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Miroslav, el vampiro
Miroslav, el vampiro
Miroslav, el vampiro
Libro electrónico328 páginas4 horas

Miroslav, el vampiro

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Miroslav, el vampiro es una novela que rompe el estereotipo del personaje creado por John Polidori y pulido por Bram Stoker en sus obras El vampiro y Drácula. Aquí el personaje central es un ser cuyas pulsiones vitales son su esencia misma: amor, temple y deseo. Una obra de acción y suspenso que contrapone escenarios separados por la fractura entre la vida y la muerte, la pasión y la soledad, la cobardía y la amistad sin trabas, enmarcados por el deslumbramiento de la sensualidad, sea en forma de la degustación afable de un vino exquisito, del significado más profundo del afecto o del deleite del cuerpo femenino: la salvación perpetua del alma. El personaje de Miroslav trastoca el arquetipo del vampiro, al centro de una sociedad donde los excesos se desbordan, y donde un ser venido de otra época y valores puede descubrir, deslumbrante, el amor.
IdiomaEspañol
EditorialSb editorial
Fecha de lanzamiento17 feb 2024
ISBN9786316503527
Miroslav, el vampiro
Autor

Pedro Aparicio Herrera

Pedro Aparicio Herrera es urbano 100%, nacido en el corazón de la Ciudad de México. Entre sus obras se destaca El 5Patapollo, publicado en México, Italia y Perú, con numerosas reimpresiones. Sus libros se caracterizan por penetrar de un modo único los entramados de la amistad, la solidaridad y la superación personal.

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    Miroslav, el vampiro - Pedro Aparicio Herrera

    La primera noche

    La noche era brumosa y fría. Se percibía a lo lejos el rumor y bullicio constante de la gran feria de la industria y la agricultura del Centenario. A pesar de lo avanzado de la noche, había algunos curiosos observando las muestras de arte, y sonando, más allá, se distinguía el chelo de una orquesta de cámara con dulces y suaves armonías.

    Por ahí iba yo cruzando el río Moldava sobre el magnífico Puente Carlos, pensando, recordando todas las sensaciones de placer que mi querida Mlada me prodigaba. Repasaba cada instante de nuestro reciente encuentro: hacía tan poco tiempo, que en mi piel todavía sentía la suya vibrante, palpitante al norte y sur y toda su exhuberante geografía que latía con la mía. Aún tenía las mejillas sonrosadas a pesar del frío que ni sentía; la noche para mí era maravillosa, quería gritar, correr o hacer la locura más disparatada, quería que todos supieran lo feliz y pleno que me sentía. Yo, Miroslav Jujoleck, un joven entusiasta del oficio de las letras, con conocimiento de idiomas y escribano consumado, me sentía el mortal más vital de toda esta sombría y bella ciudad gótica. Ciudad hermosa, con sus prominentes cúpulas por aquí, por allá unas doradas, otras cobrizas o verdes, toda ella se parecía a mi bella Mlada, extraña y fascinante, majestuosa y acogedora, sombría y brillante, tan mía la ciudad como mi Mlada: las adoro.

    Creo que estaba enamorado, sí, de su hermosura, de su figura, la frescura de su cabellera castaña y esa boca tan perfecta, la sensualidad hecha labios, la tibieza de su cuerpo donde me recreaba. Y así iba yo con mi mente y mis sentidos. Pasé por el impresionante reloj astrológico y ni siquiera miré la hora que marcaba, solo observé de soslayo, entre la bruma, que aún no salían por sus puertas las increíbles figuras que tanto le caracterizan, solo el esqueleto displicente que siempre está observando todo, reclinado sobre el límite del perímetro del reloj, parecía que me miraba. Imaginé que me saludaba levantando su esquelético brazo derecho y me sorprendió un poco la ilusión. ¿Sería una señal? ¿Pero de qué? Así, continué mi camino, estaba absorto, el bullicio era cada vez menor entre las callejuelas.

    Me resistía a decirle a Mlada: ¡Hasta mañana, mi amor!, creía que no podría tolerar tanto tiempo sin verla, serían unas cuantas horas pero demasiadas, una noche completa de no estar con ella, de no estar en ella.

    Sin darme cuenta, ya estaba cerca de la Catedral de San Nicolás.

