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El verano sin final: Decide tu propia historia entre más de 25 opciones
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Libro electrónico200 páginas2 horas

El verano sin final: Decide tu propia historia entre más de 25 opciones

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Información de este libro electrónico

Álex llega a París para pasar el mejor verano de su vida y lo que ocurra a partir de ese momento… ¡lo decides tú!

Amores de verano a orillas del Sena, un complot de blogueras extremistas, un robo por resolver en la Torre Eiffel, una diva del cine a la que rescatar, exnovios que regresan, travestis, música disco, una misteriosa fiesta de fantasmas o un tórrido encuentro en un cuarto oscuro…

Tú decides qué aventura vivirás, porque el protagonista de este libro eres tú, y cuando llegues al final... ¡puedes volver atrás y elegir otra historia totalmente distinta! Porque tu verano en París no tendrá un final... ¡tendrá muchos! Al final de cada capítulo, puedes decidir el camino que seguirá el protagonista eligiendo un número de página.

Novela LGBTI.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jul 2020
ISBN9788412208528
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    El verano sin final - Donacio Cejas Acosta

    El verano sin final

    © Donacio Cejas. 2020

    © Ediciones Hidroavión. 2020 

    Textos y portada

    Donacio Cejas Acosta

    Editado por

    Ediciones Hidroavión

    www.edicioneshidroavion.com

    ISBN: 978-84-122085-2-8

    Depósito legal: A 204-2020

    Ejemplar digital autoridazo por Ediciones Hidroavión.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni parcialmente ni en su totalidad. De igual forma no podrá ser registrada y/o transmitida por un sistema de recuperación de información bajo ningún concepto, sea éste electrónico, mecánico, por grabación, por fotocopia u otros medios sin el permiso explícito y por escrito de los propietarios de los derechos de autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de un delito contra la propiedad intelectual. 

    Dedicado a Verónica, Jimmy y Nayra, por los días de alegría y las noches sin final. 

    Paris-Austerlitz

    Es el mejor verano de mi vida...

    Anotas con satisfacción en tu cuaderno de viaje, entre cuyas páginas has ido guardando todos los recuerdos de tu ruta en tren por Europa con tu mejor amigo; billetes de metro o autobús de todas las ciudades donde habéis parado, recibos de consignas y hoteles de mala muerte, mapas de centros históricos acribillados a bolígrafo trazando recorridos, ubicando monumentos o restaurantes donde comer barato y zonas de ambiente donde zorrear, todo bien prieto y ordenadito entre anotaciones y bocetos de aquellos lugares que fueron llamando tu atención como ese pórtico de iglesia repleto de símbolos templarios en Lyon o aquella plazoleta en Burdeos donde os bebisteis a morro un par de botellas de ídem, por no olvidar aquel bareto gay tan hortera en Berna donde casi ligáis con unos italianos... ¿o fue en Basilea?... puede que fuese en Montecarlo, ¡en fin!, ¿quién se acuerda ahora, con tantos kilómetros cargados en la mochila? 

    Aprovechas que Oli está aún dormido –ha demostrado ser un dormilón pertinaz al que no despiertan ni el traqueteo de los trenes ni los anuncios de estación– para rematar algunos dibujos que se quedaron a medias, fijando sobre el papel con trazos de tinta negra los recuerdos de este verano junto a tu mejor amigo, ese loco encantador al que conociste al comienzo del curso y sin el cual ya no concibes tu vida de estudiante en Madrid.

    ¡Álex, tú y yo ojalá irnos de vacaciones muchísimo!, aún recuerdas su expresión de júbilo cuando aceptaste su propuesta de escaparos juntos por Europa, en plan dos en la carretera, para olvidaros de los exámenes, de la dureza del primer curso y, sobre todo, para que pudieras olvidar a Miguel, tu primer novio y también tu primera ruptura tras unos meses de relación complicadita que te han dejado el corazón hecho trizas. Solo Oli sabe por lo que has pasado y por eso no ha dudado en arrastrarte por los pelos, si era necesario, por cada bar de maricones que haya en Europa, amiga, ¡una fantasía! cariño, ¡¡un sueño que va a ser todo!! 

