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Blanco Candente: Los Tornados de Hierro, #6
Blanco Candente: Los Tornados de Hierro, #6
Blanco Candente: Los Tornados de Hierro, #6
Libro electrónico184 páginas2 horas

Blanco Candente: Los Tornados de Hierro, #6

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La princesa de los Tornados de Hierro piensa que puede jugar con fuego.
Bueno, yo no soy el Príncipe Azul de nadie, y estoy aquí para asegurarme de que resulte quemada.
Años atrás, su club de motociclistas torturó a mi tía hasta casi arrebatarle la ilusión de vivir. Su padre no mostró piedad a mi familia, y esta es nuestra oportunidad de pagarle de la única manera que lo entenderá.
Con la sangre de su hija.
Haré lo que sea necesario, incluso si eso significa que ambos terminemos en llamas.
Juliya piensa que soy diferente de los otros bastardos en su vida, y tiene razón.
Soy peor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ago 2023
ISBN9798224219131
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    Blanco Candente - Olivia Rigal

    CAPÍTULO 1

    PRINCE

    Es casi medianoche cuando llego. En la caseta, el guardia de seguridad está mirando en una diminuta televisión. Eso le hace parecer un blanco perfecto. Pero no lo es.

    El cristal es a prueba de balas.

    En serio.

    Un marido borracho lo probó por nosotros. Solo ese incidente hizo que la inversión valiera la pena.

    El problema no es la luz, en sí; es que no presta atención a su entorno cuando para eso le pagamos.

    La forma en que salta cuando llamo a su ventana lo confirma.

    Es un tipo nuevo. Mañana tendré que hablar con la empresa de seguridad.

    Revisa mi carné de conducir a través del cristal y busca mi nombre en la lista de visitantes autorizados.

    Satisfecho con el resultado de su búsqueda, suena el timbre para liberar la entrada. Mi Harley ronronea en el largo camino que lleva a la casa principal.

    Todas las ventanas están a oscuras, salvo una grande en la planta baja. Una lámpara Tiffany de cristal verde proyecta una luz brumosa en el salón. Mi madre está sentada en su sillón favorito, junto a la ventana, leyendo un libro. A esta hora, probablemente esté sola, pero en caso de que no sea así, apago el motor y empujo silenciosamente mi moto hasta el garaje. Me lo ha dejado abierto.

    Mi chaqueta de cuero y mi casco van en sus ganchos correspondientes. Todo lo que se parezca a un atuendo de motociclista está estrictamente prohibido dentro de esta casa. Me aseguro de que la cerradura esté bien colocada y entro por la puerta que comunica el garaje con la cocina.

    Vlad está agachado detrás de la puerta, listo para atacar.

    En cuanto me reconoce, el monstruo sediento de sangre se convierte en un cachorro juguetón. El pastor caucásico se abalanza sobre mí en un intento de babearme hasta morir.

    «Abajo, muchacho», le digo mientras lo acaricio. «Yo también me alegro de verte. Ha pasado demasiado tiempo».

    Por ser tan buen perro guardián recibe como recompensa un premio del armario superior. Cualquier otra persona que pasara por esa puerta, y que no fuera yo, estaría muerta.

    Su hermano, Jo, probablemente esté en el piso de arriba con los internos.

    «Dmitry», me llama mi madre desde el salón. «Vladimir Ilyich ya ha cenado. Por favor, no le des nada».

    Me río entre dientes y me pongo un dedo en los labios. «No se lo diré si no lo haces tú, amigo», le susurro juguetonamente a la bestia. «Anda, vamos a saludar a mamá».

    Vlad empuja la puerta batiente de la cocina y se da la vuelta, invitándome a seguirle. En cuanto lo hago, empieza a correr de un lado a otro del salón, entre mi madre y yo. Los chicos deben estar muy necesitados de ejercicio. Esto probablemente significa que ahora mismo no ha de haber muchos niños en el refugio. O al menos ninguno que lleve aquí el tiempo suficiente para familiarizarse con mis monstruos.

    Mañana tendré que jugar con ellos.

    «Vladimir Ilyich, siéntate».

    La orden es obedecida de inmediato. Mi madre le sonríe. A diferencia de mí, él sigue sus instrucciones. Todo el tiempo invertido en su educación no ha sido en vano.

    Deja su libro y sus gafas de lectura en la mesita que hay junto a su sillón, levanta la vista hacia mí e inclina la cabeza para presentarme su mejilla.