    —¡Buenas noches, joven! —el saludo me hizo retornar de mis pensamientos—. ¡Buenas noches! —repitió—. Me podría indicar dónde se encuentra la Torre de la Pólvora.

    Una figura masculina impecable, de facciones afinadas, labios delgados y un acento extraño, emergió de entre la bruma y me indicó:

    —Estoy extraviado. ¿Me podría ayudar?

    Dudé por la sorpresa al estar tan ensimismado en mis pensamientos, pero al fin reaccioné:

    —Sí, sí, ya me di cuenta de que está perdido.

    Con motivo de la gran feria internacional había muchos visitantes de lejanas tierras en la ciudad, así que me dispuse ayudar al extranjero.

    —Mire, es por...

    Antes de que terminara la frase, el extranjero se me abalanzó con una fuerza descomunal, me inmovilizó y antes de darme cuenta, ya tenía su boca pegada a mi cuello. Pensé que era un degenerado de esos que ahora abundan con motivo de la feria, pero ¡no!, no era de esos…

    Al abrir su boca vi fugazmente unos colmillos nada normales. Por instinto, traté de zafarme por todos los medios con desesperación, pero aunque actué con vigor y energía ante la amenaza, sorprendentemente el hombre ni se inmutó. No logré moverlo, ni siquiera inquietarlo, me venció con pasmosa facilidad después de lo que para él fue un breve forcejeo. Hincó en mi cuello aquellos espeluznantes colmillos, y sentí un breve y punzante dolor. Finalmente, me desvanecí.

    Desperté tirado en el suelo. Él estaba parado frente a mí en una posición como la del depredador ante su presa vencida a la que devora a pausas. Instintivamente llevé mi mano al cuello donde me había mordido, y miré mis dedos tintos de sangre.

    —¡Desgraciado, mal nacido! ¿Qué me hiciste?

    Traté de incorporarme, pero patinó mi codo izquierdo al intentar hacerlo, y no lo conseguí. Él, aún con rastros de mi sangre en la comisura de sus labios, sonrió malévolamente; algo de su saliva que me inoculó había adormecido todo mi cuerpo y me sentía débil.

    El siniestro personaje, con un acento plagoso que me pareció de un país vecino del sur que no logré identificar, dijo:

    —¡No te resistas, joven amigo!, porque después de esto tu vida cambiará; ya nada será igual. Yo era como tú, un simple mortal, antes de que me inoculara el germen de la inmortalidad mi gran maestro, el Príncipe de las Tinieblas. Solo aquellos venturosos que han sido mordidos por él lograrán transmitir la inmortalidad, ese es mi caso y ahora el tuyo, ya que has sido afortunado porque serás un vampiro puro y tendrás, además, poderes de los que los mortales humanos carecen. Esto solo por brindarme un poco de tu vital sangre, ¡creo que recibirás mucho más de lo que has ofrecido!

    ¡Me quedé inmóvil! No sabría si porque estaba aterrado o demasiado débil, o por ambas cosas.

    Sí, ya sabía yo de los vampiros: se habían convertido en una plaga en toda Europa Central, es más, junto con mis amigos habíamos ido ya en una ocasión de cacería tras ellos; no cazamos ninguno, pero eso sí, nos pusimos una borrachera histórica. Y ahora yacía en el suelo a merced de uno de ellos.

    —¡No temas! Ya casi estoy satisfecho.

    Y nuevamente se me abalanzó. Sentí su aliento con olor acre amargo a sangre en la otra parte de mi cuello. Débilmente traté de resistirme pero sin éxito y con un sopor abrumador me desvanecí. No supe nada más.

    §§§

    Un frío hasta los huesos y una jaqueca descomunal me dieron los buenos días anticipados; tal como un beodo que se queda tirado en la calle, que por estos días no faltan, así me desperté. No sé cuánto tiempo transcurrió, finalmente dejé el frío piso y tambaleante, trastabillando por la debilidad, llegué a mi pensión que por suerte no estaba tan lejos.

    —¡Ay, joven Miroslav, ya siente cabeza! Le va a hacer mal tanta juerga. ¡Mire cómo viene! —Así me recibió la portera, que como siempre muy temprano, aun antes del alba, iniciaba sus labores.

