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El Buey Que Quería Ser Abogado
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El Buey Que Quería Ser Abogado
Libro electrónico109 páginas1 hora

El Buey Que Quería Ser Abogado

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EL BUEY QUE QUERA SER ABOGADO:
Es la historia ficticia de Adonis Arturo Celti cuya alma no puede descansar en paz por causa de tanta maldad que cometi durante su existencia.
Regresa a la Tierra para dar vida a un buey. El cual vive atormentado por tanta injusticia que el ser humano comete en su contra; y por tanta desigualdad que existe en la creacin.
Con el tiempo, logra entender la razn por la cual es un buey; y comienza su aventura imaginaria de querer ser abogado. Su ideal: defender a los animales y a los nios ms desprotegidos.
Pero sobretodo, abogar por las almas de todos los seres humanos a fin de que no tengan que padecer: la condena que l est viviendo; por haber sido tan malvado, cruel e injusto durante su vida.
Es una fascinante historia que le encantar, no solo porque le har reflexionar; sino tambin, porque le har valorar las ventajas que como seres superiores de la Tierra tenemos; y que, a veces, no sabemos apreciar. Ningn ser humano quisiera ser un buey; pero podramos ser peor que un buey, si nuestra conducta y acciones: no son dignas de un ser humano.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 jul 2014
ISBN9781463387112
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    El Buey Que Quería Ser Abogado - Carlos R. Iglesias

    Copyright © 2014 por Carlos R. Iglesias.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014911159

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-8713-6

                 Tapa Blanda            978-1-4633-8712-9

                 Libro Electrónico   978-1-4633-8711-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 17/12/2014

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    642395

    Dedico este libro a mi madre: Lidia Iglesias.

    Y a un maravilloso ser que me ayudó cuando más lo

    necesitaba: Rodrigo Hernández

    Durante mi odisea con este libro

    tuve infinidad de dificultades,

    pero nunca dejé de creer…

    en hacerlo realidad.

    Musa: Lucero

    En la oscuridad de la noche, eterna y tenebrosa, los perros lo perseguían, los buitres lo acechaban; sus víctimas del pasado se habían convertido en verdugos del presente y, como fantasmas que aparecen y desaparecen, no cesaban de gritarle: ¡Asesino! ¡Asesino! ¡¡Maldito asesino!!

    En su cuerpo torturado sentía, uno tras otro, despiadados latigazos; y golpes martillándole clavos en su frente, pecho, pies y manos. ¡Piedad! ¡Piedad! Quien sea que me castigue: ¡Tenga piedad de mí! ¡Tan solo un poquito de piedad!, suplicaba con vehemencia; ante tanto castigo y dolor que no lo dejaba en paz, ni siquiera un segundo de su ineludible destino.

    De muchas maneras había intentado suicidarse, sin poder conseguirlo. La muerte era imposible para él, porque ya había muerto y nadie muere dos veces. Su cuerpo desnudo estaba cubierto de sangre, tenía heridas por doquier, y su rostro no parecía ser el de un terrícola: era irreconocible. Cualquier mortal que lo viese en tal estado: moriría de espanto, de horror o de miedo. Y si no muriese, nadie le creería, un ápice después, si llegase a contar como verídica una escena semejante. Pero, para fortuna o desgracia del atormentado, nadie le podía ver, hablar ni escuchar; excepto, sus propios fantasmas. Su mundo de tinieblas no pertenecía al mundo de los seres vivientes; sino al mundo de las almas condenadas, por tantas maldades encontradas en el libro diario de su vida. Un libro que nadie escribe, pero todos lo llevamos en nuestra conciencia como prueba, inequívoca, de nuestro peregrinar por este enigmático mundo. Ese libro, ¿quién podría quemarlo?

    Una noche (aunque para él todas eran como una sola noche), sintió que su alma descansó por un momento. ¡Oh, gracias Dios mío! ¡Gracias! ¡Al fin te has dignado a escuchar mis angustiosos ruegos!, exclamó con júbilo desbordante. Su cuerpo, aunque seguía desnudo y parecía el de un espectro, ya no estaba cubierto de sangre. Las heridas, los perros, los buitres, los latigazos, los golpes martillándole clavos y las voces que incesantemente le gritaban: ¡asesino! Habían desaparecido totalmente. Asimismo, comenzó a recordar con dificultades pero cada vez más claro: su pasado. ¡No podía creerlo!, parecía que de un momento a otro, la pesadilla había finalizado y, daba inicio una nueva etapa para su lúgubre existencia.

    La noche se iluminó

    con el brillo de las estrellas

    y la luz de la luna;

    era una noche de agradable brisa,

    de una magia encantadora

    y de una tranquilidad

    que invitaba a oír… el silencio.

    Cuando amaneció, casi enloquece de felicidad; más aún, al aparecer frente a su fastuosa mansión y, luego, poder entrar como un fantasma sin tener que abrir puerta alguna. No hay duda que estoy muerto, se dijo a sí mismo; sin darle la menor importancia a su condición de espectro.

