ¿quieren saber a dónde lleva? ¡Pues no, nadie lo sabe! ¿Cómo les vamos a creer que al campanario, al palomar, a la Torre del Tarot, o al observatorio meteorológico? ¡Si desde afuera no se ve nada sobre el techo!

    Y las habitaciones... ¡No hablemos de las habitaciones! Está el cuarto del Mago, el de la Estrella y el de la Damita Duende, también el cuarto del gato negro cuya cola se convirtió en aquel cometa que anunció la llegada de los nuevos propietarios de la villa, justo cuando iba a ser demolida porque nadie se atrevía a habitarla. No olvidemos que fue vendida por el precio de dos maravedíes y un poema de desamores... Todavía recuerdo la entrada de los tres extranjeros, con apenas una mochila cada uno, sin camión de mudanza, y luego el sonido de los muebles, acomodándose toda la noche hasta encontrar su lugar exacto... Hay quien dice que todo venía en el sombrero del Mago, pero no se puede creer lo que se escucha por ahí.

    Una vez que se penetra en un cuarto, se abren puertas y más puertas que llevan al salón de música, a corredores para jugar a los escondidos con los fantasmas, al cuarto de los fantasmas, a las catacumbas, a la sala de costura donde dos agujas tejen solas durante todo el día un enorme mantel que se desteje por las noches, ni el Mago ni la Estrella saben coser... dicen que es la habitación de La Tejedora, pero nadie la ha visto.

    Esto no es todo, están, por alguna parte: el salón de los espejos o pabellón de los ecos, la biblioteca, el misterioso cuarto de la Reina de Corazones (siempre cerrado), la habitación del marinero, la habitación de las respuestas extraviadas, la escribanía para cartas anónimas...

    Cuando se entra al cuarto del gato hay tres puertas: cuarto para visitantes yin, cuarto para visitantes yang, cuarto para un huésped yin―yang... por si apareciese el andrógino que anunciará el fin de los tiempos, según dicen sus residentes.

    En el patio que colinda con el jardín trasero hay una amplia mesa de madera con dos taburetes que lucen la mar de cómodos; en el centro de la mesa, una botella antigua, aún con limo de aguas lejanas, guarda una rosa que no se marchita jamás. A su lado hay muchas tazas de té sin terminar, siempre de una planta distinta, cada una con su efecto mágico bien definido. Sobre la mesa hay poemas, muchos poemas escritos en hojas sueltas, que por alguna razón el viento no arrastra.

    En la casa no hay teléfono, ni correo electrónico, ni sábanas para hacer señales de humo, ni banderitas de colores, ni fax, ni telégrafo... Para hablar con quienes desean hablar, los inquilinos se sientan junto a las violetas y le susurran su mensaje. Al momento, las flores de alguna planta lejana comienzan a hacer tintín, llamando a sus dueños para repetirle lo escuchado. La clave está en tener siempre a mano un tiesto de violetas y tratar que no se lo meriende el dragón... ¿No les había dicho que tienen un dragón? ¡Si esto fuera lo único que tienen, serían muy comunes y corrientes!

    Como la casa está rodeada de una cerca, dentro de sus límites la estación del año la dicta el estado de ánimo de sus moradores. Es un primor contemplar las rosas florecer en pleno invierno. Hay noches de muchas, muchas rosas, tantas que a la mañana siguiente hay que llamar al otoño para que las barra. Tal vez logren ver esas nubes tan bajitas que vienen a jugar con el gato, o una minúscula nevada, si pasan en el mes de agosto y hay partido de fútbol. Ayer hubo lluvia de estrellas, es una pena que no fuera día de visitantes.

    El telescopio, si logran llegar a él sin extraviarse en los laberintos del piso de arriba, apunta eternamente hacia el asteroide B612. Sólo el gato logra hacerlo girar en otra dirección. Dicen que le gusta tener noticias de su cola y suele subir en las noches a contemplar sus viajes por el espacio interestelar.

    Algunos de sus visitantes, o de los que llegan para quedarse en ella, pueden ser de aspecto fiero o imponente, otros pueden ser de colores raros, de aires tristes o melancólicos, alegres y parlanchines, enormes, pesados o tan ligeros que los arrastra la más evanescente brisa. Pueden poseer insólitos poderes... pero les aseguro que no hay nada que temer, ya lo comprobarán cuando lleguen al mirador de la casa de al lado...

    Es mi deber advertirles que es posible que ellos no noten nuestra presencia: para los que viven en Villa Beatriz es como si el mundo exterior no existiera, o como si no les importara si existe un mundo afuera… una vez que traspasan la línea del umbral, el resto queda borrado.

    ¿Qué cómo llegué a este puesto? Yo era el taxista del pueblo, no tenía ganancia alguna pues aquí nadie monta en coche, dicen que es muy caro y van a pie, o en burritos, como en todo pueblo que se precie... Desde que fue ocupada la casa, empezaron los extraños sucesos, y con ellos se fue corriendo la voz de que algo, ¡al fin!, estaba sucediendo en este pueblecito olvidado. Detrás de la voz comenzaron a llegar curiosos, visitantes de todas las especies y países... ahí tuve la idea de organizar estos viajes, ya ven, ahora es un ómnibus lo que manejo, y dentro de poco quién sabe si una flotilla de ómnibus... ¡Todos quieren conocer la famosa Villa Beatriz!