    Diecinueve escalones interminables y tres metros de pasillo me separaban de mi cama. ¡Al fin!, exclamé con el pensamiento, cuando logré tirarme sobre ella.

    §§§

    —¡Miroslav…, Miroslav! ¿Qué tienes? ¡Qué bárbaro!, qué semblante de resaca luces, pero ¿dónde estuviste anoche?, ¿por qué no invitaste? —era la voz de mi gran amigo Karlov.

    Nuevamente desperté, sintiéndome un poco mejor.

    —¿Qué hora es? —pregunté balbuceante.

    —¡Mediodía! —respondió Karlov—. ¿Te emborrachaste? ¿Bebiste ajenjo o qué fumaste? Mira cómo estás: el rostro desencajado, las pupilas dilatadas y la ropa sucia de anoche. Vete en el espejo.

    Y ahí fui. Tenía razón. El reflejo del espejo me devolvía una borrosa y lastimera imagen de mi figura, con la ropa enlodada y un rostro que me parecía desconocido. El reflejo, además, era devuelto sin nitidez, como fuera de foco. Sacudí la cabeza incrédulo; empezaba a recordar.

    —¿Tienes hambre? —esa pregunta de Karlov me devolvió de mis cavilaciones e instintivamente contesté:

    —¡Sí, mucha!

    —Pues tienes suerte, ¡mira la mesa! La portera te adora, mi amigo. Te envió conmigo este humeante goulash de pato que tanto te gusta y que vamos a compartir. ¡Anda, vamos a comer! Además, traje pan y un buen vino que te va a caer bien. ¡Acomódate!

    Karlov me ayudó a sentar a la mesa. Mientras él devoraba su platillo, yo sopeaba lentamente. ¡Qué extraño!, pensé; en realidad, esa comida me encantaba y, por supuesto, tenía un hambre carroñera, pero ¡no!, no lo pasaba, no me sabía bien.

    —¿Qué tienes, Miroslav? Estuvo tremenda la parranda, ¿verdad?

    —¡No!, no fue parranda —respondí con voz cascada y boté la cuchara. Nuevamente fui al espejo y vi mi cuello borroso, tenía cuatro perforaciones circulares, dos en cada lado, y me dolía alrededor de esas regiones. ¡Sí, fue cierto! ¡No fue un sueño!, pensé.

    —Miroslav, estás muy extraño, ¿qué sucedió? —me inquirió Karlov ya preocupado.

    —Toma asiento, te voy a platicar, pero ¡júrame! que no vas a decirle a nadie.

    —¡Está bien! —respondió vacilante Karlov.

    —¡No!, ¡júramelo!, ¡júramelo! —supliqué.

    —De acuerdo, ¡te lo juro! Espero que no haya sido una dama de la realeza —dijo burlonamente.

    —¡No!, ¡no se trata de eso! —vociferé.

    —¿Tan grave es? —pregunto él, ya ansioso—. Bien, bien, ¡ya dímelo!, que me tienes intrigado.

    Me mecí el cabello y empecé mi relato. Karlov cada vez abría más los ojos conforme avanzaba la narración de lo sucedido, hasta que llegó el momento en que casi gritó:

    —¡Eres un vampiro!

    De inmediato le tapé la boca

    —¡Cállate, Karlov! ¡Por Dios, baja la voz! Nadie debe enterarse.

    —Pero ¿cómo lo vas a ocultar?

    —¡No lo sé! Solo déjame pensar y ayúdame quedándote mudo por un momento.

    Ahí estábamos, mi amigo Karlov, sentado en una silla, y yo, deambulando en la misma habitación, extraviado en mis pensamientos.

    Unos hirientes rayos solares matutinos se asomaban a través del ventanal y lastimaban mi brazo derecho con un molesto escozor. De inmediato cerré completamente las cortinas para dejar en penumbras la habitación; así me sentí más confortable.

    —¿Me vas a chupar? —exclamó Karlov.

    —¡No fastidies! ¡…O al menos, todavía no! —grité, y él casi se levanta corriendo—. Ja, ja, ja, ¡estoy bromeando! Eres mi mejor amigo, antes de tocarte me doy un balazo.