    Mientras tanto, siguió caminando hasta llegar a la habitación, donde tantas veces hizo el amor con la que había sido su última esposa. Pero ¡qué golpe tan humillante sintió en su corazón!, al verla, mansa como un cordero, durmiendo en brazos de otro. Abrumado por los celos, la quiso asir fuertemente por el cabello (con la intención de arrastrarla como a una cualquiera) y darle un escarmiento de esos que nunca se olvidan; y al amante matarlo: como se mata al peor de los enemigos. Mas, fue imposible todo lo que pretendió hacer. Porque nadie lo veía, nadie lo escuchaba ni a nadie podía causarle daño alguno. ¡Maldición! ¡No puedo hacer nada! ¡No puedo!, gritó más rabioso que un perro; tirando patadas a diestra y siniestra sin poder materializar ninguna.

    Entretanto, su viuda cónyuge despertó feliz. ¡Suspirando de satisfacción! Al recordar ¡tanta dicha y placer!, que su joven y atlético amante le había brindado durante la noche. Cuando el afortunado despertó (del más bello sueño de amor hecho realidad en su vida) la miró con ternura, besó tres veces su cuello, la abrazó apasionadamente, y le dijo:

    —Es hora de irme, mi amor.

    Ella lo acarició suavemente y, luego, le respondió con un susurro al oído.

    Yo también, mi amor. Yo también… quiero irme.

    El deseo de amarse se adueñó de sus corazones; no podían evitarlo, la llama de la pasión los quemaba intensamente y… ellos: no deseaban escapar.

    —¡Malditos! ¡Malditos sean los dos! ¡Prefiero marcharme! ¡No quiero verlos haciendo el amor en mi casa y en mi propia cama!

    El espectro se retiró de la habitación agobiado por los celos, la ira y la impotencia; mientras que los bendecidos por Cupido se quedaron… ¡Ummm! ¡Ummm! ¡En el paraíso del guinguiringuingán!

    Al salir de la que fuera su hermosa mansión en vida, y pasara a propiedad de su viuda esposa por derecho de herencia; el espectro se encontró de pronto junto a una tumba donde reposaban los restos de una de sus víctimas. Un joven humilde de quien una de sus hijas se enamoró; y que él mandó a matar sin que nunca se supiera la verdadera causa de su muerte. Enseguida, recordó el día en que violó a una de sus sobrinas, amenazándola de muerte si se atrevía a denunciarlo. Eran tantas las maldades que pesaban en su conciencia (incluyendo la muerte de su primer esposa), que se arrodilló y se echó a llorar suplicando misericordia y perdón a Dios. En eso, sucedió algo extraño que le hizo levantar la cabeza y alzar la mirada casi sin poder respirar. La Justiciera de todo ser viviente estaba frente a él. Se frotó los ojos con total incredulidad y volvió a mirar, era como una visión pero seguía ahí: la Justiciera seguía frente a él. Tenía en sus manos un libro color negro con letras doradas que decía: El Libro Diario de Adonis Arturo Celti (que era el nombre de aquella alma condenada que continuaba atónita ante la mirada fija y dominante de… Su Majestad la Muerte).

    —¡Levántate hombre de mal fruto! —le ordenó la Justiciera, con prepotente autoridad y profundo desprecio a la vez.

    —Si ya estoy muerto, ¿por qué no puedo descansar en paz? ––le inquirió Adonis, con voz trémula y obedeciendo la orden.

    —Todas las maldades que se cometen en vida, al expirar se tienen que pagar. Tú… ya has empezado a pagar las tuyas, pero aún te hace falta mucho tiempo de castigo para que tu alma pueda descansar en paz; tienes que sufrir mucho todavía, Adonis Arturo Celti.

    La Justiciera desapareció y un fuerte viento se desató al instante, acompañado de unas voces sobrenaturales que decían: ¡Será un buey! ¡Será un buey! ¡¡Un maldito buey!!

    Adonis Arturo Celti sintió que la cabeza le comenzó a dar vueltas cada vez más rápido, más rápido, más rápido y mucho más: hasta que apareció frente a su propio mausoleo, y ahí… se desmayó.

    Las voces continuaron repitiendo: ¡Será un buey! ¡Será un buey! ¡¡Un maldito buey!!

    Y se escucharon: ¡Muchos lamentos!

    Aquel semental embramado iba decidido, la vaca lo esperaba como queriéndole decir: Estoy lista papacito, puedes hacerme tuya cuando quieras. Pero, al sentir la penetración, la vaca casi se cae ante la brusquedad del toro a la hora de poseerla. Inmediatamente, como un misil disparado. Adonis Arturo Celti, transformado en el espermatozoo más enérgico y veloz que poseía aquel semental, pasó volando de un órgano

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