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Bajo Una Sombra Oscura
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Libro electrónico221 páginas3 horas

Bajo Una Sombra Oscura

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Entre las oscuras y siniestras calles de la ciudad, Alex va caminando siempre meditabundo, con sus audífonos sonando el más crudo sonido del metal. Buscando una razón que de sentido a su existencia, nuestro protagonista va viviendo una serie de eventos que van moldeando su percepción de la vida, hundiéndolo en terribles depresiones y melancólicas disertaciones frente al sentido de la vida.
Sin embargo, Alex reconoce en la música ese impulso que lo lleva a continuar su agónica lucha, a pesar de todos los avatares que el destino le depara, va encontrando en la oscuridad su guarida y estandarte.
Acompaña a Alex en este filosófico viaje hacia los recintos de la enajenada mente, descubriendo siniestras posibilidades y develando el andar que conlleva los caminos del metal.

IdiomaEspañol
EditorialJulio Cortés
Fecha de lanzamiento13 dic 2021
ISBN9789584946669
Bajo Una Sombra Oscura

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    Bajo Una Sombra Oscura - Julio Cortés

    PREFACIO.

    Dammed to tell, end of my life

    Wrath of God - Satan (Warth?)

    Sin my soul, blesses with fire

    Throne of stone - Satan

    I must die, in my wake

    Seventh gate - Satan

    Suicide, end my life

    I must die - Satan

    Deicide

    Sacrificial Suicide

    Deicide (1990)

    Come, come into my Coven

    And become Lucifer's Child

    Undress until you're naked

    And put on this white coat

    Take this white cross and go to the middle of the ring

    Come, come into my Coven

    And become Lucifer's Child

    Suck the blood from this unholy knife

    Say after me: my soul belongs to Satan

    Mercyful Fate

    Into my Coven

    Melissa (1983).

    Estas dos canciones de dos bandas de metal extremo, de dos bandas clásicas que cualquier metalero promedio conoce de sobra, Deicide y Mercyful Fate, expresan ampliamente cómo es la vida de aquel headbanger que se toma este género musical metálico más allá de una simple expresión artística: su vida está destinada a Satanás; su vida es la ofrenda al enemigo del celoso y posesivo dios judeo-cristiano. El metalero de verdad, el que creció oyendo la vieja escuela de finales de los años setenta, finales de los ochenta y hasta mediados del noventa, el que oye heavy metal, thrash metal, death metal o black metal, el que oye Venom, Judas Priest, Motörhead, Saxon, Angel Witch; el que oye Slayer, Sodom, Metallica, Sepultura, Kreator; el que oye Cannibal Corpse, Deicide, Death, Morbid Angel, Obituary; el que oye Celtic Frost, Bathory, Emperor, Dark Throne, Immortal, y un enorme etcétera, sabe perfectamente que cristianismo y metal son antagonistas naturales. Que son enemigos acérrimos, que no pueden cohabitar un mundo común. Y sin embargo, curiosamente, no es posible el metal sin el cristianismo: porque sin pietismo cristiano, no existiría la violencia y malevolencia que el metal quiere reflejar. El metal necesita al cristianismo, pero solo para dialogar con él cuán sofista en el jardín de Atenas con el idealista Sócrates, y luego triturarlo y destruirlo, ofenderlo, denigrarlo y rebajarlo. Sin ángeles no habría demonios, sin villanos no habría héroes; tan simple como que sin oscuridad la luz sería superflua. Porque el bien necesita del mal, y por eso dios necesita a Satanás. Los cristianos nos necesitan a los extraviados satánicos y ateos hijos del Diablo para predicar su discurso de salvación y bondad. Los blasfemos, paganos, pecadores y rebeldes necesitamos a nuestra némesis teísta para desnudarla, denunciar su corrupción hipócrita, y burlarnos de la sumisión cristiana. Es ingenuo aquel que quiera compatibilizar la creencia cristiana con el metal extremo, y por eso decidí abandonar el camino de los testigos de Jehová a los 26 años, cuando el metal era un amor oculto de más de doce años atrás en ese momento. Porque a los 26 años, yo entendí que el metal y el cristianismo se necesitarán en una guerra sempiterna en la que jamás habrá ganador, en una lucha feroz sin tregua ni cuartel. No tiene caso conciliarles. Pero deben coexistir simultáneamente para que uno alimente su propio discurso mediante la infamia del otro.

