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Intriga en Bardino
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Libro electrónico368 páginas5 horas

Intriga en Bardino

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Después de que el detective privado Art Blakey sea contratado para encontrar a Gisela, la hermana de la seductora Inge Schwartz, los cadáveres comienzan a acumularse a un ritmo alarmante.


Cuando Art descubre un vínculo impactante con el secuestrador, se enreda en una red de mentiras, engaños y pasión. Pronto, Art se encuentra navegando por un laberinto de ex-amantes, mafiosos, reporteros y comerciantes de arte.


¿Podrá estar a la altura de la situación y encontrar a la damisela en apuros... o será que ya es demasiado tarde?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento5 jun 2023
Intriga en Bardino

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    Intriga en Bardino - Nick Sweet

    UNO

    Me despertó el sonido de mi teléfono móvil. Me dolía la cabeza y la sentía como si tuviera el tamaño de una sandía. Me imaginaba que posiblemente había bebido un poco más de la cuenta la noche anterior, de modo que me incorporé en el lecho y tomé el teléfono. ´¿Hola?´

    ´¿Hablo con Arthur Blakey, el investigador privado?´ preguntó una voz femenina.

    ´Soy yo, en efecto´.

    ´Oh Sr. Blakey, me he enterado de que es usted un experto cuando de hallar personas se trata, ¿verdad?´ Quienquiera que fuese, la dama hablaba con un ligero acento extranjero. Al parecer, alemán.

    ´Sólo cuando lo logro´.

    ´¿Lograr qué?´

    ´Hallarlos´.

    ´No se trata de ninguna broma, Sr. Blakey´. Al parecer, no compartía mi especial sentido del humor. Mucha gente no lo hace, cosa que jamás me ha importado mucho.

    ´Nunca dije que lo fuera´.

    Se tranquilizó por un momento y mientras aguardaba lo que iba a decir a continuación, pude imaginarme cómo era, o al menos eso creí. Supuse que era una bella morena. A menudo lo son, especialmente en mi imaginación. No necesariamente morena, pero sí bella. No sabría explicar por qué, pero suelen ser así. Podría decirse que soy un optimista por naturaleza. Quizás haya que serlo si es que uno pretende durar mucho tiempo en este tipo de trabajo. Uno se acostumbra a ver numerosas cosas desagradables al trabajar como investigador privado y no puede permitirse el lujo de involucrarse demasiado en ello. Los aspirantes a detectives deberían saber que la capacidad de olvidar y de apartarse de las cosas es imprescindible en este trabajo.

    De todos modos, como decía, me la imaginé como una guapa morena, aunque mas bien remilgada y correcta y un tanto anticuada; y ahora mismo trataba de imaginarme cómo se vería su frente al verse surcada por una expresión adusta. A continuación dijo, ‘¿Podría pedirle que encontrara a alguien?’

    ‘Sin duda podría intentarlo.’

    ‘Le estaría muy agradecida si lo hiciera.’

    Su tono de voz del viejo mundo me sonó ligeramente divertido, o quizás así me habría sonado si mi cabeza no me hubiera estado doliendo tanto. El culpable debe de haber sido ese último trago o los dos últimos, no lo sé. En cualquier caso, lo cierto es que eran ellos los responsables de impedir ese pequeño orden del que mi cerebro parecía no poder gozar en este momento, que me hacían sentir un golpeteo incesante cuyo ritmo frenético parecía surgido de una batería ejecutada por algún skinhead. ‘Le sugiero que no se apresure a darme las gracias,’ le dije. ‘No soy barato.’

    ‘¿Cuánto?’

    ‘Trescientos euros diarios más gastos,’ respondí. ‘Y otros mil si encuentro a quién sea que tenga que buscar, la mitad por adelantado.’

    ‘¿Qué ocurre si no la encuentra?’

    ‘Se le reembolsarán los quinientos.’

    ‘Ya veo…bien, me parece razonable,’ respondió ella. ‘¿La encontrará, entonces?’

    ‘¿Encontrar a quién?’

    ‘A mi hermana Gisela, Sr. Blakey… Verá usted, ella ha desaparecido.’

