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Leer en lo ajeno y otros cuentos
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Libro electrónico106 páginas1 hora

Leer en lo ajeno y otros cuentos

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Información de este libro electrónico

“Con una apasionante narrativa, los cuentos que ofrecemos para ser descubiertos nos provocan emocionantes encuentros en lugares comunes, con personas que, aunque quizá ajenas a nuestra vida, son parte de nuestra memoria social. Leer en lo ajeno retrata vivencias cotidianas y populares, muy propias de las dificultades e ironías de la vida; en muchas ocasiones nos sentiremos protagonistas o actores secundarios y más de alguna reflexión se acomodará en un rincón propio, gracias a la profundidad con la que se integran en la existencia del ser humano. Un recorrido con picardía, suspenso y sorpresa, hacen de esta publicación un acierto de desdichas y triunfos que cada personaje nos compromete a leer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 sept 2016
ISBN9789569807015
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    Leer en lo ajeno y otros cuentos - Patricia Calderón

    EDICIONES DEL QUIJOTE

    Digital

    c 2016 Ediciones Del Quijote

    1ª Edición

    Inscripción Nº: A —265494

    María Patricia Calderón Urzúa

    ISBN e Pub: 978—956—9807—01—5

    Edición al cuidado de: Ediciones Del Quijote

    Dirección Editorial: Alicia Manonellas Balladares

    Diseño y Producción: Ediciones Del Quijote

    Fotografía de Portada: Ediciones Del Quijote

    Diseño de Portada: Rubén Salgado

    Otros títulos de Ediciones Del Quijote Digital

    Aquello que no es raro, encontradlo extraño. Lo que es habitual, halladlo inexplicable. Que lo común os asombre. Que la regla os parezca un abuso. Y allí donde deis con el abuso, ponedle remedio.

    —Bertolt Brecht

    Donato, Torechio y la difícil noche

    Sarasa... sinónimo... vertical: planta pandacea... pueblo de La Coruña... ¡Qué dolor estar vivo!... matalahúga... anís... eso es. Donato maldice el puzle complicado de su homónimo Torechio, complicador eterno del pasatiempo dominical. Y se levanta, alejándose sólo un poco del abismo del wáter, para tratar de recuperar el lápiz que se le ha resbalado de las manos como un pez, cuando quiso rascarse la nuca con él. Para colmo, se siente el azote de un frío polar en las nalgas pálidas, ingenuas como párvulos en la luz tenue del baño. El lápiz no está tan próximo como pensaba y debe adelantarse un tanto más para alcanzarlo, acercándose al peligro, al filo de la navaja, justo como a él le carga vivir y se sostiene, mordiéndose los labios en el equilibrio precario bajo la amenaza del fantasma de hielo que quiere meterse en su interior.

    Estoy cayendo hecho un bloque ¡socorro! Ay la vida peligrosa. Y este acto de sostenerme apenas con los pantalones abajo, enredado en mi pijama de seda —vanidad inútil a la hora de darme cuenta de que no soy nada. Si caigo y me rompo la cabeza en las baldosas, mi posición tan impúdica será vista por la policía, la familia, los forenses, los amigos y... acaso el propio Torechio culpable se haga presente y elabore otro pasadizo infernal en su laberinto de palabras: crimen... uxoricidio.

    Si cayera, se trizaría sobre la baldosa del baño. Lo encontrarían como una escultura de homenaje al ridículo, con la cabeza separada del cuerpo y el pijama enrollado en los tobillos. Nadie sabría cuáles fueron sus últimas maldiciones, sus últimos miedos.

    ¿Y tú, Macarena, y tú? Tan campante, durmiendo a pierna suelta. Hasta roncas. Percibo tu ruido junto al ronco latido de las fábricas cercanas. Todo es como un volcán ventrílocuo que repite sus amenazas desde el centro de la Tierra. ¿Cómo puedes dormir tan tranquila, Macarena?

    Pensamientos que se tienen a las tres de la mañana, se dice. Cuando hay insomnio y dolor culpable de barriga por haber ingerido demasiadas costillas asadas en la comida. Y desiste de alcanzar el lápiz por esa vía, antes de seguir imaginando cosas que en una de esas podían cumplirse. A estas horas es mucha la gente que duerme y casi no hay testigos para lo insólito, sacude la cabeza despeinada para desechar esas consideraciones y se acomoda en la taza blanco virginal buscando seguridad. Nunca pensó que aquellos bordes prosaicos representaran ahora la salvación.

