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El Bosque: Cuentos Para Niños y Adultos
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El Bosque: Cuentos Para Niños y Adultos
Libro electrónico239 páginas3 horas

El Bosque: Cuentos Para Niños y Adultos

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La obra literaria que ha salido—sin grandes pretensiones—de las manos de don Pedro Alejandro Vijil, han sido gratas y una verdadera fuente de inspiración, para quienes nos hemos identificado con el universo mental de este hombre, de pensamiento fecundo, ilimitado y libre. Cada obra de este escritor –hasta el momento no conocido– es el resultado del musgo que él arrastró en su constante caminar enfermo y solitario, por mundos huertanos de luz, pero si, llenos de una crueldad insospechada.

De pronto: Este mismo autor – como olvidando y perdonando todo lo humillante – nos lleva de la mano –como un alegre fauno– a la intimidad de su verdadero mundo lleno de luz de árboles, ríos, pájaros y flores. Mundo donde tiene su trono la belleza y la auténtica alegría de vivir, pero libre como el viento.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 jul 2019
ISBN9781643341033
El Bosque: Cuentos Para Niños y Adultos

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    El Bosque - Pedro Alejandro Vijil

    LA VENGANZA

    El titán Prometeo, debido al inmenso amor que por los hombres sentía, robó el fuego para ellos cuando era propiedad exclusiva de los Dioses del Olimpo. Por esto, Júpiter lo condeno a ser encadenado en la falda de una elevada montaña y, que una ave de rapiña le torturara, devorándole diariamente sus entrañas, reponiéndose estas al final del bárbaro festín.

    Al enterarse de esta injusticia, la madre Tierra decidió acompañar a su hijo Prometeo para prodigarle consuelo y secarle la frente perlada de sudor, lo mismo que mitigar su sed. Prometeo en el mismo instante que vio a su madre Tierra, decidida a hacerle compañía en su desgracia, le había sugerido desistir de aquel empeño, ya que esta actitud le acarrearía una desgracia mayor, puesto que el soberbio Júpiter que tanto le odiaba, tomaría drásticas medidas contra ella, que sobre todas las cosas él quería evitar. Pero, al poco tiempo, Prometeo tuvo que aceptar que a su madre nadie la hacía desistir de su amoroso empeño, por lo tanto, optó por no volver a hablar sobre el asunto, pero esperaba con mucha preocupación el momento en que aparecerían los verdugos, quienes, obedeciendo la orden del poderoso Dios del Olimpo, la maltratarían, sin poder —dada su situación-defenderla en ese futuro instante.

    Un día, en que la tarde enfilaba hacia la hondonada de la noche, dejando a su paso la presencia de la vieja neblina, a quien acompañaba su inseparable hijo el Frio; la madre Tierra, preparaba sobre una fogata algo caliente para su hijo. En este quehacer estaba, cuando de pronto: rompió el silencio, la voz de uno de los Dioses del Olimpo, quien desde una roca dirigió a la madre Tierra esta advertencia:

    —¡Tierra!, ¡Tierra!, escúchame bien, ya que traigo de lo alto para ti un mensaje, mi padre Júpiter te advierte que, si insistes en prodigarle a ese ladrón inmerecidos mimos y la ayuda para hacerle menos dolorosa su condena, tú recibirás tal castigo, que ningún condenado hasta el momento ha recibido, así es que apártate, porque la ira de mi padre está presta a caerte encima y como tigre herido, destrozarte.

    La madre Tierra sonreía, mientras escuchaba al altivo mensajero sin apartar la mirada del fuego que tenía muy cerca, luego, lentamente se irguió majestuosa, clavó su mirada en el portavoz de Júpiter y con voz de trueno, contestó:

    —Mercurio, ¿Por qué me fastidias con viles amenazas? ¡Vete! Y dile a tu sanguinario padre que a mí no hay nada que pueda amedrentarme, dile que estaré al cuidado de mi hijo, cuyo único pecado que lleva dentro, es haber nacido con un corazón grande y bondadoso, dile que, si bien es cierto que robó el fuego de los Altos hornos, no fue para otra cosa que, para forjar el bienestar de los pequeños hombres, que también son mis hijos y a quienes el destino ha elegido para ser lo más grande del Universo. ¿Crees tú, mensajero, que por un acto de amor tal, merezca mi Prometeo tanto mal? No, la realidad es que ustedes, Dioses del momento, son injustos hasta la saciedad y yo, Mercurio, solo he de vivir para odiarles y esperar la cercana hora de mi terrible venganza.