    ‘Necesito un apellido.’

    ‘Schwartz.’

    ‘¿Y usted es?’

    ‘Inge,’ respondió. ‘Inge Schwartz.’

    ‘¿Dónde está ahora?’

    ‘Estoy en la calle fuera de su oficina…la puerta está cerrada con llave.’

    ‘Ah sí, me han avisado,’ dije. ‘Si pudiera usted regresar en aproximadamente una hora, entonces la recibiré.’

    ‘¿Por qué tanto tiempo?’

    ‘Hay un hombre al que he estado persiguiendo y estoy a punto de atraparlo, pero él está armado con una pistola y’

    ‘Cielos santo…¿quiere que llame a la policía?’

    ‘No, puedo arreglármelas.’

    ‘Pero suena como si este hombre fuera peligroso.’

    ‘Puedo ocuparme de él,’ le dije. Además, debería haber agregado que a algunos policías de Bardino no les agrado mucho, y ellos me gustan mucho menos a mí. Pero decidí reservar este último pensamiento para mí mismo. Por otra parte, lo que le dije sobre perseguir a un hombre armado era tan sólo una broma. No porque no me dedique a perseguir hombres armados en gran escala, cosa que sí hago; tan sólo no lo estaba haciendo en ese momento. Lo que estaba haciendo era permanecer sentado en mi cama, acabando de despertar. ‘De acuerdo, si quiere ir a mi oficina dentro de aproximadamente una hora, la veré allí entonces,’ le respondí y colgué.

    Miré mi reloj. Eran poco más de las diez y media, algo que quizás algunas personas no consideren una hora apropiada para estar todavía en la cama pero, cuando no estoy trabajando, para mí suele ser normal. Acababa de resolver con éxito un intrincado caso de asesinato y había obtenido dinero suficiente como para poder vivir tranquilo durante los próximos dos meses, motivo por el cual no me urgía hallar nuevos clientes. Lógicamente, si un caso conveniente se cruzaba en mi camino, tanto mejor; caso contrario, nada podría evitar que durmiera hasta tarde y pudiera disfrutar de un poco de calma.

    Volví a colocar mi móvil sobre la mesa de noche y me rasqué la cabeza mientras me preguntaba qué podría estar pasando por las mentes de dos agradables y jóvenes hermanas alemanas al viajar a lugares como Bardino y olvidarse de llamar o de escribir a casa. Todavía tenía este pensamiento rondando en mi cabeza cuando salí de mi habitación, me dirigí al pasillo, pasé por el living-room o salon de estar más bien pequeño y finalmente doblé hacia la izquierda e ingresé en la cocina. A través de la ventana, el cielo sobre las montañas, a la distancia, se veía de un azul celeste brillante, como suele ocurrir en esta época del año, un clima con el que Bardino parecía haber sido bendecido y que propiciaba que gente de toda Europa llegara hasta estos lares en tren de vacaciones o bien para establecerse para siempre. En lo que a mí respecta, hacía algunos años había seguido a alguien hasta este lugar del mundo como parte de una investigación, y de alguna manera me había apegado al lugar o bien el lugar se había apegado a mí; y aunque sabía a ciencia cierta que mis vacaciones no durarían para siempre, tampoco podría decirse exactamente que me había afincado. Me gustaba el lugar, sin embargo, y eso bastaba para mí. Tal como yo lo veía, Bardino tenía algunos motivos para que así fuera: primero y principal, siempre había crímenes suficientes como para mantenerme tan ocupado como yo quisiera durante todo el año, y siempre disponía de las playas para poder relajarme, desde la primavera hasta fines de otoño, entre un caso y otro.

    Recorriendo la cocina con la vista, no pude dejar de apreciar la botella vacía de Chivas junto a la panera, como testigo presencial de mis excesos de la noche anterior. Suponía que realmente debía de sentirme avergonzado o apenado o algo por el estilo, un hombre que, como yo, había alcanzado la estupenda edad de los treinta años y que, por ende, debiera ser más consciente. Pero jamás he sido uno de esos que se sienten culpables o que se castigan excesivamente por tales cosas, de modo que me olvidé de ello y me preparé una taza de café negro bien fuerte.