    Un poco más relajado, comentó: —¿Y qué importaría que te dieras un balazo, si ya eres inmortal? ¡Mejor me voy!

    —Ya déjate de tonterías. ¡A ti menos que a nadie podría yo chupar! Bueno, ¡está Mlada! —pensé en voz alta.

    —¡Ves!, mejor sí me voy.

    —¡Caramba!, Karlov, tranquilízate. Entiende que estoy confundido, no sé cuánto tiempo pasará antes de convertirme en vampiro, ¡a lo mejor semanas o meses! —exclamé dándome ánimos.

    —¡No te engañes, Miroslav!, si la comida ya no te gusta y la luz solar te lastima, y tu imagen en el espejo ya no es nítida… ¿Acaso crees que no te vi? ¿Ya te observaste? ¡Piensa!

    —Tienes razón, Karlov —concedí—, pero te repito: estate tranquilo, que antes me chupo a la portera que, además, está más regordeta y apetitosa que tú.

    Ambos sonreímos.

    —Pero tienes razón, parece que será muy rápida la transformación —afirmé, pensativo—, tengo que retrasar el proceso de conversión lo más posible mientras ideamos una solución, pero ¿cómo?, ¿cómo? ¡Ayúdame, Karlov!

    —Escucha, Miroslav, repasemos lo que sabemos de los vampiros —empezó Karlov con esa capacidad analítica que siempre admiré en él— sabemos que les dañan y por eso les temen a los crucifijos, al agua bendita, los ajos, la plata, las cruces y, en menor grado, a los símbolos religiosos cristianos. Y que generalmente son inmortales como tú lo serás en no sé qué lapso; bueno, a menos que se les clave una estaca en el corazón.

    Karlov caminaba en círculos mientras emitía estos juicios.

    —Bien, según el relato de tu vampiro agresor, tú sí eres inmortal por haber sido mordido por un vampiro puro, transmitiéndote él esa pureza; y los demás no lo son. ¡Vaya, qué suerte la tuya! ¡Te fastidiaron, mi hermano! ¡Te tuvo que morder precisamente un vampiro puro de línea directa!, así que tendrás que chupar por siempre, ¡maldita sea! Pero… —empezó a titubear mientras se rascaba con el índice el mentón, y de pronto exclamó—: ¡Sí!, ¡sí!, hay una solución, si organizamos una cacería y logramos matar al vampiro que te mordió, tal vez así quedarás libre de la maldición o del germen maligno que ahora empiezas a padecer.

    —¡Es cierto!, Karlov, entonces sí hay solución —exclamé entusiasmado—. ¡Eres un genio!

    Sin tomar en cuenta mi comentario, continuó Karlov imperturbable:

    —Si nos organizamos con los amigos y vamos tras él…

    —¡Sí! —exclamé casi alegre.

    —¡No! —contuvo por completo mi exaltación—, tú no podrás participar en esa posible cacería, Miroslav.

    —¿Pero por qué?

    —Porque tú ya no podrás salir. ¡Mira cómo estás! Poco a poco cada día tus síntomas se agravarán y, finalmente, ya no podrás resistir la luz solar, así que, de día, ¡olvídalo! Y de noche, podrías atacar a alguien, inclusive a mí, cuando tengas hambre o cuando tus nuevos instintos te lo reclamen. ¡Así que ni hablar! Tendremos que hacerlo de otra forma. ¡Escucha! —Karlov meditaba con calma lo que me iba a decir—, haremos lo siguiente: voy a organizar una cacería de vampiros con nuestros amigos, así que me tendrás que dar todas las señas y características de ese maldito chupador, y si lo encontramos, te juro que mataremos a ese desgraciado. ¡Eso déjalo de mi cuenta!

    —¡Gracias, Karlov! No esperaba menos de ti.

