PASEO DE LA REFORMA
1 También aquí, en el último piso del Hospital Inglés, Ashby estaba cerca del cielo. Los relámpagos vistos desde la ventana lo herían de nuevo. Por la cabeza del joven pasaba siempre la misma imagen que lo hacía sufrir, la del momento en que la descarga eléctrica lo paralizó con un dolor tan atroz que pensó: “Esta es mi muerte”.
Lanzado por la propia fuerza de la corriente, Ashby, sin embargo, pudo llegar al baño de la azotea, empujar a Melesio, el mozo, y meterse en la regadera. Cayó hincado. No sentía los brazos pero los levantó ofreciéndolos al agua. Desde la puerta, la nana Restituta, las recamareras, el portero Miguel que oyó la descarga en el jardín, lo miraban aterrados.
—Qué feo quedó.
—Se va morir.
De su cuerpo salía humo, su piel, un amasijo de sangre y agua purulenta. Miguel se persignó:
—Hay que llamar a la Cruz Roja.
Quisieron quitarle la camisa. Ashby ayudó a extraer sus brazos de las mangas todavía humeantes.
La lavandera explicaba llorosa:
—Se me voló una camisa y como el niño Ashby es muy buena gente y muy deportista lo fui a buscar a su recámara y le pedí que la alcanzara. Subió a la azotea, agarró una varilla de cortinero, desdobló un gancho para alargar la varilla, pero no pensó que allí estaba el cable de alta tensión. La corriente jaló el alambre. El brazo del
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