    El café tenía buen sabor. Habría tenido mejor sabor aún si le hubiera agregado una pizca de brandy, para obtener lo que los españoles denominan carajillo* ¹; pero no habría sido de gran ayuda para mi jaqueca, por lo que decidí ejercer un pequeño auto-control y rechacé la idea. Atravesé la pequeña sala de estar con la taza en la mano y salí al balcón, que era incluso más pequeño. Si con esto estoy dando la impresión de que mi departamento es pequeño debo decir que nada puede ser más cierto. Pero es lo suficientemente grande para mí. Además, está ubicado en un bonito sector del pueblo*, justo al sur del Barrio López, que es un selecto conglomerado de viviendas que fueron construidas en los años sesenta o setenta en el tradicional estilo 100% blanco. El lugar es un laberinto de angostas callejas de adoquines que se entrecortan entre sí, y dos plazas* en el conurbano, una de las cuales posee un pequeño restaurante con sillas desplegadas en una terraza. En el extremo del laberinto cercado de casas blancas que es el Barrio Lopez, hay una extensa hilera de tiendas y bares, además de restaurantes que ofrecen mariscos y pescado fresco a un precio razonable. Uno de ellos, El Piripi, es especialmente bueno, siempre que a uno no le importe sentarse a comer al aire libre con un mantel de papel desechable sobre la mesa. En el caso de que alguien decidiera sentarse afuera de El Piripi, podría acceder a una visión perfecta de la hilera de departamentos al otro lado de la calle que delimita el comienzo del barrio* conocido como el Bocanazo. Este pequeño barrio está conformado por varias calles paralelas, cada una de las cuales cuenta con bloques de departamentos idénticos a lo largo de los mismos. Los departamentos fueron construidos por los pescadores, en la época en que Bardino era poco más que una apacible aldea de pescadores. Actualmente, el Bocanazo está lleno de europeos orientales, africanos, y gente de todas partes que tienen una cosa en común: no tienen ni un centavo. Los únicos españoles que todavía viven en el barrio son aquellos a quienes la suerte les ha sido esquiva y no pueden darse el lujo de mudarse a una zona mejor. Si desde donde yo vivo uno se desplaza en otra dirección, es decir hacia el sur, podremos acceder a tres o a cuatro de las calles que conducen hacia la rotonda, como se la denomina, para salir a la Calle Zaragoza, y desde allí sólo queda un trecho razonablemente corto hacia el paseo marítimo.

    Mientras bebía mi café, me senté y miré hacia el jardín compartido, y pude escuchar el gorjeo de los pájaros. A continuación comencé a cavilar sobre mis finanzas, como suelo hacerlo en una mañana en la que no estoy trabajando. Mi primer deseo fue poder tener un poco más de dinero en mi cuenta bancaria, y acto seguido anhelé poder tener mucho más dinero en ella. Supongo que podría decirse que soy un tipo de hombre bastante común en ese sentido.

    Luego comencé a preguntarme acerca de la tal Inge Schwartz, y caí en la cuenta de que la curiosidad estaba empezando a carcomerme. De modo que acabé mi café, regresé a mi habitación, abrí el guardarropa y elegí ponerme un traje de verano color beige y una camisa de seda azul oscuro.

