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Paseo Agitado: Los Tornados de Hierro, #7
Paseo Agitado: Los Tornados de Hierro, #7
Paseo Agitado: Los Tornados de Hierro, #7
Libro electrónico105 páginas1 hora

Paseo Agitado: Los Tornados de Hierro, #7

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Pensarías que lo sabría mejor.

Mejor que enamorarse de un motociclista y de un CM diferente.

Mejor que quedar embarazada de un nómada que desapareció sin dejar rastro.

Mejor que intentar ocultarlo a mi familia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 ago 2023
ISBN9798224893454
Paseo Agitado: Los Tornados de Hierro, #7

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    Paseo Agitado - Olivia Rigal

    CAPÍTULO 1

    DOC

    B iker's Heaven está abarrotado esta noche. Hay docenas de Harleys estacionadas en el pequeño lote, y unos cuantos prospectos las vigilan junto a las luces de neón de colores brillantes.

    Veo al chico que lleva mis colores y estaciono mi moto junto a las de los otros Caballeros de la Categoría 5. El aspirante me mira con los ojos entrecerrados; es un novato. Está a punto de protestar por que estacioné aquí cuando sus ojos se posan en el parche de Nómada. Me hace un gesto con la cabeza y vuelve su atención a la monada que ha intentado esconderse detrás de él cuando he entrado.

    Las normas son cada vez más laxas, no recuerdo que me permitieran charlar con nadie cuando era un aspirante en servicio de guardia. Pero mi presidente era Stallion y era un malvado hijo de puta. No puedo decir que me sintiera mal cuando me enteré de que había sido asesinado por los cabrones supremacistas con los que había asociado al club. Sin embargo, el cierre de mi división era triste.

    Al entrar en el bar, observo la sala. Es difícil ver a través del humo, pero veo a un puñado de Caballeros sentados juntos y me dirijo a su mesa. Hay un par de lugareños que conozco, a otros no, y otro Nómada con el que he compartido algunos caminos.

    Prince es un tipo interesante, poco hablador. Era el sargento de armas de la sección del sur de Florida cuando la mierda empezó a salpicar. «Fue duro, amigo... pero así fue como Stallion recibió lo que se merecía». Es lo único que dijo cuando le pregunté por ello, y es la declaración más larga que le he oído nunca. Este batió su récord anterior por tres palabras, si mis cuentas son correctas.

    En cuanto pongo el culo en una silla, viene una mesera con bebidas frescas. Es una chica delgada, tan menuda que casi espero que se caiga bajo el peso de su bandeja que carga. La chica, tan esbelta como una ramita se fija en mí y se acerca: «Hola, guapo», ronronea, «¿qué te sirvo?».

    Sonrío ante su intento de seducción. No es para nada mi tipo. Me gustan las mujeres con más curvas.

    «Una cerveza de barril y una ‘Bunny’», le digo.

    Ella frunce el ceño. «¿Una Bunny?».

    Prince y los demás se ríen. Ella no tiene ni idea de lo que estoy hablando.

    Uno de los chicos la agarra por la cintura y le dice: «No arrugues tu bonita nariz. Eres la sustituta de Bunny, nena». [Nota de la T.: Bunny, es la chica que trabajaba antes en el bar, hija de Brains]

    «Ah, esa Bunny», dice ella mientras se le enciende la bombilla en la mente. «Sí, lo entiendo. Su nombre sigue en la puerta de mi casillero».

    «¿Cuándo se fue?», mi frustración es tal que le ladro la pregunta a la pobre chica, que da un paso atrás.

    «No lo sé, Doc. A finales de agosto, diría yo». El presidente local se rasca la cabeza y luego asiente: «Sí, así es. Fue hace un par de semanas. Cuando mi hija empezó la universidad. Bunny le dio a mi hija todas sus cosas antes de irse. Así que sí, a finales de agosto».

    Mierda. Llego demasiado tarde. Cuando me fui en junio, le pedí que esperara y le dije que volvería pronto. No esperaba estar fuera tanto tiempo. Tendría que haber llamado, pero cada día una cosa llevaba a la otra y no podía estar libre antes del fin de semana del Día del Trabajo.

    ¿Esperó? Tal vez sí, tal vez no. Tal vez lo hizo y luego se dio por vencida. En su lugar, habría pensado que no volvería. De cualquier manera, apesta.

    ¿Quién es tan estúpido como para atravesar tres estados por una mujer sin comprobar que estará por aquí cuando él llegue? Yo, ese soy yo. Pero los últimos meses han sido tan duros que lo único que podía hacer al final de mis turnos era caerme en la cama. Probablemente en semanas no he tenido un pensamiento coherente que no sea de índole médica.

    Y ahora, ella se ha ido. Estoy jodido por donde se vea. Necesito un sitio donde dormir esta noche antes de volver mañana. Estoy frustrado. Una buena pelea de bar a la vieja usanza sería perfecta para desahogarme, pero probablemente no sea una buena idea. Lo último que necesito ahora mismo es que me arresten o lesionarme las manos.

    No necesito darle al jefe de cirugía una excusa para joderme. Ya está bastante resentido porque mis contactos en el ejército obligaron al hospital a aceptarme en su programa. No necesito agravarlo más.

    «Vamos», dice Prince cuando la mesera vuelve con mi bebida. «Parece que necesitas un cambio de ritmo. Hay una mesa de billar donde ya puse mis monedas».

    Le sigo hasta la sala contigua, que alberga una docena de mesas de billar, dos de las cuales están disponibles. La encargada del local le saluda con una gran sonrisa.

    «Hola, querido Prince», dice. «Tu mesa te está esperando y he reservado tu favorita».

    «Gracias, nena», responde él dándole un abrazo fraternal.

    Suspira mientras la ve alejarse exagerando el balanceo de sus caderas. «Si no fuera la hija de Sam.…».

    No necesita terminar la frase. Esa tentadora es territorio prohibido para todos los clientes del Biker's Heaven. Sam dirige su bar con puño de hierro. Se ha asegurado de que todo el mundo sepa que su pequeña está fuera de los límites. Pero ella tiene veinte años, está buenísima y es muy provocativa. Algún día un tipo va a enloquecer, y tendrá que pagar el infierno.

    Prince sonríe mientras mira hacia otro lado. Es la primera vez que lo veo tan relajado y hablador.

    «¿Ya decidiste qué vas a hacer después de la residencia?», pregunta.

    Niego con la cabeza. He renunciado a hacer planes a largo plazo. Cada vez que lo hago, me sale el tiro por la culata. Voy a dejarme llevar por la corriente. Mi único plan es tumbarme en la playa durante una semana entera cuando acabe este último trimestre en el hospital del infierno.

    «Porque conozco el lugar donde podrías encajar». Hace una pausa para guardar la tiza azul y colocar la bola blanca. Espero a que me cuente más, mirando el estante de palos. El billar no es mi juego, y no tengo ni idea de cómo saber qué palo sería el más adecuado para mí.

    «Me vuelvo al sur de Florida», dice, rompiendo con un tiro sólido que reparte las bolas y hunde la once y la doce. «Parece que esta ronda tengo suerte. En primavera se abrió una nueva

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