    Mercurio quedó desconcertado, pues él esperaba que la vieja Tierra, temblara frente a él, que cayera de rodillas pidiendo mil disculpas por su mal proceder, que argumentara excusas, para no despertar la ira de los olímpicos Dioses y a quienes prometería dejar que aquel castigo infligido a Prometeo, se cumpliera con toda su crueldad, sin que ella interviniera para menguar su dolor; pero, la realidad era otra, hoy, la vieja Tierra se había atrevido a desafiarlos abiertamente y por más que trabajaba portentosamente, no podía penetrar hasta los linderos donde pudiera descubrir el poder en que se sustentaba aquella rebelde actitud; de repente, un rayo de luz iluminó su mente, permitiéndole ver flotando la idea luminosa que le daría la respuesta al raro comportamiento de la vieja Tierra, aniquilando con ello su infundado temor y esta idea era: Que la vieja Tierra estaba loca, consecuencia lógica de una vida larga y azarosa. Luego, impulsado por esta convicción, dejó escapar una carcajada, al mismo tiempo que dijo:

    -Yo creo, vieja Tierra, que sería inteligente de tu parte, no dejarte conducir por el orgullo, ni anidar nefastos resentimientos; recuerda para tu bien, que el resentimiento es la llave que abre las cárceles y también las tumbas.

    —Si Mercurio, pero también es la espada con que se decapita a los verdugos. Me hablas de castigos nunca vistos, ignorando que, para una madre como yo, no podrá haber peor castigo que ver morir a sus hijos, sujetos o arrastrando cadenas como si fueran esclavos. Júpiter me odia tanto como yo le desprecio y nunca podrá humillarme, aunque siga mandándome diluvios o hiriéndome con sus terribles rayos. Parte entonces, mensajero y dile a tu cruel progenitor, que empiece a temblar, que la hora de mi venganza está muy cerca... ¡Vete!

    Mercurio, sin poder disimular su nerviosismo, finge que se va, pero haciendo uso de su mágico poder, se queda escondido detrás de un peñón, con la seguridad que desde allí, oiría lo que la Tierra y Prometeo comentarían sobre lo sucedido. No tuvo que esperar mucho tiempo porque Prometeo, que solo se había dedicado a escuchar y a vivir la satisfacción de tener por madre a la Tierra, quien, por sus hijos, era capaz de llegar al sacrificio, con respeto se dirigió a ella, en estos términos:

    —Madre, yo admiro tu espíritu indomable y la abnegación profunda que por tus hijos llevas, pero, ¿No crees, madre mía, que tu heroísmo está acelerando el caos hacia ti y mis hermanos, los pequeños hombres? Ellos morirán si te ven morir, recuerda que son hombres y no titanes inmortales, como yo y si esto sucediera, todo este sacrificio que por amor a ellos estoy llevando a cabo, sería en vano.

    La madre Tierra se llamó al silencio, sabía que su hijo Prometeo estaba profundamente preocupado, por la seguridad de ella y especialmente por la de los pequeños hombres, pero también sabía, que no era prudente adelantarle todos los acontecimientos que el futuro traería, también sabía que el precio de toda la grandeza que a la especie humana le esperaba, tenía forzosamente que cimentarse sobre el silencio, como también en grandes sufrimientos y que él, lo mismo que ella, ya estaban aportando su parte y que debían llevarla a su máxima expresión con verdadero estoicismo, pero en ese momento, él merecía un consuelo y se lo dio así:

    —Hijo, no te atormentes más, confía en mí, que yo conozco el principio y el fin de todo lo que existe, ningún Dios por poderoso que sea podrá arrancarme la vida, solamente uno en el Universo tendrá esa capacidad, pero el día que use esa capacidad para destruirme, ten por seguro que ha de morir y quedará sepultado en mi misma tumba, así es que calma, por favor, tu angustia.

