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Nocturnal - Vladimir y Annia
Nocturnal - Vladimir y Annia
Nocturnal - Vladimir y Annia
Libro electrónico315 páginas4 horas

Nocturnal - Vladimir y Annia

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Información de este libro electrónico

Hoy es un monstruo cruel y desalmado que vaga por la obscuridad dedicado a saciar su sed de sangre humana para sobrevivir.

No tiene piedad, ni paz, ni calma, pero no siempre fue así. Hubo una época en que Vladimir fue feliz.

Amó como ser humano, y más aun cuando dejó de serlo para convertirse en esclavo. Esclavo de la eterna sed de sangre y… sometido a la sed de un cuerpo que lo obsesionaba, al que se sometía voluntariamente para alcanzar el éxtasis de su existencia.

Ya solo queda sobrevivir.



Los kyranos son los vampiros que habitan esta historia.

Sumándole el amor, tienes entre manos una combinación literaria llena de posibilidades.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 dic 2022
ISBN9788468572451
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    Nocturnal - Vladimir y Annia - Adriana Recchi

    Vladimir

    La noche cae de nuevo.

    Abro los ojos y trato de recordar mi sueño.

    El ambiente demasiado familiar: las montañas nevadas, el sonido del río abriéndose paso a través del valle, el sol en lo alto, las cabras pastando y yo trepando las piedras como cuando tenía cinco años.

    Con ella, siempre con ella… Mi prima dos años menor, Annia.

    Soy el menor de cinco hermanos, así que mis padres apenas se daban cuenta de que no estaba en la casa, que estaba siempre llena de ruido.

    Mi madre vivía concentrada en mi hermano mayor; el más grande, el que heredaría las propiedades de mi padre cuando este falleciera. Él siempre tenía la mejor habitación, el mejor filete, el mejor caballo. Yo, en cambio, era el quinto, así que siempre era el último en todo: en la mesa, en la ropa, con los caballos.

    Todo era en orden riguroso de nacimiento.

    ¡Un verdadero fastidio!

    Igual que mis hermanos. Ellos me pasaban por encima. Y claro, eran más fuertes, más grandes, así que siempre tuve que hacer uso de mi rapidez e inteligencia.

    Pronto aprendí a levantarme temprano, a pasar por la cocina antes de que los demás se levantaran y tomar una pieza de pan, un pedazo de queso… ¡Lo que encontrara! Y salir corriendo al monte, donde podía jugar todo lo que quisiera.

    Con ella era completamente diferente.

    Ella es la mayor. Su hermana dormía aún en la cuna, así que siempre tenía que ir a pedir permiso a mi tía para que le permitiera salir a jugar.

    Tiempos más simples. Con solo salir temprano de casa yo podía escapar de los problemas.

    Todo era mucho más fácil.

    ***

    Aun así... ¿Por qué recordarlos ahora?

    Supongo que fueron esos ojos... anoche. Tan negros y tan profundos como los de ella. Su tez, tan blanca como la nieve que nos lanzábamos el uno al otro.

    Algo estaba mal en esos ojos con mirada de súplica.

    Ella sabía que debía tener miedo de aquel extraño en ese rincón oscuro. Un extraño al que no vio venir y que le cortó el paso.

    Nuestras miradas, fijas por un instante: la de ella implorando, la mía perdida en mis recuerdos.

    Sus ojos, su boca, su tez... ¡Los de ella! ¡Justo como los de ella!

    No que eso le hubiera servido de mucho. No fue eso lo que la salvó. Después de todo, no eran realmente los de mis recuerdos.

    No era ella parada junto a mí, temblando, suplicante. Esa mirada era la que no lograba el efecto correcto.

    Annia no suplicaría. Podía estar frente a la muerte y lo que veías en sus ojos era ira. Ella podría estar aterrada por dentro, pero jamás lo demostraba, siempre furiosa con aquello que la hacía temer.

    Furiosa conmigo muchas veces y mi mente entonces solo fija en cómo tranquilizarla, en cómo protegerla.

    No. No era esa chica frente a mí.

    Lo que la salvó fue la pareja que dio la vuelta en ese momento.

    Salían del teatro y caminaron hacia aquel rincón buscando algo de privacidad antes de regresar a casa.

    ¡Fatal decisión!

