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La calma luchada
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Libro electrónico124 páginas1 hora

La calma luchada

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¿Son compatibles la promiscuidad y el romanticismo? ¿Por qué "ya nos veremos" o "ya te llamaré" han pasado a significar "nunca volveremos a vernos"? ¿Cuántos desengaños amorosos hacen falta para no tropezar de nuevo con la misma piedra?La calma luchada reúne 69 relatos que reflejan los vaivenes sentimentales y personales de un hombre gay en el siglo XXI. Su protagonista es un escritor de éxito que, en su madurez, ha alcanzado algo parecido a la estabilidad emocional. Lo ha logrado después de recorrer un camino nada fácil en el que las batallas han sido libradas tanto consigo mismo —la dificultad de encontrar su lugar en el mundo— como con los demás. La búsqueda del amor y de un candidato a compañero de vida ocupa buena parte de las páginas de un libro que supone el debut en la ficción de Sergio Bero.
IdiomaEspañol
EditorialDos Bigotes
Fecha de lanzamiento29 jun 2020
ISBN9788412142846
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    – GUSTARÁ:
    A los amantes de las obras ágiles, telegrafiadas en ocasiones, y de fácil digestión lectora. Pequeñas píldoras o fotografías de un caminante en medio de una tormenta que le supera, pero que no abraza la opción de no dar el siguiente paso hacia su incierto destino. Será también del interés de los que estén recogiendo o hayan tenido que barrer sus almas rotas de trasquilones y harapos desgastados en una lucha que no podían ganar pero que, aún así, siguieron intentando derribar un muro a cabezazos.
    – NO GUSTARÁ:
    A los lectores de formato de novela tradicional donde el hilo narrativo y la sucesión de los acontecimientos están delimitados por la lógica cronológica del espacio/tiempo. Tampoco será del interés de aquellos que se alejan de las lecturas en las que los líos amatorios, los encuentros, desencuentros, bienvenidas fogosas y despedidas de aeropuertos son el eje principal del relato. Aquellos que solo entiendan las relaciones humanas y sentimentales desde una óptica cerrada no encontrarán aquí su libro.
    – LA FRASE:
    “Así que, con mi falta de madurez, recibo tu clase magistral acerca del buen hacer y, sobre todo, del buen decir, y aprendo contigo pinceladas de semántica moderna en las que me enseñas que un significa . La infinita sabiduría de tus clases de interpretación me ha servido, además, para comprender por mí mismo las derivaciones del lenguaje, ya que un es realmente un ”.
    – RESEÑA:
    Hoy traemos para reseñar: La calma luchada, de Sergio Bero. Una novela fragmentada en relatos, unos relatos rotos en sentimientos, unos sentimientos que parten el alma del protagonista. Escrito en primera persona, narra la epopeya amatoria y relacional de un hombre que escala y colecciona promiscuidades pero que cae de nuevo por una ladera empinada a un mar de dudas, desapegos, incoherencias e inseguridades. El autor nos muestra a este Sísifo del siglo XXI que lucha contra sí mismo y contra gigantes imaginarios disfrazados de hercúleos compañeros de fatigas de catre. A lo largo del número mágico 69, vamos recorriendo un sinfín de situaciones y sucesos vitales que irán curtiendo de cicatrices y piel escamada -y espabilada- el alma de un protagonista anónimo que solo quiere encontrar su sitio en el mundo. A colación nos viene a la cabeza la frase de Haruki Murakami: “Y una vez que la tormenta termine, no recordarás como lo lograste, como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro de si la tormenta ha terminado realmente. Aunque una cosa si es segura, cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella”. Pero claro, en mitad de la tormenta, nadie es capaz de encontrar el rumbo. En su incapacidad no sabe ni leer la brújula para no desnortarse. Solo tocando fondo, podrá impulsarse desde el suelo limoso hasta la superficie. Es a lo largo de esta diáspora interior, cuando el protagonista aprenderá las lecciones suficientes para arrancarse las flechas de San Sebastián y abrirse a un nuevo horizonte matutino.
    La calma luchada se ofrece a la recompensa esperanzadora de aquel valiente que ha batallado, a veces en superioridad, a veces en inferioridad y, en ocasiones, sin armas. Pero siempre mirando de frente al enemigo: que le reta, que le susurra cantos de sirena, que se aprovecha de él, que le pone como escudo humano y víctima de peleas de terceros, que le promete la luna pero que solo le invita a un par de gintonics, que juega con la cartas marcadas, que se regodea de que sus flores son las más resplandecientes, que le avisa de que su sonrisa no podrá encontrarla pegada a ninguna otra cara o que le asegura que su aroma no se puede contener en un frasco de Channel nº5. Esta novela retrata la búsqueda íntima y personal como Ars Vivendi, donde el camino gana a los puntos a la meta, la toalla se tira solo si está sudada y la lona se besa, únicamente, en caso de emergencia y desesperación máxima.
    A lo largo de la presente obra, siempre que el lector empatice con los sinsabores que le ocurren al protagonista, seremos testigos de una montaña rusa con subidas, bajadas, vueltas y retuertas aglutinadas en pequeñas grajeas informativas. Estos vaivenes se componen de una amplia variedad de relatos: unos más extensos, que suelen coincidir con los primeros de cada etapa o asalto, y otros más escuetos y telegráficos. En todos ellos encontraremos las piezas del puzle de la armadura del protagonista. En los más extensos entenderemos las razones que esgrime para justificar sus sentimientos con vistas a la galería y a sí mismo. En los más reducidos encontraremos trazas, aromas y notas de la cotidianidad de un ser sufriente que sigue caminando, incluso cuando el mundo se le cae encima. En lo efímero encontraremos fotografías de tiempos revueltos, meteduras de pata fruto de la tensión del momento, decisiones erróneas, alocadas e irreflexivas como la vida misma, desintoxicaciones de la droga de la mirada ausente de quien le erizó los vellos de la nuca pero que ahora reniega de un tiempo pasado de vino y rosas. En definitiva, el autor plasma en 69 relatos una suerte de diario personal de presencias y ausencias, de esperanzas y collejas a destiempo, de trenes que parten, líneas telefónicas rotas por el temporal, ruedas de maletas que escapan a trompicones entre la neblinosa madrugada adoquinada, sábanas que se enfrían al son que canta el mediodía y cepillos de dientes que duermen el sueño de los justos al ser abandonados en un piso de alquiler que antes compartían dos almas.
    Paralelamente a todos estos acontecimientos, el protagonista intenta compaginar su incipiente carrera de escritor de éxito con la ferocidad y la pulsión personal en sus escarceos sentimentales. Ambos mundos de ficción y fantasía le llevarán por caminos que no sabía que fueran transitables. A lo largo de cuatro asaltos de una pelea cuerpo a cuerpo, el protagonista aprenderá a encajar los golpes. Abrirá la caja de sus recuerdos, se tatuará la condensación de que lo que fue y de lo que es. al tiempo, historias paralelas, circunnavegarán al protagonista, retándole en la distancia, a sumar puntos de vista de terceros que, al igual que él, siguen su desigual suerte en el coso taurino de la vida.
    Con un tono práctico, cercano, de ágil y fácil lectura, próximo a corazones rotos, soñadores y en tiempo de costuras, La calma luchada se presenta ante el lector como un combo reivindicativo de la libertad de experimentar, equivocarse y acarrear con la responsabilidad que comporta el eterno juego del tira y afloja.
    Una vez esparcidas las cenizas, es el momento de que el Ave Fénix de un golpe sobre la mesa.