    Mientras yo decía esto, mi amigo caminaba en círculos en el cuarto, pensativo, casi sin prestar atención a mi agradecimiento; Karlov estaba concentrado en su plan. Justo en ese momento dimensioné la gravedad de mi problema. Realmente estaba en dificultades, mi vida se transformaría totalmente: mis ilusiones, mis proyectos con mi amada Mlada, ¡Mlada!, mi amor, ¡todo cambiaría! Y lo peor, la perdería a ella, pasaría la vida sin tenerla. Si unas cuantas horas sin verla se me hacían una eternidad, ahora tendría realmente toda la eternidad sin verla, ¡qué paradoja!, ¡qué crueldad! Salí de mis pensamientos angustiado, casi suplicando:

    —¡Karlov!, ¡Karlov!, tienes que ayudarme; estoy aterrado, amigo. ¿Por qué me pasó esto a mí?, ¿qué desgracia me cayó encima? Sin Mlada y sin amigos como tú, ¿para qué quiero vivir? De qué valdrá mi existencia, si solo ha de servir para desgraciar a otros, para destruir vidas e ilusiones, para deambular por las noches atacando a gente indefensa. ¡Qué tristeza! ¡Mátame, Karlov! ¡Anda, hazlo! Clávame una estaca en el corazón, ¡anda, acaba de una vez! ¡Te exijo que lo hagas! Eres mi mejor amigo, estás obligado, no permitas que me transforme en un vampiro. ¡No lo permitas! …Pero antes, por última vez en mi vida, voy a ver a Mlada.

    —¡Estás desvariando! ¡No harás eso, Miroslav! —respondió Karlov levantando la cara y la voz al mismo tiempo.

    Hasta entonces había permanecido callado y con la cabeza gacha. En ese momento le vi el rostro adusto y su mirada vidriosa; estaba desolado, estaba sufriendo. Y se fundió conmigo en un fuerte abrazo de hombre, de amigo: él sabía que me iba a perder, pero ¡no!, no me mataría. ¡Él nunca podría hacerlo!

    Entonces se separó de mí viéndome a la cara y empezó a hablar pausadamente, con voz entrecortada:

    —Te voy a decir qué es lo que vamos hacer —puso sus manos sobre mis hombros—: ¡tú quédate aquí! Voy a salir un par de horas y traeré conmigo crucifijos, cuadros de santos, agua bendita, ajos, ruda, romero y todas esas yerbas que pudieran servir en conjunto para retrasar tu conversión a vampiro. Mi teoría es que si desde el principio estás en contacto con todos estos sortilegios o símbolos, se podría retrasar el proceso o, al menos, que no sea tan intensa la transformación. Claro, mientras, buscaremos al vampiro que te atacó y lo liquidaremos. Pienso que a final de cuentas esa sería la solución definitiva. Créeme, Miroslav, si ese desgraciado se encuentra aún en nuestra ciudad lo encontraremos. ¡Te lo juro! —ahora los ojos de Karlov se llenaban de fuego y odio.

    —¡Te creo!, te creo, Karlov —le dije impresionado por el fervor de sus palabras, pero él continuó sin inmutarse.

    —Por ahora trata de descansar. Voy a cerrar con el pestillo todas las ventanas y tú, Miroslav, deja las cortinas así como están; ahora cuando salga, cierra perfectamente la puerta, no le abras a nadie, que nadie te vea, se puede correr la voz de que eres un vampiro y eso complicaría todo, ¿me escuchaste?

    —¡Sí!, sí, pierde cuidado, te obedeceré, lo prometo.

    —Bien, regreso por la noche; el tiempo apremia.

    Apenas se despedía Karlov, le grité: —¡Avisa al trabajo que no iré!

    —Descuida, diré que saliste de viaje.

    Karlov giró apurado y dio un portazo. De inmediato le puse llave a la puerta. No sabía si funcionaría el plan de mi amigo, pero que estaba preocupado por mí, ¡lo estaba! Caray, con esa seguridad con que hablaba, parecía que sabía muy bien qué hacer y eso me tranquilizó tanto que decidí darme una rápida ducha. ¡Qué suerte que me haya venido a buscar!, pensé.

    Después de que terminé, me recosté en mi cama, estaba en verdad agotado. No quise pensar de momento en el asunto, preferí quedarme con la promesa de Karlov y recrearme con el recuerdo de Mlada. Se debió extrañar que no fui a buscarla a la hora del almuerzo. Pronto la veré, me animé, y con el dulce pensamiento de ella y el agobio de mi agotamiento, me dormí sin darme cuenta.

    §§§

    Toc, toc, toc, se escuchó levemente.

