El Juicio
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La humanidad tiene un amplio conocimiento sobre infinidad de juicios que se llevaron a cabo en diferentes culturas en diferentes edades y en diferentes pueblos. Algunos de estos juicios han dejado lacerada por su injusticia, el alma colectiva del humano que ha tratado de ser bueno, pero, que las fuerzas superiores del mal siempre se lo han impedido.Un juicio es un mecanismo de carácter jurídico, en el cual un juez o un grupo de jueces, buscan en forma imparcial la culpabilidad o inocencia, de un ser humano que se ha hecho blanco de una vergonzosa acusación. Los jueces usando el poderoso instrumento de la ley, velan por mantener vigente los valores éticos que el hombre debe mantener inviolable. Sin embargo, como ha sucedido infinidad de veces, estos juicios, al ser manipulados por jueces con el precio etiquetado en sus corruptas almas, se han prestado para mandar al patíbulo a criaturas inocentes y buenas. Ahora bien, amigo lector. Permítame que yo, Pedro Alejandro Vijil, por medio de esta obra literaria, lo invite a que juntos participemos como espectadores a este insólito juicio llevado a cabo dentro de una corte jamás vista, jamás imaginada, donde jueces de una solvencia moral intachable poseedores de una sabiduría impresionante, salvan a un condenado de morir, en las cámaras de tortura de las avispas negras, al comprobar que el acusado, es simplemente un pobre esclavo lleno de maldad, por causa del ingrato abandono de la divina diosa de la razón. Disfrute, amigo mío cada argumento de este juicio donde encontrara la historia y sabiduría de lejanos tiempos. Tiempos que con sus mágicas luces pueden iluminar nuestras vidas, en el presente.Gracias.
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El Juicio - Pedro Alejandro Vijil
El Juicio
Pedro Alejandro Vijil
Derechos de autor © 2021 Pedro Alejandro Vijil
Todos los derechos reservados
Primera Edición
PAGE PUBLISHING, INC.
Conneaut Lake, PA
Primera publicación original de Page Publishing 2021
ISBN 978-1-6624-8943-3 (Versión Impresa)
ISBN 978-1-6624-8944-0 (Versión electrónica)
Libro impreso en Los Estados Unidos de América
Tabla de contenido
El Círculo rojo
Introducción
Amigo lector, lo saluda con gratitud y cariño el autor de este libro, donde cada página contiene en su intimidad, la magia que vuelve placentero a un cuento. Cuento que, conscientemente, salta sobre la barrera de lo que se acepta como brevedad narrativa. Todo, para galopar en campo abierto, buscando a ese amante de las letras para que lo disfrute y luego se deje llevar en vuelo al prado de la reflexión constructiva.
En la escala de los valores creativos del pensamiento humano, aparece como luminosa estrella del conocimiento, la hija del talento, llamada: Historia. La leyenda que es su hermana, sigue de cerca sus pasos y como una nodriza fiel la alimenta sin reparos. La paternidad de dicha historia, le fue concedida como merecido reconocimiento al maestro Heródoto de Halicarnaso, que vivió del 480 hasta el 425 a. C. El cuento, ocupando un insignificante tercer lugar, fue poco a poco abriéndose camino sin ningún brillo y limitado su quehacer, al campo de la narrativa de lo ficticio o cosas de carácter costumbrista o de carácter didáctico. Entonces yo, Pedro Alejandro Vijil, autor de este libro, he preferido la magia total del cuento, como medio de compartir con todos ustedes sin barreras. ¡Libre como el viento! Mi alforja llena de pensamientos nobles, donde están despiertos mis anhelos, mis verdades y mis sueños. Entonces amigo mío, no descarte de su mente la verdad, que el cuento que tiene en sus manos titulado: El juicio, es el verdadero padre de la historia.
Gracias.