    Un abismo de juguete, sin vértigo, porque lo mira la parte ciega de ti. La máxima aventura para enfermos del corazón.

    Superada la angustia, ríe fuerte de su ocurrencia, pero luego recuerda a Macarena y como estima que estaría muy mal de su parte despertarla, se traga la carcajada más contundente.

    Diosa mesopotámica... gobernante chileno...

    La tentación por hacer frente al menoscabo es superior al miedo. Hay que encontrar el vocablo, ser inteligente, sabihondo, tal vez sólo astuto y venirse al baño con diccionarios y enciclopedias bajo el brazo y ganarle el duelo a la verborrea. Sobre todo hay que gozar de un mínimo de poder sobre la vida, la muerte y los tiempos que corren. Trata de alcanzar el lápiz con el pie; sin embargo, su intento de avance es desafortunado y debe perder la pantufla, que se dispara lejos de su alcance.

    ¡...! (ni un improperio, sólo un remoto deseo de gritar).

    Podría pararse con toda naturalidad, mantener el diario apretado entre los dientes, sujetarse el pijama con una mano, ponerse la pantufla, recoger el lápiz con la mano libre; pero... ¿Qué pasa si me viene el dolor y las ganas me sorprenden de pie?

    ¡Dios mío! Si algo así me sucede, deberé guardar un secreto horroroso, innoble. Vergonzoso... erubescente... verecundo.

    Ha tenido tantas veces la pesadilla de que está en una plaza, desnudo de la cintura para abajo, con calcetines escarlata... y pierde el control de los esfínteres frente a la muchedumbre.

    Estremecido por ese recuerdo, está a punto de que se le caiga el diario, pero como no está dispuesto a sufrir otra pérdida, hace un ademán brusco, dobla la espalda y la camiseta —muy chica para él—se enrolla cual castigo divino más arriba de las costillas (las propias y todas las que comió en abundancia). Todo se paga en la vida, es su primera reflexión ante este último acontecimiento desgraciado.

    ¿La arreglo? ¿No? ¿Mando todo al mismo diablo y vuelvo a la cama?

    Lo ataca un retortijón fuerte y trata de enfrentarlo en posición favorable. Gasta tiempo en acomodarse hasta que el dolor se va, sin dejar ninguna evidencia material de su paso torturante.

    La falsa alarma lo irrita, tendrá que permanecer allí más tiempo del que puede resistir sin volverse loco de rabia.

    Purgar... escamondar.

    Ahora con el pie pelado encogido detrás de la pantorrilla contraria, trata de conseguir un poco de calor para los dedos entumidos, con una mano sostiene el diario y con la otra trata de bajarse la camiseta, pero por más que se tuerce no logra cogerla. Todo entre espasmos que arrecian sin ninguna consecuencia.

    Debí ponerme una bata, piensa castañeteando los dientes y comienza a leer su horóscopo para distraerse:

    Quincuncio de la luna sobre el regente, hace que todo fluya como a usted le agrada.

    Lee en silencio con el pensamiento tartamudo de frío. Por fin caerán las cosas nauseabundas, se hará justicia sobre la tierra y los pecadores pagarán por sus pecados.

    Perdóname, Macarena, por el mal que te he causado: la indiferencia, la mala leche, el desamor.

    Lee el horóscopo de ella para saber bien qué hay detrás de tanta resignación:

    Cuadratura de la luna con el regente mantiene pendientes sus deseos de liberación. Es importante que fluyan sus ideas para conseguirla.

    Repasa cada línea del puzzle y, como si se tratara de un milagro, descubre la solución, el término correcto, y mentalmente le gana la partida a Torechio, el torturador, es sólo que el lápiz está lejos, la zapatilla está lejos y Macarena también. Más tarde no recordará nada: ni las expresiones, ni el descubrimiento, ni la contrición. Pero por ahora basta con que todo fluya y baje junto con el agua del estanque al fondo de las cloacas que sostienen la ciudad.

    To-to-todo flu-flu-ye.

    Siente a Macarena en el cuarto contiguo, cubierta la imagina, cálida, suspirando un sueño tranquilo. Mía, en la otra orilla de esta miseria donde estoy clavado como un Cristo profanado. Esa representación de sí mismo le da pena y siente el impulso de llamarla para que venga a acompañarlo, que le hable, se fume un cigarrillo tal vez, le ponga la pantufla, le abrigue la espalda, le diga, por fin, cuál es el nombre del Eolo escandinavo —última batalla que le queda por ganar —y

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