    Mi señal para darle un beso.

    Las muestras de afecto no son lo suyo. Le doy el beso de rigor en la mejilla y me siento en la otomana donde suele apoyar las piernas.

    «Tienes buen aspecto, madre».

    Y es así.

    Nunca ha sido una mujer guapa, pero tiene un aire regio que llama la atención. Entiendo que siempre lo ha tenido. Lo usa bien, y a pesar de que la guapa era su hermana pequeña, mamá siempre fue el centro de atención.

    «Me va tan bien como se puede esperar de una mujer de mi edad», contesta con tono desafiante. Actúa como si fuera una anciana. En su mente, lo es. Su alma ha envejecido mucho más rápido que su cuerpo. Actúa como si tuviera cien años.

    «¿Cómo está Natasha?», le pregunto.

    Mi madre frunce el ceño y sacude la cabeza. «No muy bien. Desde hace un tiempo, los medicamentos dejaron de hacerle efecto».

    Se masajea el puente de la nariz como si intentara borrar el rastro dejado por las gafas.

    «¿Qué han dicho los médicos?».

    «Están probando algo nuevo, pero no son muy optimistas. Creen que debería sacarla de aquí». Suspira.

    Mi tía Natasha siempre ha estado mal.

    La negativa de mi madre a internarla, con el eufemismo de enciérrala y tira la llave, es la razón por la que creó este refugio. No podía concebir la idea de confiarla al cuidado de otra persona. Lo más probable es que aún no pueda concebir que alguien cuide de su hermana mejor que ella. Tiene razón.

    «¿Qué ha pasado?».

    Mi madre cierra los ojos y se frota las sienes. Respira hondo y, cuando vuelve a mirarme, su expresión revela toda la tristeza del mundo.

    «Ha intentado ahorcarse», susurra. «Si no llega a ser por una adolescente entrometida que había decidido explorar todas las habitaciones de la casa, no estoy segura de que hubiéramos podido salvarla».

    Asiento con la cabeza en señal de comprensión. ¿Habría sobrevivido mi madre de no haber salvado a su hermana pequeña? Lo dudo. La culpa se la habría comido viva.

    «¿Qué vas a hacer?».

    Por lo que a ella se refiere, los médicos no pueden recomendarle un lugar más adecuado que este. Estoy seguro de que hay instituciones que la mantendrían bajo vigilancia constante, pero estoy de acuerdo con ella. No queremos eso.

    Para que mi madre y yo pudiéramos hacer un viaje juntos, hace años probó en uno de los mejores lugares, solo por un corto tiempo. Yo era solo un niño en ese entonces, pero todavía lo recuerdo vívidamente.

    Los sonidos, los olores ...

    Si ese era de los mejores, me pregunto cómo serán los demás.

    «Reza por un ángel vengativo», me responde. «Sé que piensas que estoy loca, pero estoy segura de que es la única manera».

    Tomo las manos de mi madre entre las mías y le aseguro solemnemente que vengaré a Natasha. Sí, solo unas semanas más y el hombre que torturó a mi tía entenderá lo que es la verdadera angustia.

    La principal diferencia entre mi madre y yo es que yo no creo que esta venganza mejore el estado de mi tía.

    He aceptado que Natasha no puede salvarse.

    Ni siquiera bailar sobre la tumba de ese hombre le devolvería la cordura.

    Tampoco lo hará saber que está soportando tanta agonía como él le ha infligido a ella. Cuando ella está en crisis, la palabra dolor es la única en su vocabulario. Las crisis son raras hoy en día, pero aún así, sus intervalos de lucidez son demasiado escasos. [Nota de la T.: dolor, la palabra en inglés es Pain, que más adelante en la historia tendrá una explicación]

    Torturarlo no la traerá de vuelta, pero nos permitirá a mi madre y a mí dormir mejor por la noche sabiendo que se ha hecho justicia.

    «Ahora es sólo cuestión de semanas», repito. «Mi plan está en marcha y te prometo que no puede fallar».

    «Entonces no hay de qué preocuparse», dice. «Puedo mantenerla a salvo un tiempo más». Sus labios se curvan en una hermosa sonrisa que no llega a sus ojos.

    Por un instante, algo en la forma en que me mira me hace dudar de su cordura. Me recuerda a esos predicadores iluminados que afirman tener una conexión directa con Dios.

    Entrecierro los ojos y desaparece.