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La calma luchada - Sergio Bero

hacerlo.

Prólogo

Otra canción de amor

Sinceramente, amigxs, ¿quién soy yo para dar consejos de amor? Me tengo que reír y os invito a reíros conmigo.

Soy una mujer soltera de 39 años, exigente, económicamente independiente, feliz con sus elecciones y llena de experiencias sentimentales, unas mejores que otras. Pero ¿soy sana en mis relaciones? (Fase de reconocimiento del problema).

Os prometo que en algunas entrevistas me miran como un bicho raro cuando cuento mi situación personal. Me miran como buscando esa parte «bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste y testaruda» de mi persona que debo tener para no estar ya casada y con tres churumbeles colgados del brazo. A mí, que a los ocho años ya tenía mi propia muñeca, a la que bauticé como «Mi Vida» y que se asemejaba tanto a un bebé que, en ocasiones, riñeron a mi madre por la calle cuando la sostenía en brazos porque pensaban que estaba maltratando a una niña real. La llevaba siempre a la moda, con gafitas y todo, y si se le rompía el cuerpecito, una rápida operación quirúrgica con mi papá y la dejaba como nueva. Aún tengo guardada a «Mi Vida», a las dos. Soy la pequeña de una familia de tres hermanos y tía de dos preciosas sobrinas que me llenan el corazón y las ganas frustradas de ser mamá. Ok, pues, «let’s talk about love».

Hubo un tiempo en que llegué a negar que era esa romántica que vivía enamorada del amor. Quise ser una «livin’ la vida loca» y más bien terminé siendo un «lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks». La eterna enamorada engañándose a sí misma. (Fase de negación).