    —¡No puedo, madre! ¡Necesito que me digas a quién te refieres! Dímelo, por favor, ya que por más que me esfuerzo, no alcanzo a penetrar las barreras del futuro para saberlo, y lo único que sé, es que los Dioses del Olimpo son los que tienen todo el poder para destruir lo que a ellos se les antoje, por tanto, todo aquel que haga gala de ese poder en el futuro, tendrá que ser de la misma olímpica estirpe; ahora dime madre si estoy equivocado, asegurándote que una equivocación de mi parte en este caso, aniquilará mi angustia, te lo aseguro.

    La madre Tierra, pensativa, contemplaba el horizonte, luego, miró a su hijo Prometeo, quien con su mirada imploraba aquella revelación. Claro, ella sabía que el objetivo primordial de su hijo Prometeo, había sido hasta el momento de su condena, el que los hombres lograran el dominio completo de muchas técnicas, a través de las cuales, en comunidad, habían salido del estado salvaje en que vivían dentro de las cavernas y por sacarlos de esta situación, fue que tomó la arriesgada determinación de robar el fuego de lo alto para entregárselo a ellos, consciente, de que el fuego era el elemento principal para lograr su desarrollo, luego, les enseñó la agricultura, arquitectura, música, medicina, lo mismo que las domesticación de ciertos animales, les dio a conocer las estaciones y la influencia que sobre ellos ejercían los cuerpos del espacio. Entonces, la madre Tierra, tomando en cuenta todos estos antecedentes, concluyó que era justo, que le revelara aquel secreto, aunque ello implicara cierto riesgo, pues al salir de sus labios aquella profecía, por muchos medios llegaría al conocimiento de los Dioses del Olimpo, quienes tomarían drásticas medidas conducentes a neutralizar su cumplimiento. Así que, a pesar de tal peligro, con suave voz le complació:

    —No, no son ellos hijo mío, a quienes yo me refiero, es a los hombres.

    —¿A los hombres dijiste?

    -Si, a los hombres, tú lo llamas Pequeños por su estatura, pero los hombres, Prometeo, son gigantes, porque tienen una luminosa mente y eso, unido al Don Especial de solo poder vivir estando juntos, es que lograrán metas insospechadas. Sí, Prometeo, llegará el día en que tendrán tal poder, que hasta podrán destruirme si dicho poder los enloquece, pero, ellos por suerte no acostumbran matar a sus madres, precisamente querido Prometeo, que de ellos es que surgirá uno ante cuyo poder temblarán las estrellas, ese, hijo mío, es el que espero con incontenibles ansias, pues será la síntesis de todas las potencialidades positivas de todos los hombres de todos los tiempos, vencedor indiscutible de la imperiosa muerte.

    —Madre, ¿Será ese excelso hombre entonces, el que romperá estas cadenas que vulcano forjó y pegó con tanta saña a mi carne y a esta escarpada roca?

    —No hijo mío, no será él.

    —Entonces, ¿Quién romperá estas cadenas?

    —¿Quién pondrá fin a esta agonía?

    —¿Será posible que sea eterna?

    —¡Oh, destino cruel el mío!

    —No te desesperes, Prometeo, porque esas cadenas las romperá otro hombre cuya fuerza forjará una historia. Él, pasara por aquí pagando su condena, él te liberará y dará muerte al Volátil carnicero, pero tú a cambio, tendrás que darle la lección debida, para que pueda sustraer con sabio celo, las manzanas de oro que Hera tiene plantadas allá en el huerto, que las siete hijas de tu hermano Atlas celosamente cuidan y fíjate que todo esto viene por orden del Olimpo, ese hombre se llamará: Hércules.