    Si hubiera sido cualquier otra pareja, nada hubiera cambiado. Hubiera abrazado a la chica y agachado la cabeza hasta que mi boca tocara su cuello.

    Ellos hubieran imaginado que éramos otra pareja buscando la oscuridad para besarnos, pero...

    ¡Él tenía una esencia tan especial que me distrajo por completo!

    ¡Absolutamente deliciosa!

    ¡Se me hizo agua la boca!

    Dejé ir a la chica y caminé despacio hacia la pareja.

    La falsa Annia salió corriendo y desapareció entre la gente que caminaba por el camino principal a donde desembocaba el callejón, pero eso ya no era importante. Ni eso, ni mis recuerdos, ni Annia. Solo la sed y el olor de esa sangre, que me inundaba.

    Terminé con su novia rápido. Un corte de mi uña y su cuello se abrió como si hubiera utilizado un puñal.

    Él no se dio cuenta.

    Aquella que había sido lo único importante en su vida hasta ese momento yacía a su lado sin respirar y él ni siquiera lo había notado. Mis ojos fijos en los de mi víctima habían hecho que su mente quedara en blanco.

    Lo tomé del brazo y me elevé. En unos instantes llegamos a casa.

    La ciudad era fácil. No era raro encontrar personas caminando a altas horas de la noche; ver gente apuñalada o sofocada hasta morir era normal. Dos, tres, hasta diez víctimas por noche.

    ¡Demasiado fácil! ¡Casi aburrido! Claro que el delicioso sabor de la sangre hace que todo valga la pena.

    Tomé las joyas de la mujer para que pensaran que había sido un asalto.

    Cuando llegué a casa, simplemente hundí mis colmillos en su cuello y me dejé llevar por el dulce placer que manaba de sus venas.

    Al final, todo al fuego de la chimenea y listo.

    El sabor de la sangre todavía disfrutable en mi cuerpo. Esa noche fue solo él. No quería que su delicioso sabor se fuera de mi boca. No quería echar a perder el gusto que me inundaba. Esa noche él fue más que suficiente para mí.

    ***

    Todavía puedo sentir ese sabor en mi boca, pero hoy, esta noche, es diferente.

    Todo es acerca de Annia, mi cómplice de juegos y aventuras en un lugar tan remoto y diferente llamado hogar.

    En esos días no había que temer, siempre y cuando no fuéramos demasiado lejos del pueblo en la noche.

    Sí. Allá sí les temíamos a los monstruos.

    Colgábamos ajo en la puerta por protección. No se invitaba nunca a desconocidos a casa después de cierta hora. En fin, tomábamos todas las precauciones.

    En un pueblo tan pequeño, al pie de las montañas, ninguna de estas cosas se pasaba por alto. El miedo estaba muy arraigado en cada uno de nosotros.

    Algunos comentaban en las tabernas que habían visto a los muertos que devoran a los vivos. Contaban que habían visto cómo tomaban entre sus brazos a parejas, incluso carruajes completos, y se elevaban por los aires. Que los habían visto desgarrar entrañas y beber sangre.

    Los niños los mirábamos sorprendidos, impresionados de que los hubieran visto y estuvieran vivos contando historias.

    Ahora sé que mentían. Que si hubieran visto lo que contaban, no hubieran sobrevivido. Pero también sé que esas historias tenían fundamento.

    Sí hay monstruos capaces de devorar a una pareja, que son capaces de tomar carruajes completos y elevarse en los aires y que en efecto beben sangre.

    ***

    En mi sueño, Annia estaba en lo alto de un montón de rocas, jugando y sonriéndome. Se paraba de puntas y miraba hacia arriba como queriendo alcanzar el cielo.

    Yo gritaba desesperado, pero ella pensaba que estaba jugando y gritaba también. Seguía de puntas en la roca. Saltando incluso, en su tonto intento de tocar el cielo.

    —¡No te muevas! —le gritaba asustado.

    Ella, la pequeña niña que desde los tres años corría y saltaba entre las montañas conmigo. Yo, el adulto tratando de protegerla. Tratando de hacerle ver que podría caer en cualquier momento.

    Corría y corría hacia donde ella estaba.

    Cuanto más corría, más lejos estaba.

    ¡Quería volar y alcanzarla! Pero mi cuerpo no me respondía normalmente.

    ¡No podía elevarme!