    Sacudo la cabeza regañándome por cuestionar su salud mental. Si las capacidades de alguien están en entredicho, probablemente sean las mías. Llevo días con los nervios de punta. Estoy demasiado cansado y mis dudas no son más que el producto de una imaginación hiperactiva.

    Nada que una buena noche de sueño no arregle.

    Eso y luego un combate de lucha libre y correr por el parque con mis mejores amigos, Vladimir Ilich y Iossif Vissarionovich. Sí, esos chicos me ayudarán a pensar con más claridad mañana.

    O eso espero.

    CAPÍTULO 2

    JULIYA

    Un vistazo más a mi habitación y ya está.

    Debería.

    ¿Por qué no puedo quitarme la sensación de que olvido algo? Reviso el armario, las estanterías, mi escritorio y debajo de la cama... la habitación es tan pequeña que, si me hubiera dejado algo, lo vería.

    A mi compañera de cuarto le hace gracia. Quizá también la exaspera un poco. Maria se queda junto a la puerta y me observa como si fuera de otra especie.

    Más o menos lo somos.

    Ella es tan tranquila como yo puedo ser neurótica.

    «Te prometo que si encuentro algo que te pertenezca, lo guardaré y te llamaré para avisarte».

    «Oh, estoy segura de que no se perderá», le explico. «Es sólo esta sensación que tengo...».

    «De que estás dejando algo», me dice. «Pues lo estás haciendo».

    «¿Qué?». Vuelvo a mirar el dormitorio, pero en vano.

    Cuando mis ojos vuelven a posarse en ella, se ríe.

    «¡A mí, claro!».

    Doy un paso adelante y la abrazo.

    «Te echaré de menos», confieso. «Sin ti, no habría sobrevivido a esto...». Puntualizo mi comentario con un gran gesto de la mano que pretende abarcar todo el campus y los últimos tres años.

    «Sí, eso dices, ¡pero te apresuraste el curso pasado para graduarte antes y ahora me dejas más rápido de lo que dejaste Estadística 201 en tu segundo año!».

    Me tenso y ella me abraza con más fuerza.

    «Lo siento. No quería hacerte sentir culpable. Lo sé, te vas a casa a estar con tu padre».

    Me suelta y le sonrío tímidamente.

    «Sí, quiero estar con él cuando... ya sabes...». No puedo terminar la frase. Siempre temo que decirlo en voz alta lo haga más real.

    Maria asiente.

    Ella lo sabe.

    Perdió a su madre de cáncer cuando estaba en el instituto. Quizá por eso me apoyó tanto durante el último trimestre. Entendía por lo que estaba pasando. Comprendía que me estaba volviendo loca porque quería graduarme antes para estar a su lado cuando llegara el final.

    Como él no me dejaba tomarme un año sabático, no tuve más remedio que cursar tantas clases como pudiera lograr. Sin duda saboteé mis posibilidades de entrar en un programa de posgrado con mi ecléctica elección de clases, pero de todos modos no quería.

    No me arrepiento de nada. El Club de Motociclistas, el CM, tiene suficientes empresas como para que pueda conseguir un trabajo decente.

    «Con él y con tu Prince». Me guiña un ojo y me sonrojo.

    «Sí, también está eso», admito. Mi mente no quiere ir por ahí, pero en cuanto menciona su nombre, es lo único en lo que pienso.

    Está bien. Es mejor tener este dolor en el pecho que convertirme en una llorona pensando en mi padre.

    Caminamos juntas en silencio por el largo pasillo, bajamos los escalones y cruzamos la calle hasta el lugar donde tuve la suerte de encontrar estacionamiento.

    Abro la puerta del coche y Maria me da un último abrazo. Mientras nos despedimos, miro a mi alrededor para asegurarme.

    Tenía la esperanza de que Prince apareciera por arte de magia y me acompañara durante una parte del viaje. Es una tontería. No le he dicho que me iba hoy. ¿Cómo iba a saberlo?

    De todos modos, tengo ganas de recorrer todo este camino yo sola.

    De ida, Everest me había acompañado. Seguro que alguno de mis hermanos habría venido a buscarme si lo hubiera pedido. No lo hice. La única que sabe que he terminado es Maria. Todos los demás creen que no me graduaré antes del final del trimestre de primavera.

    «Esperaré tu llamada esta noche», me dice mientras arranco el motor. «Si a las ocho de la noche no tengo noticias tuyas, llamaré a la caballería».

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