    Es así como habéis acabado canturreando el One Way Interrail de La Prohibida a puro grito y de madrugada en los antros mas sórdidos –y por lo tanto los más deseados– desde los muelles de Marsella hasta las callejuelas de Zurich, ejerciendo de intrépidos nocherniegos aunque, noblesse obligue, madrugando para visitar, aún con resaca, esas galerías de arte imprescindibles, esas arquitecturas modernas avant la lettre, con la inevitable peregrinación a alguna obra maestra de Le Corbusier para justificar el gasto del viaje.

    Sois estudiantes de arquitectura, al fin y al cabo, y no podéis dejar de rendir tributo al gran maestro de la modernidad, aunque ¡para modernas nosotras cariño! como no para de repetir tu compañero de viaje a la menor ocasión, y sin darte mucha cuenta, kilómetro a kilómetro, estación tras estación has ido pensando cada vez menos en Miguel y su mundo de armarios cerrados y discreción tóxica. Solo de vez en cuando te asalta el recuerdo de sus ojos azules y esos labios carnosos que te hicieron asumir que nunca más volverías a tener novia.

    Apartas esos recuerdos dolorosos de tu mente mientras te afanas por escribir en una suerte de tipografía art nouveau el nombre de la siguiente –y última– parada de vuestro viaje ferroviario por el corazón de Europa, el nombre que llevas varias semanas acariciando en tu imaginación y que al fin aparece en la pantalla de vuestro vagón...

    Paris-Austerlitz

    ¡Despierta, maricón!, zarandeas con cariño a tu amigo y le susurras al oído que habéis llegado, y mientras Oli comienza a recoger sus bártulos aprovechas para recomponer el barullo de tu pelo –algo más largo que de costumbre tras las semanas de viaje– y te sorprende observar que así, con el flequillo revuelto, te das un aire a Thimotée Chalamet, pero con gafas.

    Al bajar al andén el aire fresco y limpio de la mañana te acaricia las mejillas, y cruza tu mente el pensamiento trivial y algo cursi de que no cambiarías este instante por nada del mundo. Los tirones de Oli te sacan de tus elucubraciones, arrastrándote hasta el gran vestíbulo de la estación de pura impaciencia por salir a la ciudad mientras va gritando ¡Amiga estamos en París!, ¡en Pariiis! ¿Te imaginas que nos encontramos a Catherine Deneuve...? ¡Ay...!, ¡necesitamos unos cafés creme y unos croasanes! ¡Y el Paris Match!, y tú te ríes como siempre con sus ocurrencias y le sigues a la carrera hacia la cantina de la estación donde os abalanzáis como cachorros hambrientos sobre el mostrador para pedir, con vuestro francés rudimentario pero eficaz, varias piezas de bollería que devoráis sin demora para salir cuanto antes a la calle con las ganas locas de comeros, también la ciudad.

    ¡Tenéis tanto planeado para los próximos días! ¡Tantas ganas de todo! Siguiendo vuestro estricto y ambicioso plan que, en un rapto de inspiración, habéis llamado Plan Ebrias de Cultura, pensáis combinar la más alta cultura con lo más canalla del Paris la nuit, de las regias galerías del Louvre a los bares más horteras de Le Marais que a estas alturas del verano, estando tan próximo el Orgullo, esperáis encontrar a rebosar de chicos guapos.

    Mientras recorréis a la carrera los bulevares que conducen al Sena, vais cantando el Arde Paris de Ana Belén a los transeúntes hasta alcanzar al fin la Île de la Cité y la silueta chamuscada, aunque soberbia, de Notre-Dame, que os da la bienvenida pero también una advertencia; que siempre se corre el riesgo de llegar a ciertos lugares demasiado tarde y por eso hay aprovechar cada ocasión para cumplir los sueños, porque ya nunca podrás comprobar si Víctor Hugo tenía razón o Disney mentía aunque eso ahora parezca que no importa.

