TAPAS

SIN COMERLO NI BEBERLO

Ignacio Peyró (Madrid, 1980) es un gourmet ilustrado, un dandi literario, un comilón. Ésta es la versión corta de su trayectoria, que en lo profesional adereza con su faceta de escritor, periodista y traductor. Ha estado al frente de publicaciones como Ambos Mundos y Nueva Revista Digital, en la actualidad, es consejero de EFE y editor de The Objective. Es autor de más de diez libros, entre los que destacan Pompa y circunstancia: Diccionario sentimental de la cultura inglesa o Comimos y bebimos, y desde 2017 dirige el Instituto Cervantes de Londres. Ahora recuerda de forma íntima y personal sus años como joven corresponsal político en Ya sentarás cabeza (Libros del Asteroide), una crónica sentimental de sus primeros años de corresponsal político en Madrid, en ese momento entre la juventud y la edad adulta en que la vida “comienza a ir en serio”. Pero también es una oda a la amistad y una celebración de la existencia en torno a los restaurantes y los bares. He aquí una selección de parte de sus deliciosos periplos gastronómicos. Buen provecho. El cierre de Balmoral es una derrota con dimensión de catástrofe. Van a poner un Zara aunque también dicen que un aparcamiento. Hoy hemos ido ya por última vez, al mediodía, a fumarnos una Gloria Cubana y a pedir –gloria bendita– una Andaluza.

Al mediodía lo suyo era entrar en Balmoral con gafas tapalitros y el pelo aún mojado. De noche, alguna vez he terminado muy bebido en un sitio donde, pese a todo, siempre se supo mantener una noción de decoro. Santa paciencia de quienes nos enseñaron a beber y nos prohibieron tomar campari tras la cena. No me cabe duda de que este cierre es la reducción y ambas cosas me parecen estupendas, la cita y, sobre todo, el Hispano. No dejo de ir con cierta ilusión o expectativa: no me inspira confianza pero para qué va a querer una comida conmigo si no es para proponerme algo. Y qué comida: jerez, plato de jamón, lentejas, chuletas, Tondonia, carro de postres revisitado con frecuencia porque Andrés, bendito sea, es muy goloso (y yo me acuso, padre, de serlo también). Como me siento en deuda, después vamos a Embassy, donde pasamos la tarde en el banco corrido con gin tonic tras gin tonic de una ginebra que sirven con pepino. Pasiones en común: Galdós, Morand, el Vaticano II. Al final se nos hace tarde y, como vamos bien vestidos –y bien borrachos–, le digo: mira, Andrés, esto hay que terminarlo en Jockey. Allá que fuimos, hasta que entrecerró los ojos. De la tarde me llevo un prólogo, quién sabe si un amigo y la incierta gloria de una vomitona en Jockey. En nos viene toda la dulzura de la dulce Francia, el París que imita a la provincia, ese género de películas que no hemos visto donde las mujeres llevaban cuello vuelto, los hombres tenían aire grave y alguien, en la mesa de al lado, se encendía con misterio otro Gitanes.

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