    —¿Del Olimpo dijiste, madre? ¿Cómo es posible que, odiándome tanto, me liberen ellos mismos del tormento? ¿Qué es lo que está sucediendo?

    —Los Dioses del Olimpo y yo, nos estamos jugando la definitiva victoria que será mía, porque el hombre que espero, la pondrá en mis manos, contra él nadie podrá hacer nada y todos los Dioses de ese maldito Olimpo serán convertidos en indestructibles piedras.

    Mercurio, que ha escuchado atentamente todo lo que la Tierra ha sentenciado, decide regresar al Olimpo, para informar a su padre sobre el peligro que les acecha, ya que sabido es entre los Dioses que la vieja Tierra nunca sentencia en vano, pero que afortunadamente en este caso, tendrán todos a su favor, el conocimiento de que los males que podrán venirles, partirán de los hombres, a quienes con mucha facilidad se les puede destruir, por su mortal naturaleza y sin ser visto, el gran Mercurio se elevó hacia el Olimpo, mientras la madre Tierra y Prometeo seguían su interesante platica:

    —Y yo madre, ¿Dónde estaré en ese glorioso instante?

    —Cuando llegue esa hora, tú estarás en el Olimpo.

    —En el Olimpo, ¿Haciendo qué?

    —Júpiter te rogará que vayas a vivir a su lado, te pedirá perdón por lo mucho que te ha hecho sufrir, te dirá que a nadie ama en su reino, como te ama a ti, pero todo será mentira, ya que lo que buscará es que tú traiciones a los pequeños hombres y a mí también, así es que debes tener mucho cuidado, especialmente con los grandes elogios, ya que ellos tienen el poder de enajenar las mentes, no debes olvidar en ese momento que el glorioso futuro de los hombres estará en tus manos.

    —Yo nunca podría hacer semejante cosa.

    —Eso espero de ti, amado Prometeo; pero te repito para cuando llegue la hora, debes tener mucho cuidado, porque la riqueza, la fama y el poder, han derrumbado colosos en los fértiles campos de la honestidad y cayeron con sabor a néctar en sus bocas, pero era veneno de víbora terriblemente emponzoñada.

    En el instante en que la madre Tierra había pronunciado la última palabra, la luz solar se apagó y todo quedó en completa oscuridad. La madre Tierra inmediatamente encendió dos antorchas, iluminando parcialmente el paraje que ellos ocupaban, Prometeo sorprendido por aquel inesperado cambio, dirigió a su madre estás palabras:

    —Madre, algo extraño está sucediendo, el carro del sol se ha apartado bruscamente del curso acostumbrado y ha dejado todo envuelto en el manto oscuro de la noche.

    —¿Ves al que conduce el carro Prometeo?

    —Si madre, y va colérico hostigando a los briosos corceles, súbete a la roca madre, que así podrás tú misma verlo.

    La madre Tierra corrió a la cima de un peñón y con toda la dignidad de una verdadera reina, gritó en tal forma, que todo tembló:

    —¡Apolo, detén tus corceles y ven que quiero hablar contigo!

    Dicho esto, regresó pensativa al sitio donde antes estaba. Al momento se oyó el frenar del glorioso carro y todo se ilumina cuando aparece Apolo parado sobre el peñón, desde donde la madre Tierra había exigido su presencia, con ceño fruncido dijo:

    —Aquí estoy madre Tierra, atendiendo tu urgente petición, ¿Qué quieres de mí en esta hora de trágicos sucesos para mi alma?

    —Dime Apolo, ¿Qué poderosa razón te ha impulsado a tomar la decisión de apartar tu halado carro, de la ruta ya fijada en el espacio, privándonos de la luz y del calor que nos sustenta la vida?

    —Es la ira, es la sed de venganza madre Tierra, venganza que he de consumar no conduciendo más por el espacio, mi preciosa luz y al calor su hermano, que quede todo en la oscuridad, que imperen otra vez las tinieblas y que la alegria que la aurora inspira, se convierta en tristeza para siempre, ya verás madre Tierra, como se arrepentirán mil veces los Dioses del Olimpo, por haberme herido el corazón impunemente, nadie, nadie, contemplará mis celajes ni el arcoíris, no conduciré mi carro, aunque de rodillas me lo pidan ellos mismos.