    Una sola advertencia: No intenten tomar fotos, Villa Beatriz se resiste a ser retratada. Cuando pretendan revelar las imágenes solo verán el paisaje que queda al fondo, como si la casa fuera transparente, o como si estuviera situada en el mismo sitio, pero en otro tiempo... quizás existe en otra realidad, y la vemos como un reflejo de un universo paralelo. ¡Es tanto lo que he vivido en tan poco tiempo, que a veces me siento filósofo, o poeta!

    Hay quien dice que todo lo que estamos presenciando y lo que cuentan las historias, ocurrió en un tiempo remoto y esto que admiramos es sólo su espejismo, como un eco, una reverberación del pasado. Otros dicen que lo que estoy narrando, está aún por suceder, memorias del futuro… ¡Dicen tanto!

    Algunos afirman que el Mago, la Estrella y la Damita son reales, así como la casa, pero que no gustan ser retratados y se rodean de un conjuro de invisibilidad. No tienen cómo explicar la presencia del dragón, ni de los fantasmas o los ecos.

    Otros dicen que Villa Beatriz no existe, pero alguien la sueña, o la escribe en un mundo muy lejano, esperando con esto hacerla realidad... y que pone tanto de su alma en ello que poco a poco lo va logrando.

    Pero, ¿saben qué? Me gusta que cada uno se forme su propia idea, porque no es bueno pensar con palabras de otros y a veces, cuando se trata de la magia, solo basta creer...

    ¿Qué es Villa Beatriz?

    Eso lo dejo a la elección de cada uno de los que acuden cada martes 13 a respirar su sortilegio.

    Primer Visitante

    El péndulo del viejo reloj de la Marquesa, detenido hacía dos siglos, dos días y dos horas, comenzó balancearse. El cuco se despertó, tosió, carraspeó y empezó a canturrear con voz oxidada.

    Decidieron que era mejor que no hablara más, no fuera cosa que aflojara los cimientos. La Damita Duende le trajo una tabla de cortar verduras, ennegrecida por el tiempo y un trozo de tiza amarilla.

    Gracias a este medio supieron que era pianista de profesión, había tocado hasta para la bella Isolda de cabellos de oro, aliviando sus penas de amor. Los caballeros solían contratarlo para sus serenatas, o para que fingiera raptar a sus doncellas y erigirse paladines de su rescate, con lo cual les quedaba garantizado el casamiento, tuvieran o no sangre noble. Era tan romántico que no cobraba a los caballeros pobres, si creía en su amor verdadero; en cambio, se negaba a ayudar a los que buscaban el poder y la vana gloria.

    La protuberancia en su cabeza no era un cuerno, sino un chichón reciente: Su caverna había sufrido un derrumbe, producto de la construcción de una carretera con mucho tráfico sobre el sitio donde se hallaba enclavada. Se encontraba en estos momentos toda apuntalada con maderos de viejos tendidos eléctricos.

    Como ya no estaban de moda los dragones, ni las serenatas a la luz de la luna, ni raptar doncellas, se sentía completamente obsoleto. Temiendo quedar sepultado, atormentado por el ruido de los motores que dañaban sus finos oídos, amedrentado ante la idea de terminar en un museo o en un parque zoológico cada vez que salía a admirar la puesta de sol, ¡para no hablar de los tirapiedras de los chicos de la zona!, andaba buscando un sitio tranquilo donde pasar el resto de sus días.

    Aseguraba tener buenos modales, no solía quemar cosas sin permiso y se alimentaba solamente de infusiones de hierbas, sopa de acelgas y ensalada de pétalos de rosa con alguna que otra florcilla silvestre como condimento.

    Faltaba la opinión del Mago… Este miró al dragón, como estudiándolo.

    El dragón asintió y todos aplaudieron. Chopin es bueno para cualquier ocasión, si estamos tristes, nos alegra y, si queremos seguir melancólicos, nos deja en ese estado.

    Tener en casa un dragón vegetariano será una gran ventaja ―apoyó el gato―, si las violetas hablan demasiado y no me dejan dormir, las amenazaré con ser devoradas...

    El Mago intercambió una mirada cómplice con la Estrella y la Damita, luego se dirigió al visitante con la más gentil de sus reverencias.

    Y salió volando rumbo al sur.

    Al día siguiente, un séquito de enanos portadores de los tesoros del dragón, anunciaban que había decidido aceptar la oferta. Fue una procesión digna de admirarse: cofres, escudos, lanzas, dagas, cotas de fina malla, estatuas, medallones, candelabros, jarrones, lámparas, jofainas, collares, brazaletes y pectorales de excelente factura, una vajilla de oro para más de treinta comensales, una reproductora de discos compactos, dos enormes bocinas extra y un televisor ultramoderno ―¡no digo yo, con tanta fortuna puede darse esos lujos!―, un escarabajo de jade que se escapaba de las manos de los enanos, revoloteando por todas partes, coronas de varias tallas... no sabía que hubiera cabezas tan pequeñas, ni tan grandes... Uno de los enanos llevaba una misteriosa pecera, que no era transparente como las que estamos acostumbrados a ver, de ella salían extraños y espeluznantes rugidos. Cerraba el desfile el propio dragón, muy orondo, con un piano de cola bajo un brazo y la tabla de cortar verduras ―su pizarrita― bajo el otro.

    Pregunté, asomando la cabeza por la verja del jardín, como quien no quiere la cosa, dónde acomodarían esa maraña de trastos.

    Para ser un dragón, he de

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