    Corriendo a lomos de vuestras zapatillas desgastadas de mochileros, cruzáis el Pont Alexandre III para al fin ver, apuñalando el azul del cielo, la torre Eiffel, y te sientes tan pletórico, tan joven y tan absurdo, que te entran unas ganas locas de saltar y bailar, levantando mucho los brazos como lo hacía Emmanuel Seigner en Frenético y luego llamar a Miguel, cantarle aquella de Jamais je ne t’ai dit que je t’aimerai toujours y luego colgarle para seguir bailando con tu amigo hasta la madrugada, hermosos y malditos borrachos de Pernod Ricard con hielo, y cantar a coro por las calles del Quartier Latin esa de se buscan dos maricas muertas congeladas vivas en París y dejar que algún marinero perdido de mirada turbia llamado Querelle te arrastre a un callejón oscuro para robarte un beso.

    ¡Amiga, selfie muchísimo! ¡Es necessssario!, te reclama Oli frente al objetivo de su smartphone y le abrazas por la espalda, haciendo el gesto de la victoria con la mano que te queda libre, y mientras la cámara va capturando en ráfaga vuestras sonrisas, tomas consciencia de que siempre recordarás este precioso instante donde fuisteis dos zangolotinos con cara de pillos y muy poca vergüenza, porque para poca vergüenza... ¡ninguna!, como habéis repetido a manera de mantra en esas primeras noches descubriendo Chueca y sus secretos, que son los tuyos, o al menos lo eran hasta que hace seis meses tuviste esa conversación con tus padres que lo cambia todo y para siempre, con la que te sentiste libre pero también vulnerable, como un insecto sin coraza.

    Aprietas a Oli un poco más de lo necesario, porque te gusta sentirle muy cerca de ti, y te gustaría encontrar las palabras adecuadas para agradecerle tanto bien como ha traído a tu vida; tu beso en su frente queda inmortalizado en una de las muchas fotos que sacáis sin parar... ¡flash!, ¡flash!, ¡flash...! y ya está subida vuestra foto a internet #verano #amigas #París #Interrail mientras de una calle cercana llegan los acordes del Non, je ne regrette rien que un acordeonista callejero destroza para unos turistas, y tienes la certeza de que sí...

    ...que será el mejor verano de tu vida.

    Sœur Citroën

    ¡Uy, qué monos! ¡Mira, mira!, exclama Oli mientras sus dedos brujulean a toda velocidad por el surtido de bellezas masculinas que se deslizan por la pantalla de su teléfono en una de las tantas aplicaciones de flirt que se ha descargado con la intención de descubrir Europa man by man como la canción de Liza, pero ni esa recua de torsos musculados y osos amorosos consigue que apartes tu mirada de las tranquilas aguas del Sena que reflejan como candilejas las fachadas iluminadas de la rive gauche, abarrotada a esta hora de sofisticados parigots entregados al hedonismo de beber, fumar y gozar de la mutua compañía en una noche tan linda como esta. 

    El vino, de supermercado, pero francés amiga, como las grandes snobs, tiñe de carmín de borgoña tus labios mientras la noche cae sobre París, poblando el cielo de estrellas aunque la ola de calor, que tropicaliza la ciudad, sigue sin dar tregua y convierte las calles en un horno; si no fuera por pudor te quitarías la camiseta, como ha hecho el grupo de ingleses borrachos que canta algo ininteligible unos metros más allá. 

    Piensas que son unos ordinarios, aunque, para qué engañarte, hay uno o dos que están bastante buenos y a los que no te importaría llevar a algún rincón oscuro bajo el Pont Neuf.

