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Mascotas [Generación X]
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Libro electrónico101 páginas1 hora

Mascotas [Generación X]

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Mascotas [Generación X] nos cuenta los que sucede en casa de Ricky, Luis, Lou y Mene cuando adoptan diferentes mascotas. A medida que los niños crecen, van descubriendo cómo cuidar y respetar a los animales. Mascotas es una historia de camaradería llena de ternura donde los primeros desatinos de la infancia llevan a estos cuatro hermanos a madurar en su comprensión del mundo animal.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 dic 2020
ISBN9781005091217
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    Mascotas [Generación X] - Elvia Elena Gómez de Valle

    MASCOTAS

    [Generación X]

    ELVIA ELENA GÓMEZ DE VALLE

    Mascotas [Generación X] nos cuenta los que sucede en casa de Ricky, Luis, Lou y Mene cuando adoptan diferentes mascotas. A medida que los niños crecen, van descubriendo cómo cuidar y respetar a los animales. Mascotas es una historia de camaradería llena de ternura donde los primeros desatinos de la infancia llevan a estos cuatro hermanos a madurar en su comprensión del mundo animal.

    Índice de contenido

    Portada

    Mascotas

    Sinopsis

    Índice de contenido

    Agradecimientos

    El Makech

    La tortuga japonesa

    El Pachón

    Una gallina

    Los pollos

    Las ranas

    El estanque

    El conejo y el pato

    El Etumbis

    La Tuga

    Borametz

    Los cóconos

    La zorra

    La salamandra

    El cabrito

    Un pinzón mexicano

    Elvia Elena Gómez de Valle

    Créditos

    Este proyecto fue realizado gracias al apoyo del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) 2018-2019 en reconocimiento al trabajo y trayectoria literaria de la autora.

    Durante la escritura de estos cuentos ningún animal fue lastimado ni se causó su muerte.

    Para Joaquín, Elenita y Alonso

    AGRADECIMIENTOS

    Al Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) 2018-2019.

    A María Elvia de Valle de la Peña y Alfredo Miranda González, por el fino y delicado trabajo de edición y corrección de estilo.

    A Raúl López García por el atinado diseño de esta edición.

    A Nadia Contreras por la especial dedicación en la dirección editorial de este libro.

    Hasta que hayas amado a un animal,

    una parte del alma estará dormida.

    ANATOLE FRANCE

    No es fácil hablar de un animal próximo y querido, porque a menudo ha acabado pareciéndose a su dueño y hablar de él es hablar de uno mismo. 

    ANDRÉE TRAPIELLO

    Las mascotas y las hojas en blanco son pacientes. Las mascotas son como nuestra sombra, son amigos únicos, depositarios de nuestros sentimientos. Cuando todos se han ido permanecen porque conocen nuestro interior más íntimo.

    ELENA GÓMEZ, A SU PERRA CANELA

    EL MAKECH

    En una misma semana me pasaron tres cosas: me raspé la rodilla, explotó la olla de presión, me regalaron un Makech.

    Jugábamos a las escondidas en el patio de la privada. Era mi turno de cerrar los ojos volteada hacia la lila, que era la bais y contar del uno al veinte mientras mis primos y hermanos buscaban escondites.

    A la cuenta de diez, abría un ojo y trataba de ver hacia dónde corrían. Cuando dije veinte abrí los ojos. No veía a nadie. Busqué debajo de los coches pero no había niños escondidos ahí. Al entrar al patio trasero vi la punta de los tenis rojos de Carlitos. Estaba atrás de una pared. Me acerqué de puntitas, pero apenas sintió que me acercaba corrió a la base. Era muy rápido.

    —Uno, dos, tres por mí y por Ricky —gritó poniendo la mano en el tronco del árbol—.