El Círculo rojo
Marco Tulio llegó a su deteriorada casa completamente ebrio, tal como lo venía haciendo desde hacía muchos años. Este hombre de cuarenta años de edad, pero con apariencia de sesenta, había ingresado a las huestes de los enfermos alcohólicos, de la fase crónica la cual se inicia en el hombre o en la mujer, cuando necesita urgentemente el fatídico trago de alcohol al despuntar la mañana, con lo cual este tipo de enfermo, logra calmar el descontrolado sistema nervioso, que lo agobia.
Esa fría noche, Marco Tulio había ofendido groseramente a su sufrida y sumisa esposa, solamente porque ella, no le tenía preparada la comida. Esa noche, la maltratada esposa de Marco Tulio, llegó a un insospechado límite. Aquella natural tolerancia, se hizo añicos en la dimensión de la ira y golpeando fuertemente la mesa, gritó en la propia cara de su esposo alcohólico, su ingrato proceder al llegar exigiendo comida, cuando hacía muchos días que no llevaba dinero, para comprar la provisión en el mercado.
—Será posible... —dijo ella.
—Que tengas tan dañado el cerebro, que se te olvida que, si logro ganarme unos centavos costurando, estos los ocupo para darle de comer a mis dos hijos, sin importarme que yo me quede hambreando.
La atormentada esposa se tapó la cara con las manos y lloró entre sollozos. Marco Tulio aturdido por el alcohol y por el torrente de palabras que su esposa le había lanzado, se sentó frente a una pequeña mesa de madera, sobre la cual descansaba una lámpara de gas, cuya mecha sostenía una llama que agonizaba, por lo que, solamente alumbraba parte de ella. Marco Tulio colocó los codos al borde de la mesa y dejó descansar su frente sobre la palma de sus manos y dijo.
—Mis amigos siempre me lo han dicho —mencionó—. Que no hay en esta vida ser más malagradecido que la mujer, ¡Nunca están conformes! Siempre. Siempre es poco, lo que nosotros los hombres hacemos responsablemente, por ellas. Exactamente como yo lo hago.
Al terminar de pronunciar la última palabra de su conmiserado discurso. Marco Tulio, inesperadamente escuchó una serie de estridentes carcajadas, como una burla por lo antes expresado por él mismo. Marco Tulio palideció. Sus ojos destellaban cólera, ofendido, gritó.
—¿Por qué se ríen de mí? —preguntó—. ¡Yo quiero verlos cara a cara para ver qué tan valiente son! ¡Salgan cobardes!
—Aquí estamos señor y no somos cobardes —dijo una voz aguda pero clara.
Marco Tulio, orientándose por aquella extraña voz, fijó su nublada mirada sobre un grupo de pequeñas hormigas, quienes todavía reían y reían, como impotentes de poder contener, aquella manifestación de burlesca alegría. Marco Tulio, acercó sus ojos al grupo de hormigas. Una sonrisa malévola alteró las facciones de su grasosa cara, cuando calculó que, con un solo golpe con la palma de su mano, era suficiente para aplastarlas como merecido castigo por atrevidas. Marco Tulio, lentamente, levantó el brazo y de pronto, descargó el golpe mortal. La mesa tembló. Luego, Marco Tulio, con diabólica complacencia, quitó la mano y vio con desilusión que, de aquel nutrido grupo de hormigas, solamente una yacía tendida pero no muerta, ya que había empezado penosamente la fuga, arrastrándose hacia una abertura que la mesa tenía, para protegerse de la maldad de aquel humano que intentaba quitarle la vida sin la más mínima compasión. Marco Tulio estaba colérico.
—¡No me explico cómo escaparon! ¡Ah! —dijo—. Pero esa que va arrastrando esa pata quebrada, ¡la remato ya!
