El amor de los perros
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No me molesta que me llamen perro, me molesta el perro modo en que lo hacen.
El dolor puede ser verdugo o maestro.
Un grupo de perros viven enclaustrados en una casa de criminales. Allí aprenderán que el dolor es algo propio, que no emana del exterior sino en cada uno de ellos. La vida, y una sociedad distorsionada, poco o nada les enseña a soportar las desgracias.
Pedro César Castillo Quiñones
Pedro César Castillo Quiñones nació en la Ciudad de México el 17 de agosto de 1996. Desde sus primeros años de infancia estuvo muy relacionado con el mundo de la música y las artes. Sus primeras obras literarias eran cuentos que escribía en secundaria. En la preparatoria escribiría su primera novela, la cual ha desaparecido. El fallecimiento de su padrastro ocurriría en este mismo periodo, hecho que le hizo tomar la decisión de ser escritor. En la vida universitaria entraría a la Facultad de Derecho de la UNAM, pero la abandonaría a la mitad para empezar una nueva carrera en cinematografía. Es en este periodo cuando se publica su primer libro El amor de los perros, obra que tardaría medio año en escribir. Actualmente está terminando una serie de novelas y proyectos musicales. Su sueño es poder crear una casa de cultura en México y ayudar a las personas a que descubran su lado artístico.
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El amor de los perros - Pedro César Castillo Quiñones
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
El amor de los perros
Primera febrero: febrero 2018
ISBN: 9788417335793
ISBN eBook: 9788417335489
© del texto:
Pedro César Castillo Quiñones
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Prefacio
Hace algún tiempo tuve el honor de entablar una amena charla con un editor proveniente de la bella Argentina. Me platicó de un problema que él veía. Me dijo que, si existía una crisis de lectores, la crisis de escritores era mucho peor. Cuando escuché aquello, no pude evitar hacerle saber que yo escribía en mis ratos libres, y que sentía un gran aprecio por la carrera literaria.
Me miró sorprendido, más aún cuando se enteró de mi corta edad.
El editor me preguntó ¿qué escribes? A lo que yo le contesté: «Escribo todo aquello que mis sentidos captan, todo aquello que mi razón cuestiona, como por qué el hombre comete acciones que van en contra de la razón». La razón, la racionalidad, son dones que deben educarse, que no todos llegan a ejercitar.
Este libro podría resultar repugnante, asqueroso, mórbido, por los temas que aborda sin prejuicios. El asesinato, la violación, la zoofilia, son ejes que giran en torno a estas letras que están escritas. Igualmente exageradas con la realidad.
Lamentablemente, esos temas forman parte de la realidad de muchos.
Mi objetivo fue plasmar las historias que llegaron a mí, por casualidad, escribirlas y darlas a conocer a un mundo que quizá ignora este sombrío espacio.
Como suele decir una maestra de mí amada Facultad de Derecho de la UNAM: Todo lo prohibido no lo indago por prohibido, sino más bien, por mera curiosidad científica.
I
—Este tiene que morir
Son las gélidas palabras que zumban y penetran a las pobres almas que agonizan bajo los húmedos techos, los que duermen sin soñar con una mejor vida, los que dejan caer su fofo cuerpo en las manchas de sangre que adornan el recinto, los que han adoptado el dolor y lo han hecho propio, los que padecen enfermedades, penas y castigos; son todos ellos los que esperan el diagnóstico del médico de turno, a los que todavía no les confirman si morirán o ya están muertos.
Por el corredor, las paredes y los techos, por los barrotes que separan a los hermanos que llegaron juntos y luego fueron separados, por entre las bombillas, que con su funesta luz alumbra las tinieblas y el negro abismo de los infelices, por toda la zahúrda retumba el estruendoso lamento, la queja con llanto, el miedo a que penetren las heridas y descubran a un ser frágil, tembloroso, sin vigor. El coro de aullidos es la perene canción, la interminable sinfonía que tortura día y noche.
Mientras los apocados cantaban su desafinada melodía, las puertas del fondo se abrieron. Un grupo de personas entró cargando a un nuevo huésped, un bulto más que iba dejando tras de sí un camino de sangre. Estas personas decidieron colocarlo en la celda número 20.
Cuando se retiraron dichos sujetos, y el candado volvía a su puesto, todos los que habitábamos en la celda número veinte observamos al nuevo compañero que se nos unía en la desgracia. Era inevitable apartarle la vista al pobre; aquel llevaba las patas traseras destrozadas, envueltas en vendas rojas y gasas que absorbían la sangre. Aquel era más una fuente de sangre que cualquier otra cosa. Al principio ninguno de nosotros se animó a hablarle, pero después de unos minutos de incómodo silencio, Aguacate, que era un experto en romper el hielo y las tensiones, se acercó a decirle unas palabras.
—¡Hey! Bienvenido al club. Eres el miembro más reciente, felicidades. —El nuevo miró a Aguacate y guardó silencio—. Bueno…, ¿tienes nombre, algún apodo?
Parecía que no iba a hablar, es como si ya hubiese aceptado de antemano que este mórbido lugar es su mausoleo, el sitio donde su cuerpo por fin descansará, huyendo de cualquier aflicción. Aguacate se resignó a sacarle alguna palabra o gemido, dio media vuelta y regresó a la esquina que apestaba a orines.
—Si combináramos a este y a Chabacano, tendríamos a un perro completamente sano. A este le faltan las patas de atrás, y al otro imbécil le faltan las patas delanteras. Ja, ja, ja. —Entonces Cilantro sacó una enorme carcajada mientras los demás lo mirábamos, ignorando el pésimo chiste que había contado.
—Ignora a este pelado. Como podrás notar, tiene un humor de perro¹ —le dije para que no se sintiera mal y agarrara confianza entre nosotros, sin embargo, no hizo movimiento alguno, ni ladró, ni se dignó a mirarme.
—Ninguno de ustedes aguanta nada. No solo he vivido al filo de la ruina, sino que he estado sumergido en ella, la vida intentó aniquilarme… la sensación de que absolutamente todo ha terminado, que todo el mundo te ve moribundo y aun así eres ignorado. No siento