    Es que sí: los metaleros de vieja escuela debemos aprender a convivir en un mundo en el que somos parias, escorias, lumpen, basura, criminales, delincuentes resentidos, pervertidos, sujetos abominables y despreciables. Todo porque somos una rareza en medio de una cultura mayoritariamente cristiana, sin importar si se es católico, evangélico, pentecostal, testigo de Jehová, adventista, o protestante, anglicano o presbiteriano, luterano, o cualquier otra denominación. Da igual: somos seres de oscuridad a los que se debe combatir intentando adoctrinar, y si no, entonces, debemos ser alejados de la masa amorfa aglomerada que es el vulgo exageradamente común. Lo curioso no es que a los metaleros nos estigmaticen con todos estos calificativos tan peyorativos, y nos rechacen y nos aíslen. Lo curioso es que nos gusta, disfrutamos enormemente de ser señalados con tanto vilipendio e ignominia por los líderes religiosos, y casi por cualquier persona que desconoce nuestra cultura. Eso no nos importa. Yo creo que oyentes devotos de ningún género musical en la historia jamás fueron tan estigmatizados como nosotros. Jamás otros nos rechazaron tanto por ser fanáticos de una forma musical que constituye algo mucho más profundo que un conjunto de rasgados y solos de guitarra veloces, baterías estridentes, y voces guturales que le rinden devoción a Satanás y sus ángeles rebeldes, ofenden cristianos, promulgan misantropía, hacen oda a la violencia, hablan sin miedo de la muerte, describen las adicciones humanas, anuncian y predicen más guerras en nombre de la tiranía bancaria contemporánea, en últimas, unas voces guturales agudas que desnudan al carnal y pestilente ser humano que somos, que predicamos altruismo pero destilamos egolatría. Un género musical que causó suicidios a finales de los ochenta, como aquel par de adolescentes norteamericanos que se suicidaron escuchando el álbum Stained Class de Judas Priest; porque tampoco nos avergonzamos de las peleas a golpes y puños entre los miembros de las mismas bandas de metal: Dave Mustaine agrediendo al perro de James Hetfield antes de que lo echaran de Metallica para formar Megadeth; porque Lemmy Kilmister de Motörhead se vengó de sus antiguos compañeros de Hawkwind robándoles sus instrumentos y destrozando el hotel donde se hospedaban, ya que ellos lo echaron por ser un traficante de drogas; como aquellos asesinatos de homosexuales y quemas de iglesias a manos de los jóvenes integrantes de las bandas de black metal noruego conocidas como el Inner Circle; porque no nos da pena admitir que nuestros ídolos musicales son unos seres humanos promiscuos, violentos, borrachos, ateos, libertinos, y en muchos casos, matones y delincuentes. Sí, los metaleros nos sentimos orgullosos de ese legado escandaloso. No nos avergüenza, porque lo entendemos de una forma: el estilo de vida más sencillo y genuino posible. Nosotros no predicamos moral; nos oponemos a ella, y solo promulgamos la libertad, la autarquía. Ya lo dijo el antiguo integrante de la banda de black metal noruego, Gorgoroth, Gaahl: Satanás representa la libertad para nosotros. Satanás significa oposición. Oponerse a lo establecido. Oponerse por no estar de acuerdo con ello. Libertad significa ser nosotros sin pretender agradar a nadie. No queremos caerle bien a nadie. No queremos que nadie nos aplauda. Solo queremos ser felices al manifestarnos como somos auténticamente. Es muy sencillo, se trata de seguir la consigna de Kierkegaard: es ser el yo que queremos para evitar el desespero. Es que el ser que somos en el interior concuerde con el que manifestamos por fuera. Es la congruencia en su máxima expresión, como lo reza Testament: Practice What You Preach, practicar lo que se predica. Que si quieres ser un drogadicto, lo seas; que si quieres morirte en una motocicleta a 150 kilómetros, lo hagas; no debes impresionar a nadie. Es seguir tu instinto. Es ser un ser humano normal. Es oponerse a esa maldita lógica cristiana en la que los curas te exigen no mirar la mujer del prójimo si tú eres casado, pero ellos abusan sexualmente de un niño ingenuo. Es oponerse a esa basura de enseñanza de ayudar al prójimo mostrándole caridad, toda vez que la Ciudad del Vaticano se integra con la mafia internacional para hacer crecer la renta de sus negocios, es predicar el discurso de la igualdad económica, pero promuevo la ética burguesa capitalista que viene de los monasterios franceses del siglo XVI. El metal no quiere que el metalero diga una cosa y haga otra; si necesitas odiar, odia; si debes agredir y herir al otro, hazlo; pero jamás escondas lo que eres ni tus emociones; si quieres fornicar con la mujer de tu prójimo, hazlo, solo que no seas un hipócrita que tira la piedra y esconde la mano, y a escondidas de su marido; porque si vas a romper la ley, como reza Judas Priest, deberás hacerlo de frente, y sin miedo a la crítica, asumiendo sus consecuencias. Al metal no le interesa el ser humano virtuoso y abnegado. Le interesa el ser humano honesto y coherente. Ese ser humano es el que es libre: el que se opone a la sociedad de frente, pero con criterio y con coherencia. Es libre quien es como siente y piensa. Eso representa Satanás para nosotros. Ser lo que somos sin amague de apariencia. Por eso odiamos a la iglesia: porque exige amor por el prójimo, pero señala al disidente cruelmente; porque les pide a sus miembros ser moderados en su estilo de vida, mientras sus principales líderes viven en la opulencia y el derroche.