    Unas pizpiretas francesas se acercan a pediros algo que no alcanzas a entender si es vino o hielo –quizá fuego para encender sus gauloises– así que te dedicas a sonreír de forma bobalicona mientras Oli, menos cortado que tú para comunicarse con desconocidos, te aclara que no quieren nada, que nos están preguntando si somos novios... ¡No, cariño, no!, ¡somos amigas! We are like sisters!... ¿cómo es que se dice hermana en francés...? ¡ah! ¡Sœurs...! ¡Somos sœurs!, ¡como Sœur Citroën! ¿Me entiendes...? 

    Y tú te quieres morir de la risa mientras una de las chicas saca su teléfono para sacarse una foto con vosotros porque dice que sois muy cute como pareja aunque tú piensas que de ninguna manera podríais Oli y tú ser nada de eso porque, como dice tu amigo, sois como dos hermanas separadas al nacer y además, en cuanto a gusto por los chulos, no podéis ser más distintos como descubristeis en vuestras primeras escapadas por Chueca al poco de haceros amigos cuando os lanzasteis a descubrir –tímidamente al principio, luego más lanzados– esa variada fauna nocturna de osos, nutrias, musculosos y travestidos con la que solo podías soñar en tu pequeña ciudad de provincias, o al menos fue así hasta que apareció Miguel con sus ojos azules como canicas, su acento seco castellano y su jersey rojo que destacaba tanto en esa página de perfiles con su descripción de chico serio, discreto, no plumas, no ambiente con el que quedaste, al borde de un ataque de nervios, tras varias semanas chateando.

    El mismo Miguel que tras varias cervezas te invitó a su casa una noche de extranjis para ver no-se-qué peli francesa que por supuesto no visteis porque había otros laberintos más interesantes entre sus sábanas donde perderse y descubrir los recovecos de otro cuerpo tan parecido al tuyo, aunque tan distinto; pero también el Miguel de los mensajes sin responder de madrugada, reacio a presentarte a sus amigos o reconocer que sí, que había algo entre vosotros y que no solo eras un colega, Miguel para el que la palabra discreción implicaba secreto, ocultación, silencio. Miguel que negaría vuestro amor para salvar su dignidad... Miguel lo prohibido.

    Sin embargo hoy su memoria queda lejana, y no piensas arruinar esta preciosa noche estrellada pensando en su fantasma, así que ultimando vuestra botella de vino tinto buscas la manera más corta de llegar al distrito de Le Marais para dejarte llevar por la noche –has comprobado en las últimas semanas cuán generosa es cuando depositas en ella tu confianza– porque siempre hay algún bar con música tonta de verano para dejarte flotar en la mirada de los otros chicos que seguro se preguntan de dónde han salido este par de barbilindos que beben y bailan como si nada más importase.

    Paris, la nuit! Folies Bergére! Bataclan!, gritáis a coro imitando al eximio Fabio McNamara dejando alucinados a un par de musculocas que os miran con deseo y pasmo en la pista de baile de un club al que habéis entrado siguiendo la promesa de un par de chupitos gratis de la peor calidad y máxima graduación alcohólica. 

    Te gusta levantar los brazos al bailar, como si quisieras atrapar la luz de los focos de colores que giran sin parar, y dar vueltas perdiendo la noción del tiempo y del espacio, canturreando por encima el estribillo tonto de algún éxito pop de hace un par de años al que nunca has prestado la suficiente atención como para saber qué dice, ni falta que hace; de tanto en cuanto le sostienes la mirada a un chico con bigote que te mira desde la barra, rodeado por su grupo de amigos que tampoco bailan. 

    Un par de fogonazos estridentes y una melodía infantil anuncian la llegada de la hora de cierre del local, un poco temprana para lo que estás acostumbrado en España, pero tal vez prudente teniendo en cuenta el plan de visitas culturales que tenéis pensado para el día siguiente. Al pisar la calle, aún con el

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