Entonces, Marco Tulio dirigió el dedo pulgar al diminuto cuerpo de la hormiga, para con la yema triturarla. Un centímetro era toda la distancia, para el contacto mortal. De pronto, Marco Tulio sintió que una enorme mano lo sujetó por el pecho, elevándolo entre densas y oscuras nubes, lo que provocó que perdiera completamente el control de su propio ser, quedando hundido en la nada. Marco Tulio abrió los ojos y sintió de inmediato el efecto candente de un rayo de sol sobre su frente. Entonces, lentamente, hizo una revisión de su propia anatomía. Súbitamente cayó preso de un miedo profundo y quiso gritar, pero no pudo. Con tristeza murmuró.
—Soy una hormiga —dijo—. ¡Una insignificante hormiga! No, ¡yo debo estar soñando!
De pronto, un potente rayo de sol iluminó el ambiente, por lo que a la vista quedó, una larga y brillante mesa. Tras ella, cómodamente sentados, cinco venerables ancianos de la estirpe de las hormigas quienes tenían fija la mirada sobre su persona. Ellos lo miraban como si estudiaran una cosa rara. Marco Tulio, sentado sobre una silla en el centro de un amplio círculo rojo, no lograba comprender lo que estaba sucediendo. Él sabía que era un humano en pensamiento y entendimiento. Pero, ¿por qué tenía aquel extraño y feo cuerpo?
—Debo de revestirme de paciencia. Estar atento me conviene, pues entiendo perfectamente todos esos complejos códigos, con los cuales estas hormigas se comunican entre sí, usando el sofisticado sistema de sensitivas antenas —dijo.
De esa forma, tres hormigas de edad madura y enérgicos movimientos hicieron su entrada a la sala. Dos se colocaron en cada una de las esquinas frontales de la mesa. La tercera hormiga, se paró frente a los cinco ancianos. Luego inclinándose reverentemente, le mostró el respeto y la admiración a su humilde dignidad. Luego ya erguido, miró a la hormiga Marco Tulio.
—Honorables maestros, no cabe la menor duda, que a todos nos ha sorprendido, la decisión del padre de la justicia, de traer al círculo rojo a ese humano, para que lo juzguemos por el delito de asesinato en contra de un grupo de trabajadores de nuestra comunidad de pequeñas hormigas que, en ese momento, andaban fatigas peleando en el frente de batalla, contra el hambre —mencionó—. Ellos, honorables maestros, cumplían con su deber de recolectar todo lo comible para que, en nuestra fraternidad, nunca se vean esos grupos de hambrientos en nuestras calles, como es común verlos en las ciudades de los llamados humanos... La compasión se desborda, honorables maestros, cuando vemos tanto desamparado vagando como sombras bajo la mirada indiferente, de los ricos, poderosos, alucinados y voraces. Ese día, un pequeño grupo de nuestros trabajadores recolectaban con esmero todo alimento para que nuestros ancianos, que son héroes para nosotros, tengan siempre su alimento especial, en los bellos albergues que hemos construido especialmente para ellos.
»Esto es sumamente importante para todos nosotros. Nos emociona verlos contentos. Pues de esta manera, ellos sienten que los amamos. Que nosotros no somos como los humanos, que humillan al anciano, condenándolo a la dolorosa mendicidad y que, cuando les tiran un mendrugo de pan, es porque al mismo tiempo le tiran una fotografía para exhibirla en los periódicos, con lo que muchos vanidosos se sienten buenos. También trabajamos sin descanso para que nuestros niños tengan todo. Nosotros entendemos que sería una ingratitud de nuestra parte, darles el pan del saber en las escuelas, con el estómago vacío. Nosotros trabajamos de día y noche, para no tener jamás, pandillas de niños exhibiendo el desamparo, descalzos, vistiendo harapos y con el sello del hambre en su triste semblante y durmiendo en los umbrales de los fríos templos de los comerciantes. Ese cuadro está bien que se vea en el mundo del humano que es ingrato, pero no en la fraternidad de las hormigas, donde todos trabajamos para el bienestar de todos... Pues bien, honorables maestros, nuestros trabajadores