    —Pero dime Apolo, ¿Qué ha sucedido?

    —Júpiter ha matado a mi hijo Esculapio, pretextando que era una amenaza para el orden vital del universo.

    La madre Tierra, fijó su mirada en el oscuro firmamento, las lágrimas se asomaron, nublando sus ojos negros, ella sabe perfectamente bien que la muerte de Esculapio, no es otra cosa, que el primer golpe que Júpiter ha dirigido a la especie humana, ya que se dio cuenta que ella había asegurado que de los hombres saldría quien barrería con todos ellos para siempre, de pronto rompió el silencio y dijo:

    —¡Mentira!, no es esa la razón Apolo, ningún orden del Universo podría haber estado amenazado, por el más noble y sabio de los hombres, como lo fue Esculapio, tú sabes que nadie mimó tanto a Esculapio como yo, sabes también Apolo que a ti siempre te he querido. ¿Tienes alguna queja de mí?

    —No, no tengo de ti queja alguna, es más para mi tú eres mi madre.

    —Bien haz dicho, yo soy tu madre y por eso es que te he perdonado todas las locuras, que por tu naturaleza ardiente haz cometido, aunque dichas faltas me hayan dejado el corazón herido, tú eres fuerte, majestuoso, bello, pero por irreflexivo que eres, no te das cuenta que otros fraguan la forma de sumirte en el olvido, por eso fue que te dejaste engañar por aquel cuervo a quien volviste su plumaje negro.

    —No me recuerdes eso, madre tierra, ya que suficiente sufrimiento tengo en esta hora.

    —¿Por qué no? Si es preciso para que nos entendamos, Coronis te engaña, dijo el maldito cuervo y tú le creíste, fue entonces cuando ciego por la ira, le arrancaste la vida que era la razón de toda su alegría, yo la lloré y a pesar de todo, te perdoné y fue un milagro el que logré yo, cuando del vientre frío de su madre a Esculapio, lleno de vida, lo hice surgir. Quirón fue su custodio, su maestro, pero yo lo alimenté, su madre fui yo y desde niño le enseñé que cada árbol, que cada flor, lleva a su ser el Don de curar la herida, de vencer el dolor, de ahuyentar la muerte, por eso los hombres le amaban, por eso para ellos era un Dios.

    —No sigas por favor, madre Tierra, ya que tú misma sabes cuánto he llorado por aquel lejano amor, por eso mi luz se vuelve a veces triste, pues las imborrables cicatrices que me han dejado los yerros del ayer, han matado mi alegría y para recobrarla, ya no sé qué hacer.

    —Yo te diré, querido Apolo, lo que tienes que hacer, ya que solo el reconocimiento y aceptación de nuestros propios yerros, podrán llevamos a la capacidad gloriosa, de reparar, de reconstruir lo destruido, o, por lo menos, hacer un favor a cambio.

    —¿Qué quieres alcanzar tú, bondadosa tierra con todo lo que sabiamente haz expresado?

    —Quiero que subas otra vez a tu dorado carro y sigas el rumbo que te fijó el destino, para que devuelvas la luz y el calor que necesito para que no mueran mis hijos, los pequeños hombres, no me niegues este favor Apolo.

    —¿Me pides que deje sin venganza la sangre preciosa de mi hijo Esculapio?

    —No, eso no, pero no es de los hombres de quienes tienes que vengarte. Ellos son inocentes, nunca a ti te han hecho daño alguno, comprende por favor, que lo que Júpiter quiere es que tú te llenes de ira, que no alumbres nunca más ni des calor, porque sabe que así la muerte de los hombres está segura. Por eso y no por otra cosa, fue que Júpiter arrancó la vida de mi Esculapio, así es que si quieres encontrar la paz y el contentamiento, date a los hombres con esmero, se la luz que ilumine su sendero, que yo te aseguro,

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