    Al oír su nombre, Ricky salió disparado de detrás de un carro. Seguí buscando y atrás del Volkswagen de papá vi la cola de caballo de Caperucita —así le decíamos a mi prima porque su pelo era color zanahoria—. Al tratar de descubrirla pronto, corrí y tropecé. Sentí calorcito y mucho ardor en la rodilla, como cuando tienes los labios partidos y chupas una naranja. Vi cómo brotaban gotitas rojas en el raspón. Al darse cuenta, todos salieron de sus escondites y formaron un círculo alrededor de mí. Veían la rodilla y yo sentía que un color bien colorado se me subía por la cara.

    —Te está saliendo sangre.

    —¿Con qué te trompesaste?

    —Moví el pie derecho y me tropecé con el izquierdo. Me duele.

    —A lo mejor te van a poner yeso —dijo Vero.

    —A un niño de mi escuela le pusieron y cada uno le pintó un recuerdo sobre su pata de yeso. Le dibujé un camión Tonka como el mío —platicó Ricky—. Arturo sólo le puso su nombre. Qué aburrido.

    —Cuando me resbalé se me veía el hueso —dijo Carlitos.

    Me levanté despacito para que no me ardiera tanto. En cada paso que daba sentía como si alguien estirara la piel de mi rodilla en diferentes direcciones.

    La tarde se puso gris y oscura.

    —Niños, a bañarse —se oyó la voz de mamá al tiempo que se asomaba al patio.

    Abrí la regadera y cuando el agua salió tibia me paré debajo. Miraba hacia arriba. Así imaginaba que me estaba bañando bajo la lluvia. Claro que esa lluvia estaba caliente. Me tapaba la nariz mientras las gotitas de agua resbalaban como canicas agüitas desde mi cabeza hasta los pies.

    Los sábados, mamá me daba permiso de ponerle el tapón a la bañera y llenarla hasta la mitad como si fuera alberca. Ahí nadaba y me convertía en sirena o en Flipper, el delfín de la tele. Cuando terminaba, salía convertida en viejita, con los dedos bien arrugados.

    —Es porque permaneciste mucho tiempo en el agua —decía mamá cuando le enseñaba mi mano. A mí me parecía que sólo había durado un ratito. Me secaba y me ponía mi pijama de mascotita rosa.

    Algunas veces, mientras mamá preparaba la cena veíamos el programa de Topo Gigio. Al ver su barriga redonda y sus grandes orejas rosadas me daban ganas de abrazarlo. Era muy tierno cuando cerraba sus párpados tupidos de pestañas rubias y cuando le daba vergüenza. En eso éramos parecidos él y yo. Sólo que el ratón nunca se ponía rojo. Él también tenía una playera de rayas como la mía. Raúl Astor era un abuelito que platicaba con Gigio. Una vez le preguntó que cuál era la persona que más admiraba y el ratoncito le dijo que Brigitte Bardot.

    —¿Por qué admiras a esa señora, Topo Gigio?

    —Ella lucha por los animales y a mí me gustan mucho.

    Luego de un rato, Astor le decía: Gigio, ya va siendo hora de dormir.

    —Sí, voy a decir mi oración a San Pepino. Y yo cantaba junto con Gigio la canción de las buenas noches: "Hasta mañana, buenas noches/ que descansen bien/ porque mañana será otro día/ y hay que vivirlo con alegría". Le daba el besito de las buenas noches a Astor y gritaba:

    —¡A la camita! ¡A la camita! ¡Lo dije yo primero! ¡Lo dije yo primero!

    Me gustaba ver su bata de dormir y la mota que tenía su gorro en la punta. Cerca de su cama había un candelabro con una vela miniatura prendida. No me gustaba cuando se apagaba la vela, porque significaba que ya se acercaba mi hora de dormir y yo todavía quería jugar.

    Papá nos decía que María Perego, creadora de Topo Gigio, era italiana y en ese idioma así decían ratón... Al terminar el programa y después de que salía en fila la Familia Telerín a despedirse, cenábamos.

    Al principio no quise tocarme el raspón porque me dolía. Si caminaba rápido, se volvía a abrir la herida, sentía ardor y brotaban nuevas gotitas de sangre. Agarré una y me la comí. Sabía raro. Durante el baño, el

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