    Mis piernas no hacían lo que yo necesitaba y cuanto más corría, mis piernas parecían más y más pesadas.

    Al seguir corriendo, de repente noté mis manos.

    ¡Ya no era un hombre!

    Era de nuevo el niño que jugaba con ella hace tantos y tantos años… y entonces me di cuenta.

    ¡El sol estaba alto en el horizonte!

    ¡Era pleno día!

    ¡Era el sol!

    Y no pude evitar una sonrisa de júbilo.

    ¡Entonces yo también quería alcanzar el cielo!

    ¡Yo también quería pararme en lo más alto de las rocas y tocar el sol!

    Sentir su calor en mis manos como no lo sentía desde hacía tanto tiempo.

    ¡No más oscuridad!

    ¡Solo el sol y el calor que emanaba del cielo!

    —¡Annia! ¡Annia! —grité emocionado.

    Y de repente ella estaba a mi lado.

    Ya no la niña que estiraba sus manos, sino la doncella, la mujer, aquella belleza que impactaba a todos en el pueblo, que hacía que ansiaran poseerla. Ella, en todo su esplendor. Con todo el poder de su belleza sonriendo y a mi lado.

    —¿No es hermoso? —me susurró de pronto al oído.

    Su voz acariciando todo mi ser.

    Yo, todavía el niño que había sido en nuestra época de juegos.

    —¡Quiero ir al cielo! ¡Quiero ir al cielo y tocar el sol! —le dije.

    —Yo también —me contestó ella.

    —Yo también, pero no podemos. Es hermoso, pero no podemos llegar al cielo. Hemos de quedarnos aquí siempre, y el sol siempre inalcanzable en el cielo.

    —Siempre es mucho tiempo.

    —Cierto, es demasiado. Demasiado para que pueda ser soportado por alguien. Y sin embargo…

    —Annia, ¿es de noche? —la interrumpí.

    —Sí, es de noche. ¡Siempre es de noche!

    Desperté sobresaltado.

    ***

    Un sueño… Un sueño sobre ella.

    ¿Hace cuánto que no sueño con ella? ¿Hace cuánto que no sueño? ¿Hace cuánto que ni siquiera pienso en ella?

    ¡Un momento!... Me tengo que retractar sobre eso último.

    ¡Siempre!

    ¡Siempre pienso en ella!

    ¿Cómo está? ¿Qué piensa? ¿Qué hace? ¿Sigue enojada? ¿Está sola? ¿Qué hubiera pensado? ¿Qué hubiera dicho?

    Hace tanto que no sé de ella.

    ¿Seguirá en Liminia?

    —Tal vez.

    Esta última en voz alta. Como si la esperanza que envolvían las palabras no cupiera en el silencio de mi mente, sino que tenía que decirse en voz alta.

    ¡De otro modo estallaría!

    No cabían dentro de mí estas dos simples palabras. O tal vez era solo que necesitaba escuchar que era posible. ¡Que era posible encontrarla! ¡Que no estaba fuera de mi alcance!

    Mi cabeza se llenó de recuerdos, entonces. Todos con algo en común: Annia. Mi compañera de aventuras durante la infancia y la adolescencia, mi confidente, mi cómplice. Ella siempre lo fue.

    Cuando crecimos me enlisté en la guardia del rey.

    Yo siempre quise ser soldado.

    Ella siguió los pasos de su madre. Se convirtió en institutriz de los hijos de aquellos niños a los que su madre había enseñado.

    Era un pueblo muy pequeño.

    No sabía entonces si enseñar la hacía feliz.

    No fue algo que ella decidiera. Era algo decidido por los demás. Era la hija mayor de una institutriz, no podía ser otra cosa que institutriz. En esto era también diferente.

    Ella tenía el deber de seguir los pasos de su madre. Era la primogénita y siempre hacía lo que se le ordenaba.

    Yo… Yo era otra cosa.

    Nadie esperaba nada de mí.

    El primogénito era el de las responsabilidades, el de las obligaciones, el encargado del honor familiar y el que heredaba todo. Así que tenía que aprender todo del padre, estar siempre a su lado, saber de animales y de cosechas.

    Yo no era responsable de nada, de absolutamente nada.

    Mi hermano mayor heredaba todo. ¡Todo! Hasta a Annia.