    Salí de mi departamento rumbo a mi oficina, que estaba a tan sólo unos pocos minutos de distancia, sobre la Calle Veracruz. La entrada es angosta, flanqueada por una relojería por un lado y una zapatería para damas por el otro. Abrí la puerta y subí las escaleras. Y mientras lo hacía, se me ocurrió que realmente ya era hora de buscar una oficina más espaciosa. Algo relacionado con el hecho de tener que subir más y más escalones para llegar a una oficina de este tipo no parecía encuadrar bien, lo que parecía explicar el motivo por el cual los apostadores solían golpear a mi puerta bajo la errónea impresión de que estaban a punto de ingresar a una casa de dudosa reputación. Siempre podía uno percatarse de ello al percibir la mirada de consternación y desaliento en sus rostros, pues al abrirles la puerta, en lugar de toparse con alguna mujer joven bien vestida o, por el contrario, ligera de ropas y de moralidad más ligera todavía, se encontraban cara a cara conmigo. No porque mi apariencia sea desagradable, al menos en mi opinión. Dejando toda modestia de lado, me encanta creer que soy un tipo de hombre bastante bien parecido. Mido 1,88 cm, tengo un cuerpo atléticoy delgado, cabello castaño corto, mandíbula cuadrada, y, bueno, convengamos en que la nariz es casi igual de cuadrada, pero lo primero que me dicen las mujeres que conozco, bueno, no siempre, pero en ocasiones, es que tengo los ojos azules más tiernos y más honestos del mundo. Me dicen que sólo tienen que mirarme a los ojos, y de inmediato se sienten seguras. Que no es, por cierto, la forma en que quiero que me perciba ninguno de los tipos de mala vida a los que he hecho referencia. Por el contrario, a dichos individuos prefiero otorgarles el beneficio de la mirada dura que he perfeccionado para ese propósito, con la cual suelo intimidarlos.

    No obstante, los apostadores a los que acabo de mencionar deberían pensarlo bien antes de llamar a mi puerta, ya que tanto mi nombre como la naturaleza de mi trabajo aparecen escritos en letras negras y doradas sobre el marco de vidrio esmerilado de la puerta:

    ARTHUR BLAKEY

    INVESTIGADOR PRIVADO

    Pero como las escaleras son oscuras, algunas personas parecen tener dificultades para descifrar la escritura. O tal vez lo que realmente ocurre es que, en su afán por ingresar al lugar, donde creen que su amada Miss Flimsy los está esperando, deciden pasarlo por alto.

    Realmente no deberían tomarse tan a la ligera estas cuestiones, porque en este momento el de las prostitutas constituye un serio problema en Bardino. Para ser precisos, no todas las chicas que están en esta profesión lo hacen por su voluntad; lo lamentable es que muchas de ellas están siendo obligadas a prostituirse por mafias relacionadas con el tráfico de personas. Pero esa es otra historia.

    Me alegré de haber sido lo suficientemente precavido la noche anterior como para cerrar la puerta con llave, a pesar de mis excesos con la bebida, de modo que saqué mi llave, abrí y entré. El escritorio de roble sólido estaba en ese estado de perfección ordenado que generalmente sólo tienen aquellos muebles que no han sido usados jamás, y detrás de él, las persianas parcialmente cerradas mostraban una habitación veteada de sombras. De este lado del escritorio había dos sillas rectas, mientras que del otro lado estaba mi confortable silla giratoria. Me senté en mi silla y me puse a girar en ella mientras aguardaba la llegada de Inge Schwartz.

    Finalmente, pasados unos minutos, ella llegó.

    DOS

    Ni bien abrí la puerta para dejarla entrar, me dí cuenta de que me había equivocado de medio a medio con Inge Schwartz: para empezar, no sólo no era una guapa morena sino que, en realidad, era rubia.

    ‘¿Supongo que le gustaría pasar?’ le dije.

    ‘Supone bien.’

    Una vez que hubo entrado cerré la puerta e hice un gran esfuerzo para no mirarla de arriba abajo demasiadas veces. Debo confesar que lamentablemente no lo logré en absoluto, porque era sumamente atractiva. Además, ella era consciente de ello. Debo admitir que tengo una debilidad por las rubias bonitas pero, para que se me entienda mejor, no era la rubia bonita promedio a la que solemos estar acostumbrados. Lo que intento decir es que bonita* ¹ no es exactamente el término que quiero utilizar; ni siquiera se aproxima, en realidad. Será mejor que sea cuidadoso, entonces. Después de todo, no quisiera que mi prosa empalagosa pudiera llegar a dar una mala impresión de mi persona. Para empezar, supongo que ya es bastante incómodo que un policía privado quiera hablar sobre uno de sus casos; pero déjenme decir que yo tengo mis razones, mas bien personales, para hacerlo. Quizás más adelante comparta algunos de ellos, o tal vez no. Ya veremos.