    Es que el metal nos enseñó a vivir: por eso no nos importa que nos señalen, nos estigmaticen. El metal nos enseñó a morir incluso. Pero como decía Iron Maiden: morir con las botas puestas, sin poner excusas ni culpar a nadie. No point at asking what it is, no point at asking where’s to go, no point at asking whom to blame, no point at asking what’s the game, ‘cause if you’re gonna die, die with your boots on. No tiene caso preguntar qué paso, ni adónde hay que ir, ni culpar a nadie ni preguntar qué ocurrió, porque si te vas a morir, muérete con las botas puestas. El metal nos enseñó a vivir, y por eso estamos obsesionados con nuestra música y la queremos oír siempre; el metal nos ayudó a encontrar una legión de hermanos que comparten esas mismas ideas de honestidad y sinceridad. El metal nos indujo a tener una forma de vestir que nos identifica a metros: cinturones de balas, cadenas, cinturones de taches, manillas con calaveras, guantes de cuero, pantalones, chalecos o chaquetas de jean o cuero de color negro, botas militares, camisetas con los logos de las bandas que amamos, o los álbumes que amamos (Ya sea Hellhammer, Dimmu Borgir, Entombed, Sarcófago, Mayhem o Diamond Head), no importa, y desde luego, collares con cruces invertidas o cualquier símbolo satánico. Porque los que oímos metal amamos el Jack Daniels que desayunaba Lemmy todas las mañanas, nos volvimos adictos a la velocidad y comodidad de las Harley Davidson, porque si vamos a manejar una motocicleta, tiene que ser la misma que evoque el sentimiento de la libertad y la hermandad, y por eso sólo esa motocicleta nos identifica, no ninguna otra marca. Porque es la misma motocicleta que le regalaban a Lemmy todos los años y en la que fácilmente se puede dibujar al Snaggletooth, mascota de Motörhead; porque es la motocicleta en la que sale Rob Halford en los conciertos de Judas Priest, porque es la misma motocicleta que conduce Glen Benton, el frontman de Deicide, porque es la misma motocicleta que aparece en las carátulas de los discos de Mötley Crüe, o los videos de Iron Maiden, o las mismas motocicletas que colecciona Nicko McBrain, baterista de la Doncella de Hierro, es la misma motocicleta que aparecía en el videojuego Grand Theft Auto IV: Lost and Damned, cuyos integrantes oían bandas de metal extremo. Porque el harleysta se viste idéntico a un metalero, y tiene su misma personalidad irreverente, osada, cínica y retadora. Porque el metal es un estilo de vida que empieza en la juventud o la adolescencia, y si te dejas poseer de él, probablemente no te abandonará hasta tu último suspiro de vida. Porque al metalero el metal le enseña a hacerse a la idea de la muerte por dolorosa que sea. ¿Será por eso que en nombre de la vida eterna cristiana a los metaleros nos rechazan, por nuestra convivencia y conciencia de la muerte, aún cuando nos dolerá igual que al resto de mortales?