    Siempre fui libre de hacer prácticamente lo que quisiera. Jugaba con mis compañeros de escuela, con varas, a ser soldados, a ganar batallas a vencer al enemigo; y después con Annia, a que la rescataba de dragones y monstruos…

    ¡Qué ironía!

    Una vez nos aventuramos en la noche. Olvidándonos de todo lo que decían, de las advertencias e historias que desde niños nos contaban nuestros padres.

    Un día que tuve licencia y había vuelto al pueblo después de un año de ausencia.

    ¡Jamás me había ido del pueblo por tanto tiempo!

    De hecho, no había salido nunca de allí. Me fui a toda prisa.

    ¡Moría por alejarme de todo!

    Lo único que sentí fue dejar a Annia.

    ¡Ella estaba tan feliz por mí!

    Sus ojos brillaban de emoción cuando me fue a despedir a la plaza central del pueblo, que ya estaba llena de reclutas con sus familias y de oficiales esperando a que diera el mediodía, hora en la cual comenzaría nuestro viaje hacia el gran palacio del principado.

    Me formaron al lado de un joven rubio. Frente a nosotros había unos hermanos de cabello castaño, ambos tenían ojos verdes.

    ¡Todos estábamos emocionados!

    No sabíamos lo que nos esperaba.

    El chico rubio se llamaba Sven. Era de un pueblo pequeño, al norte del mío, que yo había oído mencionar a los viajeros. Su familia criaba caballos. Era el sexto de diez hermanos.

    El par de hermanos eran Derek y Petrev. Ellos venían de más lejos. Llevaban ya dos días de camino cuando me les uní. Eran pescadores.

    El camino fue largo. Dormíamos poco, nos despertaban al alba y caminábamos hasta que la noche era tan oscura que no podíamos ver a quien estaba dos pasos frente a nosotros. También era tedioso, como prácticamente cualquier cosa en la guardia. Semanas y semanas de lo mismo.

    Parábamos en cada poblado para recoger más reclutas.

    Esto lo hacían cada año.

    ***

    El amanecer me hizo regresar al presente.

    Había pasado toda la noche sin beber una gota de sangre.

    No era la primera vez.

    Puedo pasar noches y noches sin beber, pero la sed poco a poco se va haciendo más y más fuerte. Poco a poco se apodera de la mente, hasta que no hay lugar para otra cosa, para otro pensamiento, para otro sentimiento. Todo se olvida.

    Tenía que dormir ya, pero sabía que la sed me iba a despertar por el día y que sería dolorosa y difícil de saciar.

    El pasado me había traicionado, pero ya no había nada que hacer. Tampoco era la primera vez que me sucedía.

    Apenas toqué mi lugar de descanso, estaba con ellos en mi sueño: Dante, Paul, Gustav y Annia.

    ¡Se burlaban de mí!

    Yo estaba enterrado en la arena. Solo mi cabeza asomaba del suelo y no podía liberarme.

    ¡Desperté furioso! Prisionero de la sed.

    Ya estaba en el aire antes siquiera de pensarlo, o al menos eso me pareció. Pero no era de día, como había pensado. Había pasado un par de horas desde que el sol se había ocultado.

    Unos juglares tuvieron la mala fortuna de estar en el peor lugar y en el peor momento. Habían acampado alrededor de sus vagones. Era un grupo pequeño, once. ¡Perfecto para mí!

    Ni siquiera les di tiempo de despertar.

    ¡No razonaba!

    Era solo un monstruo cuya mente había desaparecido presa de la sed. Como tal desgarré los cuerpos.

    Las imágenes se agolparon en mi mente, sin sentido. Mis imágenes, las de ellos.

    Caí allí mismo. No sé cuánto tiempo. Parecía un cuerpo más. Cuando abrí los ojos, la luna estaba alta en el horizonte. Me elevé hacia ella y regresé al lago.

    ***

    Nevaba.

    Como aquel día que llegamos al palacio del principado.

    ¡Vaya lugar enorme!

    El centro de todo.

    ¡Construcciones y construcciones por doquier!

    El conjunto nos impresionó, al igual que a todo aquel que lo veía por primera vez.

    No parecía correcto que estuviéramos allí.

    Cuando llegamos nos hicieron entrar a toda prisa. Nos formaron en el patio y comenzamos una larga caminata. Se debía pisar firme para no resbalar por la nieve. El aire se sentía como mil cuchillos sobre la piel.