    ¿Pero dónde había quedado? Ah sí, la joven. Iré al grano, entonces: su cabello era rubio miel, pulcramente cortado por una mano experta, piel morena, ojos azules achinados, labios pintados de un rojo carmesí, una estructura ósea que habría hecho que Rodin arrojara su cincel a un lado, junto con una figura que era esbelta en todos y cada uno de los lugares correctos y menos delgadapara nada delgada en absolutotambién en todos los lugares correctos, y lucía un vestido de lino color fucsia combinado con una chaqueta color crema del mismo material y zapatos negros a la medida. Por primera vez en m vida, la realidad había superado mi imaginación y me había propinado un fuerte golpe en los pantalones, si entienden lo que digo. Lo que quiero decir con esto es que se trataba de una monada que lucía mucho mejor todavía de lo que la voz embriagadora que yo había escuchado a través de la línea telefónica temprano en la mañana me había hecho imaginar.

    Se quitó el abrigo y me lo entregó como si yo fuese el portero de algún lugar elegante. La ropa olía a su perfume. Chanel No 5, si no me equivoco. El mismo que solía usar Marilyn. Me refiero a Monroe, no a Manson. No porque yo tenga algo contra este último, como se comprenderá; es tan sólo que jamás llegué a estar tan cerca de él como para verificar su perfume. Ni como para querer hacerlo, por así decirlo. Si alguien quisiera pasarse de sarcástico, bien podría sugerir que soy demasiado joven como para haber tenido siquiera la posibilidad de haber conocido de cerca a la otra Marilyn como para haber llegado apenas a sentir su aroma, en cuyo caso no tendría más remedio que admitirlo. Sin embargo, es algo que he imaginado muchas veces en el pasado. Y puedo asegurarles que mi imaginación puede llegar a ser un instrumento muy agudo cuando se pone en marcha.

    A continuación ella dijo lo siguiente, ‘He traído algo para usted.’ Abrió su cartera, una pulcra y auténtica Kelly, sacó un sobre papel Manila tamaño A3 y me lo alcanzó.

    Eché una mirada en su interior. Alcancé a ver un buen fajo de billetes, además de una foto y un trozo de papel. Saqué el fajo de billetes y lo barajé rápidamente.

    ‘Está todo allí, la cantidad que me pidió,’ dijo. ‘Cuéntelo si lo desea.’

    Lo conté rápidamente y lo deslicé en el bolsillo superior de mi chaqueta. A continuacoón saqué la fotografía y le eché un vistazo. Era la foto de una joven de unos diecicocho años aproximadamente. ‘Parece una versión un poco más joven suya,’ le dije.

    ‘No somos tan iguales, Sr. Blakey.’

    Por un instante estuve casi tentado de decirle que dejara de lado el uso de Señor y tan sólo me llamara Art, abreviatura de Arthur, como todos los que conozco; pero lo pensé mejor y en cambio le dije, ‘¿Cuándo fue tomada esta fotografía?’

    ‘Hace dos o tres años…es la única que pude hallar de ella.’

    ‘¿Cuántos años tiene su hermana ahora?’

    ‘Veintiuno.’

    Al mirar la fotografía estuve a un tris de decirle que su hermana era una hermosa joven, pero refrené mi lengua a tiempo.Saqué la hoja de papel y la miré con detenimiento. Había sido arrancada de un block para cartas, por lo que no debería haberme sorprendido descubrir que se había escrito una carta en él. Lo que sí me sorprendió, en cambio, fue la naturaleza de la carta propiamente dicha. No soy grafólogo, pero el amplio garabato en forma de araña me pareció decididamente infantil, más parecido al que un adolescente de trece años podría producir que el tipo de escritura que uno podría esperar de un adulto, inclusive de uno muy joven; pude observar, asimismo, que ninguna de las íes estaba acentuada, lo que podría sugerir una ausencia de autoestima por parte del escritor. Estaba, además, el contenido de la carta. Se parecía más a una carta escrita y enviada por una adolescente desde un campamento de verano, donde su mayor preocupación era la agitación provocada por su primer romance, y bajo ningún punto de vista la carta de una mujer joven que había venido a vivir en Barsino y que posteriormente le hubiese quizás imprimido un vuelco equivocado a su vida y hubiera abandonado todo contacto. En resumen, de la escritura se desprendía una inocencia rayana en la infantilidad absoluta que se me ocurrió un tanto extraña, sobre todo porque la fecha que aparecía en la parte superior de la página era junio de este año.