    Porque el metal es la catarsis y canalización de nuestras frustraciones y deseos más profundos. Porque el metal, a pesar de que nos ha relegado a la condición de bichos raros y odiados, excluidos por la sociedad, quizá a nosotros nos gusta sentirnos odiados y despreciados, nos gusta llamar la atención por eso, y nos jactamos y ufanamos de esa condición miserable, y no nos interesa lo que diga la sociedad puritana. Quizá el metal es odiado por reflejar lo más bajo del ser humano. Porque el metalero es un ser tan normal como cualquier pandillero que le gusta escuchar reggaetón para ir a copular con la mujer que se le antoja. ¿O qué cree la gente de qué hablan las canciones de Def Leppard, AC/DC, Van Halen, Guns N’ Roses, Mötley Crüe, W.A.S.P, Scorpions o Twisted Sister? Sexo lujurioso y desenfrenado, aparearse y fornicar como un animal dominante de una manada. El metal habla de las cosas más cotidianas que a la gente le gusta obviar por hipocresía, pero que practica por el placer de la perversión. ¿Tanto miedo da mirarse en un espejo? ¿Acaso nos da miedo admitir ese humano demasiado humano del que habla Nietzsche? ¿Acaso nos resistimos a creer que somos unos narcisistas manipuladores, ególatras, solapados, oportunistas, que daríamos lo que fuera por sacarle los ojos a nuestro prójimo y consumirlo vivo? Porque no hay tierra prometida que mana leche y miel, como le prometiera dios mediante Moisés a los judíos; lo que hay son solo realidades absurdas de ríos de sangre que se han alimentado de nuestra miseria y nuestra codicia, pero que queremos hacer correr y fluir falsamente en un jardín de rosas aparente, mentiroso e inexistente. Porque los metaleros queremos creernos seres excepcionales cuando somos iguales al resto; cuando la verdad es una sola: nada nos diferencia del resto de mortales. Tenemos las mismas inquietudes por la vida y la muerte; la misma inquietud por ganarnos la vida en un mundo de consumismo obligado por el capitalismo tirano; porque tenemos la misma necesidad de afecto y adrenalina sexual que el resto; por eso abusamos del ritual de la comida y la bebida sin temor al futuro. Quizá nos critican por no oponernos a nuestros instintos más dionisiacos, toda vez que renunciamos a la rectitud apolínea hipócrita, idealista y farisea. Porque Nietzsche nos enseñó que el verdadero espíritu griego no es la sabiduría de Sócrates guiada por el dios Apolo en el oráculo de Delfos con esa grandilocuente y famosísima consigna del conócete a ti mismo, sino más que nada el libertinaje pagano del dios Dionisio que se emborrachaba con vino, siendo la más carnal de las deidades. El problema del cristiano puritano que le cree al tirano dios Apolo y al celoso dios judeocristiano, es querer que la luz aniquile la oscuridad; pero quizá ellos nunca se dieron cuenta que la oscuridad nos consterna ante la ausencia de luz, nos golpea porque no nos vemos. Quizá porque en nombre del cielo cristiano, el ser que predica la moral, jamás se dio cuenta que lo que nos queda tras morir, es volver de donde siempre vinimos: la fría y solitaria oscuridad a la que todos volveremos una vez la muerte haya triunfado sobre nosotros. Porque la muerte es oscura por la morada final que habitaremos, al igual que el oscuro vientre materno de donde provenimos, por venir y terminar de y en la oscuridad, ¿por qué nos negamos forzosamente a ella en nombre de la luz? Lo dice Hellhammer con su canción Thriumph of Death: una vez nos coman los gusanos en la tumba, sólo la muerte, la oscuridad, la finitud, es real. ¿Le tememos a la oscuridad siendo que todos lo somos? ¿Acaso le tememos a lo que somos en realidad, y por eso lo negamos falsamente con la luz? ¿Acaso con la luz forzamos a ser lo que no seremos nunca, a saber, un dechado de virtudes? ¿Por qué nos da temor admitir nuestra condición limitada de mortales miserables y oscuros? No se preocupe, amigo lector, que si lo que viene es a buscar luz con lecciones de vida y moral, acá no las hay. Que este sea su espejo mayor, aun en la oscuridad, si lo que quiere es que lo lúgubre lo golpee al andar. Porque acá no se predica luz sino oscuridad; se exalta más la muerte que la vida, porque la realidad supera al ideal. Por ello, la consigna acá es: solo la muerte es real, como reza el slogan de Celtic Frost -antes Hellhammer- (Only Death Is Real), por eso, como la muerte le gana a la vida, la realidad le gana al ideal. Por lo cual, la oscuridad de la muerte le gana a la luz de la vida, para decirnos que no podemos gastarnos la vida en ideales inaccesibles, sino solo en vivir lo que se pueda antes del golpe final del dios Tánatos sobre nosotros miserables mortales dionisiacos pretendiendo emular vana e inútilmente a un ingenuo e inocente Apolo.