No sé cuántas canciones de amor y desamor he podido escribir y cantar mientras las lágrimas me caían por la cara; cuántos poemas de amor dedicados a ese desconocido que mi mente imaginó como el ser perfecto que todxs lxs románticxs empedernidxs soñamos que existe en ese lugar al que aún no hemos ido. La esperanza es lo último que se pierde, ¿para qué negarlo? Soñar es gratis y, sobre todo, NO DUELE. (Fase de ira o enfado).

Vinimos a este mundo a aprender a través de los demás y de nuestras propias experiencias, tratando de ser cada día una mejor versión de nuestro ayer, de nuestros errores y de nuestros miedos. Pero ¿quién dijo que fuera fácil? Yo no, y quien diga que sí, miente.

En esta búsqueda de la felicidad de dos, y digo DOS pues hay quien goza del amor en mayor variedad numérica —uf, qué tedio, si con uno ya me cuesta, con dos o tres me daría algo—, he acudido a psicólogos y coaches para ahondar en la problemática y en la dificultad relacional amorosa del mundo actual. Aunque sigo pensando que «if you wanna be my lover, you have got to give, taking is too easy, but that’s the way it is», no soy de las que busca el amor en las redes, ni de las que envía fotos sexys a ciberpretendientes. Eso no va conmigo, sorry.

Mis amigas me suelen decir que estoy chapada a la antigua, pero qué le voy a hacer si aún creo en las mariposas en el estómago y en los primeros besos de amor. (Fase de negociación).

Moulin Rouge se convirtió en una película esencial para mí. Y esto es lo mejor, amigxs: los finales en los que uno de los dos moría eran mi descanso emocional ante el pensamiento de tener que manejar una larga vida en común. Me marcaba un «all by myself»: mejor rápido e intenso, que vale por dos. Finalmente, no lo pude negar: ¿quién no se ha encontrado perdidx dentro de su propio caos emocional en algún momento de su vida? (Fase de aceptación).

Así surgió esta guerra interior por alcanzar la calma luchada, tan deseada por nuestro protagonista, una calma que es mía y de todxs nosotrxs. Y me vuelvo a preguntar: ¿quién me dio BOLI en este LIBRO cuando mi querido amigo Sergio Bero me propuso escribir este prólogo? Si, como diría aquel, «qué sabe nadie, si ni yo mismo muchas veces sé qué quiero».

Si algo he aprendido en todos estos años de búsqueda introspectiva y de estudio amoroso-social, es que nunca podrá haber un amor duradero y una relación sana sin (redoble de batería):

—Volver al origen, entender quién es unx.

—Regresar al perdón y a la sanación.

—Amarse a unx mismx.

Nadie se libra de escribir su propia aventura en la que, sin excepción, y aunque algunxs lo nieguen, todxs buscamos lo mismo: AMAR Y SER AMADXS. Como decían los grandes: «All you need is love».

Ainhoa Cantalapiedra

Abril de 2020

Asalto 1

Saber(se)

«Mirándote a los ojos juraría

que tienes algo nuevo que contarme».

José Luis Perales

Sin mayor propósito

Si hubiera un motivo real por el que siempre se me echa el tiempo encima, podría admitirlo ahora mismo… pero no lo hay. Quizá una siesta más larga de lo necesario, una maleta sin terminar de cerrar, una inoportuna conversación de WhatsApp o simplemente la certeza en mi mundo imaginario de que los minutos tienen más de sesenta segundos que, inevitablemente, nunca coinciden con los reales.

Sin proponérmelo, y a pesar de que me haya planificado lo mejor posible, llego al aeropuerto con la lengua fuera, pensando que esta vez sí, que esta vez me quedo en tierra. Mi mala organización para calcular los plazos es múltiple porque, aunque parezca incongruente, paradójico y discordante, la realidad es que esta vez dispongo de veinte minutos para disfrutar en la terminal. El espacio temporal discurre en mi mente como el Airbus volando a Nueva York: desafiando los husos horarios.

Me bajo del taxi no sin antes comprobar que tengo las llaves y la cartera en el bolsillo: no sería la primera vez que el taxista me vocea advirtiéndome de mi olvido. Una vez que está todo en orden, el control de seguridad es mi siguiente objetivo.

Lo que sí he aprendido es a ir preparado. «Chico precavido vale por dos», que decía mi abuela, y en algo le tenía que hacer caso: nada de calzado complicado por si me lo hacen quitar; siempre un pantalón de felpa y una camiseta. No hay que esperar cola, así que en cinco minutos paso el control.

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