    ‘Tome asiento, por favor,’ le dije, y la señorita Schwartz se ubicó obedientemente en una de las dos sillas rectas. Ella cruzó elegantemente la pierna sobre su rodilla, alisó su vestido, mientras su pie se movía rítmicamente al compás de alguna música imaginaria que pudiera estar sonando o no dentro de su mente. Por la expresión de su cara, sin embargo, la música parecía ser lo último que pudiera preocuparla en ese momento.

    ‘¿Esta carta es la última noticia que tuvo de ella?’ le pregunté mientras me sentaba en mi silla giratoria acolchada.

    Ella asintió mientras se mordía el labio inferior, y por un terrible momento pareció estar a punto de estallar en lágrimas. Sin embargo, inclusive mientras esto estaba ocurriendo, seguí pensando si debería dar crédito a lo que estaba viendo. Si, en otras palabras, pudiera suponer con seguridad que lo que estaba viendo, o lo que se me permitía ver, era realmente ‘de verdad’.

    Respiré hondo, inflé mis mejillas lo mismo que un pez globo, y volví a concentrar mi atención en la carta. Habiendo tomado nota del domicilio local en la parte superior de la página, le pregunté a la señorita Schwartz si había incursionado por el lugar para verificar si su hermana aún vivía allí. Respondió afirmativamente, mientras cerraba sus ojos, como si estuviera agobiada por intensas emociones. La persona que residía allí actualmente, explicó, le dijo que Gisela había abandonado el lugar hacía un par de semanas. A dónde había ido y por qué fue algo que el hombre no supo decirle. Tampoco pudo decirle cuándo era probable que regresara. Todo lo que pudo decirle fue que había abandonado su trabajo y se había marchado de la ciudad.

    Calculé que esa dirección, que dicho sea de paso no quedaba muy lejos, en el Bocanazo, sería mi puerto de escala. A continuación le pregunté a la señorita Schwartz si ella y Gisela se habían criado juntas y con los mismos padres y que, de ser así, ¿de dónde eran? ‘Sí,’ fue la espuesta a mi primera pregunta, y ‘Hamburgo en Alemania’ fue la réplica a la segunda pregunta. Yo jamás había estado en la ciudad y, más allá de su ubicación geográfica, sabía menos que nada sobre dicho lugar.

    ‘¿Entonces tomará el caso?’

    ‘Tomé su dinero, ¿no es así?’

    ‘¿Cree usted que podrá hallar a mi hermana, Sr. Blakey?’

    ‘Muy probablemente…¿pero qué ocurre si ella no quiere que la encuentren?’

    ‘¿Qué diablos quiere decir con eso?’

    ‘Imagine que ella se ha enamorado de algún rudo y afortunado joven y se ha ido a vivir con él. Pero no quiere que papi la encuentre.’

    ‘Papi murió el año pasado, lamentablemente.’

    ‘Digamos mami, entonces.’

    ‘Ella murió hace tres años.’

    ‘Lo siento.’

    ‘No lo lamente.’

    ‘¿Tiene usted otros hermanos?’

    Negó con la cabeza y suspiró, para luego morderse delicadamente el labio inferior. ‘Es impropio de ella; me refiero al hecho de que no haya escrito ni haya llamado.’

    ‘¿Tuvo alguna pelea con Gisela?’

    ‘No.’

    ‘¿Cómo describiría su relación con ella?’

    ‘Éramos bastante diferentes.’

    ‘Sólo que son iguales.’

    ‘Parecidas, pero no iguales,’ me corrigió.

    En eso tenía razón: si bien la joven de la fotografía se parecía a la mujer con la que yo estaba hablando, e indudablemente tenía algo de maravilloso por derecho propio, su mirada carecía de la pureza clásica de la de su hermana mayor. ‘¿Debo suponer, entonces, que no se llevaban bien?’