    CAPITULO I.

    CUESTIÓN DE TRAGOS.

    Hacía frío, la calle desierta y empapada, como labios abandonados que imploran el calor de un beso. Todo daba vueltas alrededor de Alex, todo giraba cual infinita elipse que jamás cesará, y la redondez de la luna era un foco oblicuo que danzaba suprema en la noche silente; a su lado, cabizbajo y ensimismado, su mejor amigo lo acompañaba mientras en su mente recordaba tristes escenas del pasado. Su tristeza no era recordarlas, era sentir que aquellas cosas que una vez lo llenaron de alegría jamás volverían a ocurrir, que quedarían sepultadas en el pasado, sepulcro inasible que borra la huella de toda memoria.

    Caminaban hacia el sur, el viento enrojecía la piel, la quebraba; el paso era lento, tambaleante, el camino conocido.

    –Roberto, pásese un cigarrillo para el frío– decía Alex, con la intención de llamar la atención de su amigo y saber cómo se encontraba, más que por un verdadero deseo de fumar. Él estaba preocupado, sentía que algo le pasaba a Roberto, algo diferente, algo verdaderamente relevante; totalmente diferente a aquellas juveniles épocas en que correr era suficiente para apartarse del peligro, o como cuando sucedía algún exabrupto, al dejar que el tiempo pasara éste mismo terminaba solucionándolo todo, sin ningún esfuerzo, para luego quedar relegado al olvido, como casi todo en la vida. Pero esta vez sí parecía algo importante, lo

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