    —¡Miroslav!, ¡Miroslav! ¡Abre, caramba! —era Karlov— emitiendo gritos apagados para que no los escucharan oídos curiosos—. ¡Abre!

    Me incorporé de un salto y rápidamente abrí la puerta.

    —¡Cómo te tardaste en abrir! ¡Ya no aguantaba estas cajas!

    —Yo tampoco —secundó Chotek, nuestro gran amigo en común.

    Ambos entraron apurados y dejaron caer las cajas al suelo.

    —¡Puff!, ¡qué gusto verte, Miroslav! —dijo Chotek.

    Yo lo miré sorprendido, por lo que significaba su presencia en el departamento.

    —No te preocupes por mí. Karlov ya me platicó todo, y te juro también que no abriré la boca, quedará como un secreto nuestro.

    —Gracias —titubeé—, gracias. ¿Qué te parece esta lamentable situación? Increíble, ¿verdad? ¡Pero me sucedió! ¡Me desgració ese maldito vampiro!

    —No digas más —interrumpió Chotek—. Te vamos ayudar hasta lo último, créeme que haremos lo imposible.

    —¡Apurémonos! —terció Karlov—, hay que sacar todo lo que traemos.

    Y así empezaron a sacar de las cajas crucifijos de madera y plata, santos, yerbas y frascos de agua bendita.

    —¡Qué bárbaros!, ¡qué cantidad de cosas, parece que van hacer un exorcismo!

    —¡Pues casi! —respondieron al unísono sonriendo Karlov y Chotek.

    —¡Ayuda!, no te quedes ahí parado —me reclamó Karlov—, pon estos cuadros de santos en ese muro, Miroslav; tú, en ese otro, y yo en aquél. Aquí tenemos suficientes clavos y martillo, ¡manos a la obra!

    Y los tres nos dedicamos a colocar cuadros con todo tipo de santos, además de crucifijos, rosarios y coronas de ajos por todos lados, yerbas de ruda, romero macho y muchas más cosas. De pronto, mi pensión se convirtió en un lugar lúgubre, tenebroso, casi mágico, lleno de imágenes, símbolos y olores. Hasta incienso trajeron Karlov y Chotek. Todo ese escenario, en la penumbra, resultaba alucinante, acentuado por las largas sombras que proyectaban velas y quinqués. Repentinamente sentí náuseas y corrí al baño. Devolví el estómago.

    Unos instantes después, un poco más aliviado, pude lavarme la cara y regresé con mis amigos.

    —¡Lo esperaba! —exclamó Karlov—, empiezas ya a tener reacción.

    —Esto ya lo presentíamos —dijo Chotek—. ¿Cómo te sientes ahora, Miroslav?

    —Las náuseas han pasado, solamente tengo una sensación de vacío en el estómago. ¿No será el goulash del mediodía que me cayó mal? —pregunté ingenuo.

    Karlov contestó:

    —¡No!, definitivamente no. Yo también comí ese goulash y estaba excelente, y yo estoy bien. En definitiva, ya es la reacción a todos los crucifijos y amuletos que trajimos. Tienes que ser fuerte, Miroslav, creo que ¡lo peor está por venir! Por ahora ha sido leve la reacción, y esperemos que por la prontitud a que estás siendo expuesto a estos sortilegios pueda retardarse tu conversión a vampiro. Al menos ganaremos tiempo para buscar a ese desgraciado que te mordió. Sentémonos aquí y velo describiendo muy lentamente; Chotek tratará de hacer un dibujo para que todos podamos identificarlo, ya sabes que él es muy buen dibujante. Serénate, y empieza a recordar sus facciones, su constitución física, vestimenta, forma de hablar, de caminar, etcétera. Cualquier detalle que nos permita identificarlo con rapidez será de gran ayuda, así que empieza.

    Hice un gran esfuerzo por hurgar en mi memoria, para rescatar detalles de recuerdos que siempre resultaban fugaces. Me dominaba el temor y la excitación que sufrí en aquel momento, pero poco a poco pude rescatar del fondo de mis miedos pormenores que fueron surgiendo a cuentagotas.

    —Su estatura. ¿Qué estatura tenía? —irrumpió Chotek.

    —Sí —reaccioné—. Mira, era un poco más alto que yo, digamos un metro ochenta, como tú. A ver, párate, Chotek —y se levantó—. Sí, como tú más o menos.