    ‘Jamás dije eso.’

    ‘No, pero no es que haya dicho usted mucho.’

    ‘Yo siempre he sido la más sensata de las dos, Sr. Blakey, mientras que Gisela simplemente hace lo que más le place.’

    ‘Y eso le molesta, ¿verdad?’

    ‘Deje de poner palabras en mi boca,’ dijo. ‘Como sea, poco importa la relación entre nosotras, si lo único que quiero es que usted la encuentre ¿no es así?’

    ‘Podría tener mucha importancia,’ retruqué, ‘en el caso de que hayan tenido alguna pelea y ella hubiera decidido no hablar nunca más con usted.’

    ‘Puedo asegurarle que no es así.’

    ‘¿Y qué tal si lo que para usted no importa, a Gisela sí pudiera importarle?’

    ‘No, pero aún si ese fuera el caso igualmente quisiera que usted la encuentre, tan sólo para saber que ella está bien.’

    Saqué mi Parker y comencé a hacerla girar entre mis dedos. Siempre me gusta tener una Parker a mano para dicho propósito, en parte porque el hecho de hacerla girar entre mis dedos me permite hacer algo con mis manos, y en parte porque siempre he creído que una Parker le confiere a su poseedor un cierto aire de inglés con clase e impresiona debidamente a sus clientes. ‘¿Qué estaba haciendo Gisela en Bardino?’

    ‘Ella jamás volvió a ser la misma después de que murieran nuestros padres.’ Su frente se arrugó como una oruga espiralada. ‘Como verá, ella estaba muy apegada a ellos.’

    ‘Era de esperarse, ¿no es así?’ le dije.

    ‘Si, pero lo que quiero decir…’ Se interrumpió, aferrando su cartera Kelly como si temiera que alguien fuera a robársela y a salir huyendo con ella y, viéndola, me pregunté si realmente estaba tan molesta como aparentaba, o si simplemente estaba actuando. Era difícil decirlo. Pero ciertamente no podía recordar haber visto jamás a ninguna joven como esta Inge Schwartz. En primer lugar, habría que andar mucho para poder encontrar a alguien que fuera tan hermosa como ella, y cuando pudiéramos hallar una así, lo más probable sería que ella no fuera más que una persona remilgada. Aunque ya había empezado a preguntarme si sus modales tan formales y correctos no serían otra cosa que una pantalla. Era imposible de saber. Sí podía asegurarse que no era el estereotipo de la rubia tonta que uno se imagina. Me refiero a esa manera negligente de estilo ultra feminista que Marilyn perfeccionara en Some Like It Hot. Bueno, Inge Schwartz no lo tenía. En realidad, su actitud era todo lo opuesto a esa manera despreocupada de Marilyn. Lo menos que puedo decir es que este asunto me intrigaba; tanto que ya estaba empezando a interesarme sobremanera en el hecho de trabajar para ella, aunque mas no fuera para poder llegar al fondo de lo que fuera que estuviera ocurriendo aquí. O tal vez mi interés radicaba en llegar a conocer a fondo a la mujer misma, aun cuando no lo hubiera admitido, incluso a mí mismo, ni en un millón de años. Y aún así podría decirse que lo estoy haciendo, y alguien hasta podría preguntarse de qué estoy hablando y porqué me contradigo tanto, lo que podría darle la razón a ese alguien. Lo sé, lo sé…pero tengo mis propias razones para contar esta historia, y tal vez Inge Schwartz sea una de ellas.

    Me senté y esperé a que completara su frase. Al parecer le estaba costando, de modo que seguí jugando un poco más con mi Parker y giré en mi silla un par de veces más. Me encanta girar en mi silla mientras hablo con los clientes. Uno de los motivos por los cuales me gusta tanto es porque yo puedo hacerlo y mis clientes no. Las sillas rectas carecen de esa condición de giro incorporado, y así es como a mí me gusta. Muéstrenme un investigador privado que quiera lograr que sus clientes se sientan cómodos y les mostraré a un hombre a punto de

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