    Nos dirigieron directo a las barracas. Los uniformes y utensilios estaban esperando sobre cada cama. Nos ordenaron ponernos la coraza dorada de inmediato y salir a formarnos al patio.

    Cuando estuvimos todos reunidos el capitán nos gritó por lo que me pareció una eternidad.

    Sus palabras se desvanecieron de mi mente apenas mi cabeza tocó la almohada.

    De allí en adelante los días iniciaban muy temprano.

    La trompeta sonaba a las cuatro de la mañana. Teníamos instantes para hacer la cama, bañarnos, vestirnos y salir al patio para el entrenamiento. Correr, combate cuerpo a cuerpo, práctica de tiro, esto antes del almuerzo.

    Por la tarde el capitán hablaba de las antiguas batallas, muchas antes de su tiempo. Las narraba como si hubiera estado allí.

    La vida era muy rutinaria.

    Yo era bueno para esto, sobre todo en el combate cuerpo a cuerpo. Era como si supiera dónde iba a golpearme mi oponente y me adelantaba; sabía cuándo iba a bajar la guardia. ¡Era fácil para mí!

    Todos me preguntaban cómo podía pelear así de bien. Ni yo ni nadie podía explicarlo. Mi puño parecía siempre dirigirse al lugar donde más podía hacer daño al contrario.

    Nunca fui el más fuerte, pero sí era muy rápido y certero. Decían que era un guerrero nato.

    Disfrutaba cada pelea. Era cuando me sentía realmente vivo.

    No era solo golpear al oponente, sino ver lo que yo era capaz de hacer. Ojalá todo fuera tan fácil como el combate.

    Aquí me sentía como con mis hermanos. Solo que éramos muchísimos. Los soldados rasos éramos los hermanos menores. Todos nos daban órdenes y teníamos que obedecer. Las mejores comidas eran para los oficiales. Nosotros teníamos siempre lo último.

    Había un cabo en especial, recién ascendido, que le encantaba pasar y ordenar que hiciéramos sentadillas o lagartijas. Solo por molestar.

    ¡Era un verdadero fastidio!

    No nos quedaba otra que obedecer. Nos podían encarcelar o asesinar por no obedecer a un oficial.

    La diferencia con mi casa era que aquí nunca podía escaparme para estar solo. Dormir en grupo, bañarse en grupo, todo con el batallón. No me molestaba, al contrario, disfrutaba la compañía.

    ¡Los que eran un fastidio eran los oficiales!

    Haciéndonos hacer estupideces, correr por la nieve, escalar, saltar desde el risco. Nos hacían hombres, nos decían. A mí me parecía que era perder el tiempo, pero algo faltaba, algo que hacía que todo esto fuera nada.

    Gustoso hubiera regresado a ser nadie si la tuviera: Annia.

    Era lo único que extrañaba.

    Sus ojos brillaban en mis sueños cada noche. Si no hubiera sido por ella, no hubiera regresado nunca. Hubiera pasado mis licencias en la ciudad o en los pueblos cercanos.

    No podía escribirle, era la prometida de mi hermano. Cada vez que venía eso a mi mente, me hacía estallar. Pensar en ella a su lado, era más de lo que podía soportar. No podía hacerme a la idea de que eso era lo correcto, de que ella había sido destinada a él. Mi hermano mayor, el primogénito.

    ¡Él no la merecía!

    ¡No la conocía!

    Ni siquiera le importaba. ¡Era un idiota!

    Y yo hubiera dado la vida por tener el derecho que él tenía: estar a su lado para siempre.

    Salía al frío a correr y correr, para no pensar, para que el dolor me sacara de la mente esos sentimientos.

    No había nada que yo pudiera hacer y ahora estaba lejos... No podía protegerla.

    En las noches había torneos: luchas, ajedrez, dominó.

    ¡Yo participaba en todo!

    Allí no había rangos. Soldados, cabos, sargentos, tenientes; todos éramos iguales.

    ¡Ganaba el mejor!

    Y yo no había perdido. Estaba invicto.

    Se ganaba buen dinero, pero yo lo hacía por vencer. Simplemente por la sensación de vencer al otro.