    —Sí —aseguró Chotek—, yo mido esa altura.

    Y continué describiéndolo lentamente:

    —Su complexión era delgada.

    —¿Cómo vestía? —terció Karlov.

    —Pues estaba vestido muy elegante —recordé—, y de porte distinguido, como si fuera a una celebración o a una fiesta; y su ropa era de color oscuro, resaltaba un gazné blanco fijado con un fistol rojo rubí, arropado con una capa negra que al interior era rojo obispo.

    —De su cara, ¿me podrías decir algo? —preguntó Chotek.

    —Su cara tenía facciones delineadas, que parecían cortadas a cincel por lo angulosas que eran; los pómulos algo prominentes, sus ojos grandes, oscuros, sin brillo y las cejas pobladas. La nariz recta y unos labios tan delgados como una línea. El mentón lo tenía proyectado hacia el frente, y su tono de piel era muy blanca, extremadamente pálida y, por supuesto, unos colmillos prominentes espeluznantes que solamente los pude apreciar cuando abrió completamente la boca y se dispuso a atacar. ¡Esos colmillos siempre los recordaré!

    Chotek continuaba imperturbable con su dibujo y, sin soltar el lápiz ni levantar la cara, con el resplandor de la luz de la mecha de un quinqué, me cuestionó:

    —¡El pelo!, ¿cómo era su pelo?

    Hice un esfuerzo por recordar: —Era negro, lacio y largo.

    —¿Qué tanto? —preguntó esta vez Karlov.

    —¡Hasta los hombros!, e impecablemente peinado hacia atrás, ni un solo pelo fuera de lugar —respondí.

    De pronto, recordé otros detalles que se me habían escapado.

    —¡Ah!, y sus manos y dedos eran huesudos y tenía las uñas largas. ¡Sus orejas eran puntiagudas en la parte superior!… ¡Creo que eso es todo! —concluí.

    Karlov vino hasta mí:

    —Bien, Miroslav, lo hiciste muy bien, ¡ahora esperemos!

    Y así permanecimos los tres amigos en un ambiente absurdo, surrealista, en la penumbra que el quinqué y algunas velas ofrecían. Yo miraba atentamente cómo Chotek elaboraba el dibujo y paulatinamente emergía del papel una figura y un rostro espeluznante que me provocó al inicio un temblor incontrolable.

    —Tranquilo, Miroslav, ¡tranquilo! —Tuvieron que sujetarme mis amigos. Era tan real y parecido el dibujo que estaba finalizando Chotek, que yo continuaba estremeciéndome.

    —¿Se parece? —me cuestionó Karlov.

    —¡Sí…, sí…! —exclamé tembloroso.

    —¡Vaya! —dijo Karlov—, ¡te felicito, Chotek! Eres muy bueno; mira cómo está Miroslav. Por su reacción al dibujo, ha de ser muy parecido a ese desgraciado, ¿o no? —me inquirió.

    —Sí, reconozco que Chotek es un extraordinario dibujante —respondí, pero nuestro amigo seguía en su labor sin levantar la vista, ignorando el reconocimiento expresado.

    Chotek continuaba detallando el dibujo, hasta que al fin exclamó, levantándose:

    —¡Ya está! —al tiempo que extendía su mano sosteniendo el dibujo terminado—: ¡Aquí lo tenemos!

    Entonces Karlov comentó: —¡Vaya que sí es un verdadero vampiro! Da escalofríos observarlo en dibujo, deberá ser aterrador verlo en persona. Pero ¿cómo es posible que no lo hayas visto?, y que además hayas dejado que se te acercara tanto como para chuparte, pues ¿en qué estabas pensando, Miroslav?

    —En Mlada —respondí con un susurro, y de inmediato repetí alzando la voz—, ¡en Mlada, caramba!, estaba pensando en ella. No me vean con esa cara, que no soy un estúpido, solo que ¡estoy enamorado! Entiéndanme. ¡No lo vi! No me di cuenta cuando se me acercó, de otra forma hubiera corrido, huido de ahí a otro lugar donde hubiera más gente y protegerme entre la multitud, pero la verdad es que no lo vi y no lo hice y, por eso arruiné mi vida.

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