El circo invisible
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En cada una de estas diecisiete historias dirigidas a los lectores más jóvenes, el autor corre el telón, invitando desde lo real y lo ficticio a llenar las gradas de su circo. Lo logra revelando una sugerente muestra de la narrativa contemporánea. Así les atrae El circo invisible, con sus suertes y secretos, para que sean testigos de lo que nunca han visto, oído, y soñado antes: el show más impresionante en la Tierra ¡Acérquense niñas y niños, pasen!
Dalila León Meneses
Poetisa cubana
Ariel Fonseca Rivero
Ariel Fonseca Rivero (Sancti Spiritus, 1986) es graduado en Informática en 2011 y miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Por muchos motivos, se trata de un tipo con una enorme sensibilidad y capacidad asertiva. Ha publicado los libros de narrativa: … aquí Dios no está (Editorial Luminaria, 2010); El circo invisible en su edición cubana, Premio «Beca La noche» 2013 y Premio Oriente «Herminio Almendros» 2014 (Editorial Oriente, 2014); Hierbas, Premio «Celestino de Cuento» 2015 (Ediciones La Luz, 2016) y Ventana al mar, Premio de la Ciudad «Fayad Jamís» 2016 (Editorial Luminaria, 2017). Con su libro inédito Do not disturb obtuvo el Premio «Beca Dador» en el 2016. Con El circo invisible obtuvo la beca Sigfredo Álvarez Conesa en 2011, hito que repitió en 2015 con su obra Hierbas.
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El circo invisible - Ariel Fonseca Rivero
La hoguera de las mentiras
…me siento distante del niño ingenuo que pretendía ser.
Ángel Santiesteban Prats
Cada noche, junto a la luz de la fogata nos acompañan los espíritus de esos artistas que una vez deleitaron de pueblo en pueblo.
―Tuve que irme de casa ―dije aquella noche frente a todos.
―¿Por qué te fuiste? ―preguntó el tragaespadas.
En realidad me daba pena hablar de mi familia, de cómo en casa no se adaptaran a la idea de que era diferente.
Había ensayado tantas de veces mi fuga que cuando lancé la sábana por la ventana no lamenté nada, era como entrar en la pista para desempeñar un acto, mi acto.
―No pienso regresar nunca.
―¿Por qué te fuiste?
Pero ni muerto hablé de mi cojera, de la muerte de mamá, del dolor que me produce caminar. Ni muerto hablé de papá y su afán por disciplinarme. No podía hablar.
―¿Por qué el circo? ―preguntó el domador.
El último recuerdo de mamá que aún conservo es nuestra ida al circo, justo antes de enfermarse.
Yo miraba a mi alrededor sin poder creérmelo: a la derecha un niño pequeño lloraba, a la izquierda, una muchacha tomaba granizado; cerca de nosotros una vieja desdentada agitaba su abanico. Yo también sudaba, a chorros, pero no me importaba. De la cabeza aún no desprendo a los payasos con las caras pintorreteadas, la muchacha de los caballos, al mago con el sombrero atestado de palomas. La mano de mamá me sostuvo fuerte cuando vi a aparecer a los leones, estaba aterrado. Recuerdo su voz:
―El circo es el lugar dónde se pasa de la risa al miedo, en cuestión de minutos.
Luego el silencio, sólo silencio.
―Aquí fui feliz, una vez.
Señoras y Señores. Niños y Niñas de todas las edades. Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo.
Después había tenido ese sueño, después soñé con la grandeza.
―Ricardo ―anunciaban.
Yo salía vestido de negro, con un antifaz.
Me desplazaba por el trapecio con singular destreza. Era yo la estrella.
Después los aplausos, y un silencio. Siempre el silencio.
Cada noche, luego de la función, recorría el pueblo. Había decidido no volver a intentar dormir. Disfrutaba caminar las cajuelas desiertas, imaginándome las vidas de las personas. Desandaba por aquel lugar que plácidamente dormía, hasta que veía al sol asomarse en el horizonte, para regresar a la carpa y continuar luego, pero en otro pueblo.
―¿Por qué te fuiste? ―el domador repitió la pregunta.
―Tuve que irme de casa ―respondí―, tuve que hacerlo.
―¿Qué fue de aquellos aplausos que una vez soñé míos?
Era duro y espeluznante volver al circo a través de mis propios recuerdos.
―¿A dónde habían ido a parar mi fama, mi vida?
Sentía que con la ida de casa los sueños me habían dejado solo. Era como si ya no tuviera ganas de