    No es que no me haya llevado mis buenos golpes. Varias veces me encontré en el piso, doliéndome cada parte de mi cuerpo y aun así me levantaba. Me levantaba y golpeaba. Golpeaba sin pensar, hasta no tener más fuerza en los brazos, hasta que mis manos sangraban.

    Así era como ganaba; dando todo de mí.

    Así fue siempre.

    ¡Ojalá así fuera todo!

    Mi mejor amigo era Sven. Disfrutaba verme vencer cada noche. Él no jugaba. Prefería ver cómo ganaba.

    Su cama estaba al lado de la mía. Estábamos siempre juntos en las misiones. Éramos equipo siempre en los entrenamientos. Le contaba todo, todo excepto sobre Annia. Ella era solo mía. No quería compartirla con nadie.

    Él me contaba de su pueblo. ¡Era un excelente imitador! Siempre me hacía reír imitando a los oficiales. Era muy bueno en eso. En especial disfrutaba cómo se burlaba del cabo odioso que se divertía haciéndonos practicar lagartijas.

    El cabo se llamaba Romer Shidz, pelirrojo y pecoso. Tenía una voz fuerte, cavernosa, de tanto fumar. Niño con voz de hombre.

    Otro de nuestros favoritos era el sargento Dimser; serio, callado, con una mirada que te hace pensarlo antes de hacerlo enojar.

    Sven podía imitar a cada una de las personas del batallón.

    Para mí lo mejor de todo eran los combates cuerpo a cuerpo. No me importaba si eran parte del entrenamiento o en la noche por diversión.

    Para Sven lo mejor eran las carreras. Era muy rápido.

    Otro de los mejores momentos del día era cuando el capitán contaba las antiguas batallas. Antes de darnos el resultado, nos hacía planear una estrategia indicando cuál de los ejércitos teníamos a nuestro cargo.

    No había respuestas correctas o equivocadas. Lo importante era desarrollar la habilidad de imaginar qué era lo que podía hacer el enemigo y cómo vencerlo.

    Luego nos pedía realizar un análisis de las estrategias que cada ejército había seguido y por qué uno había derrotado al otro.

    Lo peor de todo fue Sebelia. El territorio más frío de todos los principados, de todos los reinos. Acampar en el bosque con el frío que se clavaba en tu cuerpo como un millón de cuchillos.

    Cuando había tormenta era peor.

    Sebelia era un grupo de puestos separados por varios kilómetros de bosque. Había que recorrer a pie cada uno de ellos. El último y más alejado era el número doce. Todos estaban separados por días y días de camino.

    La tercera noche, hacia el puesto número nueve se desató una terrible tormenta. Yo estaba de guardia. No podía ver más que un par de metros delante de mí.

    Nadie se atrevería a salir en este frío, arriesgándose a quedar sepultado por la tormenta. Solo nosotros, obligados, teníamos que estar ahí afuera. Un grupo de soldados rasos que íbamos de un puesto a otro porque nos lo habían ordenado.

    ¡Me estaba congelando!

    ¡No podía ni pensar!

    Yo estaba acostumbrado al frío, pero no a ese nivel. ¡El frío de Sebelia era como ningún otro!

    Solo quería que amaneciera para despertar a los demás y ponernos de nuevo en marcha.

    Decidí caminar alrededor del campamento. Al menos así me mantendría en movimiento y no me helaría tan fácilmente.

    Apenas llevaba tres vueltas cuando vi entre la niebla unos ojos amarillos y profundos. Llevaba la ballesta cargada en posición de disparo, por lo que no lo pensé y abrí fuego apuntando al medio a aquellos ojos.

    Desaparecieron. Cuando me acerqué no había nada. Yo supuse que era un animal, un lobo o un oso, pero no encontré nada.

    ¡Estaba seguro de que había acertado!

    Pero nada. Ni siquiera una gota de sangre.

    El equipo no se despertó. El ruido de la ballesta era nada comparado con la tormenta que nos rodeaba.

    Continúe mi ronda. Aún faltaba un par de horas antes del amanecer.

    No se lo dije nunca a nadie.

    Aún me pregunto qué pudo haber sido. Aunque ahora mi rango de posibilidades es más amplio, sigo sin saberlo a ciencia cierta.

    La tormenta se disipó una hora antes de amanecer. Fue el día más claro que habíamos tenido durante el tiempo que estuvimos allí. Pudimos avanzar bastante